Sunday, November 29

La Italiana y el higo bañado en miel.

No les voy a mentir. Ayer no batallé en ningún punto del globo. Me fui a cenar con unos amigos. En principio, éramos tres, aunque ninguno el maestro armero que desde que se casó se ha vuelto un poco más comedido.

Nos fuimos de repesca y piscolabis, tres amigos de siempre. Uno, dos y el menda que suscribe estas palabras.

El asunto, todo hay que decirlo, es que estábamos aburridos de las mismas películas chorras, mal grabadas y peor bajadas y hastiados del deporte que la tarjeta del Al jazeera nos proponía. Así pues, y tras ver hasta en tres ocasiones el mismo parte en el canal internacional, atajamos tesituras, nos lavamos con jabón perfumado, como si fuéramos a putas, nos higienizamos los bajos y vestidos de civiles nos dirigimos a la ciudad.

Creo que ya en otra ocasión les hablé de Chania, en la Isla de Creta, concretamente en la Bahía de Souda o Suda, según como la lean y patéen, y les conté y describí las magníficas veleidades que hacen para el visitante. No sólo sus sobresalientes cafés griegos, o griegos a secas, sus endemoniadas vistas y lo que hoy me ocupa, su gastronomía. Amén de esas hermosas helenas de perfiladas narices y voluptuosos pechos.

Si no disponen de vehículo, yo les guío. Cojan mi ruda mano, avejentada y sitúense por un momento: noviembre, ocho de la tarde (hace dos horas que fue el ocaso), fresco, póngase una “rebequita”, y adelante.

Si pasamos de callejear en busca de algún artículo horterilla que ponga “recuerdo de Creta”, de algún cuchillo astado, de alguna filigrana en oro, pero de 14, alguna estatuilla representativa de la mitología o cualquier artículo de imitación, nos dirigiremos al puerto tomando dirección al Old town. Allí, encontraremos lo que se conoce como The Venecian Port. Esta calle que les digo, “Halidon”, concluirá en la Plaza Veneciana, y de ahí partirá un largo paseo que ocupa todo el puerto llamado, el paseo, Akti Kountouriotou. Y aquí, señoras mías, comienza la aventura.

Mes gustaría recomendarles un restaurante en concreto, pero… me es imposible. Para los más aventureros, les recomiendo un donut y una cantimplora, y para los restos, dos soluciones, el Girospapa con yogur griego, hecho por hermosas griegas, que lo mezclan y fermentan entre sus pechos o un restaurante en la Akti Kountouriotou

Para empezar, pulpo a la plancha, y calamares recién pescados, que resultan adecuados para hablar del tiempo, y las jacas, dos maduronas italianas, una con minifalda que me están rompiendo la “pana” (que en italiano es nata) y las vergüenzas, que cada vez que se acomoda me sube la tensión y otras formas, que adoptando tienda de campaña, disimulo con la servilleta.
Después pez espada, también a la plancha, el pan (algo duro, todo hay que decirlo, aunque no lo único duro, se me antoja pensar, pensando en la italiana). Con guarnición, el pez y la italiana.
De segundo ternera, en su punto, la carne roja con una salsa somera, picantona, pero no en exceso, no tan abusiva como la italiana cincuentona que ahora se sabe observada, que descruza las piernas un poco y abre con sutileza sus entretelas, mientras lame, que está en los postre, un pizca de helado. Tal vez vainilla o “pana”.

El postre, curioso, jamás me quedo con el nombre. Básicamente tres bolas de helado, copiosas, ennatadas y con virutas de chocolate, y ese pastelillo hecho de hojaldre, higos, nueces y miel. Algo así como la italiana, ese pastelillo hecho de hojaldre, con un higo ardiente y bañado en miel.

Porque, señoras mías, lo mejor de la casa, en Chania, Dubai, Fresno, Balboa o Barcelona está claro que se reserva para los postres.

La sobremesa me la guardo para mí, que aun me reverbera en la boca, su sabor.

Friday, November 27

Pelirrojas del demonio, a secas.

No sé si les conté, que en cierta ocasión fui testigo de un hecho extraordinario en el mundo animal. Caminaba, no sin cierta dificultad, por las trincheras, parapetado y artillado hasta los dientes, allá en la tierra sarracena, cuando una bandada de estorninos, miles, tal vez millones, hicieron de vientre a su paso.
Fue un bombardeo épico, donde las bombas de racimo explosionaban al contacto con la tierra batida y enfangada tras los monzones. Cada fragmento de metralla, pasaba silbado. Y allí, en la desesperación de la incertidumbre, que se traduce en la desinformación, el azogue del cerco, estrechándose sobre nuestras cabezas, el cielo que fue azul se cubrió de un negro manto que ni siquiera era nubes, cerrándose por un instante, que se hizo tan largo como dramático.

El descanso del guerrero.

Sólo es un mito.
Un mito como que los marinos de las armadas tienen una novia en cada puerto. Sólo un mito.
Cuando al fin te relevan, no sientes ni alivio, y la tensión acumulada se atenúa convirtiéndose en un terrible dolor de cabeza. Tal vez, te tiemblen las manos, por acción de la tensión muscular, y se te agarrote la espalda; que perdiendo su forma natural se convierte en un palo de escoba. Cierras los ojos, y en las primeras noches, todavía puedes oler el hedor de la mugre y el sudor. Todavía eres capaz de distinguir el olor del combustible, sí, ese JP5 o ese diesel esperando en sus toneles, como odres de vino.
Cada ruido te sobresalta, y sientes el retumbar de los chasquidos secos y sordos de la munición que escupen los fusiles. El pestañeo de los casquillos cuando caen sobre el duro suelo de las rocas.
Todavía conservas en las uñas un poco de betún, y el olor del jabón con el que te aseas detrás de las orejas, la nuca y el cuello, la cara, donde el sudor, las legañas y el barro y polvo se acumulan en cada arruga.
El pelo, casi siempre rasurado al milímetro es como un trozo de velcro.
Sí, mierda, sólo es un mito, un puto mito.

La vuelta a la normalidad.

Sales de casa, vestido con ropa de calle, alguna te queda justa, la gran mayoría holgada. Tus pies ya no están oprimidos en unas botas empapadas, pero las plantas te arden con cada paso que das.
Cada calle se ha convertido en una jungla, llena de personas que no son blancos, ni objetivos, sólo personas que pasean por tu lado ajenas a tus pensamientos. Imbuidas en sus propios problemas.
La normalidad ya no es normal, es un sobresalto, es otra realidad que debes superar desapercibidamente, para no parecer un extraño. Para que los tipos y señoras que anda a tu alrededor no te vean como un pirado que se ha escapado de un manicomio.

Sí, nada es fácil. Todo resulta difícil. Pero no pasa nada o eso crees. Has sido capaz de circundar el mundo en un barco de papel, de perderte en las calles de Mombasa y sigues aquí. Con lo puesto, con tus recuerdos que son recortes de periódicos y retalitos de fotografías en blanco y negro, los arañazos de una gata de un lupanar, llamado Pinkhouse, y otras historias, que como el poeta dijo, recordar no quiero.

Y entonces, de la nada, como un retortijón mañanero aparece ella, esa pelirroja del demonio de ojos oscuros, que te mira con la lascivia de la que se sabe evocadora. Provocándote con cada movimiento que tu acerada voluntad se turbe. Puedes olerla. Puedes distinguir el olor de su piel. Puedes escuchar como roza su ropa contra su cuerpo, mientras camina observándote con esa sonrisa que te volvió loco, y que hizo que te tatuaras en el pecho diez versículos del libro de Jeremías. Esa sonrisa que hizo que te rajaran la cara de una cuchillada detrás de unos containers en un muelle de carga de Salalah. Esa sonrisa porla que meas sangre y escupes cicuta cuando la mentan.

Sí, allí, en la placita sin nombre, donde no retumban las balas ni los cañones, donde los niños dicen: “mira un relámpago” y es un relámpago. Allí, donde los estorninos tienen vedada la entrada, estancia y paso. Se acerca. Te mira. Y con la mano, todavía fría, te acaricia la mejilla rasgada.

- Corso, ¡qué viejo estás!

Y tú, a carcajadas, le besas los labios esperando el momento, de comerle las entrañas.

Thursday, November 26

Platonismos o las pelirrojas del demonio




Hoy, realmente, no me quiero extender mucho. Lamentablemente, no tengo demasiado tiempo que dedicarle a este blog, que siempre pensé que era de muchos, y al final se quedó sólo en mi. Un reducto, como el de los galos, alejado de todas partes, y donde puedo contarles, aunque sea de manera sarcástica o más bien caústica cosas que veo, que he visto, o que ya no quiero ver.

Pero hoy, les decía, no me quiero extender. Les quiero hablar del platonismo, de ese que tuve una vez, cuando siendo un crío padecí. Ese amor que te subyuga, que te rompe en dos el alma, el corazón y las entrañas y te deja tan seco como una mojama.

Ese amor, que es bello, porque no se consuma, porque pasa como una brisa fugaz rozándote la cara, y se escabulle de tus manos, sin llegar jamás, aunque sea con las yemas de tus dedos, tocarla. De ese amor hablo. Hoy, el carnal, lo dejo aparcado, aparcado en los lupanes de Sicilia y Cartagena de Indias, donde entre rones y vinos, una parte de mi se sumió en la más profunda desesperación dialéctica....

Hoy, déjenme dibujarles a estas dos bellas mujeres, a estas dos pelirrojas rabiosamente hermosas, de apariencia frágil, de suaves formas y piel blanca. Por un lado, María Vázquez, esta gallega y pelirroja, con esos elocuentes ojos cargados de vida, de melancolismo, y al tiempo con esa pizca de trasto y travesura. Por otro lado, Maureen O'hara, la más bella de las bellas pelirrojas irlandesas, con su gesto altivo y a la par tímido, su entrevelada sonrisa que pugna entre la inocencia y la ira.
¿Se pueden imaginar algo más bello? Yo, ahora mismo, no.
PD.- Esta entrada promete una segunda parte más mordaz.






Monday, November 23

Viva dixie's land

Decía mi abuela, Dios la tenga en su gloria, que cuando a uno le pica el culo es que tiene lombrices. Y así, como quien no quiere la cosa, a mi me empezó a picar el cuerpo, los adentros y las entrañas, y me resistí a pensar y a creer, en estos tiempos descreídos, que aunque fuera corta y breve, tenía que publicar una entrada.

¡Ahí va!

Viva dixie's land!
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