Saturday, February 11

Pura Demagogia

Mientras un pedazo de mi se retuerce y despereza en el diván, otra parte más grande se evade de este mundo y traspasa los umbrales de la tierra, deja atrás por la derecha la luna, y pasa rozando los anillos de saturno…

Así de expresivo solía comenzar sus magistrales clases don Olegario, uno de esos profesores que olía a viejo, enjuto y medio muerto de hambre, con un traje para los domingos, y una regla reglada de metro sobre las manos, que solía golpear con sequedad sobre la palma de una de ellas, cuando no la estrellaba sobre la coronilla de algún alumno con cara de empanada y bigotillo incipiente y prematuro con dedo hurgando la nariz; que por otro lado, podría ser mismamente el título de alguna de las magistrales obras que se muestran estos días en Madrid.

Frecuentaba, este buen señor, tocarnos los cojones, y perdonen la expresión, con una retahíla de conocimientos que se nos antojaban angostamente pesados, aburridos y faltos de práctica. Pero lo cierto, es que ni siquiera a las básicas matemáticas de tercero les encontrábamos uso práctico en la vida real… ¡Qué felices éramos!

Y recordando a don Olegario, me vino a la memoria esas escalofriantes a la par que escatológicas imágenes de esos jóvenes que ahora se distraen con sus teléfonos móviles, haciendo grabaciones a lo Spielberg (o como se escriba) de mendigos y mendigas, muertos de hambre, borrachos y solitarios… recibiendo somantas, palizas indiscriminadas y golpes varios en cada uno de sus desnutridos cuerpezuelos.

Ay, sinceramente, resoplé, porque un suspiro me pareció demasiado poco, y me encaramé a la ventana, a esa ventana que en ocasiones es clara y soleada y otras una pésima compañera de andanzas, y observé como en un parque cercano, un grupo de jóvenes, botellón en mano, bebían con acertada fórmula en la negrura y espesura de la noche. Reían, y entre inconexas barrabasadas, escupían por sus bocas blasfemias bereberes y demás gargoladas, que se me encogió el estómago a golpe de machete.

Pobres, pensé, ahí, bebidos y fornicando la hierba como perrillas en celo, drogados y perfumados del hedor de libertinaje y mala expresividad corporal, o sea, haciendo el gilipollas. Pobres, con todo lo que podrían estar haciendo, viviendo, y en cambio, más inútiles que hacerle una paja a un muerto, se conforman con beber sobre un banco y contar historietas de comic, con su pelos largos, sus abrigos de diseño de pret a porter y su ridícula e inocua mirada rojiza vacía.

Si yo fuera padre… pensé, buscaría al doctor Víctor Frankenstein, que a buen recaudo no despacha en mi seguro y le pediría que resucitara al bueno de don Olegario, y a su impenitente regla reglada de metro, y que los “hostiara” vivos hasta que se les pasara la cogorza. Pero, claro, resueltamente, eso de resucitar a los muertos no está bien, y seguro, que yo también recibiría un par de collejas, porque el bueno de don Olegario sabría muy bien que no sólo los hijos salen malos, sino que los padres salen, también, pésimos educadores.

Porque hoy, entre trabajo y trabajo, y jornada laboral, comidas rápidas, que los americanos obesos y avergonzados llaman fast-food, y todas esas mierdas, como esto del internet, la prensa digital, la virtualidad, que llega hasta el punto de que existan personas que prefieran hacerse una mamatoria por teléfono que en vivo y en directo con una gachí, porque ésta está viva y coleando, y además se suda, y mientras sigamos pensando que el dinero, que el miserable y raquítico dinero nos va a llevar al vanhöll de los buenos y poderosos y famosos amos y amas de casa, y padres y madres del año, seguiremos descuidando lo que verdaderamente importa, y esto, señores míos, es el futuro.

Y a nosotros, que nos comerán los gusanos, o una freidora para humanos, que llaman incinerador, poco futuro más disfrutaremos, pero nuestra semilla, fea o guapa, alta y delgada, bajita y gordita, o simplemente semilla tendrá que vivir en este apestoso mundo que les legamos, donde la polución se puedo cortar con un chuchillo de manteca y untar en una tostada, donde la violencia se regala, y donde los lupanares están repletos de meretrices en paro, porque preferimos el aséptico sexo telefónico. Ese mundo legaremos. Un planeta solitario y frío, donde dos niños, de cinco años, con pantaloncillos cortos, y rulillos rubios en el pelo, se digan hola vía Messenger y jueguen a la rueda, rueda con pan y canela, versión mil.seis.hostias en vinagre.com, mientras sus mamás y papás postizos y cibernétos les cambiarán los pañales, porque se seguirán cagando encima.

Y sí alguien, ha llegado a este punto, sin haberse indignado o dormido, que también es probable, tal vez crea que esto es pura demagogia, y le diré, sinceramente, francamente y directamente, que tiene toda la razón. Esto es pura demagogia, y soy totalmente incoherente, pero ya les llevo un punto de ventaja, y es que por lo menos, yo soy tan hipócrita y barriobajero que me doy cuenta, aunque no haga nada para evitarlo.

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