Tuesday, May 30

El evangelio según Eva Lobo (Voluntaria imaginaria)

“Carece de convicción tomarse a la ligera las palabras que escribo, pero las escribo sin ánimo de ofender ni reprender, y con el único fin de hacer comprender, que el mundo que conocemos se ha ido a pique, sin necesidad de armas nucleares o biológicas. T. Hume lo dejó muy claro: “el hombre es un lobo para el hombre”. A esa aportación tan clara y directa yo no puedo añadir nada. Solamente dejarla caer, como si fuera una losa lapidaria, en sus oídos y que alguno o alguna, en cualquier y remoto rincón de este planeta la escuche. Todavía albergo la esperanza de que la gente se levante en una imaginaria y pacífica revolución. Donde las personas se den la mano y ofrezcan su mejor sonrisa. Todas las mañanas me levanto esperando un nuevo día, un nuevo amanecer donde todo lo imaginable que leo y veo haya sido una grotesca pesadilla.”

Eva Lobo (1969 - 2005)

Si Dios me diera la oportunidad de volver a nacer, y al mismo tiempo me diera el don de recordar con pelos y señales todo lo que he vivido, los errores cometidos y los bellos momentos, creo que le daría las gracias y que dejaría pasar la oportunidad. Porque soy de los que piensan que la vida se debe vivir una vez, y se debe aprovechar al máximo, y que la inmortalidad es una ventaja solitaria y estúpida que te llevaría de cabeza a la más absoluta depresión.

Hoy, mientras leía la prensa (digital, qué remedio), me puse a pensar en todas esas cosas que hacemos y de las que nos tendríamos que arrepentir. Errores que surgen como fantasmas de navidad. Oportunidades que has dejado pasar, y que debías haber tomado fuertemente entre tus manos, para no tener que luego aferrarte a un clavo ardiente. Momentos deliciosos, que como la brisa marina, pasan raudos ante tus ojos y tus emociones, dejándote ese agridulce sabor de boca, que nunca logras atinar si ha sido totalmente bueno o medianamente regular.

Si no me quedara más remedio que volver a nacer, me gustaría volver a vivir mi vida. Volver a mi infancia de niño de clase media, cuando la clase media era pobre. A jugar con mis amigos en el descampado, con improvisadas espadas y escopetas confeccionadas con palos de escoba. A ser, por unos instantes, con el balón en el pié, aquel jugador endiosado en los mundiales y las ligas. Aquel aventurero soñador que se mezclaba en una rara y extraña amalgama con la naturaleza limpia, y dejaba correr su imaginación, como corrían los churretones de sudor por la frente y la mejilla.

Retornaría a los tiempos del internado de curas, donde con mis quijotescas andadas di más de un disgusto a mis padres, a mis mentores y maestros. A los tiempos del primer amor, y ese primer beso que sabía a gloria. El temblequeo de las piernas y los vellos erizados como escarpias. Las pupilas dilatadas y el corazón saliéndose de la caja torácica pasado de vueltas. Los mismos nervios y miedos de ese primer día delante de la puerta del cuartel, y aquel cabo verde pegándome patatas en el culo para que entrara en formación.

Volvería otra vez, a pasar los malos tragos de ver morir a mi padre y abuelos. Sí. Lo digo como lo leen. Lo volvería a pasar. Porque sé que la muerte es algo inherente al ser humano e intentar omitirla o anularla de nosotros mismos es un grave error. La muerte es dolor, y el dolor se debe conocer y padecer para no incurrir en él.

Pero permítanme que me explique. Nadie está exento de padecer dolor, pero sí tiene la posibilidad de no inflingírselo a otros. A eso me refiero.

Yo, particularmente, me auto inyecto endorfinas a mi gusto para disimular el dolor, y vivir colocado en un mundo que se me antoja tan despiadado y frío como mi negra alma.

Hoy, como les decía, mientras leía la prensa, los números se me amontonaban en la cabeza. ¡Cuántas vidas humanas perdidas en seísmos y trombas de agua, y naufragios y…! Y, si lo meditamos bien, y sé que lo hemos hecho, aunque sólo haya sido una vez, y de hurtadillas en la soledad de un retrete, por muchos avances técnicos que podamos conseguir e incluso imaginar; que es el primer paso hacia su creación, no podemos luchar contra los elementos naturales. Y en ese pulso que pujamos contra la naturaleza, ella nos lleva la ventaja de los años de experiencia y su fuerza.

En ocasiones, me pregunto, si siendo nuestros cuerpos físicos parte de la naturaleza, sino luchamos en balde contra las enfermedades… pero claro, esa es otra cuestión, que se me antojaría demasiado frívola de contestar con una respuesta rápida y poco estudiada.

Tengo claro que la vida es la mejor opción. Que la muerte digna es una bagatela y un premio de consolación, porque realmente lo importante es vivir con dignidad, seas quien seas y del color que seas y de la etnia que seas, y del partido político que seas, y del grupo social al que pertenezcas.
Hoy, que me siento muy demagogo, me gustaría expresar en viva voz un grave error humano que seguimos cometiendo. Y éste es, que seguimos manteniendo en nuestro vocabulario palabras como grupo social, jerarquía, etnia, raza o religión. Seguimos dividiendo y cercenando, como el matarife en el matadero, clasificando y sometiendo nuestros criterios a conceptos que nos condenan al ostracismo social. Ya les he avisado, y el que avisa no es traidor, que hoy me sentía básico y demagógico.

Y mientras unos, aquellos que en la isla de Java, en la llamada zona cero, vocablos muy de moda, han sucumbido más de cinco mil quinientas almas sin elegir su destino, sin contar todos los heridos, huérfanos, desposeídos y hasta un largo etcétera de miserias colaterales, en otras partes del mundo, otros que no han podido elegir también han muerto, pero no en ese pulso con la naturaleza sino a manos de otros hombres. Y esos hombres, los que han arrebatado la vida a sus congéneres, sí tenían la opción de escoger.

Pero si me lo permiten, y para acabar, les diré que sin embargo, Eva Lobo, la voluntaria imaginaria, no murió gratuitamente. Su muerte sin sentido y sin razón es un testimonio vivo, y disculpen la antítesis, de la fuerza y la voluntad que tiene la vida por abrirse camino.

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