Sunday, February 19

La terapia o un domingo sin estrés. (Para la señorita Ojos Azules).

Odio los domingos, porque después de los domingos vienen los lunes. Y los lunes son más odiosos que los domingos, porque traen consigo la resaca del fin de semana. Los lunes no deberían existir, pero, estoy seguro, que entonces odiaría los martes y así sucesivamente, hasta que ya no hubiera días que odiar.

Eso de odiar un lunes más que un domingo, es importante. En la vida todos tenemos algo o alguien que odiar. Yo, cristianamente como puedo, intento no odiar personas, así que canalizo toda mi ira y mi cólera en el día domingo, y su hermanastro el lunes. Ambos forman a Caín, y matan tristemente a golpe de quijada a su pobre hermano Abel, que es el sábado.

Los sábados, sí que me gustan. Me gusta levantarme temprano, a maitines, y pasear con los perros. Me gusta el olor de los sábados que huele a mercado, a carne de ternera abierta en canal, colgada en su gancho en las carnicerías. Huele a pescado fresco, con cien gaviotas revoloteando en la popa de los pesqueros; amén de algún delfín, que aquí llamamos “golfiños”; en sus cajas de madera rígido y de agallas rojas, y ojos cristalinos. Huele a flores, esas que en los mercados de abastos se mezclan con las hojas de bacallao, los chicharrones, los chorizos de Lalín y ciento y la madre de olores que me hacen recordar aquellos sábados que acompañaba a mi madre al mercado, que aquí, claro, llamamos plaza.

Pero, los domingos, más allá de las once de la mañana, los odio. Los domingos son como una mesa sin pan, como un tonel de vino avinagrado sin borracho al lado babeando, son como una perra en celo, sin machos que la cubran, en definitiva un domingo es odioso.

Los domingos me suelo irritar. Y cuando me irrito me duele la cabeza. Y cuando me duele la cabeza, se me forma una rigidez insostenible en la nuca, que acciona las cervicales hasta dejarlas como una piedra, que a su vez, presionan los occipitales que me provocan mareos, y los mareos me producen más que molestia y malestar, incomodidad, y esto me hace estar más irritable, y como una pescadilla que se muerde la cola vuelve a empezar. ¿Será un bucle en el tiempo? No lo sé. Pero sostengo que los domingos son odiosos.

Mi amigo, Carlitos, que es médico me ha recomendado que me haga una terapia. Yo le pregunté en más de una ocasión si las terapias eran positivas. Él me contestó, que según la dolencia, sobre todo si era psicosomática, la terapia me podría ayudar.

Ya me imagino, en un salón cutre con sillas de plástico, de esas que se deforman al sentarse y son resbaladizas, y al mismo tiempo incómodas, porque cada vez que resbalas, el roce de la ropa con el plástico hace un ruido violento, parecido a un pedo, y que hace que todo el mundo se te quede mirando, y tú, colorado, miras para otra parte, como diciendo “esto no va conmigo”, y distraes la mirada hacia una pared en blanco, como esperando ver la sombra de una cara de Belmez o algo así. Y todos en círculo, con una señora muy simpática con una amplia sonrisa y su título de psicóloga bajo el brazo, hablando y gesticulando y haciendo que se sabe, pero que le sudan las manos, y le huelen los pies, y se está meando, porque ya se meaba cuando en la facultad le hacía parcial de antropología y no había estudiado, sino que se había ido de picos pardos con su amor de toda la vida, que un buen día la dejó, porque se dio cuenta de que era maricón y salió del armario; preguntándose que qué coño hace ella allí, con su master por la Universidad de UCLA, y sus dos doctorados, y un curso intensivo por correspondencia de cómo preparar cinco platos improvisados en diez minutos para invitados inesperados. Y la sonrisa, se le ve es más fingida que un postizo, o una dentadura de esas que baila en la boca, cuando se mastica un filete de ternera, de esos que pides en un restaurante que salga tipo mantequilla y se convierte en una suela de zapatos. Y por joder, nada más, te señala con el dedo, un dedo largo y tembloroso, y con su perpetua sonrisa, y te exhorta a que te pongas en pie y te presentes, y tú, que estás mirando para la pared con cara de mico, porque piensas que todos piensan que te has tirado un pedo, te quedas alelado. Y te señalas a ti mismo, y preguntas si es a ti. Y ella, mira para el grupo, sin perder la sonrisa y la compostura, y asiente con la cabeza.

¡Ah!, te levantas, como puedes y las rodillas te tiemblan, más que un junco en un temporal, o una vieja con parkinson intentado hacer un puzzle de dos mil piezas, y ya puesto en pie, observas a todos, y te notas la boca seca y carraspeas, y por fin, dices:

- Hola, me llamo fulano, y odio los domingos.

Y todos los que forman el círculo se ríen, con una sonrisa piadosa y se preguntan quién será ese gilipollas que se ha colado en una reunión de ludópata anónimos…. Aunque todos te saluda: “¡Hola fulano!”.

Y tú con cara de no haber roto un plato, con cara de buen chico, de curita, de santo crucificado patas arriba, de salmonete a la plancha o chimpacé de circo mundial, te sientas, pero te quedas muy quieto y en silencio para no hacer ruido con el culo. Y con clarisa paciencia y templaza esperas a que acabe la reunión.

¡Ays!, no, no y no. Las terapias no son para mí. No sirvo para mirarme los adentros, como si fuera un forense introspectivo y demente, y después sacarme las miserias para contarlo, confesarlo y acabar derramando alguna lagrimilla a golpe de puño en pecho, y mirada en blanco. No. Yo prefiero cagarme en todos los puñeteros domingos que hay en el almanaque, que son más de diez, eso seguro, y después como quien no quiere la cosa, hacer mutis por el foro, tomarme un descafeinado, y dejar que pase la tarde con la tele apagada y también la radio, porque sólo radian el puñetero fútbol.

Sí, nada mejor que para tener un domingo sin estrés, que pensar que es sábado, y mañana cuando me levante, pensar que me ha engañado, como engañó Julieta a Romeo y le dijo que se suicidaba pero en verdad se largó con un Veneciano, que jugaba al padel medieval, y ahora viven en Cancún partiéndose el pecho del pobre Romeo que cría malvas en un cementerio inglés, porque ni siquiera era italiano. Engañado y vilipendiado, me levantaré y miraré el calendario y me cagaré en todo lo que se menea, en lo estático, en el panda salido del zoo, en la señora Herminia que friega las escaleras y mete la mierda debajo de mi felpudo, en el clima jodiendero, en las plumas acervatadas de un cuervo que no para de graznar y en las putas terapias de los cojones.

1 comment:

Corso said...

Sinceramente, señorita Ojos claros, me importa una mierda si es usted psicóloga, pedagoga, o chica gogo en una discoteca. Se lo he dedicado porque me dio la gana. ¿Acaso piensa que si le llego a dedicar el de San Valentín, es que le estaba tirando los tejos?

De todos modos, gracias.

Un saludo.

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