Tuesday, February 28

Madrid comienza en Ferrol (o la descripción alterada de un Martes de Carnaval).

No sé si a todos les ocurre lo mismo que a mí, pero las mejores ideas me vienen a la cabeza cuando estoy paseando. Siempre me propongo comprarme una grabadora, pero nunca lo hago por el temor a parecer algo paranoico, en un pueblecito tan pequeño e idílico, aunque enclavado en principios del siglo pasado, como es mi querido Ferrol.

Así pues, este Martes de Carnaval paseaba fatigosamente. No sé si han probado a llevar en una mano un bolsón de cien pañales, en la diestra otras tantas toallitas para limpiar culos, y al mismo tiempo con ambas empujar un carrito de tres ruedas, armazón de aluminio ¡eso sí!, y con un crío de ocho kilos durmiendo plácidamente, amén de una niña de ocho años que mariposea, a la cual le debes ir diciendo: ¡cuidado, un coche, un paso de cebra, deja pasar primero a la señora, una caca de perro! Así pues, como les decía, paseaba fatigosamente. Mi paso era lento y cadencioso, tal vez similar al de los regulares en las Chafarinas. Me encanta pasear, aunque sea de ese modo tan lamentable y lastimero.

El paso regular hace, que sin quererlo, escuches pequeños fragmentos de conversaciones ajenas, que te adelantan por izquierda y derecha sin impunidad. Me pueden tachar de fisgón, pero esos retazos me apasionan y hacen que broten de mi cerebelo adormecido las más inmejorables ideas y los más aborrecibles recuerdos.

Martes de Carnaval, lo odio. Odio el carnaval y odio a la gente que disfrazada se te acerca y te pregunta sí les conoces. ¡No, maldita sea, no sé quien demonios puedes ser detrás de esa espantosa máscara de gorila! Niños disfrazados de Lucho, el de los Lunis, princesitas, mosqueteros, vaqueros y piratas, y los más pequeños enfundados en sus trajes de patito, osito o marsupilami. Odio el Martes de Carnaval, desde aquel año en que haciendo de mísero extra para la película del mismo título, protagonizada por un Miki Molina menos cantarín pero más joven, se rodó en Santiago. Recuerdo la curda monumental que nos agarramos, no con él, sino la tuna pandillera y tunante con la que me codeaba, y sus cuatro infernales días de resaca. Por eso pensar en Martes de Carnaval me hace recordar las resacas, y éstas el malestar, y el olor de los freixos, las orejas y las siempre tentadoras torrijas terminan de finiquitar mi destronado estómago.

Por la calle, jóvenes departen tranquilamente, con sus disfraces de diseño, o los siempre prácticos monos de trabajo, que aquí llamamos buzos. Son jóvenes, y aunque envidio su juventud, que se marca a fuego en sus rostros gracias al acné, me defraudan un poco. Me defraudan sus conversaciones banales y tristes sobre borracheras, peleas y demás eventos sociales. Me pongo a cavilar, si yo a su edad cacareaba con tanta pasión y frivolidad desmedida mis entuertos. Supongo que sí, por lo tanto, es perra envidia, lo que les tengo.

Un muchacho, quinceañero, como diría el dúo dinámico, canturrea pavorosamente, a su novieta, una canción que dice algo así: ¡viva la necrofilia, viva la no se qué!... es un muchacho de aspecto repugnante. Lleva los pantalones mugrientos, harapientos y grasientos, y cualquier otro apelativo peyorativo que termine en –iento. Tal es la fuerza que me gustaría imprimir a la descripción del muchacho que me revuelve las tripas, que me falta un tris para agarrarlo del pecho y levantarlo en peso y decirle: ¡dime mocoso, que tienes más espinillas en el bigote que piojos en la cabeza, qué rayos es la necrofilia? Pero, por supuesto, me contengo.

Así que, ustedes juzgarán sino es más saludable para mi organismo quedarme en casa que aguantar con carmelita resignación las lacerantes chuflas, con espuma embotada incluida, de los que, a mi vera, pasan.

Y, para colmo de males, de ir peor a empeorar totalmente, no sólo tengo que hacer frente a los cien pañales, a la cien toallitas para limpiar culos de bebé, a las indicaciones, a los ocho kilos del niño que no me para de llorar porque tiene más hambre que un maestro de escuela, a las bromitas de los críos, petardillos anexos, y ¡oh, Dios mío!, los asquerosísimos pantalones del joven necrófilo, sino que para colmo de males, se me clava la rueda delantera del carrito en un bache de una de esas obras eternas en las que está inmerso el centro de mi ciudad. Ya no puedo más y pongo el grito en el cielo. Una pareja de señoras, envueltas en la piel de un animal muerto, me miran con lástima; estoy por apostar que si extiendo la mano, todavía me dejan una limosna.

Es entonces, cuando vuelvo a la cruda realidad. Es entonces, cuando veo desde lo alto de la Plaza de España, atalaya donde las hubiere, las calles de Ferrol atrincheradas y ensacadas, sus pavimentos revueltos y levantados, y los jornaleros a pie de obra pegándole al pico, a la pala y al codo. Y es entonces, y no antes, cuando pienso cuán cruentos son los ediles de urbanismo de Madrid, qué desconsiderados… pensar que sus obras comienzan aquí.

Monday, February 27

Perra noche de guardia.

En esto que estábamos el maestro armero y yo en el patio de armas, cuando las trompetas de Jericó tronaron y se rasgó desde el cielo, un lupanar de estrellas, un burdel infinito de astros que rompieron y se hicieron añicos contra el suelo, así como una bola de cristal, de esas que tienen una cabañita canadiense, del Canadá, y nieve; las hay con arbolillos, abetos y adornos navideños, también.

Era una de esos días de tristeza absoluta, esa tristeza que surge del tedio y del aburrimiento. Era un día de esos que montando guardia de armas, en capilla, orábamos a nuestros dioses guerreros y hacíamos reflexiones sobre nuestras vidas.

Sentados sobre el borde del abismo, que era nuestra vida, tomando un café de termo, y pastas danesas, se nos ocurrió contar historias sin sentido de un pasado lejano.

- ¿Por qué te hiciste soldado? – Me preguntó con cara de circunstancias.- Tienes estudios, al menos una carrera acabada, tienes familia o al menos tuviste, y tienes la clarividencia de un actor de cine o teatro, tal vez de opereta si me apuras, y la convicción de un charlantán de feria.

¡Qué jodido el maestro armero cuando se pone profundo!, le salen las palabras a borbotones de la boca, como la sangre salía de aquellos sarracenos, que un domingo de Pascua, en un mar cuyo nombre no pronunciamos les cortamos la garganta, los pasamos a cuchillo, y los colgamos de los palos como si fueran unos petimetres ladrones de huevos de gallina.

Sentado, allí, en el borde del precipicio, que es mi vida, volví al pasado ulterior y citerior, y ultralejano, aquel pasado de juventud mamarrachera de bigotillo juvenil y pelo ensortijado.

- No lo sé. – Le contesté con sequedad. – Nunca he sabido lo que he querido.

Y como nunca he sabido lo que quería ser, ni lo que quería hacer siempre me he arriesgado en todo. Y debo confesar, también al maestro armero, que algunas cosas me han salido bien y otras como una patada en los huevos. Que he comido y bebido y me he saciado de la felicidad infinita, pero también he mascado mucha mierda, porque al fin y al cabo, el que se arriesga y juega una carta equivocada, a veces pierde, y cuando uno pierde se jode, y duele y duele mucho, más que cien patatas en el culo o un par de collejas con la mano abierta. Sí, en eso consiste no saber lo que se quiere, ni tener muy claro nunca el horizonte.

- Creo que siempre he sido un poco caprichoso, y poco constante.- Farfullé por los bajines, mientras mi compadre sorbía su café, colado con un calcetín que olía a maniobras, betún y sudor, que le da poco aroma pero mucho color. Él, parco en palabras, me miró y sonrió.

En ocasiones, creo que le borraría la sonrisa de la cara a hostias, pero hostias galopantes, no consagradas, porque tiene una sonrisa que parece que te dice, “¡ves, lo sabía!”, y se parte las cachas de ti, en tus morros, sin decir nada, y eso, lo del silencio que lo dice todo, me toca los cojones, aunque venga de mi mejor amigo, de mi hermano, mi compadre, el cabrón del maestro armero.

En este mundo hay gente que se conforma con bien poco, y que encuentra la felicidad debajo de una piedra. Hay gente que busca la felicidad durante toda su vida, y no la divisa, ni aunque la tenga delante de las narices, ni aunque fuera un perro rabioso a punto de morderle una pierna. Y hay gente que nunca será feliz porque confunde la felicidad con otras cosas, más mundanas, y lo mundano y lo terrenal, nunca dan la felicidad.

No sé si será cierto aquel dicho que dice que el dinero no trae la felicidad, aunque acomode. Pero lo cierto, es que en esta vida todo se reduce al final a una cosa, y ésta, ¡maldita sea!, es dormir por las noches. Y dormir tranquilo, con los brazos abiertos en cruz, o es aspa para los que no sean creyentes, y la respiración suave y acompasada, y los latidos del corazón menguados y distantes. Sí, a ese descanso me refiero, en el que sueñas con angelitos, aunque sean los negros de Machín, que sueñas con prados verdes repletos de margaritas y donde el amor de tu vida, que nunca conocerás está ahí, y no sólo ves su figura difuminada, sino que eres capaz de acertar a contemplar su rostro. Esos descansos, que al amanecer, te desperezas y abres los ojos, y te levantas, como cuando eras un crío y tienes hambre, y te comerías un par de tostadas con manteca colorá, un croissant, un bollito suizo y un par de huevos con panzeta, porque aquí se dice panzeta y no bacón, que bacón, pero con mayúsculas era un pensador que no viene al caso.

Lo cierto, es que me muero de la risa, pensando en todos esos tipos y tipas que lo tienen todo claro y planificado. Me río de esos señores y señoras que cada minuto de su vida lo tienen letrado en un planning de su agenda, o dietario, y que cada día que pasan, saben de antemano lo que debe ocurrir, cómo debe ocurrir y cuándo. Sí, me desquebrajo de la risa, como si fuera una rama seca de un árbol secó en un verano árido en Andalucía.

Yo admiro a aquéllos que improvisan en la vida. Sí. Porque la improvisación es en sí la vida. Porque nada en esta vida es seguro, y no se puede planificar. Porque donde hoy hay un jardín y una huerta, mañana te plantan un edificio de quince pisos. Porque donde hoy dije digo, mañana digo diego, y porque, aunque no lo queramos, no somos capaces de gobernar el universo.

Por eso yo siempre me arriesgo, por eso me gusta tirarme sin paracaídas, por eso prefiero estrellarme contra el suelo y romperme todos los dientes, y los huesos, y los huevos en la caída, que esperar sentado a que pasen las hojas de una cenicienta agenda de cuatro euros.

- Hay quien no sabe lo que quiere.- Musitó como una ratilla, el maestro armero.

Sí y también hay gente que todavía no ha encontrado su lugar, pero eso no es lo que importa. Lo importante es buscar, lo importante es no dejarse vencer, lo importante es perderle el miedo a la vida, al que dirán, a los vecinos lenguateros, a las verduleras del mercado, y a todos los necios de este mundo. No saber lo que se quiere es una cuestión tan humana como respirar o mear, y sin duda, Sócrates o Platón, o Aristóteles, mientras se la meneaba un discípulo en los liceos o academias atenienses, hubieran dado su hígado, su esfínter sodomizado y su vaso de cicuta por haber encontrado el sentido de la vida.

Porque la vida tiene un sentido, cada vida humana tiene un sentido, que paradójicamente puede llegar a ser un sinsentido, pero es así. Y no se le puede dar más vueltas. Hay gente que nace para triunfar. Hay gente que nace para fracasar. La hay que nace para ser feliz, y la hay que nace para buscar la felicidad y no encontrarla. Sí, es un sinsentido, pero es una cuestión humana que nadie puede rechazar, ni siquiera el maestro armero, que se ha bebido su café chirlero y le ha entrado cagalera, allí en el patio de armas, haciendo guardia en capilla, esa noche de mierda, cuando un rayo partió en dos un roble milenario, cerca de la ermita de san Antón, y la ardilla bellotera que vivía en su interior, y que estaba en un burdel para ardillas de la fraga de O Cebreiro, perdió a su mujer y cinco crías, la misma noche, que un cazador de postas, conejero y perdiguero, atinó a una pareja de ciervos en el lomo y los despellejó vivos en un coto privado, en una salvaje ceremonia de sangre y brutalidad animal. Esa misma noche, que la luna estaba escondida detrás de un matorral, las nueve metros se mecían con violencia sobre el pantalán, y un disparo sonó en poniente, cuando “El boiro”, del sexto del noventa y cuatro, mientras se pajeaba pensando en la “Feli”, que es su novia del pueblo, se le cayó el fusil al suelo. Sí, esa perra noche.

Silencio

Hoy, ha sido día de mercadeo, charanga y chirigota, de trabajo de tronío agotador y espeluznante. Hoy, necesito escuchar el silencio.








¡Eso es! El silencio.

Sunday, February 26

Una inyección de moral.

Dicen que estamos en alerta a causa de la climatología adversa, ya saben, temporales de agua, nieve y granizo, bajas temperaturas, y esas cadenas en las ruedas de los coches, que vengan o no con manual de instrucciones no sabemos colocar, por lo menos yo.

¡Vamos!, que la Península Ibérica está revuelta, pero no sólo al clima se refiere el parte meteorológico sino también al panorama nacional. Ayer mientras la víctimas del terrorismo se manifestaban por la calles de Madrid, un Madrid por cierto que desde las 0230 horas de la madrugada está sitiado por las nevadas, los ¿___?, lo que sean de la ETA, hacían público un manifiesto donde, como salvadores abanderados, se jactaban de su básica y principal participación a la nueva estructuración de Cataluña (no sabía que se hubiera reestructurado ya) y a la desmembración de España (cosa ésta que tampoco conocía). Sí, sin duda, el parte meteorológico no se equivoca y tenemos alerta en todas las comunidades para un rato.

Pero hoy, no voy a entrar en pisoteos ni golpes certeros contra nadie ni nada, hoy, me gustaría rendir tributo a aquellas personas que piensan que la vida es una mierda, y que no tiene sentido ser vivida. Sí, a eses ejemplares existencialistas que creen que, como Jorge Manrique, cualquier tiempo pasado fue mejor.

Hoy, son ellos la parte central de mi argumento desmedido, hoy, son ellos los actores principales de este blog, que como si de una gran producción se tratara, ahora se encuentra, en su rulotes maquillándose y empolvándose para salir a escena sin brillos. No, no voy a negar a estas alturas de la vida, que no crea que no tienen razón, pero sí creo que existe siempre una solución para todo.

¿Dónde está la solución? Eso no lo sé, todavía no por lo menos, pero sí sé que existe y que llegará en el momento en que menos nos lo esperemos. Porque siempre he sido de la convicción de que todo en esta perra vida es posible y alcanzable, y superable, claro, excepto la muerte… lo cual siendo católico tampoco me preocupa demasiado porque creo en la resurrección de la carne y una vida nueva.

Así que permítanme hoy, que me ponga estúpidamente tierno y que me meta entre pecho y espalda, a modo de ejemplo y testimonio, una inyección de moral, y que dentro de mis entrañas, o lo que quedan de ellas todo se mejore y se anime, y así tal vez, esos y esas señoras, señoritas, señores y demás trouppe que piensan que nada tiene solución, tal vez, digo, algún día vean la botella medio llena en lugar de medio vacía, y se den cuenta de que lo importante no es quedarse como niños sin responsabilidades dedicados al juego del escondite, ni convertirse en importantes hombres o mujeres, y ni siquiera es importante envejecer, ni nos lo debe parecer. Lo único importante es vivir con dignidad, seamos como seamos, con la cabeza bien alta y el pecho hinchado de gloria, y el resto son bagatelas sin importancia.

Saturday, February 25

Tiempo de tormenta, granizo y recuerdos.

Hoy paseando por mi vieja ciudad, entre charcos y granizos y algún que otro rayo perdido, volví a mi infancia, más terrible, cuando la quietud y el silencio poblaba esta tierra. Cuando se escuchaba la filarmónica del paragüero afilador, con bicicleta y rueda de afilar incluida. Cuando el cansino limpiabotas paseaba por la calle Real, con su maletín y su dignidad, que parecía un médico, en busca de unos zapatos sucios, ¡y los había! O cuando la lechera, o la pescadera o el vendedor de periódicos, que siempre recordaré ancianos, pregonaban por la calle sus mercancías.

Sí, lo bueno que tienen las tormentas y el granizo es que acobarda a la gente moderna. A esa gente que sale de casa provista de paraguas, gabardina y botas. A esa gente que el frío del norte, que siempre azota esta tierra en invierno, les aterra y les entierra en sus casas al calor de la chimenea, de la estufa de gas o del calefactor de aceite. Y a mi me gusta esa cobardía de la gente moderna, porque me deja solo por la calle, como un único y raro espécimen, deambulando por las enlosadas y vetustas rúas, dejando que el granizo se cuele, pizpireta y malévolo por mi nuca hacia la espalda y llegue hasta donde rompen los cestos. Y ese silencio… ese silencio que se hace verbo cuando la maquinaria cesa, cuando los coches no transitan y cuando la gente moderna se queda acuartelada en sus casas. Ese silencio me enamora.

Porque ese silencio me traslada a otra época, a esa época en que mi pequeña ciudad neoclásica olía a silencio, a honradez urbana, a civismo y educación exquisitamente neoclásica. Me hace recorrer el tiempo en su maravillosa máquina, y volver a mis momentos de rubiales púber, cuando con pantaloncillos cortos o rodilleros, paseaba por las calles y contemplaba magnificado la solemnidad de la ciudad. Podía sentir su latido a cada paso que daba. Un latido fuerte y vigoroso, que retumbaba a veces feroz y otras, suave entre los edificios modernistas, los jardines y las plazas.

Y caminando, me acerqué a los baluartes, donde el jardín de césped recién cortado se ha trocado en un patio de gravilla, y donde los cañones centenarios se han transformado en bancos improvisados, donde las parejas se dan la mano y se besan a hurtadillas en la madrugada. Y allí, sentado, bajo la lluvia, he vuelto a recrear mi infancia.

He visto a mi abuelo sonreír con aquel bigote dieciochesco y su ademán sereno. Con su traje gris de la maestranza y su bastón de cabeza de perro. He visto a mi abuela, la ilustrada señora de sienes grises violetas, la que fumaba un winston en la sobremesa y leía en francés, la misma que se quedó sorda de un oído cuando en Cartagena, a su primer marido lo fusilaron por rojo, y allí desnuda y molida, le rompieron el tímpano a bofetadas, la vi, como lo que era, como una señora de alta alcurnia que paseaba del brazo del hombre del bastón de cabeza de perro. Y, hubiera llorado, hubiera llorado de emoción contenida, y no me hubiera importado, porque las gotas de lluvia helada la camuflarían en mi rostro… y aunque lo intenté, ¡vive Dios que lo intenté!, no hubo manera, porque mis cuencas se secaron hace lustros entre polvo de desierto y miseria.

Porque tras la tempestad regresa la calma, y tras el paréntesis temporal retorna la realidad, en la cruenta realidad, cesó de llover, de granizar, y los rayos se perdieron en otras tierras, y la gente moderna salió de sus casas, como aquellos ingleses de la City salían de las bocas de metro y de los bunker después de un bombardeo, y las calles, nuevamente se concurrieron de ciudadanos, de ruidos de teléfonos móviles, de maquinaria pesada, de coches y autobuses urbanos, y la vida de la ciudad tomó su pulso.

Y atrás, el cañón de Méndez Núñez se convirtió de nuevo en un improvisado picadero, y el césped recién cortado en gravilla doliente y seca, y la figura de mis abuelos se difuminó como lo haría un tronco a la deriva en un mar con calima…

Mojado, exhausto y cansado me enfrasqué en mi mismo, y me adentré en un café de abolengo, y tomé una aspirina, un descafeinado hirviente y un bollito suizo. Y, en mirando por la ventana, las calles que se me antojaron limpias y repletas de silencio ahora eran un hervidero de pequeñas hormigas modernas trasegando.

Pienso muchas veces, que soy un tipo anacrónico en todo el esplendor de su acepción académica, y desplazado en tiempo y espacio me revuelvo como una serpiente acorralada dentro de un frasco de cristal. Y pienso, que tal vez hubiera sido mejor que unas fiebres de malta o una gripe española me hubiera partido el pecho y arrancado el alma, y haberme quedado imperturbable en el tiempo.

Quizás de esta manera, no tendría que leer en los periódicos como nuestros Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado desarticulan otra red de pederastas o como un fulano, borracho, drogado o simplemente más prepotente, mata a su mujer a golpes porque le sale de los adentros.

Y, es que viendo tanta miseria y podredumbre, me entran nauseas, unas nauseas que se convierten en arcadas y éstas a su vez en vómito. Un vómito negro y sucio que suelta mi garganta directamente de mi estómago. Un vómito compuesto de maltratadores, pedófilos, violadores, asesinos, traficantes…. Buitres asquerosos que se alimentan de la carroña que dejan nuestros maltrechos cuerpos, que se apoderan de nuestros sueños y los convierten en pesadillas, que acotan nuestra libertad y nos hacen sentirnos prisioneros en nuestro propio hogar.

Friday, February 24

Hace frío.

¡Ah, me olvidaba! Quisiera saludar a ese o esa visitante que viene desde USA y también desde Argentina, Colombia, Francia y Canada, amén de los españolitos que pasan por aquí. Ve señor Ojos Claros como no soy tan pisoteador

Hoy hace frío, mucho frío, y lo peor de todo es que me han salido, por primera vez en mi vida, sabañones en una mano, en la pajera, en la que diestra, en la derecha, así que no me apetece escribir nada de nada, "na de na", que diría la seña Toñica, aquella lotera de Rota a la que le compraba los décimos de lotería de navidad, en los años noventa.
Pero el asunto, es que me había propuesto deleitaros como mi pútrida verborrea una vez al día, así que lleno un huequillo de este patético blog con estas líneas vacías y carentes de sentido, y os pongo un par de fotos que me traen recuerdos de otra vida mejor.
Hasta mañana, si Dios, los sabañones y yo mismo quiero.

Thursday, February 23

Esta vida loooooca. (Primera parte)

A mi perra Lola, la encontré dentro de un saco de patatas, atada con una filástica, en la orilla del mar. Y no es una licencia poética que me quiera marcar, sino literalmente como lo cuento. Por aquel entonces, todavía sin destetar, tenía el cuerpo cubierto de sarna, golpetazos y pulgas. Ahora, con el paso del tiempo, se quedo raquítica, a duras penas alcanza los cuatro kilos, pero tiene unas ubres lecheras que le llegan al suelo y arrastra, porque la muy pelandrusca se fue de picos pardos con un yorksire enano, que la acarameló una noche fría durante el celo. Y ella, que es muy promiscua para lo poca cosa que es, se dejó llevar y se quedó preñada. Huelga decir que del yorksire poco hemos sabido y por supuesto no se hará cargo de la camada. Con lo cual me río yo de los ciento y un dálmatas de las narices, que formaban parejita perenne de por vida, fornicando entre ellos solos y cuidando humanamente de su prole. Porque seamos serios, ¿qué se puede esperar de un animal que lo primero que hace es olerle el culo a otro? Pues eso, un polvete rápido, un aquí te pillo aquí te mato, y hasta luego, si te he visto no me acuerdo.

Y mientras la perra de Lola se pasea fatigosamente por la casa, miles de españolitos de a pie y de a caballo celebramos los veinticinco años de aquella fracasada y malograda intentona de golpe de estado, aquel famoso 23-F, de nuestra historia moderna y post - dictatorial, intentona transitiva, por aquello de estar en la transición, que nos tuvo en vilo, en suspense y de rodillas, muchos de miedo por los tiempos que podían avecinarse, y otros (esperemos que los menos) para que el generalísimo resucitara y tomara de nuevo las riendas del nuevo y pecaminoso estado liberal y demócrata.

Y es que a decir verdad, nuestra democracia es la repera de buena, y lo digo sin ironías, es una democracia que ha sabido adaptarse sin derramamientos de sangre innecesarios y auparse a las posiciones que ocupan otras naciones europeas y transcontinentales. Sí, hemos y estamos viviendo en una buena democracia.

Y es una buena democracia porque cumple el principio básico para lo que fue concebida, “engaña al pueblo para que el pueblo te apoye”. Y de esta guisa, vamos tirando millas, y cohetes, y lentejas a ritmo de pasodoble desde hace ya unos cuantos años. Y no nos podemos quejar, porque hacemos lo que queremos, nos reímos de quien nos da la gana, y aun encima nos ampara la ley. Porque la ley, viéndola como justicia, está para defender los intereses de todos sin prejuicios ni milongas. Para que cumpla la pena de igual manera, un señor que roba una gallina en Córdoba, en un mercado, porque tiene quince hijos con más hambre que el perro de un ciego, o un etarra que mata a diez personas con una bomba de TNT a la puerta de un supermercado. Sí, todos somos iguales ante la ley, y la justicia nos ampara. Y ya sé que no es igual robar una gallina que matar a una persona, y por eso la justicia dosifica las penas según la gravedad del delito, o eso dice…

Pero además, tenemos libertad. ¡Qué gran palabra! Podemos salir a la calle y disfrutar de nuestra libertad, intercambiar ideas con otras personas, sin importarnos lo que piensen o sin preocuparnos de que un gris, porra en mano, y grillera próxima, nos esté esperando y vigilando para darnos dos bofetadas con la mano abierta, llamarnos rojos y meternos en la furgoneta a leche viene leche va. Sí, libertad, qué gran palabra.

Lola, que está a mi lado, me mira un tanto avergonzada, y yo que soy un amo moderno y liberal le acaricio detrás de las orejas, y le resto importancia. ¡Qué puñetas, a todos nos puede pasar!, eso de echarnos un “kiki” y que luego tengamos sorpresa. ¡Pues hala!, Lolita, tú tranquila que todo pasa.

Y mientras eso pasa, en este país nuestro de cada día, siguen pasando cosas también, porque triunfó el sentimiento de la razón y la lógica por encima del irracionalismo de la sinrazón y la locura. Sí. (Una frívola afirmación sarcástica).

Aunque claro, no siempre todo nos sale rodado, y la vida se vuelve una tómbola o una ruleta rusa, de esas que revolver en mano con cinco vacíos y una bala del treinta y ocho en la sexta, da vueltas y vueltas y al final nos descerraja un tiro. Porque sí, porque es así, porque la libertad (esa gran palabra) es palabra que no sirve de nada sino aprendemos a ejecutarla, si pensamos que la libertad es hacer lo que queramos y pegarnos un par de risas. Y la libertad implica compromiso y responsabilidad. De hecho, la libertad conlleva más obligaciones que derechos, porque la libertad es un compromiso social, pero también individual.

Y claro, lo fácil como siempre es cerrar los ojos, ponernos la venda en los mismos y pasar de todo, que pase el tren y salga el sol por Antequera y ya está, y el resto que lo arregle el boticario, el señor alcalde, un ministro, un presidente de gobierno o un señor de Ávila que pasaba por allí, que mientras nosotros haciendo uso de nuestro más fundamental derecho de la libertad, nos manifestaremos por mil chorradas como que no pisoteen los céspedes los viernes por la tarde, que no caguen los perros en la calle o que no se meen los niños bien, encurdados, cuando finalicen los exámenes, que hace muy feo y muy poco digno verle la pilila a un muchachillo de dieciocho años, y una parrochilla a una cría de la misma edad miccionando (que es el gerundio de expeler orina) en plena rambla, en un portal o levantando la patita en la Puerta del Sol.

Y a aquellos que se manifiestan por cosas serias, y probadamente oportunas se les tacha de radicales, de antiprogresistas o malos demócratas, y se les dice cualquier lindez a la cara, porque tenemos la facultad de poder cagarnos en la madre de cualquiera, y al que le guste bien y al que no también, porque así nos lo hemos montado.

Y mientras, la Lola se rasca el lomo, la educación en España va de culo y marcha atrás, porque ahora los afluentes del Ebro nos chupan un huevo y parte del otro, porque la formulación de la orgánica es para marisabidillas y el latín y el griego han pasado de ser dos lenguas muertas para convertirse en dos posturas que añadir al Kamasutra. Y, inconscientemente, pero no de iluso, sino de borrego, celebramos ligas, copas y mundiales, y olvidamos la historia, hasta tal punto, que volvemos a repetirla con o sin darnos cuenta, y volvemos al punto de partida donde la jodimos en el treinta y seis, en el ochenta y uno y en cada uno de los acontecimientos estúpidos que no nos da la gana de retener, porque qué jodido eso de tener una memoria selectiva sólo para recordar lo que nos place y para olvidar todo aquello que nos haga pensar, sentarnos un rato, tomar un respiro a la hora del almuerzo o en la sobremesa, que siempre ha sido más española, y recapacitar y darnos de bruces contra una pared, como una ciega sin bastón. Porque hace tiempo que hemos perdido el norte. Hace tiempo que navegamos sin rumbo, dando tumbos y al garete como un viejo cayuco que se le ha gripado el motor. Y nos rompemos la cabeza con un libraco de esos que nos da las instrucciones de los móviles, el mp3 o el dvd, y que siempre vienen en japonés, pero olvidamos leer con detenimiento el libro de instrucciones de nuestra propia existencia, y seguimos y seguimos, dando vueltas, vueltas que giran y giran como una gran espiral hasta que un día, tal vez mañana, tal vez otro día, nos descerrajemos ese puto último disparo que queda en la recámara de un revolver que huele a tabaco, whisky, pólvora y vómito.

Pero tú tranquila, Lola, que eres una perra, y no tienes porque pensar en esta vida loca.

Wednesday, February 22

El final del camino.


Ayer, JC perdió la única batalla que no deberían perder los hombres buenos, los honestos y honrados, esos que son padres de familia modelo, buenos esposos, buenos hijos, buenos hermanos, excelentes compañeros. Ayer, a JC le pudo un cáncer y se quedó como un pajarito, con los ojos cerrados y una sonrisa en la boca para los restos.

JC era un tipo especial, de esos que te dejan boquiabierto con su verbo fácil, con sus ademanes de artista de cine, a lo Rodolfo Valentino, con ese bigotillo peculiar a lo Erol Flyn y esa mirada que rompía corazones y deshelaba los casquetes polares.

A JC lo conocí una mañana del mes de febrero, hace ahora muchos años, más que los que algunos llegarán a vivir. Una de esas mañanas, que como ésta, se te helaba la sangre con el frío, y la piel se te enrojecía con la fuerza del viento, que te cortaba la tez, la carne y el hueso. Lo conocí a pié de portalón, que es como se le llama a las pasarelas de los buques de guerra. Iba impecable con su uniforme de gala y su gesto castrense, repeinado y con esos guantes blancos que nadie ha sabido vestir tan bien en toda nuestra puta mili.

Un caluroso saludo en una mañana de frío polar, allá en un muelle perdido de la mano de Dios, a las afueras de una ciudad danesa que se llamaba Aarhus o algo por el estilo. La nieve caía a borbotones, y te empapaba de la misma manera que te empapa el agua salina cuando una ola rompe en el costado y salpica mil millones de pequeñas gotas saladas en la cubierta. Y allí, en ese portalón de aluminio viejo y rancio, oxidado y comido por el salitre, entre drizas y cabotajes, y una camboyana para los que, como cubas, regresaban de los lupanares, nos conocimos. Un caluroso saludo en una mañana fría.

Con él y el maestro armero, que todos llaman el Cara Cortada, he vivido la mayor parte de mi vida. He recorrido el mundo en barcos de papel de fumar, viendo la aurora boreal en las gélidas noches de invierno, he cruzado el paralelo cincuenta y seis por encima de la Isla de Man, he visto a los peces voladores en la ruta de los alisios, he recorrido las calles pobladas de Río, Buenos Aires, Valparaíso, San Diego, Tijuana. He recorrido los grandes lagos de escapada, y me he internado con ellos en el país de los canadienses que llaman Canadá, y hemos alcanzado Alaska. He cruzado el canal de Panamá, y he dormido con ellos a ras de cubierta, cuando éstas eran de madera, en el mar Rojo. He visto los atardeceres rojos de Egipto y Siria. He recorrido las calles infestadas de heridos y muertos durante la guerra de Yugoslavia. He visto a las mujeres sin rostro de Afganistán, y he recorrido el cordón de la fortaleza amuralla de Um-qasr en Irak.

Sí, he vivido un par de vidas al lado de esos dos hombres. Y he puesto en sus manos tantas veces mi existencia, que son como hermanos, más incluso que hermanos de sangre, mucho más, hermanos de armas.

Ayer JC se murió, la palmó, la espichó, estiró la pata, la guiñó, se fue a criar malvas, pasó a mejor vida o toda la retahíla de eufemismos que se quieran decir. Ayer a JC le venció un zaratán que llevaban en el vientre, como una embarazada lleva a su semilla que algún día brotará de su vulva y se convertirá en hombre o mujer. Sí. Ayer murió JC, llegó al final de su camino, y lo hizo con el honor con el que mueren los soldados, sin llantos, sin miedo, con la cabeza bien alta y mirando al frente, sabiéndose poseedor del mayor de los regalos, y éste ha sido su vida, y la herencia que deja en sus hijos, que siempre lo recordarán porque su madre, el maestro armero y yo mismo siempre se lo recordaremos. Les recordaremos la madera en la que estaba tallado su padre, un noble roble, un fiel amigo, un leal compañero.

Y sí, viejo, no te preocupes, que esta noche, el maestro armero y yo beberemos como cosacos, cantaremos canciones prohibidas, y diremos obscenidades hasta que se rompan de nuevo las murallas de Jericó. Bailaremos y cantaremos ebrios, y a nuestro lado, en un pedazo de nuestro viejo corazón de soldados, te llenaremos la jarra de cerveza y ron, y aguardiente de caña. Y sí, viejo cabrón, no te preocupes, que no derramaremos ninguna lágrima, que sabemos que estás ahora sentado en el Valhalla con otros hermanos que se han ido para siempre.

Adiós JC, has llegado al final del camino, pero tranquilo que pronto nos reuniremos contigo para seguir recorriendo nuevas rutas.


NISI DOMINUS FRUSTRA

Tuesday, February 21

X, Y… Z.

Yo pertenezco a la generación X, y que la generación X se quedó estancada y conformista, y que en lugar de despejar la incógnita pasó del relevo generacional, es bien cierto, pues nos aburguesamos, y nos convertimos en intelectuales de diván, en viejos roqueros que nunca mueren y atorrijados bohemios o melindrosos añorantes de la década de los ochenta.

Pero igual de cierto que la generación X se estancó, y pasó del movimiento a la estática hierática total, donde el absolutismo de la comodidad se antepuso a nuestros ideales marchitos y caducos, de igual forma, continuo, la generación Y es una bendita mierda. Y digo bendita, porque el término maldito y miserable lo reservo para más adelante. Porque una cosa es ser joven, otra ser un rebelde, con o sin causa como James Dean, y otra muy diferente ser un capullo. Y desgraciadamente, la generación Y está llena, concurrida y rebosante de capullos bípedos.

Si esto lo dejara caer así, muy propio de mi, por otra parte, sentaría un poco mal, no sólo a los miembros generacionales de la Y, sino también a aquéllos, que perteneciendo a la X, todavía viven en un pasado achicado. Así pues, permítanme darles mi equívoca razón, déjenme demostrarles mi estúpida teoría donde el axioma irreverentemente principal es que la generación Y no vale lo que una mierda pinchada en un palo de gallinero.

Para empezar, les diré, que si la generación Y es una mierda, se lo debe a nuestra generación. Sí, a esa misma, a esa que los acostumbró desde embriones a tener en casa videoconsolas, y a la temprana edad de cuatro años a manejar un teléfono móvil y una calculadora científica, en lugar de contar con los dedos como si hizo toda la vida.

La generación Y es un producto, elaborado en un microondas, nuestro, de nuestra cosecha, y manufacturado a este perro mundo por nosotros mismos. Sí. Nosotros somos los que les regalamos un mundo mejor. Un mundo de comodidades, de virtualismo, de imaginativa tecnología en pro de un mayor y mejor desarrollo. Y lo que hemos hecho ha sido cagarla.

Me siento en el sofá, arropado por mi calefacción, y escucho las noticias en mi televisor de “la hostia de pulgadas”, con sonido envolvente y toda la gaita, y un color y unos detalles tan nítidos, que le ves la cerilla del oído a la presentadora del telediario, el verdín de un moco seco al mozalbete que anuncia detergente, y las caries a las señoritas que bailan como Dios las trajo al mundo en los programas de variedades, que frecuentemente ponen en la franja infantil. Y, como les decía, me acurruco como un cachorrillo tembloroso, y me hincho a pistoletazos de rayos catódicos a la sobremesa… después de haber comido espartanamente mi opípara dieta a base de carnes, pescados o legumbres frescas y variadas, con mi agua mineral, mi vino de cosecha o mi refresco light de moda, ahora embasado en botellín de cristal para lerdos auténticos que seguramente se las llevarán al campo un día de excursión y las dejarán, eso sí decorativamente, diseminadas por los prados, más de una fragmentada, hecha añicos, y que días más tarde un pobre desgraciado, buscando margaritas por el campo, o botones de oro, pisará y tendrán que coserlo con cinco puntos de sutura en la planta del pie. Y el muy jodido se conformará porque al fin y al cabo, una botella rota es como un cardo borriquero que brota tanto en las campiñas como en los arenales, y contra la madre naturaleza no se puede luchar. Y, seguro, cuando llegue el verano, y deseará que llegue el verano, le enseñará la planta del pie a todos sus amigos, a los vecinos de toalla, a las chicas de la piscina municipal, y a una pareja de la benemérita que lo ha parado por exceso de velocidad y conducción temeraria. Y claro, se jactará de su escueta cicatriz, pero en fin una cicatriz, que se hizo un día en el campo cazando mapaches salvajes de las rocosas o algo así, porque el tema de desflorar margaritas le sabe muy afeminado y una cosa es ser metrosexual y otra que le confundan el sexo.

Pero discúlpenme que me vaya por los cerros de donde sea, y permítanme que continúe. El asunto es que la generación Y es la leche. Sí, la creme de la creme (o como se diga en francés académico, ese que tan bien y tan sonoramente hablan y escriben ustedes). Son sin duda alguna el mayor exponente de nuestro más rotundo fracaso, aunque eso sí viven la era de la comunicación a tope.

Así, en lugar de asistir a manifestaciones pedorras, cuyo objetivo era que no cerraran un astillero, ahora se dedican a la masificación espontánea en los jardines y parques, donde no sólo se fomenta el diálogo sino que se aprende a convivir, donde se comparte la botella cutre de plástico relamida de veinte bocas, con una mezcla de refresco y vino barato. También, asumen su rol de estar a la cabeza de la tecnología, y anda con sus móviles todo el día acuestas. Los hay, intrépidos que incluso los personalizan, poniéndoles carátulas, o como se llamen, pintorescas, pegatinas, antichoques, y una serie de parafernalias muy dignas y digestivas, amén de politonos, real tonos y melodías que suenan como si estuviera el DJ de moda rascando el plato para ti, en directo, en vivo, y al oído. Sí, la comunicación se les da muy bien.

Y además, debemos celebrar su aportación al lenguaje, con expresiones como “me parto la caja”, “espencarse” y un largo etcétera, que están dejando en blanco a los pobres académicos de la Real Academia, que a sus quinientos años el más joven todavía habla por jarchas y rima por cuartetas.

Sí, la juventud es la repera. La juventud de hoy en día, si me permiten la tímida expresión, es una bomba. Una bomba de relojería que un día nos estalló en las manos, como esas bombas de palenque en una verbena y nos dejó lisiados. Como las tracas de Valencia pero a lo grande y a lo bestia, donde los fuegos de artificio suben al cielo envueltos en pastillitas de color rosa, azul o morado y que cuestan un ojo de la cara, pero eso sí, sólo se beben con agua mineral envasada que son muy sanos.

En los estudios hay de todo. Los hay que estudian y los hay que no estudian, los hay que aprueban y los que suspenden como toda la vida, pero eso sí, ya no llevan notas extremadamente preocupantes a casa, sino un aséptico y pedagógico NM (Necesita Mejorar) con lo cual lo padres, que se pasan el día trabajando, y de cenas de negocios con sus secretarias o de cafés con las amigas comentado el programilla de turno, o viceversa, que ahora la mujer está muy integrada, se quedan tranquilos. ¡Ah, necesita mejorar, cojones, no es lo mismo que un insuficiente! Porque seamos francos, aquello de insuficiente o muy deficiente sonaba mal, sonaba a tener un hijo tonto o anormal, y sino como poco oligofrénico, con todos mis respetos hacia aquellas personas que tenga la desgracia de padecer alguna de estas discapacidades, y claro, ahora, con esa nueva terminología todo queda más suavizado. Y mientras, pasan los años, y con ellos los cursos académicos, y no pasamos del Necesita Mejorar, pero no nos preocupa, porque a la Universidad irá igual, y tendrá un master en económica y acabará trabajando de administrativo para el Ayuntamiento, de pasante por cuatro euros en un bufete de abogados o de proctólogo sin licencia en una furgoneta de una ONG delante de un burdel. Y en la universidad, además, aprenderá el manejo con mayor pericia si cabe del uso de los ordenadores, de los teléfonos móviles, y de cómo cagarse como un piojo con las ofertas del supermercado a base de vino mezclado con horchata de chufa, o mezclando aspirinas convenientemente coloreadas para darle mayor ardor. Sí, estamos creando una gran generación.

Y muchos de ellos, que tienen cabecita y dos dedos de frente, un día se frenarán de repente, como aquella vieja reumática que al volante de su coche frenó bruscamente en la autopista, y se la llevó una autobús, que conducía un señor de Málaga, que está casado con una señora estupenda y tienen tres hijos en común, y otro natural que se llama Vicente, en la Bañeza, donde por cierto, él hace parada, fonda y forniqueo una vez a la semana, con una señora, también estupenda, aunque separada que se llama Manola, aunque debería llamarse Milagros por cómo hace que se le levante el miembro, o Virtudes por como sopla la flauta traversa. Y, seguramente, esos jóvenes se sentarán frente a frente con sus padres, que ávidos lectores de revistas del corazón y el periódico de marras, moverán la cabeza como esos perritos de coche que llevaba mi abuelo en su SEAT 127, y entonces, pensarán que sus padres son gilipollas y ellos más por hacerles caso.

Y saldrán a la calle, con lo puesto, eso sí de marca, y con lo indispensable, móvil y cargador, amén de un par de tarjetas de crédito, y verán el mundo con sus propios ojos, y verán que el mundo no es esa mierda virtual donde todos somos muy amigos y nos llamamos por nicks absurdos como Farlopa25, Rubita16 o CasadoCachondo, y también se dará cuenta de que la vida hasta el momento como la han vivido es una puta falacia, porque en la vida hay dolor, sufrimiento y mucho sudor. Y en la vida no sólo hay caras bonitas, peinados de diseño y posturitas de calendario. También hay sinvergüenzas, degenerados, depravados, y sobre todo trabajo, mucho trabajo con un contrato de mierda y un sueldo más mierda todavía, y un jefe, ¡encima!, que se “partirá la caja” porque no tiene estudios pero llegó antes que ellos a la empresa y ascendió comiendo miembro a golpe de lametazo y genuflexión contorsionista, y, seguro que mirarán hacia atrás y pensarán en aquellos tiempos de botellón, de bacalao o lo que carajo se baile ahora, de las chuchis, que borrachas o drogadas como cubas, se dejaban desvirgar por una buena recarga en el móvil, o estaban tan apampadas que ni se enteraban, y claro, fingían el orgasmo y fingían hasta el acto, porque dormían como ceporras, abiertas de piernas en un descampado, mientras un corrillo de niños chorras, algunos muertos ahora de sobredosis por éxtasis, vitoreaban al machito largaterano que la montaba…

En fin, que les debo una disculpa a la generación Y.

Yo pertenezco a la generación X, esa generación conformista y aburguesada, que perdió lo que tenía de nómada para volverse sedentario, que se arrimó en mala hora al fuego y se quedo tranquilamente sentado recolectando bayas, echando a perder el futuro y jodiendo la pascua. Sí. Yo pertenezco a la generación X, esa que en lugar de despejar la incógnita, despejó balones y a todo ser en la tierra, la misma que no vale ni el esputo de un tísico, y que como legado les deja a la “Y i a la Z” una mierda de futuro en una mierda de mundo.

Monday, February 20

La parábola del buen Pascual. (Retrato de actualidad)

Pascual, no él de la leche, sino otro, me dijo que le gustaba el silencio, que el silencio era como una mujer bien depilada y recién lavada, que huele a gloria bendita, y que la amas con más pasión.

- Amo el silencio. Me gusta.

Pascual, que trabajaba de celador en un hospital de la comarca colecciona sellos, flores secas y cabezas de mujer, que previamente amputaba del resto del cuerpo con un golpe seco de su hacha. Una de esas hachas leñadoras, para troncos leñosos fuertes y gruesos. La empuñaba con verdadera soltura y con vikinga pericia rebanaba una cabeza, tan rápido y veloz, que parecía como si se cauterizaran las heridas. Sí, Pascual, nuestro Pascual, nuestro asesino en serie particular y comarcal, que cumple condena en una prisión de máxima seguridad en Illinois, provincia de Albacete, es un verdadero maestro en el arte de la tortura y el asesinato.

Un día, le pregunté, distraídamente, de dónde le venía esa afición por cortar cabezas. ¿Por qué no puestos, te llevas los senos, o la vulva, o los meñiques? Él sonrió, con una sonrisa tan dulce como la miel, como sonreiría un niño chico cuando el das una piruleta, pero no me contestó.

Pascual, eunuco desde los seis años, en que su padre, capador de cerdos de oficio y natural de Sotillo, borracho como una cuba lo castró, no suele contestar a las preguntas directamente, o eso creo yo. Suele divagar como haría un filósofo sin darte respuestas concretas, porque las respuestas concretas conllevan brevedad y al no le gusta la brevedad.

- No me gusta la brevedad. La odio.

Desde la ventada de su alcoba, donde como un gorrioncillo está enjaulado, suele pasarse horas contemplando una montaña nevada, mientras se escarba con su dedo índice la nariz hasta que se hace sangre. Cuando esto ocurre, se queda fijamente mirando el dedo y contemplando la sangre con una inusitada fascinación. Es entonces, cuando algún vigilante le limpia el dedo. Pero este hecho, nada particular, a Pascual le irrita. Le irrita tanto como a un señor de Cuenca con Hemorroides montar en bicicleta, o más.

Un día, le pregunté, sin malicia, por qué les amputaba la cabeza a las señoras y no a los señores, y él me sonrió, pero no contesto. Volvió a mirar por su ventana hacia la montaña, y comenzó a escarbarse con el dedo la nariz. Y esto a mí, singularmente, me irritó, tanto como a un señor de Alicante con hemorroides montar a caballo por la sierra, o quizás menos.

Pascual, todos estamos de acuerdo, merece la pena de muerte. Pero lo detuvieron un día después de abolirla. Antes, un día antes, estaría colgado por los pulgares de un árbol centenario que tenemos en la plaza mayor, y dejaríamos que los cuervos le picotearan los ojos. Pero claro, también, es cierto que queríamos ingresar en la Unión Europea, y los observadores nos significaron que esa práctica era poco ortodoxa. Y nosotros, que el fondo somos muy cívicos y civilizados, la abolimos. Por eso Pascual, Pascualito, el corta cabezas, cumple condena en una prisión para dementes y asesinos en serie, en lugar de estar despellejado vivo en el árbol centenario.

- Amo el silencio. Me gusta.

Esa afirmación la repite con asiduidad, con tal continuidad que muchas veces, tenemos que taparnos los oídos, y sabemos que cuando no habla, cuando se mantiene en silencio, también la dice, también la pronuncia en su lenguaje secreto, un lenguaje que hipnotiza, que hechiza, que embauca y atrapa, como esas telarañas que tejen las arañas para atrapar moscas. Sí, verdaderamente, Pascual tiene una mirada hipnotizante, por eso a sus dos vigilantes les arrancamos los ojos, y así no corremos el riesgo de que los hipnotice y posteriormente se escape, para continuar amputando cabezas por toda la comarca.

La señora Celia, que es viuda de un general o eso dice ella, y que se vino a la comarca a tomar las aguas pero se quedó, dice que Pascual debería estar muerto. Que hombres como él son una perdición y una muy mala imagen para el pueblo, pero el señor alcalde, que se la beneficia los primeros sábados de cada mes, se niega porque ahora existe un proyecto para ser la sede de las Olimpiadas. Cuando la señora Celia saca el tema, y el señor Alcalde se niega, ese día, ese sábado no hay cópula, y él se tiene que conformar con que lo masturbe su escolta; un tipo de dos metros por cuatro de ancho, de cabeza rasurada y mirada tierna, ademanes masculinamente femeninos, que es sordomudo, pero que tiene, esto según la versión del señor alcalde, un tacto muy suave. A la señora Celia no le molesta que el escolta del señor alcalde lo masturbe, de hecho, la señora Celia, que tiene cerca de los ciento tres años, está un poco cansada de fornicar con el alcalde. No aguanta mucho, es precoz, suele comentar con maldad en la reunión de la parroquia a las demás señoras de bien, con las que juega al mus, al tute y a la canasta. Todas se ríen, menos la señora Rita, que es la mujer del alcalde y cornuda consentida y asimilada, que se suele cagar para sus adentros en los ancestros de la pavorosa y ardiente dama, pero que se lo calla para no mostrarse celosa, como le enseñó su madre, otra mítica cornuda consentidora. Porque para ser fieles a la realidad, hay que reconocer que pertenecen a una saga de cornudas muy afamada en toda la comarca.

Cuando esto ocurre, y la señora Celia saca el tema, ella suele interrumpir con un leve carraspeo de garganta y preguntar a la sobrina del señor cura; una chica muy guapa que se quedó huérfana y ahora le calienta la cama al párroco, por la salud mental y cristiana de Pascual. Y hablar de Pascual, a la señora Celia, le produce un cólico renal, y se queda pálida y luego verde, y luego malva, y empieza a blasfemar por su boca unos improperios nada dignos, y más principales de un merchero de feria. Y es que a la señora Rita una cosa es que le ponga los cuernos y otra muy distinta que se lo choteen en la cara. Que una tiene su dignidad, ¡hostias!, suele pensar.

El último asesinato de Pascual fue en la semana santa del mil novecientos, y todos lo recuerda bien, porque ese año, diez mil estorninos cagaron al unísono sobre la plaza del pueblo, las rosas se marchitaron, el sol se ocultó detrás de la luna en pleno mediodía, y un mono del Brasil, propiedad de un titiritero, se masturbó delante de la señorita Beatriz, la maestra de la comarca. Que en un principio, anonadada, quedó boquiabierta, pero pronto se desmayó al recibir de sopetón el ardoroso efluvio que manaba del diminuto miembro del mono.

Pascual había raptado a una joven de catorce años, llamada Jacinta, que tenía los ojos azules y el cabello claro, la mirada limpia y la sonrisa perfecta. Era hija del boticario y una campesina de la montaña. Era hija natural pero una hija al fin y al cabo. La raptó en las cercanías de una fuente, y la mantuvo encerrada a pan y agua quince días en un viejo cobertizo. La torturó haciéndola escuchar canciones del dúo dinámico; la misma canción durante aquellos eternos quince días. Y por fin, una noche se acercó a ella macheta en mano y le preguntó, si le gustaba el silencio. Ella llorando no supo que responder. Él le volvió a preguntar. Y ella histérica perdida, como se suele estar en estos casos, respondió que se fuera al carajo, que era un mierda de los huevos, de esos que no tenía porque su padre lo había castrado, y que tal vez a ella la matara y le cortara la cabeza para su colección, pero que se iba muy pancha a la tumba sabiendo que él nunca tendría descendencia. Y Pascual conmovido por su franqueza, le cortó la cabeza.

Cuando hubo finalizado, se entregó a Segismundo, el guardia municipal, y relató con pelos y señales todos sus crímenes, por los cuales fue condenado a cincuenta mil años de prisión, aunque no los cumplirán porque un día antes se había aprobado la ley de fusión de penas. Y dentro de dos años, por buen comportamiento, saldrá a la calle, y será readmitido en su antiguo puesto, porque se lo ganó en una oposición.

Todos creemos que debería pudrirse en la cárcel, y que por mucho que se le diga a los familiares de las víctimas de sus atroces carnicerías no les bastará ni les llenará el vacío. Un vacío más hondo que una fosa, que un agujero negro, que un agujero negro enorme en medio de la nada del universo, de un universo que converge en otro, y éste, a su vez, en otro, hasta que seguramente todo se reduzca a esas pelotillas ensangrentadas que se suele sacar él de la nariz. Pero la ley está hecha, porque el día antes, se nos ocurrió ingresar en el consejo de seguridad de Naciones Unidas, y los observadores, un americano, un inglés y un australiano, pensaron que sería mejor lo de la reinserción.

- Amo el silencio. Me gusta.

Suele decir Pascual cuando se le pregunta por algo. Y uno que no es de piedra se caga en su madre, en el borracho del padre que lo castró, en el higadillo de los pollos, en los estorninos con diarrea y en las margaritas silvestres que no tienen culpa de nada, pero que cada vez que las veo las pisoteo por no pisarle la cabeza a ese señor. Y como uno no es de piedra, se da golpes contra el pecho, y se arranca por soleas una manifestación multitudinaria y corea consignas que versean y suenan a ritmo de jota, y se caga en todo lo que se mueve, en lo que no se mueve, en lo que gira y en lo que deja de girar, pero eso sí, civilizadamente.

Sunday, February 19

La concupiscencia del sí por encima de la negación del talvez y el absolutismo del no.

No, no se equivoquen, no tengo pensado hablar, ni por asomo, de un tema como la concupiscencia del sí por encima de la negación del talvez y el absolutismo del no. No, ni hablar. Eso solo ha sido un título.

En ocasiones, lo más difícil de escribir no es escribir en sí, sino ponerle más tarde un encabezamiento. Ya imagino al pobre y manco de Cervantes estrujándose la melena para llegar al título del Quijote. ¡Jo!, y tanto romperse la cabeza para que después le digan el Quijote a secas…

Hoy, la verdad es que no tengo nada que contarles. No. No tengo ni puta idea de que puedo decirles, en quien cagarme y a quien poner verde. ¿Será eso síntoma de que me estoy humanizando? Sí, talvez… no. Lo dudo, ya soy humano. Demasiado humano, creo. Y por eso, mi lengua viperina sale de paseo con tanta impunidad.

Me he leído los periódicos, he visto los telediarios, y escuchado el “parte” en la radio… y nada. No se me ocurre nada. ¿Se habrá ido la inspiración? Pero claro, esta pregunta me lleva a otra más importante, ¿alguna vez habré tenido inspiración? Porque siendo francos, decir cuatro necedades y diez palabrotas seguidas no me convierte en un gran autor. Eso sólo le pasaba a gente como don Camilo en su última etapa, o a don Francisco (Umbral) y gente así, consagrada en cuerpo y alma a la literatura. Pero yo no me consagro a la literatura. De hecho, más que lector, siempre he sido un ávido consumidor de libros, en plan coleccionista. Sí, en las abruptas paredes de mi despacho se contonean miles de libros que jamás he leído, y que creo que no tengo intención de leer. Y esto me lleva a otra pregunta importante, ¿debo considerarme un necio por esta actitud? Sí, talvez… no. Otra vez, un repique de título para ambientar este inconexo y absurdo texto, que tiene por cometido rellenar un hueco en mi blog. Sí. Nada más que eso.

Entonces, siendo claros, si no estoy inspirado y talvez nunca he sido regalado por las musas de la inspiración, ¿qué demonios hago escribiendo? Escribir es un acto voluntario, por lo tanto, es un acto libre, lo cual significa que lo hago porque sí, porque me da la gana, porque me sale… lo cual me quiere decir que escribo por alguna razón.

¿Qué, demonios, de razón será esta que me hace escribir, que hace que de mi cabeza salga a borbotones palabras entrelazadas que se hacen carne, como el verbo en la eucaristía, como el orgasmo en un intercambio de fluidos, en la cópula? No lo sé o tal vez sí. Pero eso, lo dejo para otro día, para un día en el que no me sea necesario rellenar huecos de la pared de mi blog con argamasa, porque escupiré por mi negra boca esas dulces ideas con las que les deleito.

Y hablando del orgasmo… dicen que algunos escritores ascetas y místicos lo alcanzaban en su momento de clímax más preponderante. Humm, ¿debería probar a masturbarme mientras escribo? ¿Se tendrá la misma sensación cárnica y convulsiva que cuando te azogan el cuello con un pañuelo de seda hasta el punto de la pre – asfixia? Puede ser, no puedo negar lo que no he probado.

Se lo tendré que preguntar a mi vecina, la Celestina, esa señora rácana de curva nariz aguileña, que adopta la postura de un buitre, y que desde la muerte de un tal Calixto, que por cierto vaya nombrecito, está incluida en un programa de protección de testigos. Sí, talvez o no, le pregunte a ella. Tiene cara de tener experiencia en eso de los orgasmos de salón de té chino. Con esa cara de geisha reprimida, de ojos achinados, que en otrora se llamaba cara de estreñimiento, seguro que sabe mucho acerca del tema del orgasmo, la cópula y la seducción. Ya la veo, detrás de un cortinón, como mamporrera, botijo en mano, dándole la réplica a algún amante poco apasionado. Ese rostro lascivo, y ese hilillo de fina saliva que le cuelga por la comisura de los labios. Unos labios cortados por el frío o la fiebre, pero al fin y al cabo unos labios. Y se tocará los senos, decrépitos y caídos, con suavidad, y al rozarse los pezones gemirá, acompasando los movimientos pélvicos de la joven que yace postrada en el lecho del mirliflor amante. Y, tal vez sí o tal vez no, se acaricie su sexo, que estará empapado de fluido amatorio, y cerrará los ojos y pensará que es ella, que es joven, que es hermosa, y que sobre ella cabalga un bravo jinete apocalíptico. Sí, talvez le pregunte o talvez no.

Y, como un paquidermo hambriento, y sin futuro en una árida playa de la polinesia, mi seco cerebelo se rinde a la evidencia de que no tengo nada que contarles, y eso me asusta, y si me asusto significa que soy humano, y por lo tanto… sí, talvez o no, mañana se me ocurra algo.

La terapia o un domingo sin estrés. (Para la señorita Ojos Azules).

Odio los domingos, porque después de los domingos vienen los lunes. Y los lunes son más odiosos que los domingos, porque traen consigo la resaca del fin de semana. Los lunes no deberían existir, pero, estoy seguro, que entonces odiaría los martes y así sucesivamente, hasta que ya no hubiera días que odiar.

Eso de odiar un lunes más que un domingo, es importante. En la vida todos tenemos algo o alguien que odiar. Yo, cristianamente como puedo, intento no odiar personas, así que canalizo toda mi ira y mi cólera en el día domingo, y su hermanastro el lunes. Ambos forman a Caín, y matan tristemente a golpe de quijada a su pobre hermano Abel, que es el sábado.

Los sábados, sí que me gustan. Me gusta levantarme temprano, a maitines, y pasear con los perros. Me gusta el olor de los sábados que huele a mercado, a carne de ternera abierta en canal, colgada en su gancho en las carnicerías. Huele a pescado fresco, con cien gaviotas revoloteando en la popa de los pesqueros; amén de algún delfín, que aquí llamamos “golfiños”; en sus cajas de madera rígido y de agallas rojas, y ojos cristalinos. Huele a flores, esas que en los mercados de abastos se mezclan con las hojas de bacallao, los chicharrones, los chorizos de Lalín y ciento y la madre de olores que me hacen recordar aquellos sábados que acompañaba a mi madre al mercado, que aquí, claro, llamamos plaza.

Pero, los domingos, más allá de las once de la mañana, los odio. Los domingos son como una mesa sin pan, como un tonel de vino avinagrado sin borracho al lado babeando, son como una perra en celo, sin machos que la cubran, en definitiva un domingo es odioso.

Los domingos me suelo irritar. Y cuando me irrito me duele la cabeza. Y cuando me duele la cabeza, se me forma una rigidez insostenible en la nuca, que acciona las cervicales hasta dejarlas como una piedra, que a su vez, presionan los occipitales que me provocan mareos, y los mareos me producen más que molestia y malestar, incomodidad, y esto me hace estar más irritable, y como una pescadilla que se muerde la cola vuelve a empezar. ¿Será un bucle en el tiempo? No lo sé. Pero sostengo que los domingos son odiosos.

Mi amigo, Carlitos, que es médico me ha recomendado que me haga una terapia. Yo le pregunté en más de una ocasión si las terapias eran positivas. Él me contestó, que según la dolencia, sobre todo si era psicosomática, la terapia me podría ayudar.

Ya me imagino, en un salón cutre con sillas de plástico, de esas que se deforman al sentarse y son resbaladizas, y al mismo tiempo incómodas, porque cada vez que resbalas, el roce de la ropa con el plástico hace un ruido violento, parecido a un pedo, y que hace que todo el mundo se te quede mirando, y tú, colorado, miras para otra parte, como diciendo “esto no va conmigo”, y distraes la mirada hacia una pared en blanco, como esperando ver la sombra de una cara de Belmez o algo así. Y todos en círculo, con una señora muy simpática con una amplia sonrisa y su título de psicóloga bajo el brazo, hablando y gesticulando y haciendo que se sabe, pero que le sudan las manos, y le huelen los pies, y se está meando, porque ya se meaba cuando en la facultad le hacía parcial de antropología y no había estudiado, sino que se había ido de picos pardos con su amor de toda la vida, que un buen día la dejó, porque se dio cuenta de que era maricón y salió del armario; preguntándose que qué coño hace ella allí, con su master por la Universidad de UCLA, y sus dos doctorados, y un curso intensivo por correspondencia de cómo preparar cinco platos improvisados en diez minutos para invitados inesperados. Y la sonrisa, se le ve es más fingida que un postizo, o una dentadura de esas que baila en la boca, cuando se mastica un filete de ternera, de esos que pides en un restaurante que salga tipo mantequilla y se convierte en una suela de zapatos. Y por joder, nada más, te señala con el dedo, un dedo largo y tembloroso, y con su perpetua sonrisa, y te exhorta a que te pongas en pie y te presentes, y tú, que estás mirando para la pared con cara de mico, porque piensas que todos piensan que te has tirado un pedo, te quedas alelado. Y te señalas a ti mismo, y preguntas si es a ti. Y ella, mira para el grupo, sin perder la sonrisa y la compostura, y asiente con la cabeza.

¡Ah!, te levantas, como puedes y las rodillas te tiemblan, más que un junco en un temporal, o una vieja con parkinson intentado hacer un puzzle de dos mil piezas, y ya puesto en pie, observas a todos, y te notas la boca seca y carraspeas, y por fin, dices:

- Hola, me llamo fulano, y odio los domingos.

Y todos los que forman el círculo se ríen, con una sonrisa piadosa y se preguntan quién será ese gilipollas que se ha colado en una reunión de ludópata anónimos…. Aunque todos te saluda: “¡Hola fulano!”.

Y tú con cara de no haber roto un plato, con cara de buen chico, de curita, de santo crucificado patas arriba, de salmonete a la plancha o chimpacé de circo mundial, te sientas, pero te quedas muy quieto y en silencio para no hacer ruido con el culo. Y con clarisa paciencia y templaza esperas a que acabe la reunión.

¡Ays!, no, no y no. Las terapias no son para mí. No sirvo para mirarme los adentros, como si fuera un forense introspectivo y demente, y después sacarme las miserias para contarlo, confesarlo y acabar derramando alguna lagrimilla a golpe de puño en pecho, y mirada en blanco. No. Yo prefiero cagarme en todos los puñeteros domingos que hay en el almanaque, que son más de diez, eso seguro, y después como quien no quiere la cosa, hacer mutis por el foro, tomarme un descafeinado, y dejar que pase la tarde con la tele apagada y también la radio, porque sólo radian el puñetero fútbol.

Sí, nada mejor que para tener un domingo sin estrés, que pensar que es sábado, y mañana cuando me levante, pensar que me ha engañado, como engañó Julieta a Romeo y le dijo que se suicidaba pero en verdad se largó con un Veneciano, que jugaba al padel medieval, y ahora viven en Cancún partiéndose el pecho del pobre Romeo que cría malvas en un cementerio inglés, porque ni siquiera era italiano. Engañado y vilipendiado, me levantaré y miraré el calendario y me cagaré en todo lo que se menea, en lo estático, en el panda salido del zoo, en la señora Herminia que friega las escaleras y mete la mierda debajo de mi felpudo, en el clima jodiendero, en las plumas acervatadas de un cuervo que no para de graznar y en las putas terapias de los cojones.

Saturday, February 18

Mañana de Médicos, Pepetela y cincuenta y tres gaviotas y final.

Acto I (Desenlace)

“[…] eu represento o talvez”.

“Mayombe”, Pestana dos Santos (Pepetela)

Hoy es sábado, y la lluvia pertinaz continúa cayendo. En un arrebato de furia, la mar embravecida golpea los malecones, y arrolla a su paso, con el antojo típico de un crío malcriado, cuando toma por su paso. La mar. La mar es caprichosa y testaruda como una burra. Fuerte y cruel, y al mismo tiempo, bella y esbelta, como una mujer.

Como esa mujer de ojos negros, y pelo color azabache, de encarnados labios y serpenteante cuerpo que encandila con su danza del vientre, que enamora con sus largas pestañas, que… te deja tonto de remate.

Pero déjenme terminar la historia. Ella estaba sentada sola. Jodidamente sola.

Su pelo era de color rubio y tenía unos grandes ojos azules, los habría sacado de su padre. Su madre, en la furgoneta, con doscientos cincuenta y cuatro familiares más, esperándola, tenía la tez oscura, como el cabello, y como el alma, que diría don Prudencio, ese cura párroco marxista leninista por el día, y falangista en las noches de cruzada mágica por las calles del pueblo, cuando, arremangando la sotana negra, y dejando al aire y a la vista, la canana y la pistola, rondaba victorioso clamando al cielo justicia fiera.

Sí, mierda y más mierda. Hay estaba la gitanilla sentada sola, representado ese puto “talvez” , ese miserable “talvez” que retumba en mi cabeza como un martillo pilón a punto de aplastarme la sesera. Allí, sentada, con el brazo escayolado y la mirada pizpireta, con los dedos entrecruzados y las piernas bailonas y flamencas, mientras yo, y la vieja del sonotone, y los quince enfermos terminales de sífilis, y la niña del catarro crónico, y la chica embarazada de seis meses, y un municipal con exceso de peso, y un vendedor de cupones que leía el periódico, y todo el personal hospitalario, médicos, médicas, enfermeras y celadores mirábamos para otra parte, porque ese porcentaje del “talvez”, aunque en las encuestas del CIS, y de lo que sea quedan muy bien, nos parecía violento.

Y, sí, sé que habrá quien diga que él no es racista, y le diré, ¡bien por ti campeón!, pero lo cierto es que ese “talvez” estaba sentada sola.

Jodidamente sola.

Friday, February 17

Mañana de Médicos, Pepetela y cincuenta y tres gaviotas, y dos.

Acto I (Nudo)

“Nasci na Gabela, na terra do café. Da terra recebi a cor escura de café, vinda da mâe, misturada ao branco defunto do mey pai, comerciante português. […] eu represento o talvez”.

[…]

“Mayombe”, Pestana dos Santos (Pepetela)




¿Ayer llovía? ¡Pardiez! Pues hoy el techo se nos cae encima, menos mal que no somos galos. El temporal del cantábrico en lugar de desplazarse hacia Cataluña, se nos deposita encima, aunque siendo justos, bastante temporal tienen ellos encima…. En fin, pilarín, que dirían los madriles, el asunto debe continuar.

La gitanilla, que bien vestida y bien acondicionada en sus modales, pasaría por ser toda una señorita tuvo que sentarse sola. Es extraño pensé. Según la última encuesta del CIS, en España, en esta desmembrada España de estatutos y re – estatutos, donde cada cual, como en las viejas y utópicas ciudadelas ideadas por Mijaíl Alexándrovich Bakunin, intenta vivir autárquicamente en un estado de bienestar donde solamente son autárquicas políticamente, pues el resto se lo pone el gobierno central… pero bueno, eso sería meterme en camisas de once varas, y hoy no tengo el cuerpo para jotas, les decía, que en esta España plural y dual, y según las “fiables” encuestas del CIS, y del PIS, y de la “MADREQUENOSPARIÓATODOS”, resulta concluyente que no somos racistas, xenófobos y por supuesto, antisemitas. Un hecho, claramente, probado y contrastado.

Esto me recuerda, si me permiten el inciso, aquellos tiempos más dictatoriales, en que se realizó una pregunta que viene que ni pintada. ¿Tendría usted como vecino a un hombre de color? Aquello de hombre de color, estaba de moda por películas como “Arde Mississipi” o “Mira quién viene a cenar esta noche”, una de esas románticas comedias del Spenser y su siempre segundona querida, la Hepburt; ambientada en plena guerra de secesión americana, a la segunda me refiero, cuando Luter King era tiroteado, al igual que Malcon X, y Los Kennedy Brothers; y donde un Sydney Poiter (o como se diga) muy joven y muy negro, se las apañaba para cortejar a la joven liberal, además de hermosa, blanquita de turno. Y, obviamente, la respuesta de los españolitos de la época, tan “librepensadores” como podían llegar a dejarles ser, amén de otras veleidades, dieron un rotundo, pavoroso y aplastante SI. Sí, un sí con mayúsculas, más grande, tal vez que el de la entrada en la OTAN, pero más minúsculo que en el del referéndum de la Constitución, aunque mucho, muchísimo más agigantado que el sí otorgado tímidamente a la Constitución Europea, aunque de nuevo, perdónenme pero no debo, hoy, meterme en política, y menos sucia, rastrera y barata.

Y, la cuestión de tan plural y tolerante respuesta afirmativa, me pregunto yo, dónde radica. Pues, señoras, señoritas y caballeros, sin duda alguna, radicaba en que en España no había negros. No, no había una cantidad ingente de negros suficiente como que para que todos los españoles pudiéramos tener un vecino negro, y de tenerlo, soñábamos que era el infalible Pereira, que jugaba en el equipo colchonero.

¡Ay, benditas encuestas! Pero la verdad, y a este despropósito me uno yo también, es que la gitanilla se sentó sola, y nadie, nadie, ni el que les habla se sentó a su lado.

¿Por qué? Quizás, una cuestión de higiene, de olor corporal, de figurinista, de escaparatista o sabe Dios por qué razón nadie de los presentes nos sentamos a su lado. Pero lo cierto, lo ineludiblemente cierto, es que la gitanilla se sentó sola.

Más sola que la una, más sola que el cadáver de un indigente en una morgue, más sola que la puta de bastos cuando triunfa, más sola que la luna cuando las noches de invierno, las miserables nubes encapotan el cielo; más sola que un oso panda en un zoológico, salido y asilvestrado haciéndose más pajas que un mono pensando en una osa panda, más sola que aquella secretaria venida a menos, que murió carbonizada en un cajero a manos de cuatro chiquillos subnormales y retorcidamente crueles, que a estas horas se estarán partiendo de risa en los correccionales, mientras sus mamás, expiarán las culpas llevándoles chorizos, pan y botellines de cerveza sin alcohol y una lima dentro de una barra de pan. Más sola que la vieja “Taconatá”, o el “Pichi” o el “Pachara” o la “Rosa Cabaleiro”, que se murieron delante del Jofre, cuando ni era teatro ni cine sino una mierda pinchada en un palo, de frío y hambre, agonizando y bebidos hasta la médula a base de clarete de barril pútrido y vino de oferta, y por supuesto, más sola que el viejo legionario “Bertín”, otrora famoso en estos lares, sobre todo en la tabernas y tabernáculos de la ponderosa ciudad departamental, que se murió también solo, ahogado en su propio vómito, una tarde de abril.

Sí, jodidamente sola.

[…]

Thursday, February 16

Mañana de Médicos, Pepetela y cincuenta y tres gaviotas

Acto I (Presentación)

“Trago em mim o inconciliável e é o meu motor. Num universo de sim ou nâo, branco ou negro, eu represento o talvez. Talvez é nâo par quem quer ouvir sim é significa sim para quem espera ouvir nâo. A culpa será minha se os hombes exigem a pureza e recusam as combinaçôes? Sou eu que devo tornar –me em sim ou em nâo? Ou sâo os homens que deven aceitar o talvez? […]

“Mayombe”, Pestana dos Santos (Pepetela)


Las mañanas lluviosas y húmedas de mi querida ciudad se convierten en mágicas, una vez que, disipada la niebla, el orvallo gitanesco y diminuto va tomando posiciones sobre el horizonte. Hoy, la mar no se divisa en todo su esplendor, es como una mancha difuminada en el aire entre dos cabos que apenas se vislumbra; es como si hoy no quisiera dejarse ver.

Hoy ha sido mañana de médicos, costumbre muy asociada al sector geriátrico, pero a la cual no he tenido más remedio que dar uso. Hoy, después de un mes y medio sin trabajar, ¡por fin!, el alta. Otra vez, a sentirme útil, más útil si cabe, a volver a mi rutina de siempre, a vestir mi uniforme, a galantear con las cincuenta y tres gaviotas que sobre el cielo azul de los arsenales sobrevuelan voraces y tercas, descargando su carga sobre las gorras de plato. ¡Cuánto he echado en falta a esas cincuenta y tres gaviotas de fieros ojos azules, fríos como un iceberg, con sus largos picos curvos, sus palmípedas patas y sus alas blanquigrisaceas extendidas en todo su poderío! Parecen unas cupleteras con sus mantones de Manila aplumados, y sus largos faldones, moviéndose con simpar gracejo por la Gran Vía de Madrid, en una verbena de la paloma. Y también, me recuerdan, todo lo que tienen de vedetes y meretrices con sus sensuales movimientos, que me hacen dudar muy seriamente de la sexualidad ambigua de algunos peces, que arrastrados por sus ojos malintencionados, los hipnotizan y los atraen hasta pegarles un bocado ardiente. ¡Eso es sexo!

Pero como les decía, hoy era mañana de médicos, y en sabiendo las colas que se forman para no ser la Seguridad Social, me acerqué una hora antes y me llevé conmigo un libro del escritor angoleño Pestana dos Santos, del cual les he ofrecido un pequeño fragmento más arriba, y que por supuesto, no tengo la menor intención de traducir, puesto que sé lo académicos e instruidos que están todos ustedes en la poliglotía.

Por cierto, el viento ulula y el temporal arrecia, no sé si Dios está castigando mi pedantería o la de ustedes.

Así pues, estaba en la sala de espera con el citado libro en la mano, leyendo, ensimismado como sólo un ávido lector pasivo puede hacer, cuando entró a tropel, como un caballo, aunque debería decir yegua, desbocado, una agitanada joven de rasgos dulces, y mirada pizpireta, ropas sucias y un vocabulario de mil demonios.

Debo decirles también que la sala estaba llena de enfermos, gente que se hacía la enferma y yo. Y llegados a este plano panorámico desde el cual ustedes, sea a vista de pájaro o no, puedan imaginar, apareció la joven. ¿Quince, dieciséis años, quizás? Y sí era gitana, gitana y gitana de pura cepa.

Nadie se quiso sentar a su lado.

[...]

Wednesday, February 15

A mi barbero, a Tareixa y a mi Brujita de Cenicientos

Hoy mientras me rasuraba las barbas y me cortaba el cabello mi amigo el barbero, departíamos agónicamente sobre la frivolidad de la trasgresión en las artes… y esto nos llevó o derivó hacia la trasgresión social en la que vivimos.

Tenía pensado escribir una carta sobre este asunto, y aburrirles de nuevo con mi vulgar vocabulario y mis frases ora breves ora salomónicas, cuando me fijé en el contador de mi blog. Cien visitas.

Mi objetivo cuando comencé a dibujar este blog no se ha cumplido. No, no se han cumplido las expectativas que tenía sobre él. Seguro, que mi amiga Tareixa diría que soy muy impaciente y que debo darle tiempo, pero yo que de paciencia tengo poco, menos que Job; al cual por cierto todo el mundo confunde con el símbolo de la paciencia cuando era un impaciente recalcitrante, algo así como a Onan, que todos piensan que es el origen de la masturbación cuando no lo es, pues el onanismo no es masturbación sino, lo que vulgarmente se llama “marcha atrás”; pues como les decía la impaciencia me puede, y no veo cumplido mis deseos de ver como se convertía este blog en un hervidero de idas y venidas, de respuestas y críticas.

Mi amiga Tareixa dice que escribo muy bien, y yo con franciscana humildad siempre lo niego. La verdad es que le miento y “la digo” que no es cierto, aunque realmente sé que lo es. De hecho, hubo un tiempo en que estuve a punto incluso de publicar un libro, pero lo dejé de lado, porque como no sabrán me gusta demasiado la acción. Soy un hombre que prefiere escribir en su cuadernillo cuando su casco y por lo tanto su cabeza están a salvo, bajo fuego enemigo sea éste mediante trazadoras o morteros, o en cualquier rincón en un zafarrancho de combate con mi equipo respiratorio puesto.

Pero el asunto, y es que me voy por los cerros de Úbeda, es que este blog no acaba de cuajar. Tal vez sea porque no escribo en francés poemillas chorras, o porque no me sale de los adentros escribir milongas para que otros me aplaudan. Y eso que podría escribir en francés, inglés, alemán y portugués, pero claro no tan académicamente como algunos de ustedes que lo estudiaron cómodamente en sus casas y lo practicaron de veraneo, yo lo aprendí en los campos de batalla cuando el estómago me crujía porque tenía hambre. Claro, que de eso ustedes no sabrán, porque mientras se sacaban las cacas de la nariz, yo me mamaba medio mundo de guerra en guerra, y tiro porque me toca, partiéndome las cachas, sin tener puta idea de nada y con más miedo que un ciego sin perro atravesando la M-50.

Pero así es la vida, y eso no se puede cambiar. Como no se puede cambiar mi forma de escribir, que se entremezcla entre el negativismo, entendiendo éste por la negación de lo ilusorio y la realidad cruda y mordaz que observo.

Esto no significa que me vaya a retirar, solamente es una manera de probar de que madera están hechos, de ver si son ustedes horchateros pusilánimes que mirarán hacia otro lado, o si por el contrario les freirá la sangre en su venas y saltarán para decirme cuatro verdades, en fin, Serafín, que dirían mi pequeña hermanita bruja en Cenicientos, aquí les espero.

Y mientras espero, en lugar de fumar, me iré con mi amigo el barbero, que no tiene estudios, pero que sabe de la vida más que una puta de enfermedades venéreas.

Tuesday, February 14

La idiotización global (2ª parte)

No me cabe, y por supuesto, no albergo la menor duda, de que en este perro mundo hay mucho mierdecilla.

Hoy es martes; San Valentín, y más allá de lo que pueda o no opinar sobre el tema… creo que lo dejé bien atado en mi inconexa carta de ayer; estoy en esa hora muerta en tierra de nadie en la que los niños tañen el violín mientras yo me deleito entre los aromáticos efluvios de un café descafeinado y la delicada música suave surgida desde algún oscuro rincón del local.

Decía que este mundo está repleto de mierdecillas, y si no me creen para muestra un botón.

A mi izquierda, de cara al escaparate, hay un trío de lo más peculiar. Dos hombres y una mujer.

La mujer es joven, aunque excesivamente maquillada, que me recuerda a una visitadora médica o una comercial de cosméticos. A su lado un primer hombre, el más bocazas, viste de modo informal, sport que se diría, y frente a ella, otro más maduro, con el pelo tiznado de canas y una sonrisa más falsa que Judas, de esas sonrisas que te ponen los directores de banco cada vez que te deniegan un préstamo.

La joven, que no es tonta, se ha fijado en mí. No sé si por mi luenga barba veteada de pelirrojo, por lo tatuajes que ondean en mis brazos con aquellas máximas latinas que ya cité, o por el mero hecho, francamente, de sorprenderse en pleno mes de febrero de ver a un señor en manga corta.

Yo juraría que ella está hasta los ovarios de aguantarle las chorradas al ínclito informal, pero claro su razón, poderosas como sus pechos, tendrá para resignarse a los jocosos comentarios del susodicho personaje.

El hombre que viste de modo informal, suelta tantos improperios por su boca, que un abuelete que se sienta próximo a ellos se levanta airado marcha del lugar.

Habla con tal frivolidad sobre la mujer, que no logro entender, qué carajo mueve a la señorita, a sostenerle la sonrisa, la cual, todo sea dicho de paso, combina perfectamente con unos intensos ojos azules y una larga cabellera oscura.

El individuo en cuestión, que a partir de ahora denominaremos sujeto A, habla, parlamenta, diserta o más bien debería decir suelta por su boca comentarios sobre la gestación de la mujer. La compara, tanto a la gestación como a la mujer, con la gestación de un gran batracio o una vieja quelonio de las Galápagos.

En síntesis… todas son unas putas porque follan indistintamente, ¡y se quedan preñadas! Pues sí, ¡ay que joderse!, pero follan y se quedan preñadas, y eso que yo pensé que nos reproducíamos por esporas. Claro que él respira tranquilo pues su única hija, de tan sólo nueve años, aun es joven y la puede tener a barbecho una temporada.

El hombre mejor vestido se excusa y se marcha… él también tiene una hija, pero en edad de merecer, tal vez, se vaya corriendo a casa, como Pedro perseguido por los lobos, para ver y comprobar in situ si la florecilla de su hija sigue intacta o si por el contrario algún baboso gañán como su contertuliano de café se la ha mancillado y consecuentemente preñado.

Sí, ya no me queda la menor duda, en este perro mundo hay mucho mierdecilla, mucho chulo de salón de te, mucho “matahari” con cara de gilipollas y fumando pitillos sin filtro, que se llenan la boca de mierda y después de mascarla bien, como si del bolo alimentario se tratare, la escupen, como un ascensor en un césped de la parte trasera de una casita típicamente americana, indiscriminadamente.

Y lo jodido es que me está salpicando, y se me están calentando los resortes, ésos que de vez en cuando, sobre todo en tiempo de paz suelo dejar adormecidos, aletargados e hibernando, como bestia enjaulada, y que prohíbo taxativamente salir.

¡Y me cuesta, vaya, si me cuesta!

Aunque lo realmente patético y triste de este asunto no radica en si yo seré capaz de dominar y frenar la fiera que llevo dentro, lo verdaderamente patético es ver a esa joven, tan guapa, con cara de inteligente, tragando tanta mierda.

¡Y es que a veces, lo que hay que hacer para comer…!

Latigazo ético (2ª parte)


"La memoria de las víctimas del terrorismo y su dignidad moral no pueden ser ni moneda de cambio ni objeto de mercadeo"

Maite Pagazaurtundia

(Presidenta de la Fundación de Víctimas del Terrorismo)


Monday, February 13

Valentín. (O una cantiga de escarnio e maldiçer para el pobre San Valentín).



Yo tenía un amigo que se llamaba Valentín, que decían que era muy guapo y atractivo, cuando se rompía las nalgas allá por los noventa en la universidad. Este buen muchacho se había enamorado perdidamente de una profesora de francés que lo traía por la calle de la amargura, con sus devaneos sensuales y sus gosyescos movimientos de maja desnuda.

Cada vez que llega San Valentín, me acuerdo de él.

¡Ay, el catorce de febrero! El día de los enamorados y todo eso…. El día que se hace negocio con los corazones adormitados por el amor de los jóvenes y jóvenas, de los románticos empedernidos, que se acumulan en los cafés, papel en blanco rimando sus versos, que tal vez nadie lea… o acaben como forro aséptico para limpiarse el culete. Sí, vaya día… empalagoso como una tarta cien por cien de azúcar, y todo rojo… corazones rojos, bufandas rojas, cajitas de bombones rojas, lazos rojos, vestidos rojos, ropa interior roja (bordada o sin bordar, y con apliques de ensueño que intentan levantar la moral de los apesadumbrados miembros con sus trasparencias…) hum… ¡Cuánta frivolidad!

¡Y, ¿del amor?, ¿es que nadie va a pensar en el amor?! Jajajaja, San Valentín. Vaya día les espera. Sí, ya les veo renegando de tan infalible fecha, regodeándose en las tascas con sus amigotes y amigotas diciendo que es un chorrada, que es un evento comercial para sacarnos los dineros… algunos, los más falsamente exacerbados, quemarán tarjetitas con corazones y frases mirladas a la puerta de algún centro comercial, como si fuera del Green peace o de alguna ONG irreverente y rebelde que proclama que el amor sucede todos los días…. Sí. Ya veo a la intelectualidad de este país partiéndose el pecho, la caja, el culo y las entrañas a mandíbula batiente, jactándose de esos pobrecitos ignorantes e ignorantas de este país, que ramo de flores en mano, se pasean por las calles con sonrisa de oreja a oreja, bobalicona y enamorada.

¡Jo! Si solo es un día normal y corriente… dirán los más píos. ¡Tranquilícense las masas pordioseras y consumistas de nuestra sociedad que le pueden ustedes regalar lo que les salga de los mismísimos cualquier día del año y a mejor precio!

Pero no, ellos incautos, correrán como gacelillas en celo o como perseguidas por el mismo diablo hasta un centro comercial, donde tarjeta en ristre, la exprimirán buscando el regalo más original para su pareja. Sí, los hay incluso tan enamoradamente ciegos, que volverán a regalar la misma tarjeta, el mismo reloj de pulsera, e incluso el mismo ramo de rosas, que por cierto, se espachurra al cabo de tres días, y dejara a su enamorada la nariz colorada, porque resulta que es alérgica a los pétalos.

Incluso, los más organizados, seguramente, habrán planeado un viaje sorpresa, con cena incluida y violines tocando la traviata a ritmo de blues, como les gusta a ellas, en algún lugar especial que les traiga recuerdos del día que se cruzaron en el camino.

Ellas nerviosas acudirán a los centros de belleza a depilarse las piernas, las cejas, los sobaquillos, e incluso la ingle, que después queda feo ver al novio escupiendo pelillos rizos al bajarse del coche o de la cama. Sí. Y todo lo harán por amor.

Y los académicos y académicas que pueblan este país, que es un país de panderetas como diría mi compadre, el maestro armero, se partirán de risa. Risa y risotas, y verdaderas carcajadas, porque ellos, al fin y al cabo piensan que es un día más, con sus fast – food en mano, hamburguesas de pollo light y su bebida isotónica. Sí, cuánta razón tienen….

Pero lo jodidamente cierto, es que cada día que pasa, lo único que vemos y des – celebramos ( y permítanme la licencia para inventarme palabras) son muertes, asesinatos, violencia doméstica, de género o casera. A niños que se mueren de hambre cada tres segundos, y muchas, muchas guerras. Guerras de hombres contra hombres, de políticos contra políticos, de virus contra hombres, de bacterias contra hombres, de hambre y miseria contra hombres… donde al final, el que siempre sale perdiendo es el hombre.

Así que si mañana, alguien quiere celebrar San Valentín, que lo haga, que lo festeje con dos cojones, y que se deje llevar por la magia del momento, y que por ese instante por lo menos se olvide de que existe un mundo real donde el amor no viene en cajas con forma de corazón, y donde los hombres no nos queremos tanto.

Sunday, February 12

Ídolos, mitos y el topo.

Vaya por delante, que “El bosque animado” lo escribió W. Fernández Flores, pero también es igual de cierto, que el topo, uno de sus protagonistas, murió cirrótico perdido de una embolia en un lupanar de la provincia de Ourense. Puestos a desmontar mitos, soy el primero, por eso nunca me he considerado un adulador de ídolos y siempre me ha parecido absurdo la idea de ser fan o tener un club de fans. Que sí, que parece una bordería, pues sí lo será, pero visto lo visto, prefiero andar por la calle como todo hijo de vecino que escoltado por cuatro guardaculos para que al final me metan un tiro a bocajarro delante de mi portal. Así sin más, porque al fan de turno, se le ocurrió la ridícula idea de que el famosote o famosete de turno estaba colado hasta los huesos por él, y que todo en la vida de éste, del infortunado cadáver tirado, tipo felpudo en la calle, pero más sangrado, giraba alrededor del susodicho obseso fan.

Y es que eso de idolatrar hasta el punto del fanatismo me parece casi, por no decir entero, enfermizo. Porque, seamos sinceros, ¿qué rayos nos importa si fulano de tal o mengana de cual hacen de sus vidas el pajar de los sentidos y lo cuenta cada día en las cajas tontas? El morbo, me dirán, y yo que soy muy borde les diré que morbo es mirarse el culo cuando uno tiene diarrea y lo tiene todo “colorao”, algo así como el trasero de un mandril. Pero mirar para el culo de otro, y si éste, el culo, no merece la pena porque no es melocotonero, como mucho aperado, me parece una falta de ingenio soberbia, y dice muy poco de quien se entrega a esas artes de prestidigitador de concierto, teléfono móvil en mano, haciendo fotos, que se convierten en borrones que nublan la vista de quien intenta observarlas.

Y después, y a todo, habrá quien se queje y escandalice y se rasgue las vestiduras porque cuatro, y quien dice cuatro dice cuatro millones, de señores con o sin turbante, barba o no de chivo, pero tez oscura, y mirada atravesada, incineran a golpe de mechero y cóctel molotov un par de embajadas. Pues, claro, no va a pasar… ya me dirán ustedes, que pasaría si a las masas uniformemente automatizadas que se arremolinan en Guadalix de la Sierra (o donde demonios se grabe el gran mierdano) se les provoca enseñando a la fresita de turno con bata y rulos. ¡Dios del amor hermoso! Sería el acabose, sería como volver a Mayo del 68 pero sin ideas, convencionalismos, imaginación al poder, intelectualidad y gendarmes. Sería como recrear en vivo y en directo la caída del muro de Berlín, en el 89, pero sin alemanes del este y del oeste, sin Perestroika y sin guerra fría y telón de acero. Sería una masacre que ni los más austeros antropólogos internacionales en conjunción con los más brillantes historiadores podrían haber imaginado, soñado, investigado y posteriormente editado rezando para que algún director falto de ingenio o carente de cerebro se los convirtiera en un largometraje.

¡Anda ya!, ahora nos vamos a echar las manos a la cabeza, como si nos hubiese propinado un batazo de baseball, un portero homologado de discoteca, que se suelen llamar normalizadamente matones, en toda nuestra cabezota, porque unos señores, que solemos etiquetar de vendedores de alfombras y relojes baratos se echan a las calles para reventar a punta de tijeretazo y gritos (por no decir alaridos) un par de sacro santas embajadas. Y bueno, si queman un par de banderas… uff, menos la nuestra, claro, que para eso estamos muy confusos porque no sabemos si somos españoles, catalanes, gallegos, vascos, hispanocatalán, hispanogallego, hispanovascuence, vasco francés o cualquier otra combinación matemática – etnológica que se nos pueda ocurrir.

Así que, puestos a desmitificar, rompámosle el culo al pobre topo del bosque animado, que se murió cirrótico perdido en un lupanar, la noche que se estrenaba una señorita muy guapa de una familia venida a menos de la capital… y puestos a especular, recuerden al altanero poste eléctrico, confeccionado con regia madera de pino, que se ahoga en un vaso de vino de brick desde que lo cambiaron por una de esas torres de alta tensión, que tan bien nos llevan la corriente de 220 a nuestras casas, amén de alterar, eso sí, artísticamente, el verde paisaje.
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