No les voy a mentir. Ayer no batallé en ningún punto del globo. Me fui a cenar con unos amigos. En principio, éramos tres, aunque ninguno el maestro armero que desde que se casó se ha vuelto un poco más comedido.
Nos fuimos de repesca y piscolabis, tres amigos de siempre. Uno, dos y el menda que suscribe estas palabras.
El asunto, todo hay que decirlo, es que estábamos aburridos de las mismas películas chorras, mal grabadas y peor bajadas y hastiados del deporte que la tarjeta del Al jazeera nos proponía. Así pues, y tras ver hasta en tres ocasiones el mismo parte en el canal internacional, atajamos tesituras, nos lavamos con jabón perfumado, como si fuéramos a putas, nos higienizamos los bajos y vestidos de civiles nos dirigimos a la ciudad.
Creo que ya en otra ocasión les hablé de Chania, en la Isla de Creta, concretamente en la Bahía de Souda o Suda, según como la lean y patéen, y les conté y describí las magníficas veleidades que hacen para el visitante. No sólo sus sobresalientes cafés griegos, o griegos a secas, sus endemoniadas vistas y lo que hoy me ocupa, su gastronomía. Amén de esas hermosas helenas de perfiladas narices y voluptuosos pechos.
Si no disponen de vehículo, yo les guío. Cojan mi ruda mano, avejentada y sitúense por un momento: noviembre, ocho de la tarde (hace dos horas que fue el ocaso), fresco, póngase una “rebequita”, y adelante.
Si pasamos de callejear en busca de algún artículo horterilla que ponga “recuerdo de Creta”, de algún cuchillo astado, de alguna filigrana en oro, pero de 14, alguna estatuilla representativa de la mitología o cualquier artículo de imitación, nos dirigiremos al puerto tomando dirección al Old town. Allí, encontraremos lo que se conoce como The Venecian Port. Esta calle que les digo, “Halidon”, concluirá en la Plaza Veneciana, y de ahí partirá un largo paseo que ocupa todo el puerto llamado, el paseo, Akti Kountouriotou. Y aquí, señoras mías, comienza la aventura.
Mes gustaría recomendarles un restaurante en concreto, pero… me es imposible. Para los más aventureros, les recomiendo un donut y una cantimplora, y para los restos, dos soluciones, el Girospapa con yogur griego, hecho por hermosas griegas, que lo mezclan y fermentan entre sus pechos o un restaurante en la Akti Kountouriotou
Para empezar, pulpo a la plancha, y calamares recién pescados, que resultan adecuados para hablar del tiempo, y las jacas, dos maduronas italianas, una con minifalda que me están rompiendo la “pana” (que en italiano es nata) y las vergüenzas, que cada vez que se acomoda me sube la tensión y otras formas, que adoptando tienda de campaña, disimulo con la servilleta.
Después pez espada, también a la plancha, el pan (algo duro, todo hay que decirlo, aunque no lo único duro, se me antoja pensar, pensando en la italiana). Con guarnición, el pez y la italiana.
De segundo ternera, en su punto, la carne roja con una salsa somera, picantona, pero no en exceso, no tan abusiva como la italiana cincuentona que ahora se sabe observada, que descruza las piernas un poco y abre con sutileza sus entretelas, mientras lame, que está en los postre, un pizca de helado. Tal vez vainilla o “pana”.
El postre, curioso, jamás me quedo con el nombre. Básicamente tres bolas de helado, copiosas, ennatadas y con virutas de chocolate, y ese pastelillo hecho de hojaldre, higos, nueces y miel. Algo así como la italiana, ese pastelillo hecho de hojaldre, con un higo ardiente y bañado en miel.
Porque, señoras mías, lo mejor de la casa, en Chania, Dubai, Fresno, Balboa o Barcelona está claro que se reserva para los postres.
La sobremesa me la guardo para mí, que aun me reverbera en la boca, su sabor.
Nos fuimos de repesca y piscolabis, tres amigos de siempre. Uno, dos y el menda que suscribe estas palabras.
El asunto, todo hay que decirlo, es que estábamos aburridos de las mismas películas chorras, mal grabadas y peor bajadas y hastiados del deporte que la tarjeta del Al jazeera nos proponía. Así pues, y tras ver hasta en tres ocasiones el mismo parte en el canal internacional, atajamos tesituras, nos lavamos con jabón perfumado, como si fuéramos a putas, nos higienizamos los bajos y vestidos de civiles nos dirigimos a la ciudad.
Creo que ya en otra ocasión les hablé de Chania, en la Isla de Creta, concretamente en la Bahía de Souda o Suda, según como la lean y patéen, y les conté y describí las magníficas veleidades que hacen para el visitante. No sólo sus sobresalientes cafés griegos, o griegos a secas, sus endemoniadas vistas y lo que hoy me ocupa, su gastronomía. Amén de esas hermosas helenas de perfiladas narices y voluptuosos pechos.
Si no disponen de vehículo, yo les guío. Cojan mi ruda mano, avejentada y sitúense por un momento: noviembre, ocho de la tarde (hace dos horas que fue el ocaso), fresco, póngase una “rebequita”, y adelante.
Si pasamos de callejear en busca de algún artículo horterilla que ponga “recuerdo de Creta”, de algún cuchillo astado, de alguna filigrana en oro, pero de 14, alguna estatuilla representativa de la mitología o cualquier artículo de imitación, nos dirigiremos al puerto tomando dirección al Old town. Allí, encontraremos lo que se conoce como The Venecian Port. Esta calle que les digo, “Halidon”, concluirá en la Plaza Veneciana, y de ahí partirá un largo paseo que ocupa todo el puerto llamado, el paseo, Akti Kountouriotou. Y aquí, señoras mías, comienza la aventura.
Mes gustaría recomendarles un restaurante en concreto, pero… me es imposible. Para los más aventureros, les recomiendo un donut y una cantimplora, y para los restos, dos soluciones, el Girospapa con yogur griego, hecho por hermosas griegas, que lo mezclan y fermentan entre sus pechos o un restaurante en la Akti Kountouriotou
Para empezar, pulpo a la plancha, y calamares recién pescados, que resultan adecuados para hablar del tiempo, y las jacas, dos maduronas italianas, una con minifalda que me están rompiendo la “pana” (que en italiano es nata) y las vergüenzas, que cada vez que se acomoda me sube la tensión y otras formas, que adoptando tienda de campaña, disimulo con la servilleta.
Después pez espada, también a la plancha, el pan (algo duro, todo hay que decirlo, aunque no lo único duro, se me antoja pensar, pensando en la italiana). Con guarnición, el pez y la italiana.
De segundo ternera, en su punto, la carne roja con una salsa somera, picantona, pero no en exceso, no tan abusiva como la italiana cincuentona que ahora se sabe observada, que descruza las piernas un poco y abre con sutileza sus entretelas, mientras lame, que está en los postre, un pizca de helado. Tal vez vainilla o “pana”.
El postre, curioso, jamás me quedo con el nombre. Básicamente tres bolas de helado, copiosas, ennatadas y con virutas de chocolate, y ese pastelillo hecho de hojaldre, higos, nueces y miel. Algo así como la italiana, ese pastelillo hecho de hojaldre, con un higo ardiente y bañado en miel.
Porque, señoras mías, lo mejor de la casa, en Chania, Dubai, Fresno, Balboa o Barcelona está claro que se reserva para los postres.
La sobremesa me la guardo para mí, que aun me reverbera en la boca, su sabor.