Wednesday, October 8

El Maltratador, su mujer y otras cosas del mal meter. Acto Primero.

La familia de Petros, que es hijo de una chipriota - griega y un perro del desierto, se afincó en Chania (Hania, Isla de Creta), allá por los tiempos de “María Castaña” o sea, después de la Segunda Gran Guerra, por el aquél de volver a los orígenes de ancestrales macedonios y “Alejandros Magnos”.

Petros tiene un quiosco, al uso, en pleno centro de la ciudad, a unos cientos de metros del paseo marítimo y del puerto deportivo, donde las terrazas se mezclan con los lupanares nocturnos, con los guiris y el mustaka con mucho yogur griego.

Hicimos amistad a principios del dos mil y poco, cuando los convoyes americanos necesitaban escoltas, ya fuera en el estrecho gibraltareño, en el de Messina o después en la zona del Egeo. Siempre que paso una temporada en la ciudad, me guarda el periódico. Y éste, el “newspaper” siempre del día anterior.

Leo con consternación las noticias, mientras enfría mi “white caffe”, en una terracilla al borde, literalmente, del mar; un mar sereno y cerrado al océano abierto.

Y es que hay que tener estómago, para leerse el periódico, y siempre lleno, pues es recomendable no leerlo en ayunas, por aquello de soltar la bilis y otros jugos.

¿Dónde han quedado los héroes? Se pregunta un reportero de firma, que a continuación relata las desventuras del profesor afincado en Madrid, o la del otro anónimo señor que ha protagonizado el último escándalo filantrópico en Valencia. Si es que ahora, esa es la moraleja, es mejor mirar para otro lado, silbar como quien no ve nada, y dejarse llevar por la brisa hacia otra banda, porque el tema de echar una mano está muy mal.

No se le ocurra, a no ser que sea cinturón negro, en echar una mano a un tipo en la carretera con rueda pinchada incluida, por si las moscas, y por si es una artimaña para sacarle la cartera y otras propiedades. No se le ocurra, acercarse a una ancianita a tomarle la comprar y ofrecerse a llevarla a su casa, pues le pueden demandar por pervertido. No se le ocurra, sonreír a los niños en los parques por su gracietas mañaneras o tarderas, porque tal vez, se le malinterprete y lo entaleguen por pedofilo. Y por supuesto, no se le ocurra, auxiliar a una señora que hostia su marido o pareja en la calle, porque lo más seguro es que le ofrezcan unas panaderas.

Sí. Así es. Eso es lo que el ciudadano ve y oye. Y, qué demonios, piensa. Porque no todos los aquí presentes tenemos cuerpos de “Stallones”, y técnicas de combate y labia y abogados, y dinero para estos últimos para salir airosos de todo este tipo de pedradas en el ojo.

Y, claro, llegará un momento, que siguiendo este tipo de rutina, salgamos armados a la calle, con la mosca detrás de la oreja; o simplemente que no salgamos. Que nos quedemos al calor del hogar, dejando que pase el tiempo, y que otros menos listos o avezados, o aquéllos cuya profesión les impide mirar para otro lado, se hagan cargo del asunto. Y, así, como quien no quiere la cosa, iremos convirtiendo este perro mundo en un mundo de perros.

Pero eso sí, veremos en la tele, oiremos en la radio y nos anegarán con anuncios de solidaridad con el tercer mundo. De niños que se mueren de hambre, hacinados en cochiqueras, granito de arroz viene granito de arroz va. Y sí, es cierto, es jodidamente cierto que se mueren como frágiles ramitas entre las manos de unos pocos, que sacan las fuerzas de flaqueza y de sus adentros para soportar todo ese panorama. Que llegan a sus campamentos, se meten bajo el chorro de agua fría y sucia, si la tienen, y se descomponen el alma ante tanta impotencia y sufrimiento.

Y todos, nos llevamos las manos a la cabeza y nos decimos. Mañana, si me acuerdo, les meto quince euros en la cuenta.

Pero más cerca. Tal vez, en la casa de a lado, donde viven tus amiguetes, donde tu vecino de toda la vida te saluda en el portal mientras baja al perro, tal vez, allí, estén hostiando a una buena señora. Una señora temerosa, unos hijos que lloran en silencio, por miedo a recibir otra somanta. Y tú, como yo, sabemos que pasa. No seré yo quien les pida que se acerquen a la puerta de su vecino, si esto ocurre, y lo hostiguen, pero tal vez una llamada a la policía sea suficiente, y que se aclaren las cosas. Tal vez, cobijar a esa mujer en tu casa y cerrar a cal y canto hasta que lleguen los guripas sea más que nada. Y tal vez, así, sepan que no están solos.

Mientras esto pienso, El camarero, que es una camarera griega de pura cepa. De amplio, pero hermoso, apéndice nasal y fabulosos pechos, me trae otro “white caffe”. Me sonríe y yo a ella, aunque sé que ni por asomo le podré hacer sombra a su maromo; porque no siempre se ganan todas las batallas, aunque sabedor, todavía, de que puedo ganar muchas guerras.

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