Tuesday, May 30

He caído en la cuenta.

He caído en la cuenta, después de devanarme los sesos, que no el sexo, pues hace tiempo que no me hurgo el pellejo; eso lo dejo para los más impetuosos y febriles potrillos; que la mayoría de los que se afanan en seguir mis correrías, que no corridas, que además de soez suena taurino y fatal, son féminas, seguidas de cerca de afeminados, y un último vestigio conformado por viejos y rudos cruzados, compañeros de armas y sesudos guerreros que comprenden y comparten mi filosofía de vida como propia; punto éste, que yo mismo practicaría.
Son muchos los mensajes y comentarios, que a bien tengo de eliminar de este blog y otro que campea por el ciber espacio, además de otras vías, en las que me piden una dirección de correo electrónico, que ahora y siempre se llamó email para poder discutir de manera más íntima ciertas ideas, propuestas y divergencias que surgen de mis apocalípticas y goyescas, por no decir idiotizantes, cartas abiertas.
Así que, he habilitado una cuenta para todos aquellos que quieran participar, decirme algo (ya sea bueno, regular o malo) o discutir insanamente sobre cualquier tema que crean oportuno. La dirección es: IRACUNDAMENTE@HOTMAIL.COM.
Huelga decir que aquellos/as interesadas en posibles e ilusas relaciones cibersexuales o ciber-románticas van de culo. Aunque si son señoras guapas admito fotografías de cuerpo entero y rostro distorsionado donde muestren sus curvaturas, rincones y culos. Esos culos de señora, culos, culillos y culazos que como espejo son reflejo de su personalidad. (Aunque llegados a este AXIOMA, prefiero reservarme para un mejor y más ardiente instante).
Las puertas de mi mente, mi prodigiosa y exuberante cerebro, está abierta para todos aquellos que deseen participar.
¡Ah, por cierto, me olvidaba comentarles, que tengo en nómina a los mejores antihackers que se pueden comprar!

El evangelio según Eva Lobo (Voluntaria imaginaria)

“Carece de convicción tomarse a la ligera las palabras que escribo, pero las escribo sin ánimo de ofender ni reprender, y con el único fin de hacer comprender, que el mundo que conocemos se ha ido a pique, sin necesidad de armas nucleares o biológicas. T. Hume lo dejó muy claro: “el hombre es un lobo para el hombre”. A esa aportación tan clara y directa yo no puedo añadir nada. Solamente dejarla caer, como si fuera una losa lapidaria, en sus oídos y que alguno o alguna, en cualquier y remoto rincón de este planeta la escuche. Todavía albergo la esperanza de que la gente se levante en una imaginaria y pacífica revolución. Donde las personas se den la mano y ofrezcan su mejor sonrisa. Todas las mañanas me levanto esperando un nuevo día, un nuevo amanecer donde todo lo imaginable que leo y veo haya sido una grotesca pesadilla.”

Eva Lobo (1969 - 2005)

Si Dios me diera la oportunidad de volver a nacer, y al mismo tiempo me diera el don de recordar con pelos y señales todo lo que he vivido, los errores cometidos y los bellos momentos, creo que le daría las gracias y que dejaría pasar la oportunidad. Porque soy de los que piensan que la vida se debe vivir una vez, y se debe aprovechar al máximo, y que la inmortalidad es una ventaja solitaria y estúpida que te llevaría de cabeza a la más absoluta depresión.

Hoy, mientras leía la prensa (digital, qué remedio), me puse a pensar en todas esas cosas que hacemos y de las que nos tendríamos que arrepentir. Errores que surgen como fantasmas de navidad. Oportunidades que has dejado pasar, y que debías haber tomado fuertemente entre tus manos, para no tener que luego aferrarte a un clavo ardiente. Momentos deliciosos, que como la brisa marina, pasan raudos ante tus ojos y tus emociones, dejándote ese agridulce sabor de boca, que nunca logras atinar si ha sido totalmente bueno o medianamente regular.

Si no me quedara más remedio que volver a nacer, me gustaría volver a vivir mi vida. Volver a mi infancia de niño de clase media, cuando la clase media era pobre. A jugar con mis amigos en el descampado, con improvisadas espadas y escopetas confeccionadas con palos de escoba. A ser, por unos instantes, con el balón en el pié, aquel jugador endiosado en los mundiales y las ligas. Aquel aventurero soñador que se mezclaba en una rara y extraña amalgama con la naturaleza limpia, y dejaba correr su imaginación, como corrían los churretones de sudor por la frente y la mejilla.

Retornaría a los tiempos del internado de curas, donde con mis quijotescas andadas di más de un disgusto a mis padres, a mis mentores y maestros. A los tiempos del primer amor, y ese primer beso que sabía a gloria. El temblequeo de las piernas y los vellos erizados como escarpias. Las pupilas dilatadas y el corazón saliéndose de la caja torácica pasado de vueltas. Los mismos nervios y miedos de ese primer día delante de la puerta del cuartel, y aquel cabo verde pegándome patatas en el culo para que entrara en formación.

Volvería otra vez, a pasar los malos tragos de ver morir a mi padre y abuelos. Sí. Lo digo como lo leen. Lo volvería a pasar. Porque sé que la muerte es algo inherente al ser humano e intentar omitirla o anularla de nosotros mismos es un grave error. La muerte es dolor, y el dolor se debe conocer y padecer para no incurrir en él.

Pero permítanme que me explique. Nadie está exento de padecer dolor, pero sí tiene la posibilidad de no inflingírselo a otros. A eso me refiero.

Yo, particularmente, me auto inyecto endorfinas a mi gusto para disimular el dolor, y vivir colocado en un mundo que se me antoja tan despiadado y frío como mi negra alma.

Hoy, como les decía, mientras leía la prensa, los números se me amontonaban en la cabeza. ¡Cuántas vidas humanas perdidas en seísmos y trombas de agua, y naufragios y…! Y, si lo meditamos bien, y sé que lo hemos hecho, aunque sólo haya sido una vez, y de hurtadillas en la soledad de un retrete, por muchos avances técnicos que podamos conseguir e incluso imaginar; que es el primer paso hacia su creación, no podemos luchar contra los elementos naturales. Y en ese pulso que pujamos contra la naturaleza, ella nos lleva la ventaja de los años de experiencia y su fuerza.

En ocasiones, me pregunto, si siendo nuestros cuerpos físicos parte de la naturaleza, sino luchamos en balde contra las enfermedades… pero claro, esa es otra cuestión, que se me antojaría demasiado frívola de contestar con una respuesta rápida y poco estudiada.

Tengo claro que la vida es la mejor opción. Que la muerte digna es una bagatela y un premio de consolación, porque realmente lo importante es vivir con dignidad, seas quien seas y del color que seas y de la etnia que seas, y del partido político que seas, y del grupo social al que pertenezcas.
Hoy, que me siento muy demagogo, me gustaría expresar en viva voz un grave error humano que seguimos cometiendo. Y éste es, que seguimos manteniendo en nuestro vocabulario palabras como grupo social, jerarquía, etnia, raza o religión. Seguimos dividiendo y cercenando, como el matarife en el matadero, clasificando y sometiendo nuestros criterios a conceptos que nos condenan al ostracismo social. Ya les he avisado, y el que avisa no es traidor, que hoy me sentía básico y demagógico.

Y mientras unos, aquellos que en la isla de Java, en la llamada zona cero, vocablos muy de moda, han sucumbido más de cinco mil quinientas almas sin elegir su destino, sin contar todos los heridos, huérfanos, desposeídos y hasta un largo etcétera de miserias colaterales, en otras partes del mundo, otros que no han podido elegir también han muerto, pero no en ese pulso con la naturaleza sino a manos de otros hombres. Y esos hombres, los que han arrebatado la vida a sus congéneres, sí tenían la opción de escoger.

Pero si me lo permiten, y para acabar, les diré que sin embargo, Eva Lobo, la voluntaria imaginaria, no murió gratuitamente. Su muerte sin sentido y sin razón es un testimonio vivo, y disculpen la antítesis, de la fuerza y la voluntad que tiene la vida por abrirse camino.

Monday, May 29

El arenal.

(Dedicado a la memoria de mi perra Lola, fallecida en combate el pasado día 25 de mayo, q.D.g.)

Sé que hoy estoy un poco pesadito con esto de participar. Así que últimamente me paso días sin contarles nada y de repente un buen día, o sea hoy, me vuelco como un cabroncete a darle por culo con mis patrañas. Pero soy así. No tengo remedio. Pero es que me iba ya, me refiero a ir para mi pequeño y acogedor pisito de soltero en la residencia para navys gentelmen in Funchal, cuando repasando algunos comentarios, alguien me pedía, la señora Ana Guadalupe, desde México, que escribiera algo romántico. Yo de eso no sé, pero le envío a ella y a los presentes, este pequeño relato, muy pequeño que escribí en otro tiempo, cuando era más viejo, más borracho y más pendenciero, cuando fumaba tabaco de liar y frecuentaba lupanares, sobre todo los de cierta madame pelirroja que me volvía loco.
"Estando en el arenal, aquel donde siendo pequeños hicimos castillos en el aire y también de arena, que una ola, siempre la misma o eso creíamos, los derrumbaba, paseé hasta el atardecer, y aunque el invierno avanza impasible no tuve frío. Cierta calidez, tal vez los recuerdos, me abrigaba.

El arenal está sucio, la resaca ha traído una suerte de tesoros a la orilla. Hay un tronco semienterrado con un elenco de mejillones y lapas pegadas en su costrosa corteza. Hay un zapato sin pareja, cientos de algas marchitas y una gaviota muerta. La gaviota tiene los ojos azules y fieros, tan fríos, que me recorren mil malos pensamientos por la cabeza y bajan por mi garganta. El arenal está siempre sucio en invierno, porque el limpiador de arenales está de vacaciones en alguna playa de la Polinesia, ¿te acuerdas?, donde otro limpiador de arenales se levantará antes del alba para lustrar y dar brillo a cada grano minúsculo de arena.

Una vez, cuando discurríamos, contamos cada grano de arena, ¿cuántos eran? Mil millones de billones de granos de arena y todos los contamos en una sola tarde de verano abochornada y húmeda por la tormenta. Ahora, creo que llegaría a los cien, aunque si me pusiera…

Estando en el arenal, recorrí la orilla con lentitud, mirando hacia atrás, y observando como la marea borraba levemente cada una de mis huellas. Esas pisadas que te hacen llegar a la convicción de que la vida del hombre está marcada por un principio y un final. Siempre, estuvimos de acuerdo, que el final se sabría por lo rápido que se borraran las huellas en la orilla. Recorrí el arenal con lentitud, mirando hacia atrás, y observé como la marea borraba levemente mis huellas. Todavía me queda vida pensé, dos vidas pensé, tu vida y la mía pensé, aunque no quería pensar sino caminar tan sólo por la orilla.

Al llegar a la cala de la caracola. Sí, todavía conservo aquella caracola. Al llegar a la cala, como te decía, me senté en el saliente donde los días de mar embravecida, rompe con fuerza y espuméa con ira, y dejé la mirada distraída y distante sobre la línea del horizonte. Ya el cielo estaba rojo, sonrojado y tímido, brillante y el sol únicamente era una pequeña semicircunferencia amarilla en su borde. Te prometo que me fijé, pero hoy tampoco hubo fortuna y no puede ver el rayo verde. Ese rayo verde que nos haría famosos en todo el hemisferio norte si lo distinguíamos. Ese rayo que nunca llega.

Allí, sentado en silencio, escudriñando la mar que ronronea como un gato, tuve la imperiosa necesidad de pensar, y pensé en ti. Es natural. El arenal, la cala de la caracola, el saliente y la mar meciendo la luna, con el sol oculto por la noche. ¿En quién sino? Aunque, como sabes, no me gusta pensar, porque pensar me hace recordar y los recuerdos son dolorosos. Odio el dolor tanto o más que la muerte. Odio los recuerdos, aunque estos hayan sido buenos, porque lo bueno atrae a lo malo como un imán invisible. Odio pensar porque siempre me ha dado dolor, y sabes que no soporto el dolor. Preferiría la muerte a vivir con dolor. Y, sin embargo, cada paso que avanzo por la arena me trae a la cabeza recuerdos, recuerdos que se convierten en un agudo y punzante dolor, como esa daga fina y afilada que clavada entre las costillas se mueve como una culebra por las entrañas. A ese tipo de dolor, me refiero.

Se me hizo noche en la cala. Una noche luminosa con una enorme luna llena. Pero la cala está inmensamente oscura. Pude distinguir todos los mares de la luna: tranquilidad, serenidad, lluvias, el océano de las tempestades y el de la crisis. Pude distinguir todos sus mares y océanos, y en cambio, no logro divisar la línea del horizonte de mi vida. ¿Te lo puedes creer? Soy capaz de recordar que los recuerdos me producen dolor, pero no logro desprenderme de ellos. Soy capaz de ver surcar en barcas ficticias a los selenitas por sus mares lunares, pero no atisbo, ni como última esperanza, ver la imaginaria línea del horizonte de mi vida.

Pero tienen razón los cormoranes. Se hace tarde y el frío avanza. La humedad está calando estos viejos huesos y se me entumece el pensamiento con una herrumbre de salitre y brisas. Creo que me marcharé muy lejos del arenal. Creo que ya no quiero volver a él, en parte porque tengo miedo, un temor que me aterra por momentos, el de ver como un día paseando por la orilla, se borren mis huellas y la marea atrape mis pies desnudos."

Pesadillas breves pero intensas (shorts nightmares but intenses).

Pederasta: Hombre que comete pederastia.
Sinóminos: hijodelagranputa, cerdo bastardo.
Synonymus: (Bad english version) sonofthebigprostitute, bastard pig)

En esto que el maestro armero y yo habíamos arribado en las costas de Tailandia, cuando siendo jóvenes, éramos dotación del Juan Sebastián Elcano. Tailandia era un paraíso para dos muchachillos inexpertos y jóvenes como nosotros; y nos habríamos paso entre una multitud de hombres y mujeres que haciendo turismo deambulaban como nosotros por esas calles de Dios, o eso creíamos.

Cuando te encuentras con españoles en tierras ajenas te invaden una alegría sin igual. Y si la timidez te puede, lo único que puedes hacer es hablar en voz alta, con tu altivo español y tu acento sonoro y cantarín gallego para que te escuchen y se te queden mirando. Y así fue. Así fue como por una calle céntrica de aquella ciudad costera, concurrida de bares, tascas y comederos, amén de otros lugares, nos encontramos con un grupo de españoles.

Se acercaron al oírnos hablar y pronto comenzó una animada y festiva celebración, regada con frescas y frías cervezas y unas tapas extrañas y repletas de especias. Las cervezas que comenzaron siendo dos se convirtieron en cuatro y así sucesivamente en una etílica sucesión geométrica decreciente, hasta que la realidad y el onírico mundo borrachesco se confundieron en uno solo.

Son en momentos como esos, esos en los que se confunden la realidad con el mundo del alcohol cuando algunos se ofrecen a hacer confesiones, a dedicarse homenajes y a decirse lindezas en la cara; caras enrojecidas por el licor, el calor y la humedad. Y de esta manera, pasadas un par de horas, aquellos tipos, desorejados y borrachos hasta la médula comentaron el objetivo obsceno, enfermizo y malintencionado de su visita a aquellas tierras.

No es necesario que profundice en su determinativo fin. Les ahorraré detalles, así como descripciones que comenzaron a escupir por sus bocas.

El maestro armero y yo, borrachos como perros, nos miramos, como se miran dos lobos o zorros en un corral, al contemplar impertérritos tanta gallina. Nos armamos de valor y tomando lo primero que tuvimos a mano, palos, cascos de botella y demás objetos contundentes les dimos una memorable paliza. Toda la paliza que pudimos bajo los efluvios de las bebidas espirituosas hasta que fuimos detenidos por la policía local.

Luego llegaron las explicaciones, las negaciones y los lamentos. Luego llegó el arresto en el barco. Pero sobre todo, luego, en la cubierta de madera que tantas veces habíamos fregado, llegó el momento del orgullo, de hinchar el pecho como dos gallos de pelea, y pensar que por una vez, Maquiavelo, el jodido italiano, tenía razón, y el fin, o sea ajusticiar a aquellos cabrones malnacidos, había justificado el medio.

Nunca me he sentido orgulloso de pegar, levantar la mano o actuar contra ningún ser humano o ser viviente. Jamás, excepto aquel día. Y no me arrepiento.

Desnudando un fragmento. Primera Parte.

"Tiene usted razón al pensar que me encuentro loco de remate, que tengo más peligro que un cartero con escopeta a la puerta de una hamburguesería, y, como suele ocurrir, en uno de mis estados febriles de euforia psicótica, podría causarle daño a alguien. Sé, además, que usted es de esas personas que no se dejan llevar por las emociones del momento, y que sabe aguantar el tipo. Ya lo demostró en su momento... Sí, no se quede prepleja. Lo sé todo. Sé que fue usted víctima de un gran atropello, que no viene el caso nombrar ahora, y sé que tuvo la sangre fría de aguantar estoicamente para acabar hundiendo su ira, en forma de cuchillo cebollero, en la pútrida carne de ese degenerado.
No, no tengo pensado decirle quién me lo dijo. Pero si le sirve de algo, aunque sea para su propia tranquilidad, le prometo que no lo contaré a nadie, ni siquiera en mis episodios esquizoides.
No, tampoco en sueños. A decir verdad, no hablo en sueños, lo máximo, ronco. Pero eso no cuenta.
No. Le doy mi palabra de que su secreto me lo llevaré a la tumba.
Como le decía, usted, no comprende la envergadura de esta situación que se puede hacer muy incómoda, no sólo para mí, sino también para usted o él que sea en un momento dado. La verdad es que estoy algo violento. Sí, sí, violento, avergonzado. Lo confieso.
Pero le aseguro que no estoy loco o eso creo." [...]
El fragmento no es nada. Es un texto inconexo sin demasiado sentido. Una conversación entre dos personas. Así que me apetece hacer un juego, en el que ustedes, responsables lectores, deben participar.
1) Defina el sexo de ambos personajes.
2) Determine la agresión del personaje que no participa activamente.
3) Dibuje un perfil psicológico del personaje que participa de modo activo. (Con cuatro adjetivos).
4) Diga el autovomil que conduce el personaje agredido en el pasado.
Espero ansioso (es un decir) sus respuestas.

Wednesday, May 24

De México D.F. a San Petersburgo. (Historia relatada, ¿25% realidad, 75% ficción?).

Cuando tenía la edad de ochenta y siete años, y me colgaban los pellejos como aquellos odres de vino que el bueno y alocado de don Quijote descerrajó con su espada, viví un tiempo en la capital de Méjico, cuando éste se escribía en las Españas como México, aunque la /x/ se transformara en sonido /j/. Recuerdo mi primera impresión al llegar a ese maravilloso país. Tenía la errada convicción e imagen de que al llegar a la capital me recibiría una banda de mariachis, y unas hermosotas mexicanas con trencitas sonrientes me diría: ¡Ay, chaparrito, bienvenido! Pero no. No fue así. Me encontré con un país con gran apogeo industrial y económico, con un país culto y docto, con un país donde salían, hasta debajo de las piedras, gentes generosas, alegres e instruidas. Sentí una especie de vergüenza ajena… ya saben, por aquello de no hacerme a mí valedor y sabedor de haber sido el tipo que había penado eso. Y me di cuenta, golpe a la frente incluida, de lo etiquetados que tenemos a los países y sus gentes en función de los productos que nos ofrecen los largometrajes norteamericanos.

Así pues, esperaba encontrarme por la calle a “Chapulín colorado”, al “Chavo del Ocho”, y que la gente me llamara “licenciado”, e, iluso de mí, que el presidente de la nación me recibiera y me invitara a tomar un tequila. Sí, lo confieso, me dejé llevar por el peliculismo americano.

De igual manera, cuando llegué a San Petersburgo, un par de años después, y recuerden que el hombre tropieza dos veces con la misma piedra, imaginé encontrarme con un país marcial, rojo hasta la médula, donde los rudos y ásperos soviéticos desfilaran por las calles con hoces y martillos y con paso de ganso. Y en fin… para qué continuar. Nuevamente, por supuesto me equivoqué.

De nuevo, fui víctima de mi inocencia peculiar de gladiador heterodoxo embutido de productos americanos.

Y lo peor de todo, ¡ja!, fue cuando viví en los USA, y pude ver y contemplar y estudiar y hablar y escuchar a los americanos del norte, y darme cuenta, así como quien no quiere la cosa, que la línea que separa la ficción de la realidad no es una línea sino una gruesa marca, más gruesa y grande y alta que la “marca hispánica” de Carlo Magno, o la Gran Muralla China.

Porque en eso consiste todo. Todo radica en etiquetar. Y etiquetando etiquetando y etiqueto porque me toca, ponemos cartelillos, dejes y costumbres a culturas y pueblos que sobrepasan en límites insospechados y que tienden a infinito todas nuestras patéticas expectativas.

Por esa razón, cuando el otro día, en casa de unos amigos, en un pueblecito de Burgos, un afamado antropólogo de andar por casa, batín y pantuflas, y pipa en mano, comentó con desacierto ciertos temas étnicos, me llegó al alma. Porque ni los gallegos somos unos pobres paletos de boina calada, ni los vascos unos etarras, ni los catalanes unos peseteros. Porque los valencianos no sólo se alimentan de paellas, y los asturianos de fabes. Porque los andaluces poseen más cosas que la Giralda, el gazpacho y el flamenco. Y porque los madriles no es el ombligo de España.

Por esa razón, me puse en pié. Miré a los ojos a ese MARRANO, y con perpleja calma le escupí una mirada. Una de esas miradas que en otrora derretían corazones. Una de esas miradas que bien espetada te hace cagarte por los pantalones. Y disculpándome me marché, no sin antes dar cuenta de esa sabrosa morcilla burgalesa que me vuelve loco y flatulento.

(Desde Funchal, Madeira, a 23 de mayo)

Contiene un código.

Monday, May 22

Dicen que el amor no es importante. (Dedicado al recientemente desaparecido testículo izquierdo del Maestro Armero.)

Cuando era joven, más joven me refiero, recuerdo un cartel que había clavado con chinchetas en un pequeño espacio publicitario de mi vieja ciudad. Era un cartel en inglés, que con mi precario dominio de la lengua sajona, venía a traducirse como “España, un lugar diferente bajo el sol”. Tal vez, jamás hubiera imaginado las infinitas interpretaciones que podría tener este mensaje de reclamo turístico en aquellos años de lozanía infantilidad, pero con el paso del tiempo, he socavado de mis más ulteriores pensamientos, aderezados con el panorama nacional, en una ensalada imposible, hasta conseguir sin pestañear, como aquellas parejas de los setenta y ochenta en el “Un, dos, tres”, y por veinticinco pesetas, enumerar de manera caótica hasta cien posibles Españas diferentes.

Tenemos un país de risa, uno triste, uno lastimero, uno picaresco, un estado disgregado, agregado, divisible, indivisible, un estado primo (en su acepción matemática), un lugar paradisíaco, un puerto franco donde las bandas albano kosovares, y franco prusianas se rifan los chales, los cajeros automáticos y los automóviles de lujo. Tenemos un cortijo donde el paro desciende, pero donde nunca hay trabajo, aunque pueda ser cierto aquello de que nunca llueve a gusto de cada uno, y que por ende, se convierte en un sueño fantástico para todas aquellas almas que arriban a nuestras costas en pateras o cayucos (palabro de moda) buscándolo, aunque en ese empeño pierdan la vida, la consciencia o la temperatura corporal a base de hipotermias, deshidrataciones y otros males que se aglutinan y ceban en aquellos hombres y mujeres que se echan a la mar con lo puesto.

En fin, podría como Pedro y María, casados y residentes en Mississipi (Provincia de Lugo) enumerar por veinticinco cochinas o benditas pesetas todas esas Españas diferentes bajo el sol…

Pero cómo sé que estarán de acuerdo conmigo en alguna de ellas, pasaré a otro tema.

Ayer, que fue domingo aquí y en Barcelona, y en Madrid, y en Albacete e incluso en Tenerife, releyendo algunos de sus comentarios, de esos comentarios que vienen a mí como la marea y me golpean con la suavidad de una diosa de ébano las puntas de los pies, me encontré, de golpe y porrazo, con uno que me llamó ponderosa y poderosamente la atención. Me decía que debería dejar de escribir (se refería a sí misma) milongas de amor, y dedicarse al bello y poco agradecido arte de ningunear y encochinar las mentes como hago yo… ¡Ays!, pueden creerme que se me cayó el alma al suelo, si es que tuviera alma. Me sentí tan sucio como una meretriz de barrio bajo con aquel señorito de provincias, un atardecer frío y húmedo, que arrodillada y con los ojos abiertos como un besugo le practicaba una felación, mientras él golpea la corteza de un árbol con el puño cerrado y se mordía el labio. Igual de sucio me sentí.

Escribir sobre el amor ya sea a modo de ensayo, verseando o proseando; ya sea como experiencia personal o colectiva; ya sea para aprender o divulgar es algo importantísimo. Es algo bello y ni siquiera yo, que soy insultante y malintencionado me atrevería a vejar. En este mundo donde cada día amanece con una nube tóxica sobre nuestras cabezas, con la amenaza de una guerra entre bellacos y a golpe de mata con rotundas noticias de parricidios, asesinatos, atracos a mano armada, violencia y más violencia, pensar y divulgar un mensaje de amor se convierte en algo de lo más importante, casi tan importante como respirar.

Y para finalizar, estas humildes y anodinas letras, me gustaría decirles una cosa. Me imagino que estarán al tanto de que se ha puesto de moda, decir o publicar la palabra que a cada hijo de vecino le parece más hermosa en nuestra lengua, me refiero al castellano o español; y aprovecho a decir ahora “nuestra” porque dentro de nada y a este paso, será de unos pocos.

Así que yo, uniéndome a esta moda y sin que sirva de precedente me gustaría compartir con ustedes la que a mí me gusta, me atrae y me enfrasca. MARRANA. Sí, marrana, obsérvese esa explosión de sonidos que se alternan con suavidad y brusquedad en la boca. Marrana. Cómo se pasa del suave “ma” al brusco y fuerte y vibrante “rra”, en esa conjunción casi erótica y pagana de la doble erre y la vocal a, para acabar con su tajante “na”. Sí.

Friday, May 12

Semper fidelis.

Cuando en el año mil novecientos noventa y cuatro, me partía las muelas y las costillas por la ciudad de Sarajevo, en la antigua Yugoslavia, una mina traicionera estalló sin previo aviso, de ahí el apelativo de traicionera, a menos de quinientos metros de nuestra situación. Sentí un terrible dolor en los tímpanos y un silbido seco me acompañó durante una buena temporada. En ocasiones, cuando hace frío o demasiado calor o simplemente cuando le apetece, pero siempre de noche, vuelve a surgir de la nada ese estridente pitido que hace que se me rompa el sueño y también el alma evocando dolosos recuerdos de mi pasado reciente.

Sé que esta pequeña introducción a parte de poder ser más o menos una miscelánea romántica y terrible no aportará muchos datos sobre mi persona… o tal vez demasiados. Pero ahora, estando aquí, que es un lugar que no se debe decir en voz alta, con el cuerpo magullado y dolorido hasta las entrañas, quiero decirles una cosa a ciertas personas que me leen y persiguen, de buena forma, cada paso que doy.

Jamás olvido a los amigos. Eso va por ti, tú ya sabes quien eres. Los amigos son esos pilares en los que se sostiene mi vida, mi esencia y mi alma y por ende mi voluntad para seguir adelante. Nunca pienses que me olvido de ti, porque sé que estás ahí todos los días y tienes un pensamiento y una oración para mí.

¡Qué Dios os bendiga!

Nota.- Este texto tan absurdamente amistoso, y tan poco mío, está dedicado a Noelia, Teresuca, Carmelilla, Iratxe, Lupita y Loly. A mi querido Maestro Armero que está convaleciente de una operación en el bajo vientre y al viejo JC., que Dios tenga en su gloria.

El Corso.

Monday, May 8

CUESTIÓN DE HONOR (Segunda Parte)

Esta situación, me refiero a estar tanto tiempo alejado de ustedes me provoca un insano sinsabor de boca, algo así como cuando uno se mete a bocajarro un limón y los dientes le rechinan, tanto o más, que ese cerdo, que cuchillo en mano, le cortas el cuello y se desangra avispadamente a la vista de la familia, que entre ávidas sonrisas y pagana admiración “adorática” bailan danzas prohibidas y ancestrales. Algo así. Pero más acomodado y sin perder la compostura.

Me resulta grato escribir. Es una válvula de escape, como (por seguir con los símiles) ese agujerillo de las ollas a presión por el cual purga el vapor para que no reviente. Sí, algo así, también. Y resulta, lo digo desde la más humana humildad, casi orgásmico el conocimiento de que ustedes me leen, ya sean mis allegados o mis más caducos enemigos perifrásticos.

Y esto lo de las perífrasis me evoca por “fonismo” los periféricos, y estos como en una encadenada y caprichosa causa efecto o explosión en cadena o efecto dominó, me hace pensar en los culos. Sí, los culos, esos culos bonitos y feos, prietos o desperdigados, pero culos de esas señoras que tan bien les sienta llevarlos, esos por los cuales he perdido alguna vez un autobús, o he recibido un par de buenas bofetadas, esos culos que además de servir parar asentar la columna y amortiguarla, amén de no dejar pasar los olores anales, tanto me han enamorado. Porque si el rostro es el reflejo del alma, el culo de una mujer es el inequívoco reflejo de su vida.

Sí, sí, lo que escuchan, pero hoy no entraré en detalles intentando desenredar este ubérrimo y falocrático pensamiento. Eso, tal vez, y si quieren y desean, lo haré otro día.

Hoy, la cuestión es el honor. Sí. Ese honor, esa palabra marchita y un tanto ajada, que quedó (y perdonen la cacofonía) relegada a jerga de borrachos y ninguneros, de aprendices de tahúres y espadachines duelistas y otros oficios de escaso beneficio y peor estatus social.

A eso honor me refiero. A ese que nace del hombre y que muere en el hombre. Ese honor que corre por las venas y te deja seco antes que claudicar, y que no debe confundirse con el orgullo, sino que es algo así como una religión pero más drástica y pragmática, más evolutiva y siniestra, más invertebrada y flexible que cualquier otro dogma de fe aprendido o adquirido.

El honor es pura genética. O como decimos los de los oficios borracheriles y picarescos, el honor es puta genética. Y, pues soy de letras, desconozco en que gen se ubica, aunque está claro, ¡cristalino! que no todos lo poseemos, aunque esta afirmación suene demasiado darviniana, y esto, lo de la selección natural, sea un tema políticamente incorrecto.

Y, si alguno, listo y avezado, se pregunta el por qué de esta felonía, no les podría responder. Hoy no. Porque no tengo ganas, sencillamente, o porque se me antoja que el cansancio hace mella en mi maltrecho cuerpo, y mi mente se ocupa de estimular otras partes más mundanas del mismo para amilanar el dolor, como esas adormideras que en flor de primavera surcan los remansos de los ríos esperando que algún incauto se las lleve a la boca.
Y el propio acto en sí de llevarse algo así a la boca, aunque sea una flor, o sus pétalos, me produce un escalofrío que me recorre la columna vertebral de arriba hacia abajo y viceversa, y me erecta como un lobo que rastrea una hembra en celo. Y pienso en esos hermosos pechos, aceitunados y turgentes, de piel suave, pulcros y apitonados, que se posan sobre mis labios, que voraces se abalanzan sobre ellos. Estrechar sus caderas y tomarla con fuerza, sitiendo su frágil cuerpo ceder ante la fuerza de mis brazos… después un violento orgasmo. Nadie ha dicho que los orgasmos ni el sexo como el honor sean dulces, siempre son actos drásticos, convulsos y violentos.

¡Ay! Tendrán que disculparme… pero hoy estoy… muy romántico.
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