Wednesday, June 28

Yo de mayor quiero ser....

Hace unos cuantos años, cuando yo llevaba pantalones cortos y un horrenda corbatilla con dos gomitas y nudo de adorno, los papás y las mamás de España, y entiendo que de parte del extranjero, querían que sus hijos, o sea nosotros, de mayores fuéramos abogados, médicos, ingenieros y arquitectos. Dos razones avalaban esta meditada y transcendental decisión paterna: la económica y la social. Ciertamente, ambas eran codiciadas entre las clases medias y bajas de la sociedad, dinero y poder.

De un tiempo a esta parte, los hábitos sociales han ido cambiando. La llegada de la democracia, el destape, Manolo “la nuit”… han sido adelantados por la tontocracia, la pornografía y por supuesto por los concursos idiotas donde personas idiotas se desnudan física y psicológicamente por unas monedas, pero sobre todo por la necesidad de hacerse conocer, que tal vez para ellos, sea lo mismo que hacerse valer. Así pues, también los papás y mamás han cambiado sus sueños futuribles para con sus hijos. Ser futbolista, el mejor o famosete son ahora las prioridades.

Pero en ambas direcciones, famosotes o abogadotes las razones siguen siendo las mismas: dinero y poder, aunque cambie el medio ético para conseguirlos, i.e., de romperse los codos estudiando a romperse las cachas en un plató de televisión.

Yo que todavía tengo una mente infantil, y con un mínimo grado de madurez, le he estado dando vueltas a esto, dentro de la zanja donde me he afincado con mi amigo el tuerto, y cuatro más. Sinceramente, no me veo con la toga negra impartiendo justicia, ni con la bata blanca curando enfermos, y mucho menos construyendo una casa o un puente. Por otro lado, tampoco tengo edad para volver a los pantaloncillos cortos y darle unas buenas y fructíferas patadas a un balón, y obviamente, no tengo las tetas ni los culos de esas señoritas que salen por la tele para hacerme un hueco en el mundo de las tertulias del corazón.

¿Qué rayos puedo ser yo de mayor? Si es que no me gusta sudar más de lo necesario… hasta que di con la solución. Yo de mayor quiero ser político, y a poder ser presidente de un país, y visto lo visto; y si no que se lo pregunten al presidente de Argentina y todos los presidentes que lo han hecho antes que él; merece la pena ser político. Subirse el sueldo. Inmunidad a la hora de poner verde al primero que se ponga enfrente. Soltar barbaridades berberíscas por la boca y quedar como un Pepe. Y si esto fuera poco, hacer lo mejor que se le da al ser humano después de dar por culo, mentir.

Nota.- Que alguien me explique lo que significa ser demasiado conservador para el cargo, antes de que se me inflen los higadillos.

Con amor para todos desde una zanja bien cavada en paradero desconocido.

Monday, June 19

Hay dolores que matan

Hay dolores que matan, que te agotan y que te dejan "baldao"; de esos dolores traicioneros y chulescos, que te arrebatan el poco equilibrio que te queda en la sesera y te rompen los esquemas, las circunstancias y las ideas. Y que no te dejan relajar. Te absorve y devoran con total impunidad, inmisericordes y todas las gaitas joteras que uno se pueda imaginar.
Pero se asumen, con mayor o menor cordialidad, y se tira para adelante... porque el dolor sólo es una sensación y ésta se puede anular, tal vez, no totalmente pero si gran parte.
Hay, por el contrario, otros dolores que no son físicos, son mentales, y éstos, cabrones, no se van de la cabeza, como esa amiga que tengo que me ha dicho que estoy cogiendo kilitos desde que estoy parasitando, y oigan, para un tipo como yo, más presumido que un pavo real el día de la monta, eso me llega al alma.
Y no es que lo diga por maldad, que en el fondo, aunque sea muy fondo, allá donde las llaves (matarile, rile,rile) se que me quiere, es porque en el fondo sé que tiene razón. Y eso de dar la razón a mi me cuesta, porque soy cabezón (que no hipercéfalo), testarudo vamos, y eso no hay dolor ni pundonor ni verdades como puños que lo cambie.


Saturday, June 17

Mi amigo el Madero

Las señoritas del Corte Inglés me traen por la calle de la amargura, con sus blusitas verde manzana y sus faldas rodilleras. Estoy seguro de que pasan un casting porque todas son guapas, lozanas y espectaculares, además de educadas y serviciales. Les confieso que cuando me levanto con el pie izquierdo me paseo por el centro comercial, divagando en voz baja entre botes de perfume y corbatas, esperando que alguna pique el anzuelo y con esas enormes sonrisas de perlados dientes blancos se me acerquen y me colmen de cortesías y buenas palabras…

No sé si, alguna vez, les he comentado pero yo tengo un amigo, de esos de infancia de bocadillo de chorizo playero, de pacto de sangre y peleas infanticidas; uno de esos amigos que se tienen para toda la vida, que te abren su puerta de par en par, casados, al cabo de los años, a las tres de la mañana y tú oliendo a alcohol que apestas, con una de esas curdas lloronas; los dos críos en la cuna y su mujer cabreada; que es policía. No es que fuera una vocación temprana. Verdaderamente, le hubiera gustado ser escritor, pero como suele pasar en este país, y en otros, que de esto no se libra ninguno, le dio pereza pasar hambre el resto de su vida, y tomó la opción de ingresar en el cuerpo como su padre, y antes que él su abuelo, y así una larga lista de generaciones parentales, que me sería costoso y a ustedes tedioso, si tuviera que enumerar.

El asunto es que mi buen amigo, ese que les comenté que tenía una paciencia que tiende al infinito y una caridad cristiana más grande que el Vaticano, es policía. Comenzó de número, haciendo prácticas en Carabanchel Alto y acabó de subinspector en Santiago. Allí se casó con una farmacéutica, de buena familia, pero buena persona. Fue un flechazo a lo película de Hollywood, con un apasionado beso al final y fundido en negro. Yo asistí a su boda, allá por el noventa y cinco, y también al nacimiento de su segundo hijo. Un varón pequeño y con cara de pillo, que parece nacido para ser un gran sinvergüenza, mujeriego y simpático, que se pasa los días jugando a los vaqueros con sus amiguitos en el parque.

Hace unos días, cuando regresé, con mi pata de palo y mis historias, me invitó a cenar a su casa. Obviamente, los niños se van haciendo grandecitos y su mujer cada vez me tolera menos. Soy como ese amigote solterón e inmaduro que da por culo en los estables hogares, en toda comedia de situación que se precie, aunque, más que para farmacéutica debería haber ido para actriz, disimula con pasmoso arte; con una sonrisa franca, y un comentario amable siempre saliendo de su boca.

Mientras cenábamos, me contó lo tranquilo que vivía. Que si un altercado de estudiantes, que si una pelea doméstica, que si un traficante al por menor vendiendo género en la Herradura, que si un gamberrillo… menudencias, o sea, tranquilidad, calma chicha.

A los postres y el café, allá de madrugada, nos fumamos un puro, y me despedí. Un buen abrazo, fuerte y firme. Dos “muaks” protocolarios a su señora, y un hasta pronto.

¡Qué bien vive este condenado!, pensé.

Claro, que no me quería acordar del disparo que le metieron en el vientre y a punto le estuvo de costar la vida. De la vez que le denunció un hijodeperra por abuso policial, cuando el muy canalla le estaba propinando una buena somanta a su mujer. No me quería acordar, de cuando vivió en el País Vasco y se escondía como una alimaña en las tinieblas de la noche, viviendo cagado de miedo, y más miedo que pasaba su mujer e hijos cada vez que en el telediario de la tarde salía un ataque terrorista. No me quería acordar, de su mierda de paga, y de que faltó un colín para tener que hacer horas extras de taxista en turno de noche, si no fuera porque su señora se puso a trabajar de manceba en la farmacia de otro. Claro, de eso no me he querido acordar.

Y, estoy seguro, que el fiscal general, que ayer humilló a nuestra policía nacional a golpe de insulto culto y mediático, tampoco se quiso acordar de las penurias que pasan. De cómo se juegan el físico cada día y cada noche en las calles, velando, como ángeles de la guarda, para que usted y yo podamos intentar salir a pasear sin tener un mal tropiezo. Sí, está claro, no se quiso acordar.

Pero yo, que estoy lúcido hoy y despejado, me he acordado, y me ha dado dolor de vientre y de pecho y de corazón, y hasta vergüenza ajena… Y al salir a la calle, y encontrarme con el coche patrulla que vigila la zona donde resido, y por lo tanto, hace que duerma tranquilo, tuve que agachar la cabeza porque me sentía culpable. Culpable por omisión. Culpable por no pararlos y darles un abrazo, y decirles que son los mejores y que no falten a su trabajo, aunque les menten a sus madres, que yo me siento tranquilo y sereno cuando les veo circular por la ciudad. Pero no me atreví, me pudo la timidez.

Y la timidez me bajo el ánimo, y tomé el coche, que estaba en la cochera, y me acerqué al Corte Inglés, a la planta de caballeros, donde una señorita muy educada y muy hermosa, que respondía al nombre de señorita Martínez, me atendió con una soberana excelencia. Y mientras ella me mostraba corbatas de terribles colores, yo contaba con los dedos los pliegues de su camisa verde manzana.

Thursday, June 15

Cuando el hormigón se convierte en arte.

“HABLAME CUANDO TUS MIEDOS NO DISIMULEN
LAS CICATRICES DE TU ABISMO
RECUERDAME CUANDO EL HORIZONTE DE TUS OJOS
PUEDA ENCONTRARME
BUSCAME EN EL CONTRADICTORIO DESTINO
QUE NOS AGUARDA DIFUMINADO
Y BESA MI PIEL EN EL MOMENTO PRECISO
QUE DEBAS AMARLA”

Del poemario “Déjame que hable de tu cuerpo”, de Loly, la luna de Skorpio.
No sé si ustedes estarán de acuerdo con aquella afirmación que dice, que la música amansa a las fieras. A mí, particularmente, me amansa la poesía. Tal vez, porque en ella veo y siento música. Sí, puede ser que sea eso. Tal vez, no es en sí la estructura sino la sonoridad que me produce cada vez que leo un verso lo que amansa mi espíritu.

Hoy, les ofrezco un fragmento de otra poetisa, en esta ocasión española, afincada en Barcelona (que todavía es española), y a la cual tengo el honor y fortuna de conocer. Me atraen sus versos porque están cargados de un sentimiento que raya la sensualidad y el sano erotismo, una conjugación de sabores que explotan en el paladar, y dejan ese regusto que recuerdas incluso cuando dejas atrás la digestión.

Pero sobre todo, sus versos me sorprenden… porque verdaderamente, es una poeta social, una protestota documentada, y una crítica maravillosa; de esas que sólo se conforman con la constructiva. Una urbanita. Cosmopolita, que surca la jungla “asfáltica”, esbozando con su carboncillo mental paisajes que fructifican en estos maravillosos versos. Una mujer que observa las estructuras de acero y hormigón y las modela en sentidos versos.

Por supuesto, huelga decir, que también la quiero sólo para mí.

Wednesday, June 14

El pajillero ético

Follar, coger, joder, fornicar… todos verbos que utilizamos cada día, para evitar la expresión “hacer el amor”; aunque realmente cierto, cuando lo único que nos interesa es intercambiar fluidos en un orgasmo relámpago, una eyaculación más o menos espesa y unos cuantos gritos de conejo… pero no, no me malinterpreten. No vengo a defender el amor y a desahuciar el sexo. ¡Dios me libre! Vengo a comentarles la anécdota tan divertida que me ocurrió hoy.

En esto, en mi nueva vida, que no se me pasó por la cabeza otra cosa que navegar un poco por este medio. Así que navegando, navegando, divisé en la línea del horizonte, un escollo, un arrecife coralino, o eso parecía a simple vista. Y con sumo cuidado, viré el timón para sobrepasarlo sobre mi costado de babor. ¡Qué imprudencia cometí! Pues fui a dar de lleno con un fondo rocoso, que rasgó todo mi casco. Hablo de una sala de chat.

Ésta, en concreto, estaba dedicada al cibersexo. Y yo, me puse de sobrenombre Pentateuco. Entré. Y no debería llevar más de diez minutos, sin mediar palabra, cuando recibí un privado. Me lo enviaba “El_Jefe”, y en el me decía, o mejor dicho me recriminaba.

“No te da vergüenza usar ese nick?”

Me quedé helado. Entre los usuarios había “negro30cm”, “gatitacaliente”, “xx-boy”, “lanenaza”, “vergavenosa”, “casadoinfielcam”… y este buen hombre, por decirle algo, se fija en mí. ¿Qué era lo que le producía tanta indignación? Acaso, ¿es más natural entrar en un chat con el nombre de pedófilo? ¿O es más corriente y correcto buscar una hembra cachonda y liberal para masturbarse por la web cam?

¡Madre del amor hermoso, con la inquisición hemos topado! Hasta en estos salones tan bien diseñados para la libre y promiscua expresión, donde hombres obesos y acomplejados, intentan buscar una cita virtual con una señorita, las cuales no suelen acudir a estos sitios, para enseñarles su miembro, por lo general atrofiado e impotente, y poder masturbarse… y con un poco de suerte, enviarles un correo a otro amigo, de semejante envergadura moral y física y poder jactarse del pajote practicado. Y va, y con sus santos cojones, se indigna porque utilizo un libro bíblico que a buen seguro no ha leído, y aunque lo hubiere hecho no lo hubiera entendido, porque su mente se centra en su pene y en esas vaginas entrecortadas que puede ver a través de una cámara, con una mala señal visual, y suelen ser por lo general un montaje poco elaborado de otro palijero en la misma situación.

¡Cuánta hipocresía!

Señor mío, sí, a usted me refiero, al del nick de machote ibérico, al del sobrepeso desmedido, al que tiene la panza llena de miguitas de donuts y pastelillos, y la picha en carne viva, que de tanto jugar con ella, no tiene un pene, sino un joystick. Sí, con usted hablo, con el santo inquisidor, el web master del chat del ciber sexo o sexo virtual, a usted me dirijo. Dejé a un lado su pene castigado y su caja de pasteles. Aleje la vista del póster de la conejita playboy, que jamás su anquilosada mente podrá su mente imaginar, y escúcheme. Escuche la fuerza con la que imprime las palabras un hombre. Uno de esos que sale a la calle, que respira aire de verdad, que se quema bajo el sol, y se comunica. Uno de esos tipos raros que en lugar de darle al pellejo se va de putas por aquello de no perder el contacto y el sabor de la carne. Uno de esos tipejos, de los pocos, que sí sabe donde encuadrar el Pentateuco, que no es un libro sino cinco, y que efectivamente está en la Biblia. Y ésta, señor mío, de momento, se escribe con mayúsculas porque es nombre propio.

Sí, con usted hablo y a usted mi dardo fácil y mi saeta envenenada apuntan. Déjese de demagogia e hipocresía, y siga masturbándose delante de un ordenador. Le doy las gracias, porque sé que mientras mierdecillas como usted sigan dándole al palito, hombres como yo seguiremos al pie del cañón haciendo el amor, follando o cogiendo como dicen nuestros vecinos americanos.

Déjese de milongas. Parece usted un fariseo… y siga un consejo: ya es hora de que se saque el dedo del culo.

Tuesday, June 13

La cena, memoria y los versos.

Mientras escribo estas líneas, todavía, mi cabeza retumba como el motor de explosión de dos tiempos de un viejo y roído tractor. Y es que ya no estoy para chanzas tan particulares y majestuosas como la cena de anoche, donde las viandas suculentas en conjunción con un mágico y soberbio líquido elemento nos transfiguró a los presentes.

Allí estábamos reunidos, lo más granado del pueblo. El barbero filósofo, el maestro, el cura párroco; de sotana impecable y canana pistolera; esa sotana dominguera que guarda sobre su hombro derecho el surco de la correa de su escopeta, el maestro armero y un elenco de personajes venidos de la capital para dar cuenta de la pitanza.

Y, como les decía, la conjunción de las carnes y los postres, de los vinos y los licores desataron nuestras lenguas comenzando una tertulia, de esas tertulias de café de abolengo, atmósfera de humo de puro habano, y un castrati entonando un miserere.

Hubo tiempo para hablar de batallas, de duelos dialécticos en defensa de la palabra y los argumentos, de disertación y discurso ebrio y socarrón y de memorar con la copa en la mano, años de amistad y trabajo juntos, y de oraciones también, cuando bajo una misma bandera, luchamos en nombre del Rey, como corsarios que fuimos, haciendo rodar cabezas entre mandoble y mandoble, arcabuz y algún que otro porrazo.

También hubo tiempo para el silencio, ese que rompe el alma, y atrae la tristeza, ese que desoye la cabeza y te hace rodar lágrimas, que caen con pesada levedad sobre las mejillas e intentas disimular, aunque no puedes, ni debes, ni sabes, ni quieres...

En un momento de la noche, el barbero filósofo se arrancó por soleares, y con paso firme y genuino, burló a la muerte, con su danza macabra, remoderando los tiempos, aquellos tiempos, en que acompañado de un mono ilustrado, sacaban monedas a los piadosos beatos a las puertas de las iglesias. Y bailó con los tacones, mientras los presentes dábamos palmas, y un nutrido grupo de estrellas iluminaban la estancia.

Hubo tiempo para la risa.

Pero la magia llegó cuando, el señor maestro, sacó de su cartera de piel, ajada por los años, y los mocos, y la lluvia traicionera del verano, y el orvallo del invierno, y las brumas, y el salitre; un librillo de poemas. Bebió un sorbo de su copa y entonó con precisa y glauca voz de flautista tenor su garganta para templarla. Y declamó a Machado con insospechada delicadeza y armonía, que si cerrabas los ojos, te parecía verlo, atravesar la frontera, ligero de equipaje, o en aquel patio andaluz, donde, tal vez, todavía, madure un limonero.

Fuere como fuere, mientras la voz timbrada del maestro castellano llenaba la estancia de versos sentidos, me alejé hacia la ventana por donde, en una rendija, una suave brisa que olía a marea baja me golpeó la cara.

Y la poesía y el aroma de la mar, me trajeron a la cabeza, los versos de una gran poetisa mexicana; ya les he comentado que la noche era mágica; que tengo el honor de conocer.

Sus versos están cargados de belleza y fuerza. Una fuerza que le sale de los adentros, de los hígados y los riñones y los pulmones. La fuerza de la palabra que sólo una mujer que es madre e hija y esposa y luchadora sabe transmitir y difundir. Versos que como un hierro al rojo fuego, se te clavan en la memoria y en el corazón, y cuando los tienes clavados, tan profundamente, no hay forma humana de extraerlos.

Y es que esta poetisa mexicana, lleva en la sangre la lucha y la ternura, allá en su tierra de Tapachula, Chiapas, con un mar de memoria, donde huele a viento y brea y mi ventana ya no se divisa, pero donde siempre le dejo una luz encendida para que vele mis sueños.

Porque el secreto de su magnificencia y su brillante certeza armonía poética, radica no en la palabra escrita, ni en las estructuras firmes, y ancladas. Radica en que cada palabra brota de su corazón e irradia bondad.

Sí, bondad. Cada poema que leo me acerca más a la bondad, y por ende a la filantropía y amor por el ser humano. Por que, ¿qué se puede esperar de una mujer que solamente es feliz masticando la felicidad de los demás? Ese amor altruista y desinteresado que le deja una áurea limpia, cristalina e inmaculada, que se refleja como la luz en un espejo, en una majestuosa obra.

Sé que muchos se preguntarán quién es, y sin duda alguna, debería por respeto a la humanidad y al mundo de las letras desvelar su nombre, pero ese ser egoísta que me atrapa, me dice que les niegue ese placer y me lo guarde para mí.

Y así lo haré, guardaré para mí, el nombre de esta mujer de corazón descarnado por el amor y la bondad, la ingenuidad y la fiereza, que un día me encandiló, sin necesidad de malas artes ni engaños; sólo con la fuerza de su palabra.
[...]
"Estoy contigo...
sin ropa, sin prejuicios
acariciándote lentamente
provocando tus sentidos
despertado tus institntos"
Fragmento del Poema "A solas", de la poetisa mexicana (amiga mía) Ana Guadalupe.


Monday, June 12

Proyecto de futuro

Ahora que me estaba acostumbrando a mi vida de penurias y pobre soldada, a dormir poco y mal, y vivir por no decir malvivir con el cielo raso como tejado, van y me mandan a la reserva por un “quítame allá esas pajas”; por una pierna traicionera, la izquierda, no podía ser otra, que se me ha quedado tiesa, y ahora, algunos días ando con dos piernas tiesas y la derecha soportando el peso de la voluptuosidad del ánimo.

Creo que lo primero que voy a hacer en mi nueva vida será dejarme el pelo largo. Algo así con flequillo, patillas surferas y barba de dos días o día sí y día no, ya veré, todavía no lo tengo muy meditado. Tengo que proyectar mi futuro con inteligencia y saber aprovechar el tiempo. Estoy en ese momento de la vida en que es más fácil apretar las cachas y tirar para adelante, aunque duela, que volver hacia atrás y recular. Esto, seguramente, se lo debo a mi orgullo y falta de honestidad conmigo mismo.

Tal vez, vuelva a la universidad. Ya me imagino en esa nueva vida. Allí, en el aula magna, con cientos de compañeros y compañeras a las que mínimo les llevo dieciocho años, siendo el foco de atención. ¿Quién será este pureta? El profesor pensará alguno, viendo como espero serio y seco delante de la puerta, con una carpeta clasificador o un maletín de piel negro, cuero inglés, de esos que irradian clase y sofisticación, cargado de papeles en blanco, bolígrafos de colores, y un sándwich vegetal por aquello de guardar la línea.

Para integrarme, llevaré en el “pen – drive”, la última movida de internet, para intercambiar, como cuando era un criajo de medio palmo y me llevaba los cromos de soldados al cole, y seguro que mientras pasamos fotos de señoritas enseñando hasta las muelas, iremos diciendo aquello de SIPI, nopi, repe… y así un día, me invitarán a tomar unas cañas, y yo tomaré cerveza sin alcohol porque mi hígado es puro paté al scotch whisky, y a primera hora de la mañana tomaré un descafeinado o una manzanilla por el tema de la tensión.

Seguro. Pero ellos quedarán perplejos cuando en clase el profe, que seguro que tendrá diez años menos que yo, y llevará de adjunto tres, y no haya hecho la mili por objetor o insumiso, hable de soslayo de la caída del muro o de la reconversión del sector naval en los ochenta, y pregunte, marisavidillo y para quedar por encima del respetable si alguien se acuerda de ello. Entonces, mis compis se quedarán de piedra, y podrán observar el fósil geriátrico que se sienta a su lado, que ha vivido la historia y no la ha aprendido en un libro.

Y con un poco de suerte, una jovencita de dieciocho años, con el cabello rubio, los ojos claros, y la tez pálida y limpia se prenda de mi aseverada personalidad, mi brusco gesto y mi andar vizcaíno y tordo, de los dibujos desdibujados de los brazos, y los costurones que recubren mi piel. Y me enviará notitas de amor, de esas que huelen a monda de naranja y a goma de borrar y a colonia fresca de por las mañanas. Y se sonrojará al pasar por mi lado, mientras yo le huelo el pelo que huele a flores y vida. Pero claro… lo dejaré correr, porque como les decía estoy en ese momento en que ya no tengo ganas de dar marcha atrás, en su amplio abanico de acepciones, y sin hacerla sufrir, que de algo sirve la experiencia, el buen hacer y mis años de putas y borracheras y mentiras piadosas, le romperé los hilos invisibles que la unen a la luna y a los planetas, para que eche a volar con el resto de las mariposas.

Y los miércoles y jueves noche, contemplaré las juergas monumentales de mis compañeros a través de algún café, delante de una tila y un libro ajado, o tal vez, un fajo de papel de cartas, donde no sin pesar, relate para mis adentros la envidia que les guardo.

Y si la universidad no es lo mío, si me agobio o me duelen los hígados de tanto estudiar, siempre me puedo hacer pastor, y pastorear un rebaño de hámsteres rubios y pardos, en un terrario, fumando en pipa, y con un gorrito improvisado, confeccionado con un cucurucho de papel de diario; que a buen recaudo sino es para pastor, siempre puedo ser el tonto del pueblo.

Sunday, June 11

El irlandés.

Era un grupo de once o doce jóvenes. Estaban sentados en un banco, con los pies sobre los apoya culos, y los culos sobre los reposa espaldas. Era un grupo heterogéneo y rondarían los catorce o quince años, aunque a esas edades los niños siguen siendo niños y las niñas se han convertido en muchachas. Su timbre de voz era alto, y se pasaban, como en aquellas comunas hippie de los sesenta la maría, una gran botella de dos litros con un oscuro brebaje.

Mi perro les observaba con atención y el rabo levantado. Los observó un rato y comenzó a mover el rabo. Él sabe mejor que nadie distinguir un niño de un hombre. Y al él le gustan los niños porque le dan juego y le hacen pegarse unas buenas carreras. Sí, este perro, emula a los perros policía, pero en lugar de identificar droga, localiza niños, su ingenuidad infantil y su deseo de jugar. Se acercó a ellos, y a una prudente distancia los olió, dejó de mover el rabo, y dio media vuelta. Ya no los consideraba unos niños en potencia ni acto para jugar.

Aquel príncipe sajón, que le sacó las castañas del fuego a Martín Lutero, solía comentar para sí en voz baja, aquello de que siendo niño los adultos le obligaron a hacerse adulto, y que siendo adulto ya no le dejaban volver a ser niño. Algo así, pero más drástico, traumático y caótico les está pasando a nuestros niños.

Los niños crecen y se convierten en adultos antes de tiempo. Se saltan la niñez más poética para centrarse en una pubertad acelerada e impulsiva que los condena hacia el camino de una madurez mal construida y cimentada.

Mi querido amigo, el profesor don Ignacio da Silva, me suele comentar en sus cartas, que sus hijos han perdido la infancia en un soplo de aire. Que han pasado de aprender a andar, a buscar la forma más acertada para pasar sus controles los sábados por la noche. Él se echa la culpa. Sí, se siente culpable, porque el sentimiento de culpabilidad de un padre o una madre radica en ver como se destruye su hijo sin poder evitarlo. ¿Qué pasa cuando pones todos los medios, la comunicación y el amor paternal sin recibir o conseguir nada? En ocasiones, en sus cartas, me comenta que se siente impotente y desolado.

Yo suelo leerlo con atención. No sólo porque sus epístolas sean verdaderas obras de arte, donde la literatura y las palabras y la realidad se combinan en una acertada y hermosa amalgama de sentimientos sino porque escribe verdades como puños que golpean mi indiferencia. Después de leerlas, siempre te queda ese regusto, como el de la perdiz confitada, en el paladar, que te acompaña hasta el café, y el muy jodido me obliga a pensar.

Que vivimos en una época anómala no le puede extrañar a nadie. Ningún alma de este mundo se sorprende. Pero lo cierto es que verdaderamente no vivimos, sobrevivimos. Sí, incluso aquéllos tipos y tipas que no tienen preocupaciones vitales porque tienen los bolsillos llenos o el corazón lleno. Sobrevivimos en una sociedad que viaja demasiado rápida, con un ritmo trepidante y vertiginoso, como un coche de alta cilindrada que se ciñe suicida a las curvas de un acantilado a gran velocidad.

Sobrevivimos en una sociedad que nos demanda seguir su paso. Un paso revolucionado. Los padres, corriendo en sus carreras “esprintantes” laborales, se ven obligados a abandonar a sus hijos, los cuales quedan en manos de las viles aves de rapiña. No hablo de esos padres que ganan seis mil euros al mes en sus cómodos despachos, sino de los que no llegan a los seiscientos y hacen diez o doce horas diarias para llevarles un plato de comida caliente.

Mi amigo el portugués, entonces, se pregunta si son los profesores quienes tienen que tomar el relevo de los padres. Pero después de unas aseveradas premisas, reconoce que los profesores también sobreviven en una carrera loca a la sociedad. Tal vez, los maestros y profesores sufren más, porque mientras intentan educar sin éxito a los hijos ajenos, deben dejar en manos de las aves de rapiña a sus propios hijos.

Y mientras tanto, en el parque, donde mi perro observa en silencio y cauto al grupo de jóvenes, que beben y ríen pensando que la vida es una panacea, y donde el maná crece en los árboles por obra y gracia de las bebidas espirituosas, yo también les contemplo.

Y contemplándolos, me pregunto que pensamientos les vendrá a la cabeza a la mañana siguiente, cuando con la lengua de trapo y el estómago perforado, se arremolinan de rodillas sobre la taza del retrete. Que les pasará por la mente a esas niñas, que se lavan en la ducha con firmeza para sacarse el olor a hombre, y a esos niños que se creen hombres por haber descubierto su sexualidad solos. Y pienso que me están gritando. Pienso que con su comportamiento acelerado nos están lanzando un mensaje de socorro, sin que en sí mismos se den cuenta.

Viendo esto, esta imagen desoladora producto de la sociedad en la que sobrevivimos pero que construimos, tenemos todavía la oportunidad de parar en seco su maquinaria relojera, tomar un respiro para meditar con calma y sopesar si merece la pena autodestruir el único bien que hemos creado desde el amor, aunque haya sido por un instante eyaculador, nuestra juventud.
Mi perro observa a los niños que huelen a hombres. Me mira con desdén y burla socarrona como buen irlandés. Él, que es ella, ha preferido en otras ocasiones pasar penurias y hambre y recibir varapalos de la vida y de los hombres antes que despegarse de su camada.

Y es entonces, cuando la palabra animal cobra un nuevo significado para mí pero eso es otra historia.

Wednesday, June 7

Un día en la playa. (A day in the beach).

Me gusta la playa. No para lucirme ni para tomar el sol, sino por el mero hecho de perder un poco de tiempo recibiendo el aroma del mar, pero desde otro punto de vista.

No suelo ser crítico cuando estoy en la playa. Conozco mis limitaciones físicas, y debo confesar que en bañador, aunque sea bonito y caro, suelo perder bastante. No sé si será que con los años he ganado algo de fondo o si serán las desagradables cicatrices que circundan mi barriga o mi espalda, o esos tatuajes, nada tópicos ni típicos ni tribales, que se dibujan en mis antebrazos, cuyo significado solamente conozco yo. No suelo tostarme, ni broncearme como mucho un rojo no doliente que se mantiene hasta que finaliza el verano o el estío que dirían los poetas.

Como les decía no puedo ser crítico en estos lugares. Pero lo cierto, es que hoy, me he visto en la necesidad de serlo con dos señoras. Presumo que lo eran porque llevaban sendas alianzas en sus dedos anulares derechos. Dos señoras orondas, y… no vayan a pensar que soy de esos tipos que desdeña a una señora entrada en carnes, ¡por supuesto que no!, como al viejo Pedro Pablo, Rubens para los entendidos, admiro sus formas que se pueden volver tan delicadas y deliciosas como las de una joven meretriz escultural y tersa.

Verdaderamente, lo que odio en estos supuestos es la chabacanería. Y ésta no se debe confundir con la llaneza o la humildad de sentidos, sino con lo vulgar. Eran pues dos señoras gordas, pero maleducadas. Dos señoronas sentadas en sus butaconas de playa oteando el horizonte ficticio que no conversaban, gritaban, como dos bestias que son rejoneadas o como aquellas verduleras, aunque honradas, que intentan anunciar su género de uno a otro confín del mercado de abastos. Así eran. Ellas dos, con sus dos terriblemente horteras bañadores oscuros, casi obscenos para la vista, plagados de lentejuelas, hermanados en tallaje y formas, y comprados, sin duda alguna, en la misma tienda de ropa de baño, o quizás, eran de esas nuevas ricas, cuyos maridos se han partido la espalda narcotrafiqueando, y han pasado de fregar escaleras y loza a vivir en la opulencia antonina. Y como dos Agripinas, hijas de Césares y esposas de Césares, apabullaban con sus carnes vacilantes y flácidas, intentando cazar moscas.

Esta es la situación, no otra. No odio ni discrimino por un físico o raza o credo o tendencia política o bolsillo. No, no lo hago porque yo he sido pobre y rico y ahora un desgraciado. Porque sé lo que es vivir de la sopa boba y tener que sacarme las castañas del fuego, y eso, por desgracia o por acierto imprime carácter. Odio a aquellas personillas que atentan contra la dignidad del ser humano, y que insultan su elocuencia con esos tildes de vulgaridad desorientada y procaz, que llegan a incomodar a todos aquellos tipos y tipas, jóvenes y jóvenas que alcanzan en su radio de acción.

La vulgaridad es un mal español, tan español como la infravaloración, la envidia o la siesta. La vulgaridad, que en otra hora nos hace creer que somos unos “echados palante” no convierte en unos desorejados mastuerzos, unos meapilas, unos mirliflores estupefactos. Además, está estudiado y documentado, es condición sine qua non explayar esa vulgaridad a grito pelado. Extrapolarla e incluso exportarla al extranjero.

Es anecdótico ver hasta donde llega nuestra supuesta pero cierta vulgaridad, que en Inglaterra, en la City (Londres para los viajantes) se vislumbra a un español en el metro a varias estaciones de distancia gracias a su alto timbre de voz. Esa voz aguerrida y quebrada, un tanto chulapa y gitanesca que altera y crispa los nervios de los británicos y británicas, que suelen utilizar este transporte público para leer esos pequeños libros de bolsillo. No me quiero imaginar lo que pasaría en Japón, donde los usuarios nipones los usan para dormitar. Ese sueño de llaves, que se llama, donde uno pierde la consciencia el tiempo suficiente para descansar plenamente unas décimas de segundo, unos segundos o tal vez un minuto.

Las Palmas, el día de la bestia.

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También, contestando a un correo, me gustaría confirmarlas mis más profundas convicciones en el ser humano, esperanza ilusa ésta que me ha llevado de la ceca a la meca, y cuya máxima es el respeto y la tolerancia. Mas no por ello usaré el Messenger para ningún otro fin (aunque sea sexual) que no tenga que ver con el intercambio de ideas. (Espero haber contestado a Maduro40 y sus intenciones amatorias, jaculatorias y masturbatorias vía web cam).

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