Wednesday, October 29

Los Cobradores Amistosos. Secuencia Uno.

(Basado en hechos reales)

Mi maestra tatuadora, que tiene cuarenta y ocho años, y tres hijos; una hija en edad de casar de muy buen ver, que siempre intenta encasquetarme, aunque no lo dice en serio, que sabe que llevo mal vivir; me repasaba los tatuajes esa tarde del mes de octubre, en que los pajarillos, que no son muchos, se refugiaban de la lluvia torrencial.

“Yo, querida, te hacía el amor a ti, como un perro salvaje”. Y ella se reía, y me clavaba más la aguja percutora en los brazos.

Me contaba, que con esto de la crisis, se había buscado un nuevo trabajo. Que ahora, se dedicaba o dedicaba parte de su tiempo a trabajar en una oficina de diseño gráfico.

“No llego, y no paran de asediarme mis acreedores.”

Y es que hay que sacarse las habichuelas hasta de debajo de las piedras, y tanto monta como monta tanto, y el asunto es trabajar y sacar dineros. Y unos lo sacan de su trabajo, y otros su trabajo consiste en sacárselo a los que deben. Trabajo éste, el de rebuscar en la miserias, que no deja de ser trabajo aunque poco edificante. Puesto, que antes, se iba tras los que no podían y ahora se tira contra los que no pueden.

El asunto, señoras mías, es que en estas, mientras me embadurnaba de vaselina, la llamaron por teléfono. Y este, un número oculto. Por aquello de la confianza lo tomé yo.

- ¿Sí, dígame? –

- Buenas tardes, por favor, quiero hablar con…. –

- Mire, en este momento no está.

- ¿Y usted es?

Podría decirle aquello de: “a usted, señorita, le importa una mierda quien sea yo”. Pero le contesté.

- Su esposo.

- ¡Ah, Buenas tardes! Verá le llamo de la Gestoría de Cobro Amistoso “fulanito S.L.” para decirle que su banco nos ha devuelto un tercer recibo, y sino paga 300 € antes del día “x”, nos veremos obligados a meterlo en el contencioso.

- Entiendo. Pero en este momento, no disponemos de ese dinero. ¿Me puede dar alguna facilidad de pago?

- Lo lamento, señor, pero ya es tarde para eso. Han sido ustedes unos irresponsables, y ahora o pagan la cantidad que se les indica mediante transferencia o pago con tarjeta, o nos veremos obligados a meterlos en el contencioso. Y eso (pausa) será peor.

- Verá, señorita, yo comprendo que es su trabajo, pero no habría manera de poder hablar con alguien superior a usted, explicarles la situación, y llegar a un acuerdo económico que nos pueda satisfacer a ambos.

- Miré, miré (esto de pedir a alguien superior la debió ofender), ¿Usted es abogado, entiende de leyes?

- No, señorita, pero….

- Pero nada más. Si no paga antes del plazo fijado, aténgase a las consecuencias.

Y colgó el teléfono.

Me cuenta, Teresita, que tiene una media de doce llamadas al día de números desconocidos. Que al atenderlos, en su mayoría la tratan así: con ese desprecio del que se sabe a salvo en su agujerito mezquino y oscuro, al amparo de las sombras, a cientos de kilómetros de distancia de su interlocutor. Sabedor, del que debe, del moroso, está amilanado, humillado y desesperado por salir de esa situación, y que no encuentra salida, porque los bancos cierran sus puertas, y a los amigos se les acaban los ahorros. Y, tal vez, sólo queda rezar a San Judas Tadeo, y pedirle un milagro.

Y así, día tras día y hogar tras hogar…. A veces, algunas me pregunto porque me dedico a morder el polvo y mear sangre por algunos mal nacidos de esta tierra… y en esos momentos, me entran ganas de vomitar. Que sí, que ya dije en su día, que cada uno tiene que pagar sus deudas, pero ¡coño!, todo se puede pedir con un poquito de dignidad.

Al final de la tarde, cuando el chaparrón, que se dice en mi tierra, descampó y salió un tímido sol, que “arcoirizaba” el cielo, le puse sobre la mesa 300 € por repasarme los tatuajes. Ella, que está para hacer sopas, me miró con esa chulería natural de las mujeres de esa tierra, y con el orgullo de una madre que crió a sus hijos, desde que su difunto se murió de un enfisema hace la friolera de un decenio y me dijo.

- Tu vuelta, Maese. Hoy, invita la casa.

Tuesday, October 28

Porque sí.

Wednesday, October 22

Mi amiga la profe, y el que me jodió la historia.

Tengo una amiga, y cuando digo amiga es sólo amiga; que, aunque respeto de igual modo a las señoras que a las señoras putas, también es cierto que no me gusta tirarme flores cuando no son de recibo. Decía, que tengo una amiga, que es profesora de “conocimiento del medio” o sea las “sociales” de toda la vida, que me llamó el otro día por teléfono.

Sépase de ante mano, que rara vez, por no decir aquello de “nunca jamás” cojo el teléfono. Entre otras razones, todas poderosas como los pechos de la teutona señora puta de un lupanar berlinés que conocí en otro tiempo; porque cada vez que respondo es para indicarme el lugar al cual debo dirigirme para hacer mi trabajo.

¿Cuál es mi trabajo? Seguro que algún marisabidilla, pijotero y amariconado, se lo pregunta, mientras me pone verde, y verde le come la envidia que le corroe, delante de la pantalla de su ordenador, tal vez, maybe, una TFT, en su cutre y aburrido trabajo de oficinero. Aunque, qué Dios me perdone, hoy en día no se está para andar derrochando trabajos. Así pues, retiro eso de “cutre”.

El caso, les decía, que mi amiga me llamó por teléfono, y que yo contesté. Quedamos, un par de horas más tarde para tomar un café. Y aquí, también debo hacer un paréntesis, puesto que no sólo resulta extraño que coja el teléfono, sino que también resulta cuando menos anecdótico que me halle en la misma ciudad.

Tomamos un café, después de otro y otro, hasta que su tensión arterial y la mía se dispararon con tanta cafeína recordando aquellos tiempos mozos en que jugábamos a las canicas y a los médicos detrás del palco de la verbena en las fiestas del barrio. Y mientras sorbía con sutileza mi cortado, recordaba aquellas pequeñas y duras mandarinas que se apostaban tras su incipiente sujetador de hembra, que con los ojos cerrados, todavía sabía a goma de mascar mientras la besaba.

Y esos pensamientos, jaculatorios, y demás, debió ella de rememorar porque invadida por una ardiente faz me miró, y con cierto desdén engañoso, me llamó cochino. Luego, risas, risotas y un poco más de cafeína.

[Discúlpeme un momento, pero voy a entornar la cortina, pues desde la ventana de este piso franco de Lisboa, me enfrento a una plaza, y desde ella, la ventana, veo como un mameluco de tres al cuarto, deja que su perro se cague vivo en medio de ella, donde niños y ancianos, parejas de enamorados y encabritados bobalicones y bobaliconas pasean y juguetean y, como se dice hoy entre bastidores unionistas europeos, se sobetean a la francesa. Y seguro, porque pasa y siempre ha pasado, que es una puta ley física. Alguno de estos que he nombrado, pisará distraídamente la deposición del cánido y acabará de bruces contra el suelo adoquinado, o cuando menos y a lo mejor, con un zapato manchado de mierda. ]

Y en tanto la cafeína hacía su efecto adrenalínico, y los recuerdos sugerían mucha tontería de otros tiempos y otros entornos y otros ensueños….

En fin… todavía pienso en el maldito incívico y su perro. Mañana, les cuento.

Wednesday, October 8

El Maltratador, su mujer y otras cosas del mal meter. Acto Primero.

La familia de Petros, que es hijo de una chipriota - griega y un perro del desierto, se afincó en Chania (Hania, Isla de Creta), allá por los tiempos de “María Castaña” o sea, después de la Segunda Gran Guerra, por el aquél de volver a los orígenes de ancestrales macedonios y “Alejandros Magnos”.

Petros tiene un quiosco, al uso, en pleno centro de la ciudad, a unos cientos de metros del paseo marítimo y del puerto deportivo, donde las terrazas se mezclan con los lupanares nocturnos, con los guiris y el mustaka con mucho yogur griego.

Hicimos amistad a principios del dos mil y poco, cuando los convoyes americanos necesitaban escoltas, ya fuera en el estrecho gibraltareño, en el de Messina o después en la zona del Egeo. Siempre que paso una temporada en la ciudad, me guarda el periódico. Y éste, el “newspaper” siempre del día anterior.

Leo con consternación las noticias, mientras enfría mi “white caffe”, en una terracilla al borde, literalmente, del mar; un mar sereno y cerrado al océano abierto.

Y es que hay que tener estómago, para leerse el periódico, y siempre lleno, pues es recomendable no leerlo en ayunas, por aquello de soltar la bilis y otros jugos.

¿Dónde han quedado los héroes? Se pregunta un reportero de firma, que a continuación relata las desventuras del profesor afincado en Madrid, o la del otro anónimo señor que ha protagonizado el último escándalo filantrópico en Valencia. Si es que ahora, esa es la moraleja, es mejor mirar para otro lado, silbar como quien no ve nada, y dejarse llevar por la brisa hacia otra banda, porque el tema de echar una mano está muy mal.

No se le ocurra, a no ser que sea cinturón negro, en echar una mano a un tipo en la carretera con rueda pinchada incluida, por si las moscas, y por si es una artimaña para sacarle la cartera y otras propiedades. No se le ocurra, acercarse a una ancianita a tomarle la comprar y ofrecerse a llevarla a su casa, pues le pueden demandar por pervertido. No se le ocurra, sonreír a los niños en los parques por su gracietas mañaneras o tarderas, porque tal vez, se le malinterprete y lo entaleguen por pedofilo. Y por supuesto, no se le ocurra, auxiliar a una señora que hostia su marido o pareja en la calle, porque lo más seguro es que le ofrezcan unas panaderas.

Sí. Así es. Eso es lo que el ciudadano ve y oye. Y, qué demonios, piensa. Porque no todos los aquí presentes tenemos cuerpos de “Stallones”, y técnicas de combate y labia y abogados, y dinero para estos últimos para salir airosos de todo este tipo de pedradas en el ojo.

Y, claro, llegará un momento, que siguiendo este tipo de rutina, salgamos armados a la calle, con la mosca detrás de la oreja; o simplemente que no salgamos. Que nos quedemos al calor del hogar, dejando que pase el tiempo, y que otros menos listos o avezados, o aquéllos cuya profesión les impide mirar para otro lado, se hagan cargo del asunto. Y, así, como quien no quiere la cosa, iremos convirtiendo este perro mundo en un mundo de perros.

Pero eso sí, veremos en la tele, oiremos en la radio y nos anegarán con anuncios de solidaridad con el tercer mundo. De niños que se mueren de hambre, hacinados en cochiqueras, granito de arroz viene granito de arroz va. Y sí, es cierto, es jodidamente cierto que se mueren como frágiles ramitas entre las manos de unos pocos, que sacan las fuerzas de flaqueza y de sus adentros para soportar todo ese panorama. Que llegan a sus campamentos, se meten bajo el chorro de agua fría y sucia, si la tienen, y se descomponen el alma ante tanta impotencia y sufrimiento.

Y todos, nos llevamos las manos a la cabeza y nos decimos. Mañana, si me acuerdo, les meto quince euros en la cuenta.

Pero más cerca. Tal vez, en la casa de a lado, donde viven tus amiguetes, donde tu vecino de toda la vida te saluda en el portal mientras baja al perro, tal vez, allí, estén hostiando a una buena señora. Una señora temerosa, unos hijos que lloran en silencio, por miedo a recibir otra somanta. Y tú, como yo, sabemos que pasa. No seré yo quien les pida que se acerquen a la puerta de su vecino, si esto ocurre, y lo hostiguen, pero tal vez una llamada a la policía sea suficiente, y que se aclaren las cosas. Tal vez, cobijar a esa mujer en tu casa y cerrar a cal y canto hasta que lleguen los guripas sea más que nada. Y tal vez, así, sepan que no están solos.

Mientras esto pienso, El camarero, que es una camarera griega de pura cepa. De amplio, pero hermoso, apéndice nasal y fabulosos pechos, me trae otro “white caffe”. Me sonríe y yo a ella, aunque sé que ni por asomo le podré hacer sombra a su maromo; porque no siempre se ganan todas las batallas, aunque sabedor, todavía, de que puedo ganar muchas guerras.

No soy Arturo Pérez Reverte

Esta entrada será breve y concisa. En respuesta a todos aquellos y aquellas (por lo de miembro y miembra) que se han acercado con sus comentarios y preguntas, y su insana curiosidad; volveré a repetir: No soy Arturo Pérez Reverte. No tengo su genio, su arte y ni siquiera me parezco cuando me miro al espejo, cuando tengo espejo.

NOTA.- Mañana más, pero no de lo mismo

Thursday, October 2

La perra crisis.

Mi amigo, el perro del hortelano, se bajaba los pantalones delante del convento de las monjas clarisas, para rogar, si a bien lo tenían que le blanquearan la ropa.
Costumbre ésta, la de blanquear la ropa, que se ha hecho popular sobre todo entre las que van a entrar en el ramo de las “matrimoniadas”.

Sé que este pequeño encabezado, a modo de introducción, pseudo surrealista, podría dejar perplejo a más de uno, y que también, aquéllos que se aburren, que se sacan las cacas de la nariz con dos dedos o calcunillos de sieso, que se toquetean por debajo de la mesa, viendo señoras ficticias en la pantalla, y otros más aseverados navegantes, intentarán buscar el uso y abuso de estas contradictorias, dispares y absurdas introducciones. Pero esta vez, señoras mías, les ahorraré el trance.

No hay sentido alguno, ni hilo conductor ni mierdas en vinagre. Me salió de los adentros, algo amantecados, hablar de mi amigo, al que conocen en el argot callejero de la jungla universitaria como “el perro del hortelano”, por esa costumbre tan suya y fea, de “ni comer ni dejar comer”.

Ya, anclado en puerto, y nunca mejor dicho, en mi casa, que atesora todos esos recuerdos de mil cacerías por los confines de la tierra, que huele a cerrada, a pelo de perro mojado, a la hierba húmeda y a hembra aseada, cien euros la hora, que encontré solitaria y taciturna en una barra americana, me he dispuesto a leer la prensa.

Pero no, no se confundan. No voy a tomar el primer titular de prensa que me plazca o me merezca justicia para ajusticiarlo. No, hoy no tengo ganas. No me apetece, tomar cualquier noticia rotulada al azar y hacerla añicos con mi lengua viperina. Hoy, solamente, hablaré de mi forma de leer el periódico.

Yo soy, como algunos, de los que se hacen amigos de las costumbres de viejo, siempre que sea posible. Me gusta el olor del papel impreso, donde las noticias calentitas se hornean a fuego lento en los bajos de los bares y tabernas.

Me gusta abrirlo y extenderlo como un mapa de carreteras sobre la mesita pegajosa de una terraza, con la catedral de Cádiz de fondo, y el hormigueo del calorcillo del otoño picando las carnes.

Me gusta abrirlo. Y, siendo como soy pilonero, me gusta adentrarme en sus entrañas, hasta sacarle todo el jugo. Algo así como con las señoras, que no me importa reconocer, que en siendo de confianza y limpias, me gusta degustarlas (otra redundancia) hasta el carné de identidad.

Dos cafés, más o menos, dependiendo del rotativo me duran las lecturas, donde siempre paso por alto, las noticias locales y economía. Razones poderosas tengo para tal omisión, y son que ni suelo estar en mi localidad, ni me interesa la economía, que no signifique que no me preocupe.

El otro día, leyendo prensa y suplementos atrasados, leí una carta donde un señor de Cuenca, por decir algún sitio, sostenía, como Pereira, (véase el juego de palabras), que exagerábamos con esto de la crisis, y que si en Tanzania u otros lugares del tercer o cuarto mundo las pasaban canutas.

¡Qué razón tiene el joío! Razón no le falta. Que puestos a comparar, si un niño en España se queja, con relación a un congoleño es un vicioso mal criado. Y si un taxidermista de Kentaky (que se pronuncia kentoqui) se queja con respecto a uno marfileño, es para hostiarlo en toda regla.

Que una cosa es la crisis económica de nuestras entrañas y otra, la situación que viven en ciertos países de este perro mundo.

Y, a buen seguro, que si ese señor de Albacete, por decir algún sitio, hubiera salido alguna vez de su casa de trescientos metros cuadrados, y dos piscinas; o si hubiera alguna vez pisado tierra, más allá del club náutico, en su portentoso yate, reafirmaría su convicción y afirmación de que en ciertos lugares de la tierra no se vive, se sobrevive. Y, eso lo dice un servidor, que ha mascado polvo y sangre en muchos de esos lugares.

Pero el asunto, es que en España, hay miles de familias que las pasan putas para llegar a final de mes. Que los cobradores amistosos barra no amistosos, les atosigan (que también se tienen que sacar las castañas del fuego) para pedirles letras que no se pagan. Que muchos, pasan las noches en vela dándose golpes en la cabeza, preguntándose por qué compraron esa finca o ese cochazo en las vacas gordas. Y cosas “asín”, que diría mi amigo Anselmo. Y, ya, ya sé, que mala suerte, que pensaran con la cabeza y no con los pies, etc., etc., etc., y punto en boca.

Pero ánimo. Ánimo a todos aquellos señores y señoras que lo están pasando mal. Ánimo porque todos merecemos una segunda oportunidad, si hemos sido honrados. Que sí, que como reza el padrenuestro, debemos pagar nuestras deudas. Pero tranquilos, aguantemos el tirón, y sobre todo, aguantemos la salud, que en esta vida se está de paso, y son dos días mal contados. Que todo acabará y llegarán mejores momentos.

Tuesday, September 30

Aislado. Tercera Parte. Divagando.

Si llueve, que no diga que llueva, los bajos de los pantalones se me mojan, igual que los pies, porque traspasa, las gotas, las viejas botas de campaña.
Los pies, por el frío, son un manojo inservible de alambres retorcidos y piel quebrada, que ahumean, como ese aliento que te sale de la boca, las mañanas gélidas.
Cada paso que das, si lo das, es como si te metieran un buen palo en el lomo, como a esos bueyes castrados, que arrastran con severa resignación el arado sobre la inerme tierra.
El tritón, que es el segundo, sabe peor que el primero. Y el viento, que todo lo puede, le arranca fugaces destellos. La mar, encrespada, y de fiero azul, abraza la barriga fría. Mientras, sus brazos, largos y sinuosos, como los de aquella prostituta de Balboa, acarician sugerentes la obra viva.
Al final, la jaculatoria, el acto extremo e íntimo. Miles de millones de infinitas gotas, salpicando el rostro quemado, ajado por el tiempo y las musarañas.

Friday, September 26

Aislado. Segunda Parte.

Un rayo verde. Eso es. Un rayo verde, que sazonado de brillantes borlas, corona el horizonte. Y mientras el tritón se consume por el efecto del viento salino, que me azota la cara, me anega los bajos hasta los tobillos, y ciento y la madre que podría seguir relatando, un pajarillo verde lucha desesperado por alcanzar el espejo.
Por un instante, fugaz, desearía que mi brazo fuera de goma, elástico, y poder atraparlo con la mano, y dejarlo con suavidad, o levedad sobre la cubierta salpicada de orines de gaviota vieja.
Se lo merece, pensé, viendo como sus ganas de vivir eran más fuertes que sus debilidades. Se lo merece, volví a pensar, mientras escupía una brizna de tritón, que ahora el viento de proa arrancaba hacia la nada.
Y pensé, mientras se me hinchaban los adentros, que en lugar de ese pajarillo, podrían estar en esa maldita tesitura, todos esos milongueros que prostituyen sus cerebelos, si es que tienen… Y, tal vez, y sólo tal vez, tuve una erección, recreando sus caras de asilvestrados asnos, sudando la gota gorda y perdiendo los huevos por alcanzar el espejo.

Thursday, September 25

Aislado. Primera Parte

Estoy aislado del mundo exterior en una burbuja gris. Un gris metálico, nuevo y reluciente, pero, que como un muro de hormigón, me impide ver el horizonte de la actualidad.

En compensación, salgo a cubierta y veo la mar. Hoy con un tono tristón, y encrespada golpeando con rebeldía el “fil de roa”. Esperaré fumándome un tritón, que me ha regalado una señora puta de las Marianas, a que en llegando la noche, vea la bóveda y me surjan los orgasmos ante tanta belleza.

Tuesday, September 23

Nuevamente aquí

Nuevamente aquí, después de un asueto reglamentario, de una circunnavegación por el ancho océano y todas esas cosas que se pueda decir. Lamento a aquéllos que me han escrito, el reprochable hecho de no contestarles, y intentar en la medida de lo posible volver a la rutina de la editorial diaria.
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