Sunday, April 23

Cuestión de Honor. (Primera Parte)

Primeramente, permítanme disculparme por esta larga pausa en la que no he podido deleitarles con mi prosa sarcástica y humilde, y poder así, de esta manera, “redireccionar” toda esa ira intelectualoide que tenía contenida, pero mis múltiples ocupaciones me han tenido atado de pies y manos y de la Ceca a la Meca, literalmente, rompiendo caras y de paso partiéndome la espalda, pero así es la vida del soldado…

Si mi abuelo, que no era ni republicano ni franquista, sólo pobre, levantara la cabeza se quedaría acojonado al ver tanta guardia civil concentrada en la calle, allá en los Madriles, y a buen recaudo si hubiera nacido cincuenta años antes, le hubiera venido a la memoria aquella trágica y negra semana de Barcelona, capital ahora de una incipiente y nueva nación, cuando la benemérita a galope se pasó a sable a media ciudadanía y proletariado.

Pero lo que no sabría mi abuelo, a bote pronto, es que los señores guardias civiles, tricornio incluido, no sólo están hasta los melindres, por no mentar los cojones, de recibir tiros nuqueros y explosiones en las casas cuartel, sino de vivir en estos días en un régimen a caballo entre lo civil y lo militar que les pone en un quite. O sea, que tienen las obligaciones de un cuerpo de seguridad civil y las sanciones de un cuerpo militar, y eso, lo de estar a medias aguas nunca les ha gustado ni a unos ni a otros. Porque para llevar un régimen castrense ya estamos los uniformados de las FAS, esos que por cuatro duros nos endosan en cualquier parte, y con el título de ONG pero gubernamental nos envían a cualquier esquina del mundo a dar barrigazos, escopetazos y recibir bofetones, y al llegar a casa, si es que llegamos, no nos espera una banda de música, aunque sea la de Infantería, ni unas señoritas muy cariñosas con pétalos de flores, sino los titulares en la cuarta página de todos los periódicos poniéndonos a parir, llamándonos asesinos y mercenarios y pidiendo cabezas e hígados. Porque sí. Porque la España cortijera y latifundista en la que vivimos es así, sin más. No existe una explicación plausible, ni antropológica, ni étnica para poder debatir y razonar un por qué, sólo existe el camino corto y saetero de un par de buenos insultos y una mirada de desprecio.

Pero no quiero aburrir a nadie con los lamentos de un viejo soldado herido en su pundonor, amén de en otros sitios que no vienen al caso. No quiero ahora, soltar cuatro lagrimillas pidiendo caridad o algo peor, porque para no vivir de la sopa boba, para no tener que mendigar la caridad de la seguridad social o poner un cartelillo pidiendo pan para mi gente (es que ahora está de moda decir mi gente, porque eso de familia suena a años sesenta), me enrolé en las milicias, me ceñí las botas y me eché con el fusil al monte, sin menos cabo de mi inteligencia y mi orgullo, y aprendí del hambre y el frío, las pocas horas de sueño, y los muchos miedos, que se transformaban en asombrosas diarreas, el significado de la palabra HONOR, esa palabra que dicen que ya no existe, que dicen que desapareció con los duelos de florete y mosquete, y armas de avancarga, esa palabra que cuando la pronuncias en voz alta, el gentío, la masa o la concupiscencia social en la que vivimos embotados y churrimidos como hojas de bacallaos se parte el pecho a risotas. El honor. ¿Qué es eso del honor se preguntan muchos? Y algunos, los más osados, los de dos carreras universitarias, y un polvo a la semana con una chuchi atolondrada, pensarán que tiene que ver con las cornamentas, y esto, nos llevará a los cosos, y de ahí a la tauromaquia, y se pierde el hilo de la esencia en mariconadas y fiestorros, y bodorrios de copete y otras pijadas.

Dicen que el honor no existe, que se perdió en la noche de los tiempos, allá cuando la delgada línea roja, cuando la infantería británica en formación defensiva se despiojó a machetazos y lanzazos contra veinte mil aborígenes. Dicen que el honor ya no es de este mundo porque los señores soldados no luchan cuerpo a cuerpo sino apretando botones, disparando sofisticados fusiles de asalto capaces de abatir un niño a dos mil metros, y usando desde nuestros hogares misiles teledirigidos e inteligentes que alcanzan blancos selectivos.

Y yo, que soy soldado, que vivo de esto desde que tengo conocimiento, les diré que el honor existe. Que el honor no es una palabra sino una religión. Un credo tan grande como el padre nuestro. Una seña de identidad que hace de unos pocos hombres de honor.

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