Tuesday, July 4

CERRADO POR VACACIONES

Mis pocos pero selectos lectores, está sección permanecerá cerrada por "vacaciones" hasta el finales de septiembre.
Un abrazo a todos.
Queda deshabilitado la opción de comentarios para que no gasteis tecla.

Sunday, July 2

Dale al click en el audio de mi perfil

Tengo el placer de comunicarles, que si se introducen antes de leer ningún artículo en éste su blog, en mi perfil y presionan el botón de audio creado para tal efecto, podrán deleitarse con una bella copla mientras leen.
Es verdaderamente apasionante esto del "INTERNETE".

Wednesday, June 28

Yo de mayor quiero ser....

Hace unos cuantos años, cuando yo llevaba pantalones cortos y un horrenda corbatilla con dos gomitas y nudo de adorno, los papás y las mamás de España, y entiendo que de parte del extranjero, querían que sus hijos, o sea nosotros, de mayores fuéramos abogados, médicos, ingenieros y arquitectos. Dos razones avalaban esta meditada y transcendental decisión paterna: la económica y la social. Ciertamente, ambas eran codiciadas entre las clases medias y bajas de la sociedad, dinero y poder.

De un tiempo a esta parte, los hábitos sociales han ido cambiando. La llegada de la democracia, el destape, Manolo “la nuit”… han sido adelantados por la tontocracia, la pornografía y por supuesto por los concursos idiotas donde personas idiotas se desnudan física y psicológicamente por unas monedas, pero sobre todo por la necesidad de hacerse conocer, que tal vez para ellos, sea lo mismo que hacerse valer. Así pues, también los papás y mamás han cambiado sus sueños futuribles para con sus hijos. Ser futbolista, el mejor o famosete son ahora las prioridades.

Pero en ambas direcciones, famosotes o abogadotes las razones siguen siendo las mismas: dinero y poder, aunque cambie el medio ético para conseguirlos, i.e., de romperse los codos estudiando a romperse las cachas en un plató de televisión.

Yo que todavía tengo una mente infantil, y con un mínimo grado de madurez, le he estado dando vueltas a esto, dentro de la zanja donde me he afincado con mi amigo el tuerto, y cuatro más. Sinceramente, no me veo con la toga negra impartiendo justicia, ni con la bata blanca curando enfermos, y mucho menos construyendo una casa o un puente. Por otro lado, tampoco tengo edad para volver a los pantaloncillos cortos y darle unas buenas y fructíferas patadas a un balón, y obviamente, no tengo las tetas ni los culos de esas señoritas que salen por la tele para hacerme un hueco en el mundo de las tertulias del corazón.

¿Qué rayos puedo ser yo de mayor? Si es que no me gusta sudar más de lo necesario… hasta que di con la solución. Yo de mayor quiero ser político, y a poder ser presidente de un país, y visto lo visto; y si no que se lo pregunten al presidente de Argentina y todos los presidentes que lo han hecho antes que él; merece la pena ser político. Subirse el sueldo. Inmunidad a la hora de poner verde al primero que se ponga enfrente. Soltar barbaridades berberíscas por la boca y quedar como un Pepe. Y si esto fuera poco, hacer lo mejor que se le da al ser humano después de dar por culo, mentir.

Nota.- Que alguien me explique lo que significa ser demasiado conservador para el cargo, antes de que se me inflen los higadillos.

Con amor para todos desde una zanja bien cavada en paradero desconocido.

Monday, June 19

Hay dolores que matan

Hay dolores que matan, que te agotan y que te dejan "baldao"; de esos dolores traicioneros y chulescos, que te arrebatan el poco equilibrio que te queda en la sesera y te rompen los esquemas, las circunstancias y las ideas. Y que no te dejan relajar. Te absorve y devoran con total impunidad, inmisericordes y todas las gaitas joteras que uno se pueda imaginar.
Pero se asumen, con mayor o menor cordialidad, y se tira para adelante... porque el dolor sólo es una sensación y ésta se puede anular, tal vez, no totalmente pero si gran parte.
Hay, por el contrario, otros dolores que no son físicos, son mentales, y éstos, cabrones, no se van de la cabeza, como esa amiga que tengo que me ha dicho que estoy cogiendo kilitos desde que estoy parasitando, y oigan, para un tipo como yo, más presumido que un pavo real el día de la monta, eso me llega al alma.
Y no es que lo diga por maldad, que en el fondo, aunque sea muy fondo, allá donde las llaves (matarile, rile,rile) se que me quiere, es porque en el fondo sé que tiene razón. Y eso de dar la razón a mi me cuesta, porque soy cabezón (que no hipercéfalo), testarudo vamos, y eso no hay dolor ni pundonor ni verdades como puños que lo cambie.


Saturday, June 17

Mi amigo el Madero

Las señoritas del Corte Inglés me traen por la calle de la amargura, con sus blusitas verde manzana y sus faldas rodilleras. Estoy seguro de que pasan un casting porque todas son guapas, lozanas y espectaculares, además de educadas y serviciales. Les confieso que cuando me levanto con el pie izquierdo me paseo por el centro comercial, divagando en voz baja entre botes de perfume y corbatas, esperando que alguna pique el anzuelo y con esas enormes sonrisas de perlados dientes blancos se me acerquen y me colmen de cortesías y buenas palabras…

No sé si, alguna vez, les he comentado pero yo tengo un amigo, de esos de infancia de bocadillo de chorizo playero, de pacto de sangre y peleas infanticidas; uno de esos amigos que se tienen para toda la vida, que te abren su puerta de par en par, casados, al cabo de los años, a las tres de la mañana y tú oliendo a alcohol que apestas, con una de esas curdas lloronas; los dos críos en la cuna y su mujer cabreada; que es policía. No es que fuera una vocación temprana. Verdaderamente, le hubiera gustado ser escritor, pero como suele pasar en este país, y en otros, que de esto no se libra ninguno, le dio pereza pasar hambre el resto de su vida, y tomó la opción de ingresar en el cuerpo como su padre, y antes que él su abuelo, y así una larga lista de generaciones parentales, que me sería costoso y a ustedes tedioso, si tuviera que enumerar.

El asunto es que mi buen amigo, ese que les comenté que tenía una paciencia que tiende al infinito y una caridad cristiana más grande que el Vaticano, es policía. Comenzó de número, haciendo prácticas en Carabanchel Alto y acabó de subinspector en Santiago. Allí se casó con una farmacéutica, de buena familia, pero buena persona. Fue un flechazo a lo película de Hollywood, con un apasionado beso al final y fundido en negro. Yo asistí a su boda, allá por el noventa y cinco, y también al nacimiento de su segundo hijo. Un varón pequeño y con cara de pillo, que parece nacido para ser un gran sinvergüenza, mujeriego y simpático, que se pasa los días jugando a los vaqueros con sus amiguitos en el parque.

Hace unos días, cuando regresé, con mi pata de palo y mis historias, me invitó a cenar a su casa. Obviamente, los niños se van haciendo grandecitos y su mujer cada vez me tolera menos. Soy como ese amigote solterón e inmaduro que da por culo en los estables hogares, en toda comedia de situación que se precie, aunque, más que para farmacéutica debería haber ido para actriz, disimula con pasmoso arte; con una sonrisa franca, y un comentario amable siempre saliendo de su boca.

Mientras cenábamos, me contó lo tranquilo que vivía. Que si un altercado de estudiantes, que si una pelea doméstica, que si un traficante al por menor vendiendo género en la Herradura, que si un gamberrillo… menudencias, o sea, tranquilidad, calma chicha.

A los postres y el café, allá de madrugada, nos fumamos un puro, y me despedí. Un buen abrazo, fuerte y firme. Dos “muaks” protocolarios a su señora, y un hasta pronto.

¡Qué bien vive este condenado!, pensé.

Claro, que no me quería acordar del disparo que le metieron en el vientre y a punto le estuvo de costar la vida. De la vez que le denunció un hijodeperra por abuso policial, cuando el muy canalla le estaba propinando una buena somanta a su mujer. No me quería acordar, de cuando vivió en el País Vasco y se escondía como una alimaña en las tinieblas de la noche, viviendo cagado de miedo, y más miedo que pasaba su mujer e hijos cada vez que en el telediario de la tarde salía un ataque terrorista. No me quería acordar, de su mierda de paga, y de que faltó un colín para tener que hacer horas extras de taxista en turno de noche, si no fuera porque su señora se puso a trabajar de manceba en la farmacia de otro. Claro, de eso no me he querido acordar.

Y, estoy seguro, que el fiscal general, que ayer humilló a nuestra policía nacional a golpe de insulto culto y mediático, tampoco se quiso acordar de las penurias que pasan. De cómo se juegan el físico cada día y cada noche en las calles, velando, como ángeles de la guarda, para que usted y yo podamos intentar salir a pasear sin tener un mal tropiezo. Sí, está claro, no se quiso acordar.

Pero yo, que estoy lúcido hoy y despejado, me he acordado, y me ha dado dolor de vientre y de pecho y de corazón, y hasta vergüenza ajena… Y al salir a la calle, y encontrarme con el coche patrulla que vigila la zona donde resido, y por lo tanto, hace que duerma tranquilo, tuve que agachar la cabeza porque me sentía culpable. Culpable por omisión. Culpable por no pararlos y darles un abrazo, y decirles que son los mejores y que no falten a su trabajo, aunque les menten a sus madres, que yo me siento tranquilo y sereno cuando les veo circular por la ciudad. Pero no me atreví, me pudo la timidez.

Y la timidez me bajo el ánimo, y tomé el coche, que estaba en la cochera, y me acerqué al Corte Inglés, a la planta de caballeros, donde una señorita muy educada y muy hermosa, que respondía al nombre de señorita Martínez, me atendió con una soberana excelencia. Y mientras ella me mostraba corbatas de terribles colores, yo contaba con los dedos los pliegues de su camisa verde manzana.

Thursday, June 15

Cuando el hormigón se convierte en arte.

“HABLAME CUANDO TUS MIEDOS NO DISIMULEN
LAS CICATRICES DE TU ABISMO
RECUERDAME CUANDO EL HORIZONTE DE TUS OJOS
PUEDA ENCONTRARME
BUSCAME EN EL CONTRADICTORIO DESTINO
QUE NOS AGUARDA DIFUMINADO
Y BESA MI PIEL EN EL MOMENTO PRECISO
QUE DEBAS AMARLA”

Del poemario “Déjame que hable de tu cuerpo”, de Loly, la luna de Skorpio.
No sé si ustedes estarán de acuerdo con aquella afirmación que dice, que la música amansa a las fieras. A mí, particularmente, me amansa la poesía. Tal vez, porque en ella veo y siento música. Sí, puede ser que sea eso. Tal vez, no es en sí la estructura sino la sonoridad que me produce cada vez que leo un verso lo que amansa mi espíritu.

Hoy, les ofrezco un fragmento de otra poetisa, en esta ocasión española, afincada en Barcelona (que todavía es española), y a la cual tengo el honor y fortuna de conocer. Me atraen sus versos porque están cargados de un sentimiento que raya la sensualidad y el sano erotismo, una conjugación de sabores que explotan en el paladar, y dejan ese regusto que recuerdas incluso cuando dejas atrás la digestión.

Pero sobre todo, sus versos me sorprenden… porque verdaderamente, es una poeta social, una protestota documentada, y una crítica maravillosa; de esas que sólo se conforman con la constructiva. Una urbanita. Cosmopolita, que surca la jungla “asfáltica”, esbozando con su carboncillo mental paisajes que fructifican en estos maravillosos versos. Una mujer que observa las estructuras de acero y hormigón y las modela en sentidos versos.

Por supuesto, huelga decir, que también la quiero sólo para mí.

Wednesday, June 14

El pajillero ético

Follar, coger, joder, fornicar… todos verbos que utilizamos cada día, para evitar la expresión “hacer el amor”; aunque realmente cierto, cuando lo único que nos interesa es intercambiar fluidos en un orgasmo relámpago, una eyaculación más o menos espesa y unos cuantos gritos de conejo… pero no, no me malinterpreten. No vengo a defender el amor y a desahuciar el sexo. ¡Dios me libre! Vengo a comentarles la anécdota tan divertida que me ocurrió hoy.

En esto, en mi nueva vida, que no se me pasó por la cabeza otra cosa que navegar un poco por este medio. Así que navegando, navegando, divisé en la línea del horizonte, un escollo, un arrecife coralino, o eso parecía a simple vista. Y con sumo cuidado, viré el timón para sobrepasarlo sobre mi costado de babor. ¡Qué imprudencia cometí! Pues fui a dar de lleno con un fondo rocoso, que rasgó todo mi casco. Hablo de una sala de chat.

Ésta, en concreto, estaba dedicada al cibersexo. Y yo, me puse de sobrenombre Pentateuco. Entré. Y no debería llevar más de diez minutos, sin mediar palabra, cuando recibí un privado. Me lo enviaba “El_Jefe”, y en el me decía, o mejor dicho me recriminaba.

“No te da vergüenza usar ese nick?”

Me quedé helado. Entre los usuarios había “negro30cm”, “gatitacaliente”, “xx-boy”, “lanenaza”, “vergavenosa”, “casadoinfielcam”… y este buen hombre, por decirle algo, se fija en mí. ¿Qué era lo que le producía tanta indignación? Acaso, ¿es más natural entrar en un chat con el nombre de pedófilo? ¿O es más corriente y correcto buscar una hembra cachonda y liberal para masturbarse por la web cam?

¡Madre del amor hermoso, con la inquisición hemos topado! Hasta en estos salones tan bien diseñados para la libre y promiscua expresión, donde hombres obesos y acomplejados, intentan buscar una cita virtual con una señorita, las cuales no suelen acudir a estos sitios, para enseñarles su miembro, por lo general atrofiado e impotente, y poder masturbarse… y con un poco de suerte, enviarles un correo a otro amigo, de semejante envergadura moral y física y poder jactarse del pajote practicado. Y va, y con sus santos cojones, se indigna porque utilizo un libro bíblico que a buen seguro no ha leído, y aunque lo hubiere hecho no lo hubiera entendido, porque su mente se centra en su pene y en esas vaginas entrecortadas que puede ver a través de una cámara, con una mala señal visual, y suelen ser por lo general un montaje poco elaborado de otro palijero en la misma situación.

¡Cuánta hipocresía!

Señor mío, sí, a usted me refiero, al del nick de machote ibérico, al del sobrepeso desmedido, al que tiene la panza llena de miguitas de donuts y pastelillos, y la picha en carne viva, que de tanto jugar con ella, no tiene un pene, sino un joystick. Sí, con usted hablo, con el santo inquisidor, el web master del chat del ciber sexo o sexo virtual, a usted me dirijo. Dejé a un lado su pene castigado y su caja de pasteles. Aleje la vista del póster de la conejita playboy, que jamás su anquilosada mente podrá su mente imaginar, y escúcheme. Escuche la fuerza con la que imprime las palabras un hombre. Uno de esos que sale a la calle, que respira aire de verdad, que se quema bajo el sol, y se comunica. Uno de esos tipos raros que en lugar de darle al pellejo se va de putas por aquello de no perder el contacto y el sabor de la carne. Uno de esos tipejos, de los pocos, que sí sabe donde encuadrar el Pentateuco, que no es un libro sino cinco, y que efectivamente está en la Biblia. Y ésta, señor mío, de momento, se escribe con mayúsculas porque es nombre propio.

Sí, con usted hablo y a usted mi dardo fácil y mi saeta envenenada apuntan. Déjese de demagogia e hipocresía, y siga masturbándose delante de un ordenador. Le doy las gracias, porque sé que mientras mierdecillas como usted sigan dándole al palito, hombres como yo seguiremos al pie del cañón haciendo el amor, follando o cogiendo como dicen nuestros vecinos americanos.

Déjese de milongas. Parece usted un fariseo… y siga un consejo: ya es hora de que se saque el dedo del culo.

Tuesday, June 13

La cena, memoria y los versos.

Mientras escribo estas líneas, todavía, mi cabeza retumba como el motor de explosión de dos tiempos de un viejo y roído tractor. Y es que ya no estoy para chanzas tan particulares y majestuosas como la cena de anoche, donde las viandas suculentas en conjunción con un mágico y soberbio líquido elemento nos transfiguró a los presentes.

Allí estábamos reunidos, lo más granado del pueblo. El barbero filósofo, el maestro, el cura párroco; de sotana impecable y canana pistolera; esa sotana dominguera que guarda sobre su hombro derecho el surco de la correa de su escopeta, el maestro armero y un elenco de personajes venidos de la capital para dar cuenta de la pitanza.

Y, como les decía, la conjunción de las carnes y los postres, de los vinos y los licores desataron nuestras lenguas comenzando una tertulia, de esas tertulias de café de abolengo, atmósfera de humo de puro habano, y un castrati entonando un miserere.

Hubo tiempo para hablar de batallas, de duelos dialécticos en defensa de la palabra y los argumentos, de disertación y discurso ebrio y socarrón y de memorar con la copa en la mano, años de amistad y trabajo juntos, y de oraciones también, cuando bajo una misma bandera, luchamos en nombre del Rey, como corsarios que fuimos, haciendo rodar cabezas entre mandoble y mandoble, arcabuz y algún que otro porrazo.

También hubo tiempo para el silencio, ese que rompe el alma, y atrae la tristeza, ese que desoye la cabeza y te hace rodar lágrimas, que caen con pesada levedad sobre las mejillas e intentas disimular, aunque no puedes, ni debes, ni sabes, ni quieres...

En un momento de la noche, el barbero filósofo se arrancó por soleares, y con paso firme y genuino, burló a la muerte, con su danza macabra, remoderando los tiempos, aquellos tiempos, en que acompañado de un mono ilustrado, sacaban monedas a los piadosos beatos a las puertas de las iglesias. Y bailó con los tacones, mientras los presentes dábamos palmas, y un nutrido grupo de estrellas iluminaban la estancia.

Hubo tiempo para la risa.

Pero la magia llegó cuando, el señor maestro, sacó de su cartera de piel, ajada por los años, y los mocos, y la lluvia traicionera del verano, y el orvallo del invierno, y las brumas, y el salitre; un librillo de poemas. Bebió un sorbo de su copa y entonó con precisa y glauca voz de flautista tenor su garganta para templarla. Y declamó a Machado con insospechada delicadeza y armonía, que si cerrabas los ojos, te parecía verlo, atravesar la frontera, ligero de equipaje, o en aquel patio andaluz, donde, tal vez, todavía, madure un limonero.

Fuere como fuere, mientras la voz timbrada del maestro castellano llenaba la estancia de versos sentidos, me alejé hacia la ventana por donde, en una rendija, una suave brisa que olía a marea baja me golpeó la cara.

Y la poesía y el aroma de la mar, me trajeron a la cabeza, los versos de una gran poetisa mexicana; ya les he comentado que la noche era mágica; que tengo el honor de conocer.

Sus versos están cargados de belleza y fuerza. Una fuerza que le sale de los adentros, de los hígados y los riñones y los pulmones. La fuerza de la palabra que sólo una mujer que es madre e hija y esposa y luchadora sabe transmitir y difundir. Versos que como un hierro al rojo fuego, se te clavan en la memoria y en el corazón, y cuando los tienes clavados, tan profundamente, no hay forma humana de extraerlos.

Y es que esta poetisa mexicana, lleva en la sangre la lucha y la ternura, allá en su tierra de Tapachula, Chiapas, con un mar de memoria, donde huele a viento y brea y mi ventana ya no se divisa, pero donde siempre le dejo una luz encendida para que vele mis sueños.

Porque el secreto de su magnificencia y su brillante certeza armonía poética, radica no en la palabra escrita, ni en las estructuras firmes, y ancladas. Radica en que cada palabra brota de su corazón e irradia bondad.

Sí, bondad. Cada poema que leo me acerca más a la bondad, y por ende a la filantropía y amor por el ser humano. Por que, ¿qué se puede esperar de una mujer que solamente es feliz masticando la felicidad de los demás? Ese amor altruista y desinteresado que le deja una áurea limpia, cristalina e inmaculada, que se refleja como la luz en un espejo, en una majestuosa obra.

Sé que muchos se preguntarán quién es, y sin duda alguna, debería por respeto a la humanidad y al mundo de las letras desvelar su nombre, pero ese ser egoísta que me atrapa, me dice que les niegue ese placer y me lo guarde para mí.

Y así lo haré, guardaré para mí, el nombre de esta mujer de corazón descarnado por el amor y la bondad, la ingenuidad y la fiereza, que un día me encandiló, sin necesidad de malas artes ni engaños; sólo con la fuerza de su palabra.
[...]
"Estoy contigo...
sin ropa, sin prejuicios
acariciándote lentamente
provocando tus sentidos
despertado tus institntos"
Fragmento del Poema "A solas", de la poetisa mexicana (amiga mía) Ana Guadalupe.


Monday, June 12

Proyecto de futuro

Ahora que me estaba acostumbrando a mi vida de penurias y pobre soldada, a dormir poco y mal, y vivir por no decir malvivir con el cielo raso como tejado, van y me mandan a la reserva por un “quítame allá esas pajas”; por una pierna traicionera, la izquierda, no podía ser otra, que se me ha quedado tiesa, y ahora, algunos días ando con dos piernas tiesas y la derecha soportando el peso de la voluptuosidad del ánimo.

Creo que lo primero que voy a hacer en mi nueva vida será dejarme el pelo largo. Algo así con flequillo, patillas surferas y barba de dos días o día sí y día no, ya veré, todavía no lo tengo muy meditado. Tengo que proyectar mi futuro con inteligencia y saber aprovechar el tiempo. Estoy en ese momento de la vida en que es más fácil apretar las cachas y tirar para adelante, aunque duela, que volver hacia atrás y recular. Esto, seguramente, se lo debo a mi orgullo y falta de honestidad conmigo mismo.

Tal vez, vuelva a la universidad. Ya me imagino en esa nueva vida. Allí, en el aula magna, con cientos de compañeros y compañeras a las que mínimo les llevo dieciocho años, siendo el foco de atención. ¿Quién será este pureta? El profesor pensará alguno, viendo como espero serio y seco delante de la puerta, con una carpeta clasificador o un maletín de piel negro, cuero inglés, de esos que irradian clase y sofisticación, cargado de papeles en blanco, bolígrafos de colores, y un sándwich vegetal por aquello de guardar la línea.

Para integrarme, llevaré en el “pen – drive”, la última movida de internet, para intercambiar, como cuando era un criajo de medio palmo y me llevaba los cromos de soldados al cole, y seguro que mientras pasamos fotos de señoritas enseñando hasta las muelas, iremos diciendo aquello de SIPI, nopi, repe… y así un día, me invitarán a tomar unas cañas, y yo tomaré cerveza sin alcohol porque mi hígado es puro paté al scotch whisky, y a primera hora de la mañana tomaré un descafeinado o una manzanilla por el tema de la tensión.

Seguro. Pero ellos quedarán perplejos cuando en clase el profe, que seguro que tendrá diez años menos que yo, y llevará de adjunto tres, y no haya hecho la mili por objetor o insumiso, hable de soslayo de la caída del muro o de la reconversión del sector naval en los ochenta, y pregunte, marisavidillo y para quedar por encima del respetable si alguien se acuerda de ello. Entonces, mis compis se quedarán de piedra, y podrán observar el fósil geriátrico que se sienta a su lado, que ha vivido la historia y no la ha aprendido en un libro.

Y con un poco de suerte, una jovencita de dieciocho años, con el cabello rubio, los ojos claros, y la tez pálida y limpia se prenda de mi aseverada personalidad, mi brusco gesto y mi andar vizcaíno y tordo, de los dibujos desdibujados de los brazos, y los costurones que recubren mi piel. Y me enviará notitas de amor, de esas que huelen a monda de naranja y a goma de borrar y a colonia fresca de por las mañanas. Y se sonrojará al pasar por mi lado, mientras yo le huelo el pelo que huele a flores y vida. Pero claro… lo dejaré correr, porque como les decía estoy en ese momento en que ya no tengo ganas de dar marcha atrás, en su amplio abanico de acepciones, y sin hacerla sufrir, que de algo sirve la experiencia, el buen hacer y mis años de putas y borracheras y mentiras piadosas, le romperé los hilos invisibles que la unen a la luna y a los planetas, para que eche a volar con el resto de las mariposas.

Y los miércoles y jueves noche, contemplaré las juergas monumentales de mis compañeros a través de algún café, delante de una tila y un libro ajado, o tal vez, un fajo de papel de cartas, donde no sin pesar, relate para mis adentros la envidia que les guardo.

Y si la universidad no es lo mío, si me agobio o me duelen los hígados de tanto estudiar, siempre me puedo hacer pastor, y pastorear un rebaño de hámsteres rubios y pardos, en un terrario, fumando en pipa, y con un gorrito improvisado, confeccionado con un cucurucho de papel de diario; que a buen recaudo sino es para pastor, siempre puedo ser el tonto del pueblo.

Sunday, June 11

El irlandés.

Era un grupo de once o doce jóvenes. Estaban sentados en un banco, con los pies sobre los apoya culos, y los culos sobre los reposa espaldas. Era un grupo heterogéneo y rondarían los catorce o quince años, aunque a esas edades los niños siguen siendo niños y las niñas se han convertido en muchachas. Su timbre de voz era alto, y se pasaban, como en aquellas comunas hippie de los sesenta la maría, una gran botella de dos litros con un oscuro brebaje.

Mi perro les observaba con atención y el rabo levantado. Los observó un rato y comenzó a mover el rabo. Él sabe mejor que nadie distinguir un niño de un hombre. Y al él le gustan los niños porque le dan juego y le hacen pegarse unas buenas carreras. Sí, este perro, emula a los perros policía, pero en lugar de identificar droga, localiza niños, su ingenuidad infantil y su deseo de jugar. Se acercó a ellos, y a una prudente distancia los olió, dejó de mover el rabo, y dio media vuelta. Ya no los consideraba unos niños en potencia ni acto para jugar.

Aquel príncipe sajón, que le sacó las castañas del fuego a Martín Lutero, solía comentar para sí en voz baja, aquello de que siendo niño los adultos le obligaron a hacerse adulto, y que siendo adulto ya no le dejaban volver a ser niño. Algo así, pero más drástico, traumático y caótico les está pasando a nuestros niños.

Los niños crecen y se convierten en adultos antes de tiempo. Se saltan la niñez más poética para centrarse en una pubertad acelerada e impulsiva que los condena hacia el camino de una madurez mal construida y cimentada.

Mi querido amigo, el profesor don Ignacio da Silva, me suele comentar en sus cartas, que sus hijos han perdido la infancia en un soplo de aire. Que han pasado de aprender a andar, a buscar la forma más acertada para pasar sus controles los sábados por la noche. Él se echa la culpa. Sí, se siente culpable, porque el sentimiento de culpabilidad de un padre o una madre radica en ver como se destruye su hijo sin poder evitarlo. ¿Qué pasa cuando pones todos los medios, la comunicación y el amor paternal sin recibir o conseguir nada? En ocasiones, en sus cartas, me comenta que se siente impotente y desolado.

Yo suelo leerlo con atención. No sólo porque sus epístolas sean verdaderas obras de arte, donde la literatura y las palabras y la realidad se combinan en una acertada y hermosa amalgama de sentimientos sino porque escribe verdades como puños que golpean mi indiferencia. Después de leerlas, siempre te queda ese regusto, como el de la perdiz confitada, en el paladar, que te acompaña hasta el café, y el muy jodido me obliga a pensar.

Que vivimos en una época anómala no le puede extrañar a nadie. Ningún alma de este mundo se sorprende. Pero lo cierto es que verdaderamente no vivimos, sobrevivimos. Sí, incluso aquéllos tipos y tipas que no tienen preocupaciones vitales porque tienen los bolsillos llenos o el corazón lleno. Sobrevivimos en una sociedad que viaja demasiado rápida, con un ritmo trepidante y vertiginoso, como un coche de alta cilindrada que se ciñe suicida a las curvas de un acantilado a gran velocidad.

Sobrevivimos en una sociedad que nos demanda seguir su paso. Un paso revolucionado. Los padres, corriendo en sus carreras “esprintantes” laborales, se ven obligados a abandonar a sus hijos, los cuales quedan en manos de las viles aves de rapiña. No hablo de esos padres que ganan seis mil euros al mes en sus cómodos despachos, sino de los que no llegan a los seiscientos y hacen diez o doce horas diarias para llevarles un plato de comida caliente.

Mi amigo el portugués, entonces, se pregunta si son los profesores quienes tienen que tomar el relevo de los padres. Pero después de unas aseveradas premisas, reconoce que los profesores también sobreviven en una carrera loca a la sociedad. Tal vez, los maestros y profesores sufren más, porque mientras intentan educar sin éxito a los hijos ajenos, deben dejar en manos de las aves de rapiña a sus propios hijos.

Y mientras tanto, en el parque, donde mi perro observa en silencio y cauto al grupo de jóvenes, que beben y ríen pensando que la vida es una panacea, y donde el maná crece en los árboles por obra y gracia de las bebidas espirituosas, yo también les contemplo.

Y contemplándolos, me pregunto que pensamientos les vendrá a la cabeza a la mañana siguiente, cuando con la lengua de trapo y el estómago perforado, se arremolinan de rodillas sobre la taza del retrete. Que les pasará por la mente a esas niñas, que se lavan en la ducha con firmeza para sacarse el olor a hombre, y a esos niños que se creen hombres por haber descubierto su sexualidad solos. Y pienso que me están gritando. Pienso que con su comportamiento acelerado nos están lanzando un mensaje de socorro, sin que en sí mismos se den cuenta.

Viendo esto, esta imagen desoladora producto de la sociedad en la que sobrevivimos pero que construimos, tenemos todavía la oportunidad de parar en seco su maquinaria relojera, tomar un respiro para meditar con calma y sopesar si merece la pena autodestruir el único bien que hemos creado desde el amor, aunque haya sido por un instante eyaculador, nuestra juventud.
Mi perro observa a los niños que huelen a hombres. Me mira con desdén y burla socarrona como buen irlandés. Él, que es ella, ha preferido en otras ocasiones pasar penurias y hambre y recibir varapalos de la vida y de los hombres antes que despegarse de su camada.

Y es entonces, cuando la palabra animal cobra un nuevo significado para mí pero eso es otra historia.

Wednesday, June 7

Un día en la playa. (A day in the beach).

Me gusta la playa. No para lucirme ni para tomar el sol, sino por el mero hecho de perder un poco de tiempo recibiendo el aroma del mar, pero desde otro punto de vista.

No suelo ser crítico cuando estoy en la playa. Conozco mis limitaciones físicas, y debo confesar que en bañador, aunque sea bonito y caro, suelo perder bastante. No sé si será que con los años he ganado algo de fondo o si serán las desagradables cicatrices que circundan mi barriga o mi espalda, o esos tatuajes, nada tópicos ni típicos ni tribales, que se dibujan en mis antebrazos, cuyo significado solamente conozco yo. No suelo tostarme, ni broncearme como mucho un rojo no doliente que se mantiene hasta que finaliza el verano o el estío que dirían los poetas.

Como les decía no puedo ser crítico en estos lugares. Pero lo cierto, es que hoy, me he visto en la necesidad de serlo con dos señoras. Presumo que lo eran porque llevaban sendas alianzas en sus dedos anulares derechos. Dos señoras orondas, y… no vayan a pensar que soy de esos tipos que desdeña a una señora entrada en carnes, ¡por supuesto que no!, como al viejo Pedro Pablo, Rubens para los entendidos, admiro sus formas que se pueden volver tan delicadas y deliciosas como las de una joven meretriz escultural y tersa.

Verdaderamente, lo que odio en estos supuestos es la chabacanería. Y ésta no se debe confundir con la llaneza o la humildad de sentidos, sino con lo vulgar. Eran pues dos señoras gordas, pero maleducadas. Dos señoronas sentadas en sus butaconas de playa oteando el horizonte ficticio que no conversaban, gritaban, como dos bestias que son rejoneadas o como aquellas verduleras, aunque honradas, que intentan anunciar su género de uno a otro confín del mercado de abastos. Así eran. Ellas dos, con sus dos terriblemente horteras bañadores oscuros, casi obscenos para la vista, plagados de lentejuelas, hermanados en tallaje y formas, y comprados, sin duda alguna, en la misma tienda de ropa de baño, o quizás, eran de esas nuevas ricas, cuyos maridos se han partido la espalda narcotrafiqueando, y han pasado de fregar escaleras y loza a vivir en la opulencia antonina. Y como dos Agripinas, hijas de Césares y esposas de Césares, apabullaban con sus carnes vacilantes y flácidas, intentando cazar moscas.

Esta es la situación, no otra. No odio ni discrimino por un físico o raza o credo o tendencia política o bolsillo. No, no lo hago porque yo he sido pobre y rico y ahora un desgraciado. Porque sé lo que es vivir de la sopa boba y tener que sacarme las castañas del fuego, y eso, por desgracia o por acierto imprime carácter. Odio a aquellas personillas que atentan contra la dignidad del ser humano, y que insultan su elocuencia con esos tildes de vulgaridad desorientada y procaz, que llegan a incomodar a todos aquellos tipos y tipas, jóvenes y jóvenas que alcanzan en su radio de acción.

La vulgaridad es un mal español, tan español como la infravaloración, la envidia o la siesta. La vulgaridad, que en otra hora nos hace creer que somos unos “echados palante” no convierte en unos desorejados mastuerzos, unos meapilas, unos mirliflores estupefactos. Además, está estudiado y documentado, es condición sine qua non explayar esa vulgaridad a grito pelado. Extrapolarla e incluso exportarla al extranjero.

Es anecdótico ver hasta donde llega nuestra supuesta pero cierta vulgaridad, que en Inglaterra, en la City (Londres para los viajantes) se vislumbra a un español en el metro a varias estaciones de distancia gracias a su alto timbre de voz. Esa voz aguerrida y quebrada, un tanto chulapa y gitanesca que altera y crispa los nervios de los británicos y británicas, que suelen utilizar este transporte público para leer esos pequeños libros de bolsillo. No me quiero imaginar lo que pasaría en Japón, donde los usuarios nipones los usan para dormitar. Ese sueño de llaves, que se llama, donde uno pierde la consciencia el tiempo suficiente para descansar plenamente unas décimas de segundo, unos segundos o tal vez un minuto.

Las Palmas, el día de la bestia.

Nota.- En respuesta a un comentario aclararé que sí puedo constatar que es necesario estar registrado para poder dejar comentarios en las entradas. Pero para aquéllos que no quieran registrarse pueden enviar sus correos a IRACUNDAMENTE@HOTMAIL.COM.

También, contestando a un correo, me gustaría confirmarlas mis más profundas convicciones en el ser humano, esperanza ilusa ésta que me ha llevado de la ceca a la meca, y cuya máxima es el respeto y la tolerancia. Mas no por ello usaré el Messenger para ningún otro fin (aunque sea sexual) que no tenga que ver con el intercambio de ideas. (Espero haber contestado a Maduro40 y sus intenciones amatorias, jaculatorias y masturbatorias vía web cam).

Tuesday, May 30

He caído en la cuenta.

He caído en la cuenta, después de devanarme los sesos, que no el sexo, pues hace tiempo que no me hurgo el pellejo; eso lo dejo para los más impetuosos y febriles potrillos; que la mayoría de los que se afanan en seguir mis correrías, que no corridas, que además de soez suena taurino y fatal, son féminas, seguidas de cerca de afeminados, y un último vestigio conformado por viejos y rudos cruzados, compañeros de armas y sesudos guerreros que comprenden y comparten mi filosofía de vida como propia; punto éste, que yo mismo practicaría.
Son muchos los mensajes y comentarios, que a bien tengo de eliminar de este blog y otro que campea por el ciber espacio, además de otras vías, en las que me piden una dirección de correo electrónico, que ahora y siempre se llamó email para poder discutir de manera más íntima ciertas ideas, propuestas y divergencias que surgen de mis apocalípticas y goyescas, por no decir idiotizantes, cartas abiertas.
Así que, he habilitado una cuenta para todos aquellos que quieran participar, decirme algo (ya sea bueno, regular o malo) o discutir insanamente sobre cualquier tema que crean oportuno. La dirección es: IRACUNDAMENTE@HOTMAIL.COM.
Huelga decir que aquellos/as interesadas en posibles e ilusas relaciones cibersexuales o ciber-románticas van de culo. Aunque si son señoras guapas admito fotografías de cuerpo entero y rostro distorsionado donde muestren sus curvaturas, rincones y culos. Esos culos de señora, culos, culillos y culazos que como espejo son reflejo de su personalidad. (Aunque llegados a este AXIOMA, prefiero reservarme para un mejor y más ardiente instante).
Las puertas de mi mente, mi prodigiosa y exuberante cerebro, está abierta para todos aquellos que deseen participar.
¡Ah, por cierto, me olvidaba comentarles, que tengo en nómina a los mejores antihackers que se pueden comprar!

El evangelio según Eva Lobo (Voluntaria imaginaria)

“Carece de convicción tomarse a la ligera las palabras que escribo, pero las escribo sin ánimo de ofender ni reprender, y con el único fin de hacer comprender, que el mundo que conocemos se ha ido a pique, sin necesidad de armas nucleares o biológicas. T. Hume lo dejó muy claro: “el hombre es un lobo para el hombre”. A esa aportación tan clara y directa yo no puedo añadir nada. Solamente dejarla caer, como si fuera una losa lapidaria, en sus oídos y que alguno o alguna, en cualquier y remoto rincón de este planeta la escuche. Todavía albergo la esperanza de que la gente se levante en una imaginaria y pacífica revolución. Donde las personas se den la mano y ofrezcan su mejor sonrisa. Todas las mañanas me levanto esperando un nuevo día, un nuevo amanecer donde todo lo imaginable que leo y veo haya sido una grotesca pesadilla.”

Eva Lobo (1969 - 2005)

Si Dios me diera la oportunidad de volver a nacer, y al mismo tiempo me diera el don de recordar con pelos y señales todo lo que he vivido, los errores cometidos y los bellos momentos, creo que le daría las gracias y que dejaría pasar la oportunidad. Porque soy de los que piensan que la vida se debe vivir una vez, y se debe aprovechar al máximo, y que la inmortalidad es una ventaja solitaria y estúpida que te llevaría de cabeza a la más absoluta depresión.

Hoy, mientras leía la prensa (digital, qué remedio), me puse a pensar en todas esas cosas que hacemos y de las que nos tendríamos que arrepentir. Errores que surgen como fantasmas de navidad. Oportunidades que has dejado pasar, y que debías haber tomado fuertemente entre tus manos, para no tener que luego aferrarte a un clavo ardiente. Momentos deliciosos, que como la brisa marina, pasan raudos ante tus ojos y tus emociones, dejándote ese agridulce sabor de boca, que nunca logras atinar si ha sido totalmente bueno o medianamente regular.

Si no me quedara más remedio que volver a nacer, me gustaría volver a vivir mi vida. Volver a mi infancia de niño de clase media, cuando la clase media era pobre. A jugar con mis amigos en el descampado, con improvisadas espadas y escopetas confeccionadas con palos de escoba. A ser, por unos instantes, con el balón en el pié, aquel jugador endiosado en los mundiales y las ligas. Aquel aventurero soñador que se mezclaba en una rara y extraña amalgama con la naturaleza limpia, y dejaba correr su imaginación, como corrían los churretones de sudor por la frente y la mejilla.

Retornaría a los tiempos del internado de curas, donde con mis quijotescas andadas di más de un disgusto a mis padres, a mis mentores y maestros. A los tiempos del primer amor, y ese primer beso que sabía a gloria. El temblequeo de las piernas y los vellos erizados como escarpias. Las pupilas dilatadas y el corazón saliéndose de la caja torácica pasado de vueltas. Los mismos nervios y miedos de ese primer día delante de la puerta del cuartel, y aquel cabo verde pegándome patatas en el culo para que entrara en formación.

Volvería otra vez, a pasar los malos tragos de ver morir a mi padre y abuelos. Sí. Lo digo como lo leen. Lo volvería a pasar. Porque sé que la muerte es algo inherente al ser humano e intentar omitirla o anularla de nosotros mismos es un grave error. La muerte es dolor, y el dolor se debe conocer y padecer para no incurrir en él.

Pero permítanme que me explique. Nadie está exento de padecer dolor, pero sí tiene la posibilidad de no inflingírselo a otros. A eso me refiero.

Yo, particularmente, me auto inyecto endorfinas a mi gusto para disimular el dolor, y vivir colocado en un mundo que se me antoja tan despiadado y frío como mi negra alma.

Hoy, como les decía, mientras leía la prensa, los números se me amontonaban en la cabeza. ¡Cuántas vidas humanas perdidas en seísmos y trombas de agua, y naufragios y…! Y, si lo meditamos bien, y sé que lo hemos hecho, aunque sólo haya sido una vez, y de hurtadillas en la soledad de un retrete, por muchos avances técnicos que podamos conseguir e incluso imaginar; que es el primer paso hacia su creación, no podemos luchar contra los elementos naturales. Y en ese pulso que pujamos contra la naturaleza, ella nos lleva la ventaja de los años de experiencia y su fuerza.

En ocasiones, me pregunto, si siendo nuestros cuerpos físicos parte de la naturaleza, sino luchamos en balde contra las enfermedades… pero claro, esa es otra cuestión, que se me antojaría demasiado frívola de contestar con una respuesta rápida y poco estudiada.

Tengo claro que la vida es la mejor opción. Que la muerte digna es una bagatela y un premio de consolación, porque realmente lo importante es vivir con dignidad, seas quien seas y del color que seas y de la etnia que seas, y del partido político que seas, y del grupo social al que pertenezcas.
Hoy, que me siento muy demagogo, me gustaría expresar en viva voz un grave error humano que seguimos cometiendo. Y éste es, que seguimos manteniendo en nuestro vocabulario palabras como grupo social, jerarquía, etnia, raza o religión. Seguimos dividiendo y cercenando, como el matarife en el matadero, clasificando y sometiendo nuestros criterios a conceptos que nos condenan al ostracismo social. Ya les he avisado, y el que avisa no es traidor, que hoy me sentía básico y demagógico.

Y mientras unos, aquellos que en la isla de Java, en la llamada zona cero, vocablos muy de moda, han sucumbido más de cinco mil quinientas almas sin elegir su destino, sin contar todos los heridos, huérfanos, desposeídos y hasta un largo etcétera de miserias colaterales, en otras partes del mundo, otros que no han podido elegir también han muerto, pero no en ese pulso con la naturaleza sino a manos de otros hombres. Y esos hombres, los que han arrebatado la vida a sus congéneres, sí tenían la opción de escoger.

Pero si me lo permiten, y para acabar, les diré que sin embargo, Eva Lobo, la voluntaria imaginaria, no murió gratuitamente. Su muerte sin sentido y sin razón es un testimonio vivo, y disculpen la antítesis, de la fuerza y la voluntad que tiene la vida por abrirse camino.

Monday, May 29

El arenal.

(Dedicado a la memoria de mi perra Lola, fallecida en combate el pasado día 25 de mayo, q.D.g.)

Sé que hoy estoy un poco pesadito con esto de participar. Así que últimamente me paso días sin contarles nada y de repente un buen día, o sea hoy, me vuelco como un cabroncete a darle por culo con mis patrañas. Pero soy así. No tengo remedio. Pero es que me iba ya, me refiero a ir para mi pequeño y acogedor pisito de soltero en la residencia para navys gentelmen in Funchal, cuando repasando algunos comentarios, alguien me pedía, la señora Ana Guadalupe, desde México, que escribiera algo romántico. Yo de eso no sé, pero le envío a ella y a los presentes, este pequeño relato, muy pequeño que escribí en otro tiempo, cuando era más viejo, más borracho y más pendenciero, cuando fumaba tabaco de liar y frecuentaba lupanares, sobre todo los de cierta madame pelirroja que me volvía loco.
"Estando en el arenal, aquel donde siendo pequeños hicimos castillos en el aire y también de arena, que una ola, siempre la misma o eso creíamos, los derrumbaba, paseé hasta el atardecer, y aunque el invierno avanza impasible no tuve frío. Cierta calidez, tal vez los recuerdos, me abrigaba.

El arenal está sucio, la resaca ha traído una suerte de tesoros a la orilla. Hay un tronco semienterrado con un elenco de mejillones y lapas pegadas en su costrosa corteza. Hay un zapato sin pareja, cientos de algas marchitas y una gaviota muerta. La gaviota tiene los ojos azules y fieros, tan fríos, que me recorren mil malos pensamientos por la cabeza y bajan por mi garganta. El arenal está siempre sucio en invierno, porque el limpiador de arenales está de vacaciones en alguna playa de la Polinesia, ¿te acuerdas?, donde otro limpiador de arenales se levantará antes del alba para lustrar y dar brillo a cada grano minúsculo de arena.

Una vez, cuando discurríamos, contamos cada grano de arena, ¿cuántos eran? Mil millones de billones de granos de arena y todos los contamos en una sola tarde de verano abochornada y húmeda por la tormenta. Ahora, creo que llegaría a los cien, aunque si me pusiera…

Estando en el arenal, recorrí la orilla con lentitud, mirando hacia atrás, y observando como la marea borraba levemente cada una de mis huellas. Esas pisadas que te hacen llegar a la convicción de que la vida del hombre está marcada por un principio y un final. Siempre, estuvimos de acuerdo, que el final se sabría por lo rápido que se borraran las huellas en la orilla. Recorrí el arenal con lentitud, mirando hacia atrás, y observé como la marea borraba levemente mis huellas. Todavía me queda vida pensé, dos vidas pensé, tu vida y la mía pensé, aunque no quería pensar sino caminar tan sólo por la orilla.

Al llegar a la cala de la caracola. Sí, todavía conservo aquella caracola. Al llegar a la cala, como te decía, me senté en el saliente donde los días de mar embravecida, rompe con fuerza y espuméa con ira, y dejé la mirada distraída y distante sobre la línea del horizonte. Ya el cielo estaba rojo, sonrojado y tímido, brillante y el sol únicamente era una pequeña semicircunferencia amarilla en su borde. Te prometo que me fijé, pero hoy tampoco hubo fortuna y no puede ver el rayo verde. Ese rayo verde que nos haría famosos en todo el hemisferio norte si lo distinguíamos. Ese rayo que nunca llega.

Allí, sentado en silencio, escudriñando la mar que ronronea como un gato, tuve la imperiosa necesidad de pensar, y pensé en ti. Es natural. El arenal, la cala de la caracola, el saliente y la mar meciendo la luna, con el sol oculto por la noche. ¿En quién sino? Aunque, como sabes, no me gusta pensar, porque pensar me hace recordar y los recuerdos son dolorosos. Odio el dolor tanto o más que la muerte. Odio los recuerdos, aunque estos hayan sido buenos, porque lo bueno atrae a lo malo como un imán invisible. Odio pensar porque siempre me ha dado dolor, y sabes que no soporto el dolor. Preferiría la muerte a vivir con dolor. Y, sin embargo, cada paso que avanzo por la arena me trae a la cabeza recuerdos, recuerdos que se convierten en un agudo y punzante dolor, como esa daga fina y afilada que clavada entre las costillas se mueve como una culebra por las entrañas. A ese tipo de dolor, me refiero.

Se me hizo noche en la cala. Una noche luminosa con una enorme luna llena. Pero la cala está inmensamente oscura. Pude distinguir todos los mares de la luna: tranquilidad, serenidad, lluvias, el océano de las tempestades y el de la crisis. Pude distinguir todos sus mares y océanos, y en cambio, no logro divisar la línea del horizonte de mi vida. ¿Te lo puedes creer? Soy capaz de recordar que los recuerdos me producen dolor, pero no logro desprenderme de ellos. Soy capaz de ver surcar en barcas ficticias a los selenitas por sus mares lunares, pero no atisbo, ni como última esperanza, ver la imaginaria línea del horizonte de mi vida.

Pero tienen razón los cormoranes. Se hace tarde y el frío avanza. La humedad está calando estos viejos huesos y se me entumece el pensamiento con una herrumbre de salitre y brisas. Creo que me marcharé muy lejos del arenal. Creo que ya no quiero volver a él, en parte porque tengo miedo, un temor que me aterra por momentos, el de ver como un día paseando por la orilla, se borren mis huellas y la marea atrape mis pies desnudos."

Pesadillas breves pero intensas (shorts nightmares but intenses).

Pederasta: Hombre que comete pederastia.
Sinóminos: hijodelagranputa, cerdo bastardo.
Synonymus: (Bad english version) sonofthebigprostitute, bastard pig)

En esto que el maestro armero y yo habíamos arribado en las costas de Tailandia, cuando siendo jóvenes, éramos dotación del Juan Sebastián Elcano. Tailandia era un paraíso para dos muchachillos inexpertos y jóvenes como nosotros; y nos habríamos paso entre una multitud de hombres y mujeres que haciendo turismo deambulaban como nosotros por esas calles de Dios, o eso creíamos.

Cuando te encuentras con españoles en tierras ajenas te invaden una alegría sin igual. Y si la timidez te puede, lo único que puedes hacer es hablar en voz alta, con tu altivo español y tu acento sonoro y cantarín gallego para que te escuchen y se te queden mirando. Y así fue. Así fue como por una calle céntrica de aquella ciudad costera, concurrida de bares, tascas y comederos, amén de otros lugares, nos encontramos con un grupo de españoles.

Se acercaron al oírnos hablar y pronto comenzó una animada y festiva celebración, regada con frescas y frías cervezas y unas tapas extrañas y repletas de especias. Las cervezas que comenzaron siendo dos se convirtieron en cuatro y así sucesivamente en una etílica sucesión geométrica decreciente, hasta que la realidad y el onírico mundo borrachesco se confundieron en uno solo.

Son en momentos como esos, esos en los que se confunden la realidad con el mundo del alcohol cuando algunos se ofrecen a hacer confesiones, a dedicarse homenajes y a decirse lindezas en la cara; caras enrojecidas por el licor, el calor y la humedad. Y de esta manera, pasadas un par de horas, aquellos tipos, desorejados y borrachos hasta la médula comentaron el objetivo obsceno, enfermizo y malintencionado de su visita a aquellas tierras.

No es necesario que profundice en su determinativo fin. Les ahorraré detalles, así como descripciones que comenzaron a escupir por sus bocas.

El maestro armero y yo, borrachos como perros, nos miramos, como se miran dos lobos o zorros en un corral, al contemplar impertérritos tanta gallina. Nos armamos de valor y tomando lo primero que tuvimos a mano, palos, cascos de botella y demás objetos contundentes les dimos una memorable paliza. Toda la paliza que pudimos bajo los efluvios de las bebidas espirituosas hasta que fuimos detenidos por la policía local.

Luego llegaron las explicaciones, las negaciones y los lamentos. Luego llegó el arresto en el barco. Pero sobre todo, luego, en la cubierta de madera que tantas veces habíamos fregado, llegó el momento del orgullo, de hinchar el pecho como dos gallos de pelea, y pensar que por una vez, Maquiavelo, el jodido italiano, tenía razón, y el fin, o sea ajusticiar a aquellos cabrones malnacidos, había justificado el medio.

Nunca me he sentido orgulloso de pegar, levantar la mano o actuar contra ningún ser humano o ser viviente. Jamás, excepto aquel día. Y no me arrepiento.

Desnudando un fragmento. Primera Parte.

"Tiene usted razón al pensar que me encuentro loco de remate, que tengo más peligro que un cartero con escopeta a la puerta de una hamburguesería, y, como suele ocurrir, en uno de mis estados febriles de euforia psicótica, podría causarle daño a alguien. Sé, además, que usted es de esas personas que no se dejan llevar por las emociones del momento, y que sabe aguantar el tipo. Ya lo demostró en su momento... Sí, no se quede prepleja. Lo sé todo. Sé que fue usted víctima de un gran atropello, que no viene el caso nombrar ahora, y sé que tuvo la sangre fría de aguantar estoicamente para acabar hundiendo su ira, en forma de cuchillo cebollero, en la pútrida carne de ese degenerado.
No, no tengo pensado decirle quién me lo dijo. Pero si le sirve de algo, aunque sea para su propia tranquilidad, le prometo que no lo contaré a nadie, ni siquiera en mis episodios esquizoides.
No, tampoco en sueños. A decir verdad, no hablo en sueños, lo máximo, ronco. Pero eso no cuenta.
No. Le doy mi palabra de que su secreto me lo llevaré a la tumba.
Como le decía, usted, no comprende la envergadura de esta situación que se puede hacer muy incómoda, no sólo para mí, sino también para usted o él que sea en un momento dado. La verdad es que estoy algo violento. Sí, sí, violento, avergonzado. Lo confieso.
Pero le aseguro que no estoy loco o eso creo." [...]
El fragmento no es nada. Es un texto inconexo sin demasiado sentido. Una conversación entre dos personas. Así que me apetece hacer un juego, en el que ustedes, responsables lectores, deben participar.
1) Defina el sexo de ambos personajes.
2) Determine la agresión del personaje que no participa activamente.
3) Dibuje un perfil psicológico del personaje que participa de modo activo. (Con cuatro adjetivos).
4) Diga el autovomil que conduce el personaje agredido en el pasado.
Espero ansioso (es un decir) sus respuestas.

Wednesday, May 24

De México D.F. a San Petersburgo. (Historia relatada, ¿25% realidad, 75% ficción?).

Cuando tenía la edad de ochenta y siete años, y me colgaban los pellejos como aquellos odres de vino que el bueno y alocado de don Quijote descerrajó con su espada, viví un tiempo en la capital de Méjico, cuando éste se escribía en las Españas como México, aunque la /x/ se transformara en sonido /j/. Recuerdo mi primera impresión al llegar a ese maravilloso país. Tenía la errada convicción e imagen de que al llegar a la capital me recibiría una banda de mariachis, y unas hermosotas mexicanas con trencitas sonrientes me diría: ¡Ay, chaparrito, bienvenido! Pero no. No fue así. Me encontré con un país con gran apogeo industrial y económico, con un país culto y docto, con un país donde salían, hasta debajo de las piedras, gentes generosas, alegres e instruidas. Sentí una especie de vergüenza ajena… ya saben, por aquello de no hacerme a mí valedor y sabedor de haber sido el tipo que había penado eso. Y me di cuenta, golpe a la frente incluida, de lo etiquetados que tenemos a los países y sus gentes en función de los productos que nos ofrecen los largometrajes norteamericanos.

Así pues, esperaba encontrarme por la calle a “Chapulín colorado”, al “Chavo del Ocho”, y que la gente me llamara “licenciado”, e, iluso de mí, que el presidente de la nación me recibiera y me invitara a tomar un tequila. Sí, lo confieso, me dejé llevar por el peliculismo americano.

De igual manera, cuando llegué a San Petersburgo, un par de años después, y recuerden que el hombre tropieza dos veces con la misma piedra, imaginé encontrarme con un país marcial, rojo hasta la médula, donde los rudos y ásperos soviéticos desfilaran por las calles con hoces y martillos y con paso de ganso. Y en fin… para qué continuar. Nuevamente, por supuesto me equivoqué.

De nuevo, fui víctima de mi inocencia peculiar de gladiador heterodoxo embutido de productos americanos.

Y lo peor de todo, ¡ja!, fue cuando viví en los USA, y pude ver y contemplar y estudiar y hablar y escuchar a los americanos del norte, y darme cuenta, así como quien no quiere la cosa, que la línea que separa la ficción de la realidad no es una línea sino una gruesa marca, más gruesa y grande y alta que la “marca hispánica” de Carlo Magno, o la Gran Muralla China.

Porque en eso consiste todo. Todo radica en etiquetar. Y etiquetando etiquetando y etiqueto porque me toca, ponemos cartelillos, dejes y costumbres a culturas y pueblos que sobrepasan en límites insospechados y que tienden a infinito todas nuestras patéticas expectativas.

Por esa razón, cuando el otro día, en casa de unos amigos, en un pueblecito de Burgos, un afamado antropólogo de andar por casa, batín y pantuflas, y pipa en mano, comentó con desacierto ciertos temas étnicos, me llegó al alma. Porque ni los gallegos somos unos pobres paletos de boina calada, ni los vascos unos etarras, ni los catalanes unos peseteros. Porque los valencianos no sólo se alimentan de paellas, y los asturianos de fabes. Porque los andaluces poseen más cosas que la Giralda, el gazpacho y el flamenco. Y porque los madriles no es el ombligo de España.

Por esa razón, me puse en pié. Miré a los ojos a ese MARRANO, y con perpleja calma le escupí una mirada. Una de esas miradas que en otrora derretían corazones. Una de esas miradas que bien espetada te hace cagarte por los pantalones. Y disculpándome me marché, no sin antes dar cuenta de esa sabrosa morcilla burgalesa que me vuelve loco y flatulento.

(Desde Funchal, Madeira, a 23 de mayo)

Contiene un código.

Monday, May 22

Dicen que el amor no es importante. (Dedicado al recientemente desaparecido testículo izquierdo del Maestro Armero.)

Cuando era joven, más joven me refiero, recuerdo un cartel que había clavado con chinchetas en un pequeño espacio publicitario de mi vieja ciudad. Era un cartel en inglés, que con mi precario dominio de la lengua sajona, venía a traducirse como “España, un lugar diferente bajo el sol”. Tal vez, jamás hubiera imaginado las infinitas interpretaciones que podría tener este mensaje de reclamo turístico en aquellos años de lozanía infantilidad, pero con el paso del tiempo, he socavado de mis más ulteriores pensamientos, aderezados con el panorama nacional, en una ensalada imposible, hasta conseguir sin pestañear, como aquellas parejas de los setenta y ochenta en el “Un, dos, tres”, y por veinticinco pesetas, enumerar de manera caótica hasta cien posibles Españas diferentes.

Tenemos un país de risa, uno triste, uno lastimero, uno picaresco, un estado disgregado, agregado, divisible, indivisible, un estado primo (en su acepción matemática), un lugar paradisíaco, un puerto franco donde las bandas albano kosovares, y franco prusianas se rifan los chales, los cajeros automáticos y los automóviles de lujo. Tenemos un cortijo donde el paro desciende, pero donde nunca hay trabajo, aunque pueda ser cierto aquello de que nunca llueve a gusto de cada uno, y que por ende, se convierte en un sueño fantástico para todas aquellas almas que arriban a nuestras costas en pateras o cayucos (palabro de moda) buscándolo, aunque en ese empeño pierdan la vida, la consciencia o la temperatura corporal a base de hipotermias, deshidrataciones y otros males que se aglutinan y ceban en aquellos hombres y mujeres que se echan a la mar con lo puesto.

En fin, podría como Pedro y María, casados y residentes en Mississipi (Provincia de Lugo) enumerar por veinticinco cochinas o benditas pesetas todas esas Españas diferentes bajo el sol…

Pero cómo sé que estarán de acuerdo conmigo en alguna de ellas, pasaré a otro tema.

Ayer, que fue domingo aquí y en Barcelona, y en Madrid, y en Albacete e incluso en Tenerife, releyendo algunos de sus comentarios, de esos comentarios que vienen a mí como la marea y me golpean con la suavidad de una diosa de ébano las puntas de los pies, me encontré, de golpe y porrazo, con uno que me llamó ponderosa y poderosamente la atención. Me decía que debería dejar de escribir (se refería a sí misma) milongas de amor, y dedicarse al bello y poco agradecido arte de ningunear y encochinar las mentes como hago yo… ¡Ays!, pueden creerme que se me cayó el alma al suelo, si es que tuviera alma. Me sentí tan sucio como una meretriz de barrio bajo con aquel señorito de provincias, un atardecer frío y húmedo, que arrodillada y con los ojos abiertos como un besugo le practicaba una felación, mientras él golpea la corteza de un árbol con el puño cerrado y se mordía el labio. Igual de sucio me sentí.

Escribir sobre el amor ya sea a modo de ensayo, verseando o proseando; ya sea como experiencia personal o colectiva; ya sea para aprender o divulgar es algo importantísimo. Es algo bello y ni siquiera yo, que soy insultante y malintencionado me atrevería a vejar. En este mundo donde cada día amanece con una nube tóxica sobre nuestras cabezas, con la amenaza de una guerra entre bellacos y a golpe de mata con rotundas noticias de parricidios, asesinatos, atracos a mano armada, violencia y más violencia, pensar y divulgar un mensaje de amor se convierte en algo de lo más importante, casi tan importante como respirar.

Y para finalizar, estas humildes y anodinas letras, me gustaría decirles una cosa. Me imagino que estarán al tanto de que se ha puesto de moda, decir o publicar la palabra que a cada hijo de vecino le parece más hermosa en nuestra lengua, me refiero al castellano o español; y aprovecho a decir ahora “nuestra” porque dentro de nada y a este paso, será de unos pocos.

Así que yo, uniéndome a esta moda y sin que sirva de precedente me gustaría compartir con ustedes la que a mí me gusta, me atrae y me enfrasca. MARRANA. Sí, marrana, obsérvese esa explosión de sonidos que se alternan con suavidad y brusquedad en la boca. Marrana. Cómo se pasa del suave “ma” al brusco y fuerte y vibrante “rra”, en esa conjunción casi erótica y pagana de la doble erre y la vocal a, para acabar con su tajante “na”. Sí.

Friday, May 12

Semper fidelis.

Cuando en el año mil novecientos noventa y cuatro, me partía las muelas y las costillas por la ciudad de Sarajevo, en la antigua Yugoslavia, una mina traicionera estalló sin previo aviso, de ahí el apelativo de traicionera, a menos de quinientos metros de nuestra situación. Sentí un terrible dolor en los tímpanos y un silbido seco me acompañó durante una buena temporada. En ocasiones, cuando hace frío o demasiado calor o simplemente cuando le apetece, pero siempre de noche, vuelve a surgir de la nada ese estridente pitido que hace que se me rompa el sueño y también el alma evocando dolosos recuerdos de mi pasado reciente.

Sé que esta pequeña introducción a parte de poder ser más o menos una miscelánea romántica y terrible no aportará muchos datos sobre mi persona… o tal vez demasiados. Pero ahora, estando aquí, que es un lugar que no se debe decir en voz alta, con el cuerpo magullado y dolorido hasta las entrañas, quiero decirles una cosa a ciertas personas que me leen y persiguen, de buena forma, cada paso que doy.

Jamás olvido a los amigos. Eso va por ti, tú ya sabes quien eres. Los amigos son esos pilares en los que se sostiene mi vida, mi esencia y mi alma y por ende mi voluntad para seguir adelante. Nunca pienses que me olvido de ti, porque sé que estás ahí todos los días y tienes un pensamiento y una oración para mí.

¡Qué Dios os bendiga!

Nota.- Este texto tan absurdamente amistoso, y tan poco mío, está dedicado a Noelia, Teresuca, Carmelilla, Iratxe, Lupita y Loly. A mi querido Maestro Armero que está convaleciente de una operación en el bajo vientre y al viejo JC., que Dios tenga en su gloria.

El Corso.

Monday, May 8

CUESTIÓN DE HONOR (Segunda Parte)

Esta situación, me refiero a estar tanto tiempo alejado de ustedes me provoca un insano sinsabor de boca, algo así como cuando uno se mete a bocajarro un limón y los dientes le rechinan, tanto o más, que ese cerdo, que cuchillo en mano, le cortas el cuello y se desangra avispadamente a la vista de la familia, que entre ávidas sonrisas y pagana admiración “adorática” bailan danzas prohibidas y ancestrales. Algo así. Pero más acomodado y sin perder la compostura.

Me resulta grato escribir. Es una válvula de escape, como (por seguir con los símiles) ese agujerillo de las ollas a presión por el cual purga el vapor para que no reviente. Sí, algo así, también. Y resulta, lo digo desde la más humana humildad, casi orgásmico el conocimiento de que ustedes me leen, ya sean mis allegados o mis más caducos enemigos perifrásticos.

Y esto lo de las perífrasis me evoca por “fonismo” los periféricos, y estos como en una encadenada y caprichosa causa efecto o explosión en cadena o efecto dominó, me hace pensar en los culos. Sí, los culos, esos culos bonitos y feos, prietos o desperdigados, pero culos de esas señoras que tan bien les sienta llevarlos, esos por los cuales he perdido alguna vez un autobús, o he recibido un par de buenas bofetadas, esos culos que además de servir parar asentar la columna y amortiguarla, amén de no dejar pasar los olores anales, tanto me han enamorado. Porque si el rostro es el reflejo del alma, el culo de una mujer es el inequívoco reflejo de su vida.

Sí, sí, lo que escuchan, pero hoy no entraré en detalles intentando desenredar este ubérrimo y falocrático pensamiento. Eso, tal vez, y si quieren y desean, lo haré otro día.

Hoy, la cuestión es el honor. Sí. Ese honor, esa palabra marchita y un tanto ajada, que quedó (y perdonen la cacofonía) relegada a jerga de borrachos y ninguneros, de aprendices de tahúres y espadachines duelistas y otros oficios de escaso beneficio y peor estatus social.

A eso honor me refiero. A ese que nace del hombre y que muere en el hombre. Ese honor que corre por las venas y te deja seco antes que claudicar, y que no debe confundirse con el orgullo, sino que es algo así como una religión pero más drástica y pragmática, más evolutiva y siniestra, más invertebrada y flexible que cualquier otro dogma de fe aprendido o adquirido.

El honor es pura genética. O como decimos los de los oficios borracheriles y picarescos, el honor es puta genética. Y, pues soy de letras, desconozco en que gen se ubica, aunque está claro, ¡cristalino! que no todos lo poseemos, aunque esta afirmación suene demasiado darviniana, y esto, lo de la selección natural, sea un tema políticamente incorrecto.

Y, si alguno, listo y avezado, se pregunta el por qué de esta felonía, no les podría responder. Hoy no. Porque no tengo ganas, sencillamente, o porque se me antoja que el cansancio hace mella en mi maltrecho cuerpo, y mi mente se ocupa de estimular otras partes más mundanas del mismo para amilanar el dolor, como esas adormideras que en flor de primavera surcan los remansos de los ríos esperando que algún incauto se las lleve a la boca.
Y el propio acto en sí de llevarse algo así a la boca, aunque sea una flor, o sus pétalos, me produce un escalofrío que me recorre la columna vertebral de arriba hacia abajo y viceversa, y me erecta como un lobo que rastrea una hembra en celo. Y pienso en esos hermosos pechos, aceitunados y turgentes, de piel suave, pulcros y apitonados, que se posan sobre mis labios, que voraces se abalanzan sobre ellos. Estrechar sus caderas y tomarla con fuerza, sitiendo su frágil cuerpo ceder ante la fuerza de mis brazos… después un violento orgasmo. Nadie ha dicho que los orgasmos ni el sexo como el honor sean dulces, siempre son actos drásticos, convulsos y violentos.

¡Ay! Tendrán que disculparme… pero hoy estoy… muy romántico.

Sunday, April 23

Cuestión de Honor. (Primera Parte)

Primeramente, permítanme disculparme por esta larga pausa en la que no he podido deleitarles con mi prosa sarcástica y humilde, y poder así, de esta manera, “redireccionar” toda esa ira intelectualoide que tenía contenida, pero mis múltiples ocupaciones me han tenido atado de pies y manos y de la Ceca a la Meca, literalmente, rompiendo caras y de paso partiéndome la espalda, pero así es la vida del soldado…

Si mi abuelo, que no era ni republicano ni franquista, sólo pobre, levantara la cabeza se quedaría acojonado al ver tanta guardia civil concentrada en la calle, allá en los Madriles, y a buen recaudo si hubiera nacido cincuenta años antes, le hubiera venido a la memoria aquella trágica y negra semana de Barcelona, capital ahora de una incipiente y nueva nación, cuando la benemérita a galope se pasó a sable a media ciudadanía y proletariado.

Pero lo que no sabría mi abuelo, a bote pronto, es que los señores guardias civiles, tricornio incluido, no sólo están hasta los melindres, por no mentar los cojones, de recibir tiros nuqueros y explosiones en las casas cuartel, sino de vivir en estos días en un régimen a caballo entre lo civil y lo militar que les pone en un quite. O sea, que tienen las obligaciones de un cuerpo de seguridad civil y las sanciones de un cuerpo militar, y eso, lo de estar a medias aguas nunca les ha gustado ni a unos ni a otros. Porque para llevar un régimen castrense ya estamos los uniformados de las FAS, esos que por cuatro duros nos endosan en cualquier parte, y con el título de ONG pero gubernamental nos envían a cualquier esquina del mundo a dar barrigazos, escopetazos y recibir bofetones, y al llegar a casa, si es que llegamos, no nos espera una banda de música, aunque sea la de Infantería, ni unas señoritas muy cariñosas con pétalos de flores, sino los titulares en la cuarta página de todos los periódicos poniéndonos a parir, llamándonos asesinos y mercenarios y pidiendo cabezas e hígados. Porque sí. Porque la España cortijera y latifundista en la que vivimos es así, sin más. No existe una explicación plausible, ni antropológica, ni étnica para poder debatir y razonar un por qué, sólo existe el camino corto y saetero de un par de buenos insultos y una mirada de desprecio.

Pero no quiero aburrir a nadie con los lamentos de un viejo soldado herido en su pundonor, amén de en otros sitios que no vienen al caso. No quiero ahora, soltar cuatro lagrimillas pidiendo caridad o algo peor, porque para no vivir de la sopa boba, para no tener que mendigar la caridad de la seguridad social o poner un cartelillo pidiendo pan para mi gente (es que ahora está de moda decir mi gente, porque eso de familia suena a años sesenta), me enrolé en las milicias, me ceñí las botas y me eché con el fusil al monte, sin menos cabo de mi inteligencia y mi orgullo, y aprendí del hambre y el frío, las pocas horas de sueño, y los muchos miedos, que se transformaban en asombrosas diarreas, el significado de la palabra HONOR, esa palabra que dicen que ya no existe, que dicen que desapareció con los duelos de florete y mosquete, y armas de avancarga, esa palabra que cuando la pronuncias en voz alta, el gentío, la masa o la concupiscencia social en la que vivimos embotados y churrimidos como hojas de bacallaos se parte el pecho a risotas. El honor. ¿Qué es eso del honor se preguntan muchos? Y algunos, los más osados, los de dos carreras universitarias, y un polvo a la semana con una chuchi atolondrada, pensarán que tiene que ver con las cornamentas, y esto, nos llevará a los cosos, y de ahí a la tauromaquia, y se pierde el hilo de la esencia en mariconadas y fiestorros, y bodorrios de copete y otras pijadas.

Dicen que el honor no existe, que se perdió en la noche de los tiempos, allá cuando la delgada línea roja, cuando la infantería británica en formación defensiva se despiojó a machetazos y lanzazos contra veinte mil aborígenes. Dicen que el honor ya no es de este mundo porque los señores soldados no luchan cuerpo a cuerpo sino apretando botones, disparando sofisticados fusiles de asalto capaces de abatir un niño a dos mil metros, y usando desde nuestros hogares misiles teledirigidos e inteligentes que alcanzan blancos selectivos.

Y yo, que soy soldado, que vivo de esto desde que tengo conocimiento, les diré que el honor existe. Que el honor no es una palabra sino una religión. Un credo tan grande como el padre nuestro. Una seña de identidad que hace de unos pocos hombres de honor.

Thursday, March 30

La puta ballena blanca.

Que mi amigo el tuerto, que se llama Junípero, se pajee más que un mono y fume tabaco de liar es tan incierto como que las señoritas de bien, después de hacer el amor, se fumen un tritón delante de un espejo mientras se cuentan las patas de gallo, y más incierto aún, que aquella leyenda urbana, que se transmite oralmente, que dice que las señoritas de bien durante el fingimiento de sus orgasmos, reorganicen su agenda. Porque mi amigo, el tuerto, que perdió un ojo en Guadalcanal, pero no en la guerra del Pacífico, sino en una reyerta callejera con un chulo de putas, es un maestro de lo particular y muy discreto, y si se pajeara que no es el caso, lo haría con la discreción de un caballero, y jamás sobre un pollete, delante de su casa, donde sus hijos y esposa moran.

Porque la realidad, es que en este país nos gusta transfigurar la verdad, darle la vuelta a la tortilla y echarnos una soberana siesta tras la sobremesa, mientras en la “dos”, que sólo ven los intelectuales de galería, echan un documental sobre la cópula del Martín pescador y los cervatillos de ojos rasgados y culos pelados.

E, imagino, como siempre imagino, que otra cosa no puedo hacer, ustedes se preguntarán porque les hablo de mi amigo el tuerto, que no es el maestro armero ni el viejo J.C., que Dios tenga en su gloria. Lo cierto es que les hablo de mi amigo y compañero porque en esto de inventar cuestiones onanistas está el mundo lleno, y si de por medio hay un español, más.

Ahora, a la buena de la alcaldesa de Marbella, la acusan de llevarse de las arcas municipales las pesetas (traducidas a euros), las grapas del 23 y las grapadoras, paquetes de folios para sus hijos, que estudian como locos para convertirse en alcaldes y alcaldas de este puñetero país, y hasta un funcionario del grupo D para hacer las labores de jardinería en su chalet. En ese, por otra parte, modesto chalet, que ha edificado con el sudor de su frente, con su ética política natural y su civismo preclaro. Y yo, que soy muy ignorante, tanto o más que la clase política de este cortijo, me pregunto, rasgándome las vestiduras, la túnica y la toga, como en otrora hicieran Anas y Caifas delante de Jesucristo, a dónde vamos ir a parar. ¡Madre del amor hermoso, es que nadie piensa en los niños!

Que la señora alcaldesa, excelentísima y reverendísima, y si me apuran magnífica rectora de Marbella, allá donde el turismo es un bien tan atesorado y guardado como el agua, se hace un chalet y deriva ciertos fondos a una cartilla de ahorros en un banco de Chiclana, me parece increíble que se la persiga, castigue y juzgue… ¡Vilipendio, vilipendio, claro y franco vilipendio!

Pobrecita mía, que a buen seguro, a estas horas estará a lágrima cocodrilera tendida, en su celdita, con sus barrotitos de acero cromado, como las llantas de su vehículo oficial, entrándole unos rayitos de sol, tristones y ardientes, mientras pasa el tiempo y es el blanco de todas las miradas. Sí, pobrecita. Pobrecita y paupérrima alcaldesita… que se pensó que en este cortijo de jabatos adormilados, charlatanes de feria y borrachines y oportunistas y tahúres socialmente adaptados y manipuladores mediáticos, se le iba a pasar por alto, en una de esas inspecciones de pacotilla y bajo cuerda que se hacen tan usualmente por ese mundillo, unos cientos o miles o millones de euros… un agujerillo, negro eso sí, pero agujerillo en el bolsillo de una chaqueta mal acabada.

Si es que Dios le da pan a quien no tiene dientes, jolines. Que eso de que te tomen de ojo y ojeriza es puta envidia. Sí, malsana y puta envidia, y que si de algo ha pecado la pobrecica es de no haber compartido, y claro, ya se sabe, que cuando uno mejora le buscan las cosquillas, y los tres pies al gato, y las tres piernas al tuerto, que tiene tres, dos a cada lado y una rodillera en el medio. ¡Ays (suspirará mi pobrecita alcaldesa) jodida es esta vida concurrida de envidiosos!

Y es que me pregunto yo, como quien no quiere la cosa, “bah, qué rayos, ¿nos vamos a echar a templar por un quítame allá en esas pajas?” Si es que este mundo está al revés y muy mal repartido, y la gente es muy pero que muy desagradecida.

Pero bueno, en fin que le vamos a hacer, peor lo tiene la tenienta de alcalde que le aguaron la noche de bodas, en las Rusias, en la madre Rusia berberisca y desteñida. Que le fastidiaron el kiki apasionado y tórrido con su veterinario cantarín y fresco, y ahora pasa la noche, enjaulada como un gorrión molinero y su trajecito de novia blanco, en la celda de al lado.

Y es que en este país de panderetas y tunos, de atracadores a mano armada y especuladores que todo hay que decirlo para que ustedes lo entiendan esto es un notición, porque es un notición, que nos endulza un poquillo eso de la aprobación del estatuto catalán, donde unos señores con mucha cabeza, como para soportar varios cientos de cuernos, ahora se parten de risa a nuestra cuenta… pero éste, el estatuto catalán me lo guardo para mañana, para cuando tenga más hambre y más rabia, y me pueda cagar en la madre de alguno y blasfemar en voz alta.

Wednesday, March 29

Los cuchillos cebolleros, la primavera y otros desmadres.

Hoy, les escribo en uno de esos altos en el trabajo, deleitándome con el insulso sabor de un sándwich vegetal, de esos que odio tanto y la música inapropiada para el momento, de Mozart. Esa música que sirve para descansar, para dormir, y al mismo tiempo para alterarte el ánimo, y darte un punto fijo en el horizonte para no quedarte dormido.

Música que los niños bien no escuchan porque no se le pone tiesa y no les hace desvariar, pues el tema de soñar les sabe a poco, y se pajean como pollinos en los cementerios, amen de otras cuestiones escatológicas en las cuales prefiero no entrar.

Una mierda para todos los presentes que se pajean en los cementerios.

El asunto, es que descanso, sobre mi silla de cuatro patas, y frente a mi castrense ordenador personal, en mi nueva e ilustrada oficina de un buque de guerra. He finalizado, no con cierta pesadumbre, un informe sobre un accidente ocurrido a bordo, donde una pierna joven de un joven marinero se tropezó con un cuchillo cebollero, y le llegó al hueso, y le partió el músculo pero no le hizo sangrar, por lo menos más de lo pudorosamente necesario.

En ocasiones, me preguntan si la vida en el mar es bella. Yo siempre respondo que depende. Depende del día, de la mar, del ánimo y de una serie de factores que ahora no viene al caso enumerar, porque ni tengo ganas de enunciarlos ni ustedes de escucharlos, o debería decir leerlao? Las esencia es que navegar como todo en la vida, pasa por un montón de ciclos, de etapas, y cuando esas etapas se queman, no queda más que un vago recuerdo, más o menos grato, y un cierto regusto en la boca, como esos calambres post – coitales que le dan a uno en la entrepierna, que no joden pero atormentan después de una buena, regular o mala faena.

Pero la vida en un barco tiene más intríngulis que esas trasnochadas y románticas puestas de sol, que nosotros llamamos asépticamente ocasos, o esos lacónicos y fríos amaneceres, que nosotros llamamos ortos. Sí, la vida marinera es una vida de sacrificio, donde se duerme poco y mal, donde se come un rancho demasiado frío o demasiado caliente, y donde mires a donde mires solo ves mar. Sí, esa es la verdadera vida marinera. El resto, las aventuras, las puestas de sol en el Caribe de mis amores, y las señoritas de bien y alcurnia o las putas exuberantes de los mares del sur y norte, son solo leyendas urbanas y un tanto mitificadas por ajenos a la profesión.

¡Sí, lo sé! Estoy tirando por tierra, con la mayor gratuidad del mundo, todo aquello por lo que vivo y he vivido. Ese mundo mágico de piratas y corsarios, mercenarios de la mar, en busca de fortuna, honor y gloria. Pero es que hoy, ese puto y traicionero cuchillo cebollero no sólo sesgó el músculo pernil de un marinero, también me arrojó un jarro de agua fría sobre la cara, cuando dormía en mi plácido sueño, y por un momento, me ha hecho regresar a la realidad cruda e inevitable, y joder… como duele ver tanta mierda…

Mañana, o pasado mañana, o tal vez otro día, (y pongo comas y oes porque me sale de los huevos), me retracte abogando a sus sentimientos de niños peleones y culos aburguesados que se pajean en cementerios. Pero hoy, estoy tan cansado de todo, que no tengo argumentos ni para sostenerme a mi mismo. Así pues, me despido, les digo buenas noches, que descansen, que se lo pasen pipa, que vean la tele por mi, ya que a mi no me gusta, que duerman sobre sus camitas grandes y lustrosas y cenen sus opíparas cenas preparadas con artesanal amor por sus mamás, esposas o empresas de catering, que yo me voy a mi coy, del holandés kooi, a cagarme en la madre de alguno, en el cuchillo cebollero y todos esos desmadres que mi juventud perdió en pos del servicio renumerado a la patria. Y es que la primavera me altera…

Tuesday, March 21

Mi amiga la del supermercado, su amiga pelirroja y la amiga de la amiga de la pelirroja.

¡Oiga, que uno no es de piedra!, y se le saltan las lágrimas cuando se pilla un dedo en una escotilla, llámesele puerta o ventana; pero lágrimas que caen por dentro, de esas que te muerdes el labio, de esas que interiorizas como la procesión para que nadie te vea llorar y te saque los colores, que no estamos en edad.

Hace unos días, cierta persona me dijo que estaba obsesionado con las señoras y señoritas que trabajan en los centros comerciales, y que además enfatizaba con mucho énfasis (y perdonen la quasi redundancia) la figura de la cajera. Pero es que a mí, que visto el uniforme más horas al día que Topete monta guardias, me ponen las señoritas de uniforme.

Me encanta pasearme por el Corte Inglés y verlas con esas blusiblas verdes y esas faldas rectas, tipo monástico, bien arregladitas y maquilladas, y las carnes bronceadas a golpe de rayos UVA, o esas otras, más modestas de los supermercados con sus atavíos anaranjados o rojos o verde oscuro, su mirada dicharachera y su sonrisa lisonjera. Sí, realmente me levantan la moral y lo que no es la moral y hacen que aflore en mí y de mí toda esa galantería que guardo para los domingos y las fiestas de guardar.

También, me recriminaban, imagino que con acierto, que trataba siempre muy mal a las mujeres en mis escritos, que siempre las llamaba putas y guarras, y toda la ristra choricera de improperios que uno se pueda imaginar. Pero lo cierto, señores y especialmente señoras mías es que no es así. Yo no trato mal a las mujeres, y a cada una la llamo por su nombre, y la trato como me tratan y como se merecen. Si a alguna la llamo puta, será porque es puta, o sea, una señora barra señorita que trabaja vendiendo su cuerpo para ganarse el pan, y además suelo tratarlas siempre de señoras, pues ese tratamiento así me parece más apropiado. Por supuesto, no soy misógino, al contrario, me gustan más las mujeres que a un tonto un pirulí, y de la Habana, pero esa es cuestión que ustedes ya habrán descubierto.

El asunto es que me encontraba haciendo la compra de la semana en un supermercado próximo a mi piso de soltero, ese especie de picadero, que no es tal, y que uso para guarecerme de la lluvia y las inclemencias de la climatología durante la semana. Allí, en el supermercado, conozco a una señora cajera, de grandes ubres, y digo ubres por aquel dicho exacto y rigurosamente científico, que dice que mano que teta no cubre no es teta sino ubre; embelesados labios rojos gruesos y húmedos y mirada de fuego. Esta señorita, que tan ardientemente describo, la conozco desde mi más tierna juventud, que enchufado a un grifo de cerveza y con Loquillo a toda mecha, en aquel inigualable trabajo de “A por ellos que son pocos y cobardes”, solíamos tontear los sábados por la tarde.

En esa jornada mercantil, me dijo.

- ¿Sabes quién es mi compañera fulanita?
- La pelirroja.- Le respondí. – Siempre me han gustado las pelirrojas.- Continué.
- Sí, esa. ¿Qué te parece?

Yo siempre he sido fiel a mi propia filosofía, esa que dice que es mejor decir la verdad porque se coge antes a un mentiroso que a un cojo, y más vale ponerse colorado una vez, que cien amarillo.

- Creo que es fea como un demonio. Es la típica pelirroja fea, fea con ganas.

Y es que, realmente, es cierto. Entre las pelirrojas no existe un término medio. O son guapas a rabiar, de esas que te cae la baba y el moco tonto, o es fea como un demonio, con ganas, de esas que crees y podrías asegurar que después de hacerla rompieron el molde, o que cuando se hacía el género humano al llegar a ella se quedaron si presupuesto.

Huelga decir, que mi amiga me miró con tanta indignación que si ésta, la indignación fuera físicamente contumaz, me hubiera partido la cara dos o tres veces.

- Eres un cerdo, Corso.

Y tiene razón. ¿Qué me habría costado ser más diplomático y haberle dicho aquello tan socorrido de: bueno, sí, ya sabes, es que yo últimamente…? Pero no, fiel a mi filosofía de a cada cual más borde, se lo solté todo en la cara, como el tipo aquel que después de agarrarse una moña a base de tintorro hace un viaje de dieciocho horas sobre la rueda de un autobús, que para más INRI va camino de una degustación de puros habanos, y se los fuman durante todo el trayecto. Pues eso, que se lo escupí en la cara, y me llamó cerdo, por no darme dos guantazos bien dados y dejarme sentado.

- ¿Cómo puedes ser así?
- No sé, pero tú eres muy guapa, ya lo sabes.

Ella en el fondo se rió, y soltó una leve pero picaruela sonrisa, iluminándosele los ojos. Ella sabía que yo sabía que en otro tiempo le hubiera hecho el amor en un descampado, y le hubiera pedido en matrimonio, y sé que ella sabe que hubiera dejado de trabajar y sería un amo de casa fantástico, de esos que planchan los domingos a la tarde, ven las telenovelas y a Maria Teresa Campos.

- Eres un granuja.

La cosa se iba suavizando. Y sino fuera por el carácter trasnochado y apocado que me caracteriza de no mezclar el trabajo con el placer, le hubiera plantado un señor beso en la boca entre los congelados y las mermeladas.

Sé que ahora pensarán aquello tan didáctico y ético, que en la literatura se entiende por clavar un clavo y colgar un cuadro, o sea, que he planteado algo pero que no lo doy finalizado, y esa es la cuestión, que sin duda, no me interesa finalizar lo que he empezado, entre otras cosas porque he perdido el hilo de la trama, porque estoy cansando y porque la pelirroja no me atraía nada. Así que, si se preguntan por la amiga de la pelirroja, me han pillado con las manos en la masa, porque la he puesto en el título porque me gustan los títulos largos, y no tengo ni idea de por donde continuar.

Y como no sé por donde continuar, y para darle en la cabeza a mi doctora en nutrición, les contaré lo que les pasó a la pelirroja y a su amiga, que un día en un parque dándole de comer a los buitres, porque aquí son así de grandes las palomas, que nosotros llamamos gaviotas, se les acercó un joven apuesto y comenzó a fotografiarlas. Una, dos, tres… enésimas veces las fotografió. Al finalizar, ellas, entre cohibidas y cautivadas, le preguntaron al fotógrafo para que eran esas fotos. Un anuncio, una postal de esas que pone recuerdo de…, para turismo rural, un book… En fin, para qué demonios había sacado tantas fotografías. El joven que era muy apuesto, y guapetón o así diría uno de mis ayudantes, que por cierto es gay, y no porque sea alegre, sino porque es homosexual, se quedó mirando para ellas y les dijo.

- Señoritas, les debo confesar, que embotello anís el mono, y me he quedado sin etiquetas.

Que sí, que es cruel… y pido perdón, doctora, y que en el fondo sabe usted que no soy así, que soy un pedacito de pan, un simple hombrecillo tímido que no sabe donde esconder la cabeza, y que dejo correr mi imaginación con la misma y certera suerte que mi lengua. Pero, por favor, le pido, que no me vuelva a inyectar otra de esas inyecciones de agua destilada.

Friday, March 17

Historia de un botellón.

A estas alturas de la palangana nacional, el contubernio paleolítico y la mierda que cagan los conejos, que son como pelotillas de arroz inflados, no me voy a poner mojigato y decirles que nunca me he agarrado una castaña, y dos si eran pequeñas, y que no he frecuentado burdeles, que como catedrales e iglesias abundan en todos los polos, esquinas y planicies de la madre tierra.

Siempre me ha gustado, dentro de los límites de mi propia privacidad y seguridad, ser fiel a la verdad, y no transgredir esa norma me ha podido dar más de un quebradero de cabeza, pero también muchas satisfacciones. Porque una cosa es pensar lo mierda que es uno, y otra muy distinta, decírselo a la cara, con los ojos bien abiertos y brillantes, lúcido y con esa venita atravesada inflamada por la cólera, esa venita que delimita la palabra hablada de las hostias con y sin hache. Así que siendo leal, bello y en desuso verbo, a mi propia filosofía de pobre y viejo soldado, no les negaré que me he apañado entre pecho y espalda más de una cogorza ora cervecera ora licorera donde las hubiere, con su pertinaz y contumaz resaca.

Soy viejo. Bueno, no tan viejo, pero si lo suficientemente viejo como para saber discernir desde la atalaya de mis edades el paso tétrico de las generaciones. Y ya puestos, como sabrán mis queridos y ácidos lectores, y demás recua de pseudo intelectuales de bolsillo, pertenezco a esa poco comprometida y muy demagoga generación X. Esa generación que se crió en los pechos de los ochenta con Alaska, Loquillo, Radio Futura o los Hombres G. Esa juvenil generación desenfadada y con muy mal gusto en el vestir y peor en el peinar, que todavía añoraba a Enrique y Ana y su querido amigo Félix, y que se salió a la calle un buen día del curso escolar; la consigna era “los de marrón de qué colegio son” (o sea los maderos), para protestar por la mierda de plan de estudios que nos querían imponer entre ceja y ceja, y también entre cacha y cacha. Sí, a esa y no otra generación pertenezco. Y también, solía juntarme con los amiguetes, algunos espinillados y otros, malamente enamorados de alguna quinceañera, para tomar las cervecillas, en aquel garito de mala muerte, donde te la servía de a litro, con espuma, meados y toda la parafernalia, y donde nos cegamos como un cromosoma a base de lingotazos. Ciertamente, los jóvenes nos reuníamos en los bares, y coreábamos y bailábamos al son de aquellos ochenta que se convirtieron en los noventa a golpe de caña y cubata.

Por eso, tengo que confesarles que lo del botellón, me la trae floja. Y por mi, pueden cogerse un coma etílico todos los participantes, que en eso consiste, y perder su juventud entre cascos de cervezas vacías o su virginidad en el maletero de un coche, mientras los colegas se pasan la birra, el cubatón y la merengada de música extraña y chorrera que escuchan ahora. Por mí, pueden romperse los tímpanos y las cervicales y los nudillos a base de borrachera macro inflamada en algún lugar acondicionado o improvisadamente en una plaza de esas con abolengo rancio e historia contemporánea. A mí, como se dice hoy en día, me la suda, me la flojea y me importa un carajo que al día siguiente el servicio de limpieza recoja una tonelada y media de basura.

Y sí, este párrafo tan irresponsable por mi parte tiene su razón de ser. Y esa razón, es que hoy, la sociedad está tan consumida por sus miedos y sus desdichas, que en lugar de escuchar a los jóvenes y meterlos en vereda, los aparcamos como si fueran trastos, como si fueran objetos inútiles o frutas verdes, y creemos que algún día madurarán como lo hicimos nosotros, por cojones y porque no nos quedaba más remedio. Y no, no es así, porque los jóvenes gritan y gritan fuerte buscando ayuda, buscando consejo y buscando una luz que los guíe, y nosotros que somos una sombra patética y ridícula y absurda y grotesca, en definitiva una caricatura de ser humano formado y forjado en los avatares de la vida, hacemos oídos sordos y no nos molestamos en levantarnos del sofá.

Y por esa razón, nuestra juventud se concentra y manifiesta en pro de un botellón, en lugar de hacer lo que hacen nuestros jóvenes vecinos galos, que también se concentran en las proximidades de la Sorbona, pero con otro fin, el de acabar con los empleos basura y esclavistas del Ministro Villepen. Por eso, nosotros somos el país de la pandereta, la jota y la falla flamígera, el cortijo y el latifundio, el terrateniente y los chiringuitos de playa, donde los alemanitos y alemanitas, holandesitos y holandesitas, britaniquitos y britaniquitas se fletan un vuelo charter para beberse nuestras ciudades y orinarnos en la boca, mientras nosotros continuamos con nuestra siesta, santo y seña de nuestra nacionalidad, que otra cosa no es hacer patria.

Pues eso, cuando nuestros hijos de quince meses, tengan dieciocho años, estudiarán en la facultad de historia, la historia del botellón, la concentración masiva de la juventud española en pro del derecho reivindicativo de tajarse en plena calle y vomitar en las aceras y los portales, y dejarán de lado cosas que no interesan a nadie como la afluencia masiva de inmigrantes senegaleses que llegan cadáveres a las Canarias, la reorganización de las comunidades y la opa boba de ENDESA, que para política no están y tampoco para retorcerse los cuernos con los derechos humanos, que ya se han olvidado, porque no lo han aprendido que fuimos un pueblo nómada con todas sus letras en la “dorada” época del franquismo y el movimiento nacional, y fuimos limpiadores de culo de vacas y fontaneros y pegadores de carteles publicitarios en países del norte, donde los españolitos éramos los primo – hermanos de Manolete y Estrellita Castro, y al fin y al cabo, esas cosas a nuestra juventud les importan un pimiento, por no decir una mierda, que suena mal, que si a los que les pagan por ello no hacen nada, a ellos que ni siquiera les dan paga los domingos menos.

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