Thursday, March 30

La puta ballena blanca.

Que mi amigo el tuerto, que se llama Junípero, se pajee más que un mono y fume tabaco de liar es tan incierto como que las señoritas de bien, después de hacer el amor, se fumen un tritón delante de un espejo mientras se cuentan las patas de gallo, y más incierto aún, que aquella leyenda urbana, que se transmite oralmente, que dice que las señoritas de bien durante el fingimiento de sus orgasmos, reorganicen su agenda. Porque mi amigo, el tuerto, que perdió un ojo en Guadalcanal, pero no en la guerra del Pacífico, sino en una reyerta callejera con un chulo de putas, es un maestro de lo particular y muy discreto, y si se pajeara que no es el caso, lo haría con la discreción de un caballero, y jamás sobre un pollete, delante de su casa, donde sus hijos y esposa moran.

Porque la realidad, es que en este país nos gusta transfigurar la verdad, darle la vuelta a la tortilla y echarnos una soberana siesta tras la sobremesa, mientras en la “dos”, que sólo ven los intelectuales de galería, echan un documental sobre la cópula del Martín pescador y los cervatillos de ojos rasgados y culos pelados.

E, imagino, como siempre imagino, que otra cosa no puedo hacer, ustedes se preguntarán porque les hablo de mi amigo el tuerto, que no es el maestro armero ni el viejo J.C., que Dios tenga en su gloria. Lo cierto es que les hablo de mi amigo y compañero porque en esto de inventar cuestiones onanistas está el mundo lleno, y si de por medio hay un español, más.

Ahora, a la buena de la alcaldesa de Marbella, la acusan de llevarse de las arcas municipales las pesetas (traducidas a euros), las grapas del 23 y las grapadoras, paquetes de folios para sus hijos, que estudian como locos para convertirse en alcaldes y alcaldas de este puñetero país, y hasta un funcionario del grupo D para hacer las labores de jardinería en su chalet. En ese, por otra parte, modesto chalet, que ha edificado con el sudor de su frente, con su ética política natural y su civismo preclaro. Y yo, que soy muy ignorante, tanto o más que la clase política de este cortijo, me pregunto, rasgándome las vestiduras, la túnica y la toga, como en otrora hicieran Anas y Caifas delante de Jesucristo, a dónde vamos ir a parar. ¡Madre del amor hermoso, es que nadie piensa en los niños!

Que la señora alcaldesa, excelentísima y reverendísima, y si me apuran magnífica rectora de Marbella, allá donde el turismo es un bien tan atesorado y guardado como el agua, se hace un chalet y deriva ciertos fondos a una cartilla de ahorros en un banco de Chiclana, me parece increíble que se la persiga, castigue y juzgue… ¡Vilipendio, vilipendio, claro y franco vilipendio!

Pobrecita mía, que a buen seguro, a estas horas estará a lágrima cocodrilera tendida, en su celdita, con sus barrotitos de acero cromado, como las llantas de su vehículo oficial, entrándole unos rayitos de sol, tristones y ardientes, mientras pasa el tiempo y es el blanco de todas las miradas. Sí, pobrecita. Pobrecita y paupérrima alcaldesita… que se pensó que en este cortijo de jabatos adormilados, charlatanes de feria y borrachines y oportunistas y tahúres socialmente adaptados y manipuladores mediáticos, se le iba a pasar por alto, en una de esas inspecciones de pacotilla y bajo cuerda que se hacen tan usualmente por ese mundillo, unos cientos o miles o millones de euros… un agujerillo, negro eso sí, pero agujerillo en el bolsillo de una chaqueta mal acabada.

Si es que Dios le da pan a quien no tiene dientes, jolines. Que eso de que te tomen de ojo y ojeriza es puta envidia. Sí, malsana y puta envidia, y que si de algo ha pecado la pobrecica es de no haber compartido, y claro, ya se sabe, que cuando uno mejora le buscan las cosquillas, y los tres pies al gato, y las tres piernas al tuerto, que tiene tres, dos a cada lado y una rodillera en el medio. ¡Ays (suspirará mi pobrecita alcaldesa) jodida es esta vida concurrida de envidiosos!

Y es que me pregunto yo, como quien no quiere la cosa, “bah, qué rayos, ¿nos vamos a echar a templar por un quítame allá en esas pajas?” Si es que este mundo está al revés y muy mal repartido, y la gente es muy pero que muy desagradecida.

Pero bueno, en fin que le vamos a hacer, peor lo tiene la tenienta de alcalde que le aguaron la noche de bodas, en las Rusias, en la madre Rusia berberisca y desteñida. Que le fastidiaron el kiki apasionado y tórrido con su veterinario cantarín y fresco, y ahora pasa la noche, enjaulada como un gorrión molinero y su trajecito de novia blanco, en la celda de al lado.

Y es que en este país de panderetas y tunos, de atracadores a mano armada y especuladores que todo hay que decirlo para que ustedes lo entiendan esto es un notición, porque es un notición, que nos endulza un poquillo eso de la aprobación del estatuto catalán, donde unos señores con mucha cabeza, como para soportar varios cientos de cuernos, ahora se parten de risa a nuestra cuenta… pero éste, el estatuto catalán me lo guardo para mañana, para cuando tenga más hambre y más rabia, y me pueda cagar en la madre de alguno y blasfemar en voz alta.

Wednesday, March 29

Los cuchillos cebolleros, la primavera y otros desmadres.

Hoy, les escribo en uno de esos altos en el trabajo, deleitándome con el insulso sabor de un sándwich vegetal, de esos que odio tanto y la música inapropiada para el momento, de Mozart. Esa música que sirve para descansar, para dormir, y al mismo tiempo para alterarte el ánimo, y darte un punto fijo en el horizonte para no quedarte dormido.

Música que los niños bien no escuchan porque no se le pone tiesa y no les hace desvariar, pues el tema de soñar les sabe a poco, y se pajean como pollinos en los cementerios, amen de otras cuestiones escatológicas en las cuales prefiero no entrar.

Una mierda para todos los presentes que se pajean en los cementerios.

El asunto, es que descanso, sobre mi silla de cuatro patas, y frente a mi castrense ordenador personal, en mi nueva e ilustrada oficina de un buque de guerra. He finalizado, no con cierta pesadumbre, un informe sobre un accidente ocurrido a bordo, donde una pierna joven de un joven marinero se tropezó con un cuchillo cebollero, y le llegó al hueso, y le partió el músculo pero no le hizo sangrar, por lo menos más de lo pudorosamente necesario.

En ocasiones, me preguntan si la vida en el mar es bella. Yo siempre respondo que depende. Depende del día, de la mar, del ánimo y de una serie de factores que ahora no viene al caso enumerar, porque ni tengo ganas de enunciarlos ni ustedes de escucharlos, o debería decir leerlao? Las esencia es que navegar como todo en la vida, pasa por un montón de ciclos, de etapas, y cuando esas etapas se queman, no queda más que un vago recuerdo, más o menos grato, y un cierto regusto en la boca, como esos calambres post – coitales que le dan a uno en la entrepierna, que no joden pero atormentan después de una buena, regular o mala faena.

Pero la vida en un barco tiene más intríngulis que esas trasnochadas y románticas puestas de sol, que nosotros llamamos asépticamente ocasos, o esos lacónicos y fríos amaneceres, que nosotros llamamos ortos. Sí, la vida marinera es una vida de sacrificio, donde se duerme poco y mal, donde se come un rancho demasiado frío o demasiado caliente, y donde mires a donde mires solo ves mar. Sí, esa es la verdadera vida marinera. El resto, las aventuras, las puestas de sol en el Caribe de mis amores, y las señoritas de bien y alcurnia o las putas exuberantes de los mares del sur y norte, son solo leyendas urbanas y un tanto mitificadas por ajenos a la profesión.

¡Sí, lo sé! Estoy tirando por tierra, con la mayor gratuidad del mundo, todo aquello por lo que vivo y he vivido. Ese mundo mágico de piratas y corsarios, mercenarios de la mar, en busca de fortuna, honor y gloria. Pero es que hoy, ese puto y traicionero cuchillo cebollero no sólo sesgó el músculo pernil de un marinero, también me arrojó un jarro de agua fría sobre la cara, cuando dormía en mi plácido sueño, y por un momento, me ha hecho regresar a la realidad cruda e inevitable, y joder… como duele ver tanta mierda…

Mañana, o pasado mañana, o tal vez otro día, (y pongo comas y oes porque me sale de los huevos), me retracte abogando a sus sentimientos de niños peleones y culos aburguesados que se pajean en cementerios. Pero hoy, estoy tan cansado de todo, que no tengo argumentos ni para sostenerme a mi mismo. Así pues, me despido, les digo buenas noches, que descansen, que se lo pasen pipa, que vean la tele por mi, ya que a mi no me gusta, que duerman sobre sus camitas grandes y lustrosas y cenen sus opíparas cenas preparadas con artesanal amor por sus mamás, esposas o empresas de catering, que yo me voy a mi coy, del holandés kooi, a cagarme en la madre de alguno, en el cuchillo cebollero y todos esos desmadres que mi juventud perdió en pos del servicio renumerado a la patria. Y es que la primavera me altera…

Tuesday, March 21

Mi amiga la del supermercado, su amiga pelirroja y la amiga de la amiga de la pelirroja.

¡Oiga, que uno no es de piedra!, y se le saltan las lágrimas cuando se pilla un dedo en una escotilla, llámesele puerta o ventana; pero lágrimas que caen por dentro, de esas que te muerdes el labio, de esas que interiorizas como la procesión para que nadie te vea llorar y te saque los colores, que no estamos en edad.

Hace unos días, cierta persona me dijo que estaba obsesionado con las señoras y señoritas que trabajan en los centros comerciales, y que además enfatizaba con mucho énfasis (y perdonen la quasi redundancia) la figura de la cajera. Pero es que a mí, que visto el uniforme más horas al día que Topete monta guardias, me ponen las señoritas de uniforme.

Me encanta pasearme por el Corte Inglés y verlas con esas blusiblas verdes y esas faldas rectas, tipo monástico, bien arregladitas y maquilladas, y las carnes bronceadas a golpe de rayos UVA, o esas otras, más modestas de los supermercados con sus atavíos anaranjados o rojos o verde oscuro, su mirada dicharachera y su sonrisa lisonjera. Sí, realmente me levantan la moral y lo que no es la moral y hacen que aflore en mí y de mí toda esa galantería que guardo para los domingos y las fiestas de guardar.

También, me recriminaban, imagino que con acierto, que trataba siempre muy mal a las mujeres en mis escritos, que siempre las llamaba putas y guarras, y toda la ristra choricera de improperios que uno se pueda imaginar. Pero lo cierto, señores y especialmente señoras mías es que no es así. Yo no trato mal a las mujeres, y a cada una la llamo por su nombre, y la trato como me tratan y como se merecen. Si a alguna la llamo puta, será porque es puta, o sea, una señora barra señorita que trabaja vendiendo su cuerpo para ganarse el pan, y además suelo tratarlas siempre de señoras, pues ese tratamiento así me parece más apropiado. Por supuesto, no soy misógino, al contrario, me gustan más las mujeres que a un tonto un pirulí, y de la Habana, pero esa es cuestión que ustedes ya habrán descubierto.

El asunto es que me encontraba haciendo la compra de la semana en un supermercado próximo a mi piso de soltero, ese especie de picadero, que no es tal, y que uso para guarecerme de la lluvia y las inclemencias de la climatología durante la semana. Allí, en el supermercado, conozco a una señora cajera, de grandes ubres, y digo ubres por aquel dicho exacto y rigurosamente científico, que dice que mano que teta no cubre no es teta sino ubre; embelesados labios rojos gruesos y húmedos y mirada de fuego. Esta señorita, que tan ardientemente describo, la conozco desde mi más tierna juventud, que enchufado a un grifo de cerveza y con Loquillo a toda mecha, en aquel inigualable trabajo de “A por ellos que son pocos y cobardes”, solíamos tontear los sábados por la tarde.

En esa jornada mercantil, me dijo.

- ¿Sabes quién es mi compañera fulanita?
- La pelirroja.- Le respondí. – Siempre me han gustado las pelirrojas.- Continué.
- Sí, esa. ¿Qué te parece?

Yo siempre he sido fiel a mi propia filosofía, esa que dice que es mejor decir la verdad porque se coge antes a un mentiroso que a un cojo, y más vale ponerse colorado una vez, que cien amarillo.

- Creo que es fea como un demonio. Es la típica pelirroja fea, fea con ganas.

Y es que, realmente, es cierto. Entre las pelirrojas no existe un término medio. O son guapas a rabiar, de esas que te cae la baba y el moco tonto, o es fea como un demonio, con ganas, de esas que crees y podrías asegurar que después de hacerla rompieron el molde, o que cuando se hacía el género humano al llegar a ella se quedaron si presupuesto.

Huelga decir, que mi amiga me miró con tanta indignación que si ésta, la indignación fuera físicamente contumaz, me hubiera partido la cara dos o tres veces.

- Eres un cerdo, Corso.

Y tiene razón. ¿Qué me habría costado ser más diplomático y haberle dicho aquello tan socorrido de: bueno, sí, ya sabes, es que yo últimamente…? Pero no, fiel a mi filosofía de a cada cual más borde, se lo solté todo en la cara, como el tipo aquel que después de agarrarse una moña a base de tintorro hace un viaje de dieciocho horas sobre la rueda de un autobús, que para más INRI va camino de una degustación de puros habanos, y se los fuman durante todo el trayecto. Pues eso, que se lo escupí en la cara, y me llamó cerdo, por no darme dos guantazos bien dados y dejarme sentado.

- ¿Cómo puedes ser así?
- No sé, pero tú eres muy guapa, ya lo sabes.

Ella en el fondo se rió, y soltó una leve pero picaruela sonrisa, iluminándosele los ojos. Ella sabía que yo sabía que en otro tiempo le hubiera hecho el amor en un descampado, y le hubiera pedido en matrimonio, y sé que ella sabe que hubiera dejado de trabajar y sería un amo de casa fantástico, de esos que planchan los domingos a la tarde, ven las telenovelas y a Maria Teresa Campos.

- Eres un granuja.

La cosa se iba suavizando. Y sino fuera por el carácter trasnochado y apocado que me caracteriza de no mezclar el trabajo con el placer, le hubiera plantado un señor beso en la boca entre los congelados y las mermeladas.

Sé que ahora pensarán aquello tan didáctico y ético, que en la literatura se entiende por clavar un clavo y colgar un cuadro, o sea, que he planteado algo pero que no lo doy finalizado, y esa es la cuestión, que sin duda, no me interesa finalizar lo que he empezado, entre otras cosas porque he perdido el hilo de la trama, porque estoy cansando y porque la pelirroja no me atraía nada. Así que, si se preguntan por la amiga de la pelirroja, me han pillado con las manos en la masa, porque la he puesto en el título porque me gustan los títulos largos, y no tengo ni idea de por donde continuar.

Y como no sé por donde continuar, y para darle en la cabeza a mi doctora en nutrición, les contaré lo que les pasó a la pelirroja y a su amiga, que un día en un parque dándole de comer a los buitres, porque aquí son así de grandes las palomas, que nosotros llamamos gaviotas, se les acercó un joven apuesto y comenzó a fotografiarlas. Una, dos, tres… enésimas veces las fotografió. Al finalizar, ellas, entre cohibidas y cautivadas, le preguntaron al fotógrafo para que eran esas fotos. Un anuncio, una postal de esas que pone recuerdo de…, para turismo rural, un book… En fin, para qué demonios había sacado tantas fotografías. El joven que era muy apuesto, y guapetón o así diría uno de mis ayudantes, que por cierto es gay, y no porque sea alegre, sino porque es homosexual, se quedó mirando para ellas y les dijo.

- Señoritas, les debo confesar, que embotello anís el mono, y me he quedado sin etiquetas.

Que sí, que es cruel… y pido perdón, doctora, y que en el fondo sabe usted que no soy así, que soy un pedacito de pan, un simple hombrecillo tímido que no sabe donde esconder la cabeza, y que dejo correr mi imaginación con la misma y certera suerte que mi lengua. Pero, por favor, le pido, que no me vuelva a inyectar otra de esas inyecciones de agua destilada.

Friday, March 17

Historia de un botellón.

A estas alturas de la palangana nacional, el contubernio paleolítico y la mierda que cagan los conejos, que son como pelotillas de arroz inflados, no me voy a poner mojigato y decirles que nunca me he agarrado una castaña, y dos si eran pequeñas, y que no he frecuentado burdeles, que como catedrales e iglesias abundan en todos los polos, esquinas y planicies de la madre tierra.

Siempre me ha gustado, dentro de los límites de mi propia privacidad y seguridad, ser fiel a la verdad, y no transgredir esa norma me ha podido dar más de un quebradero de cabeza, pero también muchas satisfacciones. Porque una cosa es pensar lo mierda que es uno, y otra muy distinta, decírselo a la cara, con los ojos bien abiertos y brillantes, lúcido y con esa venita atravesada inflamada por la cólera, esa venita que delimita la palabra hablada de las hostias con y sin hache. Así que siendo leal, bello y en desuso verbo, a mi propia filosofía de pobre y viejo soldado, no les negaré que me he apañado entre pecho y espalda más de una cogorza ora cervecera ora licorera donde las hubiere, con su pertinaz y contumaz resaca.

Soy viejo. Bueno, no tan viejo, pero si lo suficientemente viejo como para saber discernir desde la atalaya de mis edades el paso tétrico de las generaciones. Y ya puestos, como sabrán mis queridos y ácidos lectores, y demás recua de pseudo intelectuales de bolsillo, pertenezco a esa poco comprometida y muy demagoga generación X. Esa generación que se crió en los pechos de los ochenta con Alaska, Loquillo, Radio Futura o los Hombres G. Esa juvenil generación desenfadada y con muy mal gusto en el vestir y peor en el peinar, que todavía añoraba a Enrique y Ana y su querido amigo Félix, y que se salió a la calle un buen día del curso escolar; la consigna era “los de marrón de qué colegio son” (o sea los maderos), para protestar por la mierda de plan de estudios que nos querían imponer entre ceja y ceja, y también entre cacha y cacha. Sí, a esa y no otra generación pertenezco. Y también, solía juntarme con los amiguetes, algunos espinillados y otros, malamente enamorados de alguna quinceañera, para tomar las cervecillas, en aquel garito de mala muerte, donde te la servía de a litro, con espuma, meados y toda la parafernalia, y donde nos cegamos como un cromosoma a base de lingotazos. Ciertamente, los jóvenes nos reuníamos en los bares, y coreábamos y bailábamos al son de aquellos ochenta que se convirtieron en los noventa a golpe de caña y cubata.

Por eso, tengo que confesarles que lo del botellón, me la trae floja. Y por mi, pueden cogerse un coma etílico todos los participantes, que en eso consiste, y perder su juventud entre cascos de cervezas vacías o su virginidad en el maletero de un coche, mientras los colegas se pasan la birra, el cubatón y la merengada de música extraña y chorrera que escuchan ahora. Por mí, pueden romperse los tímpanos y las cervicales y los nudillos a base de borrachera macro inflamada en algún lugar acondicionado o improvisadamente en una plaza de esas con abolengo rancio e historia contemporánea. A mí, como se dice hoy en día, me la suda, me la flojea y me importa un carajo que al día siguiente el servicio de limpieza recoja una tonelada y media de basura.

Y sí, este párrafo tan irresponsable por mi parte tiene su razón de ser. Y esa razón, es que hoy, la sociedad está tan consumida por sus miedos y sus desdichas, que en lugar de escuchar a los jóvenes y meterlos en vereda, los aparcamos como si fueran trastos, como si fueran objetos inútiles o frutas verdes, y creemos que algún día madurarán como lo hicimos nosotros, por cojones y porque no nos quedaba más remedio. Y no, no es así, porque los jóvenes gritan y gritan fuerte buscando ayuda, buscando consejo y buscando una luz que los guíe, y nosotros que somos una sombra patética y ridícula y absurda y grotesca, en definitiva una caricatura de ser humano formado y forjado en los avatares de la vida, hacemos oídos sordos y no nos molestamos en levantarnos del sofá.

Y por esa razón, nuestra juventud se concentra y manifiesta en pro de un botellón, en lugar de hacer lo que hacen nuestros jóvenes vecinos galos, que también se concentran en las proximidades de la Sorbona, pero con otro fin, el de acabar con los empleos basura y esclavistas del Ministro Villepen. Por eso, nosotros somos el país de la pandereta, la jota y la falla flamígera, el cortijo y el latifundio, el terrateniente y los chiringuitos de playa, donde los alemanitos y alemanitas, holandesitos y holandesitas, britaniquitos y britaniquitas se fletan un vuelo charter para beberse nuestras ciudades y orinarnos en la boca, mientras nosotros continuamos con nuestra siesta, santo y seña de nuestra nacionalidad, que otra cosa no es hacer patria.

Pues eso, cuando nuestros hijos de quince meses, tengan dieciocho años, estudiarán en la facultad de historia, la historia del botellón, la concentración masiva de la juventud española en pro del derecho reivindicativo de tajarse en plena calle y vomitar en las aceras y los portales, y dejarán de lado cosas que no interesan a nadie como la afluencia masiva de inmigrantes senegaleses que llegan cadáveres a las Canarias, la reorganización de las comunidades y la opa boba de ENDESA, que para política no están y tampoco para retorcerse los cuernos con los derechos humanos, que ya se han olvidado, porque no lo han aprendido que fuimos un pueblo nómada con todas sus letras en la “dorada” época del franquismo y el movimiento nacional, y fuimos limpiadores de culo de vacas y fontaneros y pegadores de carteles publicitarios en países del norte, donde los españolitos éramos los primo – hermanos de Manolete y Estrellita Castro, y al fin y al cabo, esas cosas a nuestra juventud les importan un pimiento, por no decir una mierda, que suena mal, que si a los que les pagan por ello no hacen nada, a ellos que ni siquiera les dan paga los domingos menos.

Thursday, March 16

El señor topo, la puta de Estaca y otros retratos.

El señor topo, que se partió el espinazo y parte del colon, un día de borrachera, y murió solitario y triste en un burdel de la fraga de O Cebreiro, solía cantar viejas canciones prohibidas, en lupanares de categoría, cuando estaba bebido hasta las cejas, y ciego como un berberecho de tanto anís el mono. El señor topo, que había sido la gran estrella de un capítulo del Bosque Animado, se esforzó, hasta la muerte súbita, en demostrar que era un gran actor. No un actor de reparto, ni un figurista o extra, no. Un gran actor a lo Robert de Niro, a lo Antonio Quin y John Wayne. Pero la vida, que es muy perra incluso para un topo, no le dio la oportunidad de demostrar su talento y sus tablas sobre un escenario, donde seguramente, las niñas de bien, los señoritos de capital de provincias, y los ilustres académicos y demás elenco hubieran llorado con sus largos parlamentos shakesperianos y gongorianos y calderonianos, y se hubiera partido el mentón en su más ligera faceta cupletera.

Por eso la puta de Estaca, aquélla que le dejó mamar de sus pechos, que murió sobre sus brazos tatuados por un maestro chino, con unos pechos enormes y una boca también enorme y succionadora, se ha ido a entrevistar con el señor alcalde y todos los ediles, incluido el de cultura para pedir y solicitar un homenaje póstumo al señor Topo. Se habla incluso, lo dicen las malas lenguas, esas mismas lenguas que rezan el rosario a las siete antes de misa, y luego se la restriegan por las narices, soltando improperios impropios de tan dignas damas, en las salitas de té y chocolate, donde un cura, con sotana, y canana pistolera, se aposta extravagante delante de un buen vaso de aguardiente, y se muestra enfervorizado y más salido que un oso panda ante tanta hembra que lo idolatra y venera, y digo, restriegan sus lenguas viperinas e impregnadas de cicuta sobre cada palabra mal intencionada que por su boca negra escupen; y dicen las muy desfloradas que vendrán insignes personajes del medio de la farándula, el espectáculo y las letras, que hoy en día, ¡válgame la expresión!, es un circo italiano de ridículos artistas trasgresores y demócratas convencidos que se pajean delante del País o la Vanguardia, o se orinan en los artículos de la constitución a ritmo de blues nacionalista y patético.

La señora puta de Estaca, que es más señora que las del rosario, pero menos que mi madre que era una santa, pero más que aquella novia que tuve, cuando hacía la mili, que por no decir que no se encuadraba en toda cama que se le abriese, y es que era muy puta, y no soportaba, siempre según su versión que sirviera de regular en las Chafarinas, porque haciendo honor a la verdad, yo fui de los que hice la mili y juré bandera, y me pasé dos meses encerrado en un cuartel de instrucción con nueve brigadas y tres mil hombres de las Españas, y cien lecciones básicas de cómo tener ardor guerrero y amor por la patria… pues esa novia mía que me escribía con celeridad exquisita palabras que me subían el espíritu y el alma y todo aquello que el bromuro no asolaba, era una gran puta. Pero no una señora puta, como la puta de Estaca, que se puso al oficio con quince años y dos pesetas para alquilar una cama, en una pensión barata, cerca del muelle, donde los marineros melancólicos, los borrachos y los navajeros, además de los estibadores, los milicos y los arponeros de esos extintos balleneros del Japón, saciaban su apetito con esta buena señora, que cerraba los ojos, y fingían con un arte sin igual, que se podían escuchar sus orgasmos en toda la comarca, y que hubiera merecido un Goya de la Academia a la mejor interpretación femenina… Pues ella, que siempre me lío y nadie me para, ha invitado a la ceremonia de homenaje al Poste eléctrico, que malvive en un motel de carretera a base de vender pañuelos y botellines de agua, y pasa los días en el fondo de una botella de vino agrio y barato. Y también, ha pensado, que ella es puta pero piensa mucho y bien, que también invitará al gobernador civil o al delegado provincial, a la ministra de cultura, a la presidenta de la Academia cinematográfica y a las letras “T, O, P, O” mayúsculas y minúsculas de la Real Academia.

Porque el señor Topo se merece un homenaje, uno bueno. Uno de esos en los que hay música de una buena orquesta verbenera, y al final del acto un opíparo pincho con vinito de la tierra, tortilla de patata y cebolla, empanada de carne y pastelillos de merengue. Porque el señor Topo era un gran artista y mejor señor, de esos caballeros que quedan pocos, de esos que después de eyacular se bajaban al pilón y descoyuntaban la lengua en darle placer al clítoris de la señora puta, que es un pene atrofiado, pero que la vuelve loquita y un poco lasciva cuando se lo sintonizan. Sí, todo un caballero, que fumaba tabaco de liar aromático, y le dejaba propina además de los honorarios, y siempre iba aseado, y no hacía falta pasarle revista como a aquellos marineros de un destructor que escondía más allá del refajo de los huevos, o sea entre el escroto y el ano, en el periné un patatal, y sobre los rizados pelillos un rebaño de ladillas grandes como centollos.

Y el día del acto, que está programado para el siete de julio, y san Fermín, porque al señor topo le gustaban muchos los sanfermines y vestirse de blanco y pañoleta roja, y corretear con sus parcas piernezuelas delante de un astado, ella, la señora puta de Estaca se vestirá de largo, con ese vestido de escote de vértigo, y esos tacones que desafían la gravedad y los tobillos. Ese vestido de lentejuelas rojo y negro, con el que cautivó a Su Majestad el Rey de Madagascar en un cabaret de la carretera de Murcia hace muchos años, y que le regaló un ramo de rosas y una botella de champán francés, y le hizo el amor, como sólo los monarcas de Madagascar saben hacerlo, a golpe de tambor y salto tribal y pintado hasta los riñones con sangre de una cabra sacrificada. Y todo, se imagina saldrá excelente. Saldrá “optimo”, como dice la portuguesa, que es otra señora puta que trabaja vaciando orinales y haciendo camas desde que dejó la profesión.

Sí, al señor topo le harán un homenaje póstumo. Porque en este país de panderetas, toreros y tonadilleras, los mejores homenajes son los póstumos, y porque somos de la particular idea que todos los buenos se van, y quedamos los malos, los perdigueros y los alelados. Y Dios, que es así de ruin o caprichoso o egoísta, o eso pensamos, se lleva a los buenos, a los ganadores, a los altruistas y los campeones del arte, la música y la releche bendita. Y como se nos mueren, ¡pues qué coño!, homenaje al canto, con estatua o placa, con nombre de una plaza, calle o avenida. Con banda de música municipal y bando del señor alcalde, y un rendido minuto de silencio. Que no digo yo que eso esté mal, que está muy bien que no se pierda de la memoria a la buena gente, y también a la mala gente. A esa menos. Que es importante acordarse y más todavía recordar a esa panda de cabrones que también se los comen los gusanos y se entierran en tierra limpia y no en una fosa común, bañados en cal. Y reitero, no está mal, al contrario, siempre es bueno recordar y no sólo cuando nos sale de los cojones, o no tenemos una final de la copa de campeones o el último estadio de la vida, obra y milagros de algún concursante de algún ridículo, estúpido y absurdo reality show.

Por ese motivo, hoy mi corazón se agita, y si tuviera alma hasta botaría de albricias al saber que en la Biblioteca Nacional le celebran un homenaje a don Francisco Ayala y además, no está muerto.

Wednesday, March 15

Perfil Canalla. (Primera Parte)

Será que he mascado la hiel al borde del abismo, y que he perdido en este camino a muchos amigos y compañeros ya sea en los campos de batalla, abatidos por una bala perdida, ya en accidentes de tráfico o devorados por un cáncer, que ya no me desmorono, que ya no me cuelga la lágrima fácil y cocodrilera en la mejilla o al borde del ojo, y que las despedidas, aunque sean amargas, pasan de largo ante mi presencia como pasan los días o las noches, sin poder evitarlo y ni siquiera intentar evitarlo.

Levy – Strauss, un afamado y mítico antropólogo, que no prestó su nombre a una marca de vaqueros, que en los USA llaman jeans, y USAN los granjeros; mientras que aquí nos lo ceñimos como prenda de domingo, en su tratado y ensayo “Tristes Trópicos” habla sobre una tribu perdida del Amazonas que no contempla el pasado, y borra de su memoria cualquier imagen o conocimiento personal, tomando éste en sentido literal, sobre lo ocurrido. Tienen una sagaz e inteligente memoria selectiva.

De igual manera, yo que soy muy canalla, puede inhibirme totalmente del pasado, y hacer borrón y cuenta nueva, y partirme el pecho de la risa, y la caja torácica descimbrada de los espasmos que me producen las carcajadas. No soy humano se dirá algunos. No, la questión, con c, es que soy demasiado humano, y que harto de llorar o sufrir o llevar varapalos inútiles que lo único que hacen es descomponerte la cara y el alma, he optado por olvidar y olvidar con todas las letras, de la o a la r, y además hacerlo en un suspiro, antes que canta un gallo o se corre un eyaculador precoz. Así, sin más, con dos cojones, y que salga el sol por Antequera.


Mañana más.

Una momentánea despedida

Queridos y sagaces lectores, que escudriñais cada día este blog, en busca de esas frívolas palabras que con gratuidad exquisita escribo, a veces vomito y escupo, sobre vuestras ilustres mentes. Durante un tiempo me tomaré un reposo... Estoy agotado.
Un cordial saludo a todos.

Tuesday, March 14

Salida a la mar

Una salida a la mar, de esas que a mi me gustan, comienzan al amanecer, cuando el frío se tercia humedad, y las cubiertas están resbaladizas como un estanque helado. El muelle, casi vacío, apenas tres o cuatro amarradores, y el trasiego de personal, saludando la bandera en la popa, embarcando con maletas y macutos, sus pertenencias, y por ende sus vidas.
La maniobra de salida tiene que ser limpia, apoyada por dos remolcadores, que a toque de silbato, se coordinan, en un tira y afloja, de esos de parvulario y amenes finos, donde los niños se cuelga de una cuerda tensa.
Sobre la cubierta, en el castillo, en el centro y la toldilla, hombres que se apiñan con sus chalecos y guantes de cuero. Eso olor a cuero, salitre y grasa que lo impregna todo. Allí, los hombres con la fuerza de sus brazos, con el acompasado ritmo del silbato del contramaestre, que se llama chifle, acercan las estachas al buque.
Ya los remolcadores regresan a puerto, y sólos en el silencio del alba, surcamos las aguas, abriendo un surco espumoso, que nos lleve a alta mar.
Buen día para navegar.

Monday, March 13

El arranque mañanero.

Mi jefe, que no es capitán sino capitana, y es de Jaén, y tiene dos poderosos luceros verdes, y una piel blanca y tersa como la porcelana china mandarina, se suele estremecer cuando de mañana, entro en la oficina y suelto un par de improperios que retumban las paredes, y le retumban las nalgas, y las bragas que a buen seguro, lleva arrejuntadas entre sus prietas carnes. Ella que es mujer, además de capitán, mira con ojitos de cordero degollado y me hace un ademán para que guarde silencio, mientras escucha su canción favorita.

Y es que Dios, el día que repartió las lenguas, y el talento de las letras y los números, a mi me cogió desprevenido, durmiendo la mona en un lupanar de la carretera de Heraclion, en la isla de Creta, yaciendo yermo y seco con una señora puta de las buenas, portuguesa para más señas de la península de Setúbal, cerca de Lisboa, que me había encandilado con sus haceres de buena hembra y mejor amante.

Porque las mañanas, como los domingos, para un perro viejo son jodidas. Te levantas de la cama dolorido, tras tumbarte y descansar cuatro sanas horas, y a la hora quinta del día te despiertas y desperezas, y notas como tus huesos se desquebrajan, como las bragas de una señorita, que han padecido las humedades de la noche. Y las hernias, y las cicatrices te tiran como las riendas de un caballo, como ese grueso cable acerado que une su grupa al arado, y los hace uno, inseparables como si hubieran nacido unidos, como si hubieran siempre coexistido en una lacónica simbiosis. El caballo tira y el arado saja la tierra. Y estoicamente se reproduce cada día de su vida, hasta que el caballo por viejo o el arado por oxidado son diezmados en el ostracismo del olvido, en un rincón del granero. Uno será pasto de las llamas y fundido será un extravagante cenicero, el otro se convertirá en comida para gatos, y pienso de gallinas. Y de esta guisa, y no de otra, mis mañanas son infiernos, y un triunfo de la voluntad sobre la carne.

Y retomado el camino, ya en el coche, sintonizando la radio para terminar de joder la mañana, escucho atónito las noticias del parte; la bomba perra que estalló en la carretera de Burgos, el tipejo que se dispensa de la cárcel por tener gripe, la milonga patrañera de los que sí a la bandera catalana y los que no porque no, y porque esta España mía es una nación, la señora que aparece fiambre en el río, con doce puñaladas en el vientre, y la niña que devoró como un lobo rabioso, un cazador nocturno, y cuyos padres desesperados son atendidos por psicólogos. Me gustaría romper la radio, y partir un par de crismas, y de paso cagarme en la madre de varios cientos, pero sigo conduciendo camino de los arsenales.

En la puerta, del diecisiete, adusto y altanero un reloj marca menos cuarto. La bandera, la de siempre, la roja y gualda, la que un día prometí guardar, la que besé y juré ante ella derramar hasta la última gota de mi sangre, todavía no ondea, y un soldado de verde, con su uniforme gastado del polvo de las playas y los barrizales donde pega barrigazos con su fusil, se cuadra y saluda automáticamente. Un leve gesto con la mano y me adentro.

Dejó atrás el cementerio de elefantes, la sexta y el tren naval, la jefatura de órdenes, y los arcos, y por fin, más allá de los astilleros, en el cuerpo de ingenieros, mi oficina me espera, donde un capitán que es capitana escucha su canción, esa que le ha dedicado un marinero que conoció una noche de copas en un bar de alterne, y le dijo que estudiaba diseño y él que era almirante en lugar de grumete, y que se miraron a los ojos como dos perdices y se arremolinaron a besos y lenguetazos, mientras cruzaban los dedos para que la noche acabara en la cama, saltando y sacudiendo sus cuerpos a golpe de mambo.

Y al entrar por la puerta, como un desquiciado, la miro a los ojos, al canalillo y a la entrepierna, y le diseño las formas con mirada promiscua, que sé que ella sabe que me pone loco. Y mi ayudante, que no es ayudante sino una ayudante, me trae el café, y me deja oler el perfume que emana de su cuello. Y veo su nuca desnuda, sabrosa y erguida, rectilínea y me entran ganas de comer, de desayunarla encima de una mesa entre el ordenador y los pliegos de papel, esas sábanas de datos que ahora son mi cometido porque me he vuelto viejo para bregar.

Y como soy viejo, y tengo los huevos repletos de mejillones, que me pelan las carnes y las ingles, me arranco de mañana por sevillanas, blasfemando en arameo, y cagándome en la señora madre, que no tiene culpa, de aquel tipejo de Murcia, que se fue con una fulana, y antes de entrar ya había salido.

Sunday, March 12

Mis conversaciones con Paloma.

Paloma, que antes que cajera en un macro centro comercial en la capital había sido convicta, me solía preguntar entre arrumaco y arrumaco, cómo me pude sacar la carrera. Yo, que soy muy libertario y trasgresor en esas situaciones, le solía contar mis cosas mientras practicamos el coito. Ella se reía mucho, y también pegaba grititos, y se le agitaban las tetas, que en mi tierra se llaman tetas y que eran como dos naranjas de la china, pequeñas y firmes.

Me saqué la carrera estudiando los parciales en los bares, le solía decir, y la licenciatura a polvos con la decana. Una señoraza de treinta y tantos, con media melena de aquellos noventa, ojos claros, y piel aceitunada. No tengo pudor en decirlo, porque era joven, fuerte y guapo. Ahora soy más viejo, menos fuerte y más atractivo. Y sí se preguntan porque les cuento esto, es porque me aburro y no tengo abuela, que la mía se murió en una cama de hospital, con una yaga en la espalda que le cabía un puño, y sufriendo como un perro, pero eso sí, en los estertores de la muerte, finó como un pajarito, o así dijeron los médicos, y yo con quince años me lo tuve que creer… porque era necesario.

Mis conversaciones con Paloma eran siempre intrascendentales. Hablábamos del tiempo, de la economía, del cero coma cero siete por ciento, de la playa América y del estadio Calderón, no sé si es porque era colchonera o porque solíamos hablar tendidos en un colchón… El asunto es que siempre me interrogaba, me hacía un tercer grado, de esos que con agrado (vaya un pareado… y ahora un extraño terceto) me dejaba someter, mientras su cálido aliento recorría mi nuca y mi espalda desnuda.

Nací en el hospital de Caridad, pero pagando; aprendí bien la lección, porque mi madre que era muy suya, siempre me dijo que lo dijera, que no me confundieran con un niño de la inclusa. Nací aquel año en que supuestamente el hombre llegó a la luna, un verano ya escondido y atolondrado p0r la lluvia y los vientos. (A Paloma, le encantaba esta parte, luego la besaba).

Paloma era una mujer alegre, de sonrisa perpetua y vitalidad auténticamente envidiable. Una mujer que se hizo así misma y que bebió de las fuentes de los más miserables suburbios para tomar esa cultura y experiencia que la configuró como un ser fuerte por momentos.

Pero, en cambio, ella siempre me dejaba ganar. Me decía que sí a todo, aunque yo sabía que poseía en su arte de conceder y claudicar la llave mágica para reírse conmigo. Eso es lo bueno que tenía Paloma, jamás se reía de nadie, se reía con todos.

A Paloma la han tachado de llevar una vida alegre, una vida ligera y promiscua porque se arremetía en la cama del hombre que llamaba a su puerta, pero están equivocados. Paloma era darviniana convencida, y sometía a sus hombres a una estricta selección y a una homérica oposición. Paloma no estaba para jotas. Paloma cayó una vez en la trampa del sí absoluto por encima del no, que siembra la duda. Y la partida le salió mal, la perdió, y perdió dos años de su vida, y cinco meses en un hospital con la cara reventada, amén del bazo, el hígado y los pulmones. Pero Paloma, con esa dignidad que tanto la dignificaba, salió hacia delante, con la cabeza bien alta y sus tilas por la noche, y tomando un cuchillo cebollero le rebanó la garganta a ese cochino, que en mi tierra se dice hijodeputa, un día de san Martín.

A Paloma la conocí en la cárcel. En esa cárcel para mujeres, tan poco erótica, que existe en Alcalá de Guadaira. Una cárcel pequeña y acogedora, pero una cárcel, donde pagan sus pecados, honradas y pecadoras. Allí la conocí, un día que paseando, después de la novena a Nuestra Señora del Águila, me encontré con ella en un parque donde las ranas son de bronce, y los estanques pequeños y repletos de musgo.

Ese día hablamos hasta el anochecer. Y después la acompañé a su celda, cogidos de la mano como dos enamorados. Me invitó a entrar, pero no tuve agallas porque en el fondo, como soy hombre, me gusta más la intimidad de un coche en un descampado. (Esa frase le gustaba a Paloma, luego me besaba).

Me hubiera gustado decir que conocí a Paloma en un burdel de Antalya, y que danzaba sobre mi mesa con su traje exótico y sus velos de muerte, cayéndole sobre los muslos. Me gustaría poder recordar aquel mágico momento, como en un escenario vacío, donde el telón, que de terciopelo rojo, se abre penosamente, al ritmo de una orquesta de pirados músicos desacordes. Pero le debo sinceridad, y le prometí no mentir, y decir la verdad sobre cuándo y donde nos conocimos. La conocí en el parque de las ranas, un fin de semana, tras la novena, en un pueblo de Sevilla.

Sé que muchos de ustedes pensarán que soy un ser mezquino, y muchas mujeres me acusarán de machista redomado y despreciable porque narro con felonía y malas artes mis escarceos con Paloma. Pero esto es un encargo, me lo pidió ella. Me dijo que quería tener sus quince minutos de gloria… y que los prefería aquí en una hoja de un espacio maldito y atropellado, que de portada en un telediario, con los ojos reventados y la boca hecha pedazos.

Puede que ustedes no la entiendan. Yo tampoco. Pero ayer, cuando me disponía a meterme en la cama, en el silencio de la noche, solamente roto por la lluvia menuda, que aquí llamamos orvallo, me quedé de piedra. Pensativo como una estatua, o como un empalado en los tiempos de las cruzadas, con esa enorme asta clavada en culo y que se te mete por los intestinos y te sale por el pecho o por la boca. Así me sentí. Tenía en el pecho una angustia jodida, que como si fuera un gas no era capaz de eructar, hasta que por fin, a la hora bruja, esa hora en que los fantasmas salen de paseo, y recogida de almas, que aquí, en mi tierra llamamos y tememos la Santa Compaña, esa hora en que los enamorados precoces se tocan sus partes en los jardines, y algún lunático, que ahora llaman “frikis” (o como se escriba) se hacen la picha un lío en un cementerio buscando voces de ultratumba, porque no se comen un rosco y son más feos que Pifio, que fue un señor de rostro enjuto y malencarado, atemorizante y grotesco, que deambulaba por las ferias y los mercados vendiendo zapatos y guisantes los domingos primeros de cada mes; decía que a esa hora me vino a la mente su imagen dicharachera y me golpeé la frente con la palma de la mano, tan fuerte que retumbaron las paredes y el pobre maestro armero que hacía guardia en un altillo se levantó de súbito, y los perros de caza, perdigueros y jabateros comenzaron a aullar en la noche como jauría que encuentra una pieza muerta.

Sí, mierda sí.

Esto me dijo Paloma, aquel viernes agostino de hace un año, cuando el sol caía a plomo, y los pajarillos caían de los árboles atolondrados. Esto me dijo.

“Si argún día la parmo, joío mío, cuéntale a arguien mi vida. Cuéntales como mi pae, que no era pae, me violó por los cuatros costaos. Cuéntales que con catorse me sentía tan susia, que puta era mi segundo nombre. Cuéntales que con diesisiete me enamoré de un cabrón con cara de ángel que me partió er’arma, y cuéntales que con treinta y ocho un cánser me come por dentro la’ntrañas. Si algún día la parmo, Corsito, cuéntales a todos lo que me pasó, que no fui mala persona, y que seguro que la Virgen en el sielo ha hecho un buequito pa’mí”.

Paloma que tenía las mejores tetas del mundo, la mejor sonrisa y la mejor conversación coital que jamás haya conocido, se murió un martes de septiembre, un veranillo de san Miguel, un día en que los gatos se pusieron sinfónicos a trovar melodías, las olas encrespadas partieron un barco en dos, y un rayo rompió los ventanales de un viejo caserío de la campiña vasca. Y sus cenizas que son blancas, porque el blanco representa la dignidad aquí y en Nueva Zelanda, las esparcieron por el mar el maestro armero, diez sirenas, un delfín y un servidor… mientras una escuadra de gaviotas y cormoranes pasaba sobre nuestras cabezas, y ciento cinco cetáceos, en formación de uno, rindieron honores.

Friday, March 10

11 de Marzo.

Aquel once de marzo, nos encontrábamos al sur de la isla de Chipre. Me levanté tarde, sobre las nueve de la mañana, porque había estado de media. Una hora después, por órdenes generales, sintonizaron Radio Nacional de España. Solicitamos permiso para abandonar la formación y nos aproximamos a la isla. Un reducido número de personal de la dotación tenía familiares y amigos en Madrid. Personas que tomaban ese tren cada mañana para ir al trabajo, a clase, a donde quisieran.
Allí, en Chipre, un todopoderoso buque de guerra, armado hasta los dientes, se estremeció de impotencia, frustración y rabia.
Aquel once de marzo se perdió mucho más que vidas... perdimos la inocencia y aprendimos a tener miedo a lo desconocido.

Encabalgamientos.

La pena es una tristeza y también un apellido, es un sentimiento y también un cabo, que cerca de “Lume de bo”, allá donde se pierde la tierra, dos marineros, que no lo eran murieron intentando recoger percebes, de esos que siembra la mar, en los más afilados acantilados, para atraer a los incautos y también a los expertos, y partirles el alma, destrozarles el cuerpo y escupirlos a la arena. Pena, me dan muchas cosas, la hambruna, la miseria, la violencia, el sinsentido. Pena me da mirar a la gente, que rehuye la mirada cuando te los cruzas en la calle de madrugada, en esas madrugadas de niebla y frío, y lluvia que se anticipa a la tormenta. Pena me da la vida de quienes no pueden disfrutarla y se entierran por momentos en la negrura de sus hogares por miedo.

El miedo es una defensa, y también un sentimiento. Miedo es el nombre que lleva aquel amigo tuerto que vende coches en una esquina, y tabaco de mascar y cigarrillos de contrabando. Miedo es un reflejo que se ve a través de un cristal y plasmado en el espejo del alma de los que sin darse cuenta se esconden de su propia sombra. Miedo me da mirar hacia la sombra que se proyecta tras de mi. Miedo que se confunde con pánico en los estadios de fútbol, en las sesiones discotequeras y en las manifestaciones turbias. Miedo, el que se aprecia en la mirada de esos padres que esperan la llegada de sus hijos a media mañana. Miedo. Esa palabra que reverbera en las paredes de la existencia con tanta insistencia que da miedo. Ese eco que da vueltas cíclicas, y se retuerce en silencio como un cólico de agudo dolor.

El dolor es un acto reflejo, y también un sinsabor. Es algo que cuando pasa no se recuerda pero te queda ese amargo sabor en la boca, como ese pomelo pasado, como esa noticia escalofriante en un telediario. Los hay que se inflingen dolor y los hay que lo padecen. Hay enfermos que prefieren perder el miedo a la muerte y acabar con su dolor, y los hay, que no han pedido estar allí, en el umbral del pantalán donde la parca reposa, y luchan con todas sus fuerzas. Dolor se ve en los ojos crispados y enrojecidos de las viudas y los huérfanos, de aquéllos que un buen día perdieron una parte de sí mismos, una mañana soleada de primavera, o un mes de marzo en un andén de un tren de cercanías. Dolor que se convierte en lágrimas y también en rabia.

La rabia es frustración contenida que un día explota, y también es parte de la naturaleza humana. La rabia la siente los hombres que ven que su mundo se desbarata, que se deshoja como ese árbol de hoja caduca que en el otoño temprano, se fija desnudo y firme a la tierra fértil. Rabia que se convierte en cólera, cólera que se convierte en crispación, en manifestación espontánea y en repulsa. Rabia, cada vez que asomas a la ventana gris de la tierra y descubres en los contenedores de basura el cuerpo magullado de una niña, atada de pies y manos, comiendo sus vómitos. Rabia de no coger un hacha, una guadaña justiciera, y rebanarle el pescuezo a ese maldito tipejo que la somete. Rabia que se convierte en dolor donde la justicia del hombre no alcanza. Rabia es un sentimiento que da dolor, y el dolor se transparenta en lágrimas.

Lágrimas de agua salina sobre el rostro de una niña, sobre el rostro de mil madres que no pueden tener hijas, sobre las mejillas resbalando de mil hombres que no pueden ser padres, sobre la faz de todos aquellos que tienen corazón y saben usarlo. Hay muchas clases de lágrimas. Las hay que salen de la rabia contenida, del dolor, de la desesperación del miedo, las hay que simplemente brotan porque da pena, ver esta mierda de mundo.

Thursday, March 9

¿Tregua?



Humano es errar, pero sólo los estúpidos perserveran en el error

Cicerón.

Tuesday, March 7

Algo más que misceláneas.

Sí, ya sé que no le había dicho que no iba a escribir, que me iba de viaje, y que pasaría unos días ausente, pero aquí en Nueva York, en el JFK, con un ordenador a mi disposición, las tornas han cambiado. Y es que tengo mucho tiempo para pensar y reflexionar.

Después de tomarme uno de esos cafés descafeinados americanos, o sea agua chirla sin azúcar, me he dedicado a leer la prensa digital, pero la nuestra, la de andar por casa, vamos, y me he encontrado con un montón de noticias ahora que mi regreso es inminente.

Como preámbulo a esta ristra de verdades a medias, mediáticas y periodísticas, un día como hoy, pero del año mil novecientos sesenta y seis, él, por aquel entonces, ministro, luego jefe de la oposición inteligente, presidente de la Xunta y ahora Senador in extremis, se remojaba sus calzonas en compañía de un no muy humorado embajador norteamericano, Mister Anger Biddle, en aguas de Palomares en la Provincia de Almería, vaya de paso ahí un saludete para mis amigos y “amiguísima” de esta desértica pero entrañable ciudad andaluza. Cosas del destino, cien años antes, y también en la mar, pero en aguas del atlántico, el vigía del semáforo de Finisterre avistaba un buque de guerra sin pabellón, claro que por aquella época, la “sonrisa del régimen”, o sea don Manuel, no remojaba sus calzones en aguas algunas.

Pero también de las aguas, pero más al sur, en la costa de Mauritania, aparecen desgraciadamente los 45 cadáveres de la patera desaparecida el domingo, cuando intentaban alcanzar el sueño hispano, y la panacea de las islas afortunadas.

Y en esta trágica comedia de noticias, continuando en las aguas, pero esta vez de Baiona, continúa abierta la causa sumarial contra el asesino criminal de Francisco J. Reyes, que miserablemente se cruzó en la vida de la joven Águeda a la cual mató por cuatro euros, acabando con su vida, y destrozando la vida de una familia, que imagino que todavía se preguntará el por qué. Y sin salirse de la costa, desde Villagarcía, la tierra de los ingleses, y desgraciadamente de los narcos, llega la noticia escalofriante de un marroquí que viola (presuntamente) a una anciana de noventa y dos años. Y siguiendo por el mar, rumbo 090, en la ría de Puentedeume, en la localidad de Cabañas, un hombre viola a una mujer de 34 años. Y en la otra punta del país, en ese que ahora ya no quiere ser parte de nuestro país, un padrastro que más que hombre es una mierda pinchada en un palo, se dedicaba a atar las manos de una cría de cinco años, un ángel, y la obligaba a comer sus propios vómitos.

Sí, nos salimos en un día con las noticias. Así no es de extrañar que en la única estadística en la que estamos a la altura de países como Francia o Italia, sea en machismo, según la Oficina de Estadística de la Comisión Europea (Eurostat)…

Y viendo este panorama, habrá quien se lidie a guantazos dialécticos porque los señores paridores del Estatut catalán, en su preámbulo, igualan los términos nación y nacionalidad, y ya se debata sobre si somos una nación de naciones… sí, claro, es que hoy, el resto ha sido pura miscelánea.

Desde el aeropuerto de JFK, Nueva York.

Monday, March 6

AVISO A LOS NAVEGANTES CAMBIO 1/MAR 06

Mágnifico Rector, académicos, doctores, asiduos lectores y lectoras, detractores y meapilas, bohemios y poetillas que me honrais con vuestra presencia cada día. A vosotros de orígenes dispares ya seais españoles, norteamericanos, canadienses, austriacos, portugueses, mexicanos, colombianos, venezolanos y tantos más.
Las naves parten y yo con ellas, así que durante un par de días, sin conexión vía satélite no podré deleitaros con mi verbo fácil, y elocuentemente faltón. Sé que me echareis en falta, pero no os preocupeis que volveré.
Un saludo.
El Corso

Melodía Nocturna

No sé si fue el viento golpeándome la cara, pero me desperté repentinamente. Las ventanas abiertas de par en par, y el cortinaje moviéndose con la soltura que le provocaba la corriente de aire, que como un tropel entraba en el dormitorio. Eran las tres y cuarto, la hora bruja, esa hora mágica en la que los duende, o eso dicen, recorren las casas, los pasillos vacíos y los espacios mudos al amparo de las sombras que dibuja la luna.
Levantado, y enjuagado el rostro, apagué la luz del baño y caminé despacio por el pasillo guiándome, como si fuera un faro, por las brasas agonizantes de la chimenea. Escudriñé el silencio nocturno, buscanco a esos malditos duendes, que me esconden la cartera, que me abren los cajones y me derrumban las columnas salomónicas de libros que luchan contra la gravedad en la biblioteca. Pero no hubo suerte, y nuevamente se escaparon. Tal vez, alguno, osadamente, se quedó tras de mí, vigilante y sonriente.
Ya no pude dormir.
Tomé la valija que estaba preparada para salir al día siguiente, y la repasé mentalmente. Cada dirección, cada destino. Entre todo aquel correo, tu carta asomó bruscamente, como si la mano de un duende la empujara hacia mi. ¿Acaso debe releerla?
Abrí el sobre. Ese sobre que inmaculadamente había cerrado con mi saliva, la misma saliva que en otro tiempo compartía con la tuya, en aquellos besos sin final, donde no había retorno, donde las manos se fundían con tu cuerpo menudo y los abrazos nos encadenaban a la cama en una acelerada y apasionada velada.
Sé, que despedirse por carta está mal. Sé que es una necedad, pero me siento cobarde para enfrentarme a ti. Pero también sé que si te miro a los ojos, mi corazón me traicionará y mis labios buscarán la miel de tu boca, y no puedo seguir de esta manera. No puedo seguir tentando al diablo, destronando mi mente ante la sugerencia de tu cuerpo, destruyendo mi vida, cada vez que veo tus formas grabadas sobre mi lecho, yaciendo con los ojos cerrados y ese gesto sereno.
Esta vez, el duende se quedará con las ganas. Ya no romperé más cartas. Esta llegará al buzón, y algún inocente cartero, la introducirá por la ranura de tu puerta. Sólo me resta esperar. La madrugada se aventura próxima. Tomaré la carta, y mezclada con el resto de los sobres, la meteré en el agujero negro del buzón, ese agujero que se me antoja angosto y tenebroso, y también doloroso, pero que como todo en la vida pasa.

Sunday, March 5

Camino de Tijuana.

mortificatus quidem carne, vivificatus autem Spiritu
EPISTULA I PETRI, 8, 18


Permítanme que el primer domingo de Cuaresma, comience esta pequeña carta en latín, y con un versículo de la primera carta del Apóstol Pedro, pero es que camino de Tijuana, ese gran burdel urbano que ya les he mencionado, esas palabras retumbaban en mi como una maza, eso es, como si una gran bola de demolición me golpeara la cabeza.

No es que sea lo que se dice muy reflexivo, tal vez, si lo fuera, no escribiría sobre tantas cosas y sin meditarlas con suficiente precaución, o quizás, sea demasiado reflexivo y muy inconsciente y me importe un carajo lo que piense nadie sobre mí. Sí, creo que va a ser eso último… Siempre he sido de la convicción de que el hombre, no como género, sino como especie tiene el poder ilimitado de la creación. Tiene la libertad para poder hacer a su antojo lo que desee y, también, la libertad para llevar a cabo lo deseado. Cuando uno realiza lo que desea con un buen fin, le llamamos responsable, y cuando lo hace con un objetivo negativo, lo tachamos de irresponsable, egoísta o criminal, porque atenta contra los intereses colectivos. Porque, seamos serios y severos, no nos queda otra que vivir en colectividad, y el que diga que puede sacarse las castañas solas del horno, es un mentiroso, un orgulloso y un charlatán, porque en esta época en la que nos ha tocado vivir, lo que más necesitamos precisamente es compañía, porque la compañía da conversación, y de esta se sacan los aprendizajes y de ellos experiencias y por último éstas nos hacen ser más o menos humanos. Y la cuestión es humanizarse, lo demás son milongas, patrañas y calandracas, como aquellas que comían en los barcos de vela y también ahora en vapores y turbinas los marineros para desayunar y coger fuerzas, pero que absorbidas lo único que queda es cagarlas.

Camino de Tijuana, mirando a través de la ventanilla, sentado en la parte de atrás, miraba el paisaje, si es que se le puede llamar paisaje a ese lugar desierto y polvoriento, a aquella carretera de película de terror y persecuciones, donde un tipo con cara de malo batía records de velocidad pisando el acelerador a todo gas, y los polis ponían controles, con coches cruzados y megáfono y remigton en mano para pararle los pies, el chasis y lo que se moviera. Y ahí, en esa autopista, que no iba al cielo, camino de los burdeles tijuaneros, me vino a la mente esa frase que el cura católico de la base sentenció en latín para los españolitos, por otro lado, imagino que una reminiscencia del pasado, de cuando ejercía su labor apostólica en aquel país que entronizaba a un señor de bigotillo, y en Palomares beach los aviones cagaban bombas atómicas y un ministro que ahora es senador se tuvo que bajar los pantalones y meter en el agua, aunque eso de que un político se baje los pantalones lo venimos haciendo desde Godoy, pobrecico, el afrancesado, que cargado de buenas intenciones abrió las puertas hacia Europa, y consiguió que además de corrientes de aire, entraran los húsares franceses, también la infantería en cuadro, los cañones y la caballería y el cuñado de Napoleón y después su hermano, y se pasearan por España como Perico por su casa, hasta que nosotros, mentecatos paletos como se nos llamaba, se nos inflaron los innombrables y ataviados con horquillas, guadañas y trabucos nos echamos al monte a pegar tiros, y despellejar gabachos hasta que el perro inglés, muy interesado, nos echó una mano y nos cortó las alas, para despedir a cajas destempladas a los gabachos imperialistas y laicos. Y como siempre hemos sido un pueblo que nunca se ha sentido como tal, y que nos amalgamamos a lo que nos echen, pues eso, que el Pater sentenció en latín, y nosotros sonreímos por no hacerle un feo, por ese maldito complejo de inferioridad que nos precede y nos marca y nos imprime carácter.

Pero, el asunto que me trae a escribir estas líneas no éste, que tal vez, lo será otro día, sino el hecho en sí, de esa frase lapidaria e incendiaria que este domingo de Cuaresma dijo un Pater marine de Kansas, o de Kentucky o de Alabama, que se convirtió al cristianismo aquella noche, cuando su padre un devoto de los encantadores de serpientes se murió de un shock anafiláctico en una celebración concurrida de beodos montañeros de la más profunda América. Esa frase, que para los que saben francés, sobre todo soplando gaitas y flautines, pero que en latín anden flojos viene a decir que “lo mataron porque era hombre, pero como tenía espíritu le devolvieron la vida”.

Y eso es lo que me lleva persiguiendo todo el día, como un zorro hambriento, siguiendo el rastro de un palomo cojo herido de muerte y con fiebre aviar, esa puñetera frase que puede tener muchos significados y muchas explicaciones, pero que a mí solo me arroja una, y es que estamos vacíos por dentro, que nuestro espíritu se lo vendimos a Satanás, a las financieras y a las tarjetas de crédito hace mucho tiempo. Que preferimos vestir bien y oler mejor, que vestir nuestra alma y espíritu, y que olvidamos que estando vacíos no valemos nada. Que ser hueco por dentro, como Pinocho, está bien para los cuentos de hadas, pero que en el mundo real, ese donde se mea y se caga y se respira y se pasea, con o sin perro, de la mano o no de alguna bella señorita, estar hueco es una mierda. Porque de nada sirve que vayamos impecables, y comamos estupendamente, y hablemos como verdaderos profesionales mediáticos y controladores de la palabra, si después todo lo que decimos cae en saco roto.

¿Soy un hipócrita? Puede ser. A lo mejor, también estoy hueco por dentro, a lo mejor escribo esta carta para que se corran de gusto las señoras pensando en mis arrugas, que son patas de gallo, en mis sienes blanquecinas y en mi potente voz. Para que se pongan hasta atrás de orgasmos recibiendo el aroma penetrante que rezumo de virilidad por los cuatro costados, y soñando que me tumbo en su cama y las hago gritar de placer, o pequeños grititos tipo conejo, cuando lo vas a sacrificar, dependiendo de lo discretas que sean. Y esto lo hago extensible a todos esos maricones, perdón, homosexuales, que aquí los habrá con estudios, que les pase lo mismo, y por Dios no me tachen de padecer una homofobia que suena a cáncer terminal, y que no es cierto, pues no lo soy, que me chupa un huevo y parte del otro, si a uno le gusta la carne o el pescado, pero yo, que estudié en un colegio de curas y me crié en las calles, me ha quedado impresa en el cerebelo esa palabra, maricones, que por otro lado es cantarina y simpática. Y siempre si les dices maricones te puede soltar aquello de Cómeme los cojones. Así que eso, excusado. O, quizás, escribo estas líneas porque me lo pide el alma, porque me lo pide el espíritu que ahora está de moda llamar conciencia pero que siempre ha existido, y me demanda que por lo menos un día en la vida, en esta perra vida que me ha tocado vivir, no tan perra como los favelistas en Brasil, ni mucho menos como los que pasan hambrunas en África, o las matanzas en “sabeDiosdonde”, porque siendo sinceros, nunca he tenido una vida tan perra, y siempre he tenido suerte, y esto de tanto lamentarme ya me suena a pecado y a toca pelotas, que hay por el mundo adelante gente que pasa hambre, a gente que empalizan y gente que por decir la mitad de las barrabasadas que digo yo, están encarcelados, muertos en vida y sepultados, ¡qué eucarístico!, siendo la novieta de algún mafioso de torso marcado, al que le falta un diente o varios, y lleva tatuado en un brazo “amor de madre”, y que sodomiza con amor y ternura desmedida en las duchas de la prisión estatal de turno. ¡Juas! Si es que sinceramente no me podría quejar, y debería de dejar de quejarme (Dios que mala expresión) de la vida que he llevado, y ¡mierda!, tal vez ya he caído en la trampa de mi conciencia, que era reconocer que hay quien lo pasa peor que yo y que me quejo de vicio, y tal vez mi espíritu, impetuoso y aventurero, era lo que necesitaba una puta lección de humildad, una de esas que le ponen a uno colorado la cara, el alma y los genitales, una lección que te da un buen maestro, un señor con dos dedos de frente sea o no homosexual o una señora con dos ovarios por banda, una lección que he aprendido, pero que seguro mañana olvido porque tengo un hueco jodido que me carcome como le carcome a usted, a su vecino, a su novia del pueblo y a su lechero.

Camino de Tijuana, en llegando a la frontera me eché una carcajada y mi amigo Sammuel, que es un negro, perdón afroamericano, muy cachondo me guiñó un ojo, porque además de marine es clarividente. Y al apearnos del auto, de esos americanos tan bastamente grandes, nos encontramos con Peter, un compañero que realiza un curso con nosotros, y que nos había invitado a cenar en esa Sodoma moderna, para presentarnos a su pareja que se llama Miguel, que es mexicano, ingeniero y homosexual hasta la médula y que se parte de risa cada vez que le llamo maricón, porque él me replica “chúpame un cojón” (que se lo enseñé yo como resabido poeta)… Anda, y una mierda… te como los huevos que te gusta… y nos reímos y cenamos, y también por un momento se sacian nuestros espíritus en esa conjunción donde ni el sexo ni la raza ni el credo pueden romper el círculo mágico de la humanidad.

Saturday, March 4

Mar gruesa. (Tributo a la ¿Señorita? Pazos)

En eso que me encontraba en el comedor de marinería, en un antiguo cayuco de papel de fumar y casco gris, con mi viejo camarada, al que le llaman el abuelo, por su barba cana y sus ademanes de antigualla, uno de esos de la vieja escuela, con tantas millas náuticas a la espalda, y tantos mejillones en los huevos que rompe pantalones; con una mano aferrado a la mesa y otra a un vaso de whisky de malta, en vaso bajo y una piedra de hielo, aguantando el temporal, escuchando a través del mamparo de estribor los golpes con que la mar arrecia, y encorvando los riñones y el estómago en cada pantocazo que el barco daba, al antojo presuntuoso y omnipotente de esa mar, que a veces embelesa y otras te machaca y traga.

Son en esos momentos de furia y tifones donde se observa la talla con que está hecha un marino, su aguante, su resistencia y sus convicciones y vocación. Y allí, restregados por la madre naturaleza como viles cucarachas, bebíamos para olvidar y contábamos historias, de esas que se cuentan a hurtadillas en las esquinas, embozados y cubiertos para que no se nos distinga en las tinieblas.

La conversación rememoró las ruinas de Efeso, la acrópolis de Atenas, los burdeles de Catania, el gran bazar de Estambul, los fiordos noruegos, las frías aguas de Islandia, la campaña del pez espada, y el golfo de León. El istmo de Panamá, y el canal de Suez, y Buena Esperanza y Hornos, y Salvador de Bahía, Fortaleza en el Permanbuco, o Mindelo en Cabo Verde.

No sé si fueron los efluvios del alcohol, o el movimiento goyesco del buque atravesado a la mar, pero en un momento dado nos pusimos nostálgicos, como dos viejos descabezados lobos aullando a la luna, una luna plateada y sólida, resplandeciente y llena, de esas que sólo se contemplan en alta mar los días que las nubes no cubren los cielos.

- Esta vida nuestra es una puta mierda. – Sentenció el abuelo, apurando un sorbo de su vaso. – Una puta mierda.- Repitió, mientras sus ojos vidriosos por el licor y el humo del tabaco se dispersaban en la neblina del compartimiento.

Y, es que el abuelo, cuando se pone nostálgico, tanto le puede dar por romper cabezas como por arreglar el mundo. Por cagarse en la madre de toda la oficialidad, o por ponerse a tararear una muñeira sin gaitas ni foles ni pandeiros en medio de la nada.

Esta vida nuestra es una puta mierda, repitió, una vida de sacrificio, una vida de desgraciados, de miserables. Dormimos hacinados como ovejas en sollados, compartiendo la cama con las chinches. Comemos frío, poco y mal. Y descansamos un par de horas al día. Esta vida nuestra es una puta mierda.

Mar gruesa para muy gruesa, después arbolada. Así es el mediterráneo. Un mar traicionero, una mar canalla y vil que te tienta como una hembra a que la cubras en su lecho, y luego, cuando dormitas, te corta los cabellos. Sí, era día de mar gruesa, temporal, viento rolando por los cajones de proa y popa, olas que superando el castillo se filtraban por las grietas hacia los compartimentos, e inundaban las bodegas de popa, por debajo de toldilla.

No entraré en detalles de donde acabó aquella velada, pues aunque prescrito el delito, el pudor todavía me ampara y no me permite sino ser prudente y discreto. Años ha, eso es cierto, y ahora el abuelo descansa de sus años de miseria y bandazos, cañones y abordajes en un solariego destino de las islas mágicas.

Pero ahora, que los años pasan, y no pasan en balde, me ha venido a la memoria. Sí, esa puta costumbre que tiene mi memoria de atraer como la miel a las moscas recuerdos que duelen, recuerdos que matan, recuerdos oscuros y tristes de otros tiempos. En ocasiones, certero como un lince, me pregunto el por qué de tan caprichosa selección de la memoria. Pero no sé lo que contestarme, e intento disimular como puedo esa incontenible desazón dejándome llevar por la marea, y mi organismo se evade también, recurriendo a un recurrente (perdonen la cacofonía) dolor de cabeza. Migrañas que llaman los médicos, yo les llamo patrañas.

El asunto es que la vida de la mar siempre ha sido dura. Ha sido hecha para hombres que no tienen nada que perder. Ha sido creada por magos hechiceros para castigar al hombre y humillarlo ante la toda poderosa mar, y recordarle que la soberbia, como el crimen, siempre se paga.

La mar es una amante caprichosa. Una amante exigente que te sangra las carnes, como aquel bonito del norte hecho mojama. La mar tiene algo de taxidermista, pero de los de malas artes, que te disecciona y diseca, pero en lugar de dejarte hueco por dentro, te carcome el alma, y te deja el rostro arrugado, plegado, y abatido, y la mirada perdida siempre en la línea del horizonte. La mar tiene el don de volverse adictiva. Te atrae con sus movimientos insinuantes y provocadores, como los de las fulanas que en los puertos te agarran el culo, y te besan los labios, como las meretrices que te sueltan el humo de su cigarro en la cara, y luego te pasan la lengua, lamiéndote la mejilla, mientras con una mano te acarician el miembro, sin perderte de vista con su húmeda mirada. La mar es la mayor de las putas. La gran puta. Y la puta más perra porque se cobra en sangre, sudor y vida sus servicios.

Ahora, que los niños de papá juegan a la guerra, disfrazados de mimetas en campos confeccionados al uso, con pistolillas de agua, y las niñas se acicalan como vedettes de cabaret de alterne los fines de semana, la mar se convierte en el único refugio de los marinos errantes. Ahora, que la involución está tan cerca que se huele como el vómito de un borracho, y que la comunicación es tan escasa que las plazas y los jardines parecen camposantos, la mar, esa puta engreída y presumida, es el asilo de los viejos piratas, que con sus patas de palo, sus parches y sus costurones, se sientan en los malecones a contemplar las estrellas las noches de verano, y también en primavera.

Sí, sólo me queda volver a la mar. Tomar una barca, tal vez la de la parca y acompañarla hasta el cementerio donde reposan los restos de los antiguos galeones que surcaron las aguas.

Pensarán que me estoy poniendo romántico, y quizás melindroso, y tendrán razón, no se la niego. Pero es que estoy hasta los molondros de tanta diarrea mental y de tanto desperdicio social que hoy por hoy se ve, se palpa y se siente.

Yo soy hijo de la mar. A ella me consagré con dieciséis años. A ella le he dado lo mejor de mi, mi juventud, mis ilusiones, mi amor verdadero. Como una mujer que se ama la he tratado, y me he criado de sus pechos cuando el hambre me podía. La amo como sólo se puede amar una vez, sólo una vez. Yo soy un hijo de puta, porque la mar es muy puta. Y con orgullo llevo su flor de lis tatuada en mi pecho a sangre y fuego, y derramo lágrimas, que son bocanadas de viento cada vez que me alejo de sus cálidos abrazos.

Si he de morir, que sea a su lado, colmado por sus olas encrespadas y sus corrientes frías. Si he de morir que sea como un soldado, con la cabeza erguida, fija en el horizonte. Sin miedo, porque no temo a la muerte. La muerte sólo es un paso, la vida han sido muchos.

Y cuando llegue mi hora, allí estará como su sonrisa pintada de rojo en el rostro, esperándome con los brazos abiertos, como una madre, como una esposa, como si fuera la única cosa que ha valido la pena.

NOTA.- Ahora, señorita Pazos, espero que halla podido constatar que no solamente sé escribir borderíos, también si quiero puedo escupir chuminadas amariconadas como ésta. Se la puede quedar, la puede imprimir, he incluso si quiere se puede limpiar el culo con ella. Atentamente, y para usted, Señor Corso.

¡Ah, sí, soy un cabronazo engreído! Tiene razón.

El estilo de vida americano.

(Mi subalterno y amigo Carlitos, el Charlie {gastador y pendenciero}, me ha dicho que ha colgado mi blog en el chat de filosofía, así pues, que si entra alguien, amén de Quentetar, al cual saludo desde aquí, como Universos, Lidi, Circe o quien sea un caluroso saludo desde San Diego, California).

Llevo un par de semanas en San Diego, y debo decir que estos norteamericanos me abruman y sorprenden. Siempre los había tenido por unos lerdos y un poco atontados, que gracias a sus dólares mantenían en pie su imperio de burger & coke, y otras garabatadas por el estilo… pero debo confesar que me he equivocado.

Imagino que esa impresión que tenía es tan tópica, como todos aquellos extranjeros que piensan que los españoles paseamos en traje de luces y nuestras españolas con traje de flamenca, un caracolillo en el pelo, delante, en la frente, a modo de matrícula, y pegando taconazos y palmas.

Vivo en una inmensa residencia para solteros. Aquí los españoles estemos o no casados, a todos los efectos somos solteros. Es una residencia acojonante, increíble y tiene hasta los más mínimos detalles.

A unos doscientos metros, el campo de golf, hum, maravilloso, y el clima, envidiable.

La ciudad no está mal, y te queda a un paso, de Los Ángeles (no los de San Rafael), de Disneylandia y de Tijuana (México), ese inmenso burdel urbano.

Sí, los americanos no son tan malos como los pintan, ni tampoco tan estúpidos, los hay cabezas cuadradas, pero visto lo visto y lo leído y lo escuchado que pasa en las Españas, pues mejor me callo, que las comparaciones son odiosas.

Hoy, he cambiado el camón y paso de meterme con nadie, ni hablar de nada pintoresco, prefiero resistirme un poco, porque me va a salir una úlcera con tanta mala leche contenida.

[…]

¡Mierda, no puedo!

Esta mañana no he jugado al golf. Me he dedicado a mariposear por las instalaciones y meterme en internet a disfrutar de una navegación cibernética y aséptica. He hablado con amigos y conocidos.

Todos me han preguntado por mi operación, si había salido bien, y si me encontraba recuperado. Yo, sinceramente, ahora me siento bien, aunque haya perdido más de 18 kilos, y no pueda degustar nunca más esas opíparas comidas que me metía entre pecho y espalda. Esos filetones de buey a la brasa, ese churrasco, ese botillo leonés, esos callos, esos cocidos de tan variopintas regiones, ese marmitaco, que también prepara mi amigo Iñaki, al que todos llamamos el “bilbo”, y en fin, todas esas comidas que son de sentarse, pensar y hacer respiros para poder degustar. Porque la buena mesa es algo que siempre me ha encantado. Me encanta comer, pero comer bien. Me gusta comer con pausa, con tranquilidad, y sobre todo con una buena conversación entre plato y plato. Degustar un vaso de buen vino, sólo uno, como los besos, que si no se me atraganta, y esperar a que se asiente la comida y se haga la digestión fumando un buen habano, un café cortado y un licor.

¡Ay, Virgen del amor hermoso! Todo eso llegó a su fin. Ahora, como si de mi abuela se tratara, Dios la tenga en su gloria, me tengo que conformar con jamón cocido sin sal y sin fosfatos, queso fresco sin sal, pan integral, y todas esas cosas que no saben a nada, que no alimentan y que no sirven para presentar en una mesa.

Envidio a todos aquellos que podéis comer con desmedida desproporcionalidad, y deleitaros con esas carnes rojas y esos pescados azules, y esas salsas que hacen que uno, como un dragón medieval, escupa fuego por la boca. Puta envidia cochina que os tengo. Y siento repulsa por todos aquellos que teniendo la opción de comer de esta guisa, se pasa el día en las hamburgueserías comiendo fast-food y mierdas por el estilo. ¡Idiotas!, aprovechad ahora, que nunca se sabe cuando os saldrá un zaratán en el vientre, y tendréis que cumplir cadena perpetua. Jodido como el corredor de la muerte, para el amante de la buena mesa, la palabra dieta.

Así que cerraré los ojos, y pensaré en aquellos jabalís con castañas que me zampaba con mi amigo, el maestro armero, el difunto JC, y la vil calaña de proa, en los lagos de Covadonga. Las churrascadas de Arteixo con el quinteto de la Baleares. El jamoncito picado con arte, su pan con aceite, sus aceitunitas en la Sevilla de mis entrañas con “er Currito, er Linares y er Pacheco”, y todas aquellas pitanzas, ¡benditas viandas!

Sí, ya sé, que me jodan…

Friday, March 3

La actualidad abruma.

Que los jugadores del Real Madrid se les tacha de ser unos niñatos y pertenecer a un club de millonarios, o que Etoo se queje y proteste porque cierren un campo de fútbol, después de declarar en los albores de la liga que “trabajaría como un negro para vivir como un blanco” (SIC), es algo que me la refanfinfla, me la suda, me la trae floja y un largo etcétera.

A mí del panorama nacional me preocupan otras cosas. Pero hoy, destacaré las atrocidades que se ven y escuchan todos los días en los medios de comunicación. La violencia de género y las agresiones y abusos escolares.

La primera pregunta que me viene a la mente es si esto, ambos casos, han proliferado en la última década o si siempre han existido. Obviamente, la respuesta es sencilla. Siempre han existido. La segunda cuestión que entonces me atenaza es por qué ahora, en pleno siglo XXI, todavía siguen existiendo este tipo de canalladas. La respuesta ya no se me plantea tan sencilla.

El otro día hablaba de que la vida estaba loca, y sin duda, me he equivocado. La vida no está loca, somos nosotros los locos. Somos una pandilla de energúmenos salidos de una caverna, que parece que todavía no hallamos descubierto el fuego ni la rueda.

¿Cómo se le puede explicar a un hijo que halla ciertos tipejos que le metan una somanta a su mujer, día sí y día también, por el mero hecho de que son unos acomplejados de mierda? ¿Alguien acaso cree que son enfermos? Fisiológicamente hablado me niego a admitirlo. Psicológicamente, puede ser, no lo pongo en duda, pero hay es donde tiene que actuar la justicia. Poner freno a esta carrera continua de atropellos y tropelías donde al final por errores burocráticos o por sandeces varias, acaban en los tanatorios mujeres con magulladuras, reventadas, acuchilladas o quemadas, y sus hijos, pequeños, maltrechos y desvencijados, se apiñan en torno a un féretro de madera para llorar sin remisión la pérdida de la única persona que los sostenía. Mientras ellos, los hombres, hombres como yo, pero que en lugar de enfrentarse a sus problemas, prefieren propinarle una paliza a su señora, porque para ellos no vale nada, no vale ni el canto de un duro, y se han casado y es como si fuera un contrato de esclavitud para todo los restos, digo, en lugar de enfrentarse a sus miedos y complejos, prefieren romperle la cara a su señora delante de los críos, delante del vecindario o delante de la mismísima Virgen del Carmen.

Al maestro armero y a mi no nos gusta esa gente. Verdaderamente la aborrecemos, la odiamos más que a los meados de perro y los orines de gato. Las aborrecemos con todas nuestras fuerzas, de igual modo que aborrecemos a un pederasta o a un violador o a cualquier individuo que alcance un orgasmo viendo o haciendo actos violentos. Nos dan tanto asco que cada vez que vemos uno nos entran verdaderas arcadas, y nos hierve la sangre, y se nos recalienta la sesera y a buen seguro que si estuviera en nuestras manos, los colgaríamos por los cojones de un palo bien alto y los dejaríamos desangrar, y que los negros córvidos les comieran los ojos hasta el tuétano. En ocasiones, nos entra tanta rabia que armamos nuestras almas y nos ofuscamos como perros hambrientos a la caza y captura de alguno, y sabe Dios, que es muy sabio que jamás hemos topado uno en el camino, porque sino a estas horas, e ironías de la vida, les escribiría desde alguna cárcel de las Españas. Eso sí, con la testa bien alta y la frente bien clavada al cielo, la conciencia limpia y tranquila y con buenos sueños, como esos sueños cuando un balandro se mece en el mediterráneo o el mar negro un día de calma y calima, y nos acuna como a dos berberechos en la arena.

Basura. Son una maldita basura. Son cobardes, y como son cobardes se enfrentan a sus señoras e hijos, que desposeídos de dignidad, porque se la arrebatan a golpe de bofetada se dejan llevar por la senda del olvido y la vejación hasta que un día, en cualquier telediario, vemos que la palman. Y nosotros, que somos la repera, la reoca y la rehostia nos echamos las manos a la cabeza y decimos qué mal va este mundo y a dónde iremos a parar, mientras, tal vez por las noches escuchamos a un vecino pegar cuatro gritos en su casa y llamarle menos bonita de todo a su mujer… y callamos como putas porque no nos vamos a poner a mal con el vecindario y para eso está la policía. Y claro, para eso están los cuerpos de seguridad del estado, pero hay que avisarlos que no son adivinos, que luego les llamamos cuando todavía está el cadáver caliente y cosido a cuchillazos y les entra la agonía, y la ansiedad, porque los policías también son humanos y hombres y mujeres con dos pares, y se les estremece la sangre cuando ven tanta mierda y tanta miseria y observan como sus manos atadas no les sirven de mucho, porque sino algún juez impecable o algún jurista purista o alguna ONG, como Salvad al maltratador errante, se manifiestan delante de la comisaría o el cuartelillo pidiendo cabezas, y ellos, los policías, los maderos, los negros o los grises; hace treinta años; no se juegan la cabeza ni el puesto porque tienen mujer e hijos a quienes darle de comer, que bastante tienen con que un día al salir de casa, dos terrorista les metan una bomba en el culo, en los bajos del coche o una bala en la nuca delante de su hijo de cinco años, que para toda la vida recordará a su padre, que era un buen hombre y un buen profesional, en el suelo como una colilla con los sesos desparramados por la acera, o que un par de yonkis o de narcos o de mafiosos de poca monta o de mucha monta los aniquilen durante una redada improvisada en una discoteca de un balazo perdido porque se interpusieron en el camino de la bala. Sí, bastante tienen ellos con cubrirse el pellejo y el de la familia como para meterse en camisas de once varas y acabar delante de un togado dando explicaciones y escuchando como en la tele, el pringado de turno habla con absoluta indignación del abuso policial, y rememora las cargas de los antidisturbios en las manifestaciones de la reconversión industrial, que claro como eran jefes de sindicato las veían desde un balcón para no recibir pelotazos de goma, que para eso ya están los obreros, para currar, para dejarse la sangre por un mísero jornal y para recibir leches, que ellos, ¡pobrecitos!, bastante tienen con dialogar con la patronal y los empresarios… pero eso sí, cuando los años pasan y todo se perdona pero no se olvida, que conste, se dan golpes en el pecho como grandes subversivos que pusieron la mejilla y la cacha en las barricadas delante de los maderos. ¡Ja!, me parto de risa, Maria Luisa.

Y el asunto, es que los hijodelagranputacabrones de los borrachos e inconscientes siguen impunemente dando palizas indiscriminadas a sus señoras, porque son sus esclavillas de andar por casa, y cualquier excusa es buena y saludable para hostiarles. Motivos no les faltan, porque se han peinado diferente, porque sonríen, porque salen a hacer la compra sin el burka o como se diga, porque hacen reír a los niños, y los hijos las prefieren; y ellos, estos acomplejados enfermizos y asquerosos no soportan no tener el papel principal en la película y las parten en dos, y en febrero como las rebajas, también sacuden a sus hijos por si las moscas, y luego, si se pasan de la raya, si la cruzan y se calzan a su mujer a batazos, patadas o cuchilladas, se entregan en el cuartelillo cabizbajos y con ojos de cordero degollado, alegando que la culpa era de ellas y que no recuerdan nada, que habrá sido por la bebida o por las drogas y que son unos pobres enfermos que necesitan comprensión y ayuda. Y claro, el policía que les toma declaración se les saltan las lágrimas, porque seguro preferiría estar partiéndole la cara a ese cabrón que aguantar sus mentiras de mierda.

Y luego, nos quejamos de que hay mucha violencia en la tele, y que los dibujos animados del japonesito ese de moda, son un mal ejemplo para nuestros hijos porque es un contestatario y un exhibicionista que enseña las cachas en un parque infantil, en la guardería o el supermercado, porque francamente, somos unos grandes educadores y pedagogos, y conocemos perfectamente a nuestros hijos que son todos unos santos varones y la culpa es de los profesores, las consolas y las compañías, porque están hechos de buena pasta y si le pegan una paliza a un mendigo o a un compañero de clase porque es gordito, se lo habrán buscado que nadie les manda ser indigentes o tener sobrepeso, que para eso hay trabajo a espuertas y dietas de adelgazamiento.

Y si un maestro con dos cojones y hasta los mismos de aguantar chulerías y tonterías de cuatro gilipollas con acné le pone la mano encima, ya sea en defensa propia o ajena, le montan un pollo, le abren un expediente y lo largan a la calle a cajas destempladas, con una manifestación de la leche a las puertas del centro educativo de marras encabezada por algún pollasgili, palabra de moda, con afán de protagonismo, de llenar portadas de la prensa rosa, y esperanzado con que los llamen a los programas matinales donde las marujonas y los aburridos de la vida son indiscutibles forofos.

Pero por supuesto, en las portadas de los telediarios sacan al presidente de un club de fútbol indignado dimitiendo en directo porque no ha sabido gobernar a sus pupilos jóvenes y millonarios, porque la actualidad demanda, y las noticias de ostiones sin h indiscriminados no le interesan a nadie, y los colocan entre un anuncio de desodorantes y otro de ollas a presión.

Thursday, March 2

Historia prometida.

(De cómo Maese Corso y el Maestro Armero conocieron a la Duquesa de Lara).

A la hora quinta, una noche estrellada por la cruz del sur, fondeados en la bahía de Valparaíso, acercose un bote con cuatro remeros, proel y popel, portando una dama hacia el navío.

Subieron primero los bultos, y después, con sutileza, en una canasta, embarcaron a una dama, la sobrina del gobernador de la provincia, Lucrecia de Campanella, Duquesa de Lara.

El capitán de la nao, después de rendir pleitesías, le besó la mano en cubierta; mano que ella no descubrió de su guante de piel negro.

Con voz alta y clara le inquirió, “¿Dónde se hallan los Maeses Corso y Armero, que mi tío, el gobernador a contratado sus servicios para mi protección?” El capitán miró hacia la banda de estribor donde nos hallábamos y con un leve gesto le indicó a la dama, tendiéndole el brazo, mas ella lo rechazó y se acercó a nosotros sorteando drizas, cabos y estachas.

- ¿Maeses Corso y Armero? – A la luz de la luna, en esos mares del pacífico su tez aceitunera resplandecía y sus ojos oscuros se convirtieron en dos llamas.
- Nosotros somos, excelencia. A su servicio.
- Mi tío les habrá puesto al corriente, que debo de regresar a las Españas.
- Cierto, excelencia. No perdais cuidado, que con nosotros estais a buen recaudo.
- Teneis ambos fama de pendencieros, pero buenos maestros con las espadas y la armas de fuego. Protegedme con fiero ahínco, que en llegando a Cádiz sereis bien recompensados.

Hizo un suave ademán con su mano, y se retiró a su camarote.

Los hombres de mar son supersticiosos y cuentan las viejas leyendas que llevar pasajeros, sobre todo si son hembras, traen desgracias para el barco, siendo este hecho más gravoso si se debe cruzar el cabo de Hornos.

La travesía, no empero, fue tranquila. La mar en calma chicha, y el viento fuerte nos empujaban por buenas corrientes hacia el cabo. Varios días después llegamos al cabo de Hornos, y como si el mismo diablo se interpusiera en nuestro camino, el mar se tornó fiero y traicionero, y sus olas como brazos nos envolvieron, arrastrando tripulantes, y pilotos hacia los fondos, que como si de su estómago mismo se tratare devoró sin piedad. Mas como el bien sobre el mal siempre triunfa, la intervención del divino se puso por medio, y pasado el cabo de Hornos, el diablo se retiró y la mar volvió a sosegarse. El viento sopló con fuerza y costeamos por la Argentina, hacia la ruta de los alisios.

A pocas jornadas de tomar la ruta de los galeones que desde las indias llevan el oro a España, un navío de pabellón francés nos interceptó por nuestra amura. Primero disparó dos cañonazos a nuestra proa para frenar nuestro empuje y pronto el capitán al ver su artillería mandó replegar las velas.

A trescientas yardas de nuestro buque, los gabachos apostados para el abordaje, el capitán mandó a la Duquesa y a su ama a su camarote, y ordenó a la infantería que se dispusiera por los palos y a los demás hombres que empuñaran sus espadas, mazas y ganchos.

A cien yardas, mandó el capitán abrir fuego a la infantería, que despellejó a esos perros en su primera línea, mas no hizo que se frenara la maniobra de abordaje.

Ya abordados comenzó el combate. Sacamos espadas y pistolones y cargados hasta los dientes entablamos lid, contra cualquiera que pusiera pies sobre la cubierta. Ya llevábamos cuarenta minutos de matanza y sangría, cuando al capitán una bala perdida le pegó en el pecho cayendo de rodillas primero, y luego boca abajo, muerto y frío. Su segundo, un cobardón que se escondía detrás del timón, estaba a punto de rendir el buque, cuando su contramaestre le golpeó en la cabeza con una jarcia, y seguimos entablando combate.

Algunos gabachos escurridizos se colaron en los aposentos de la Duquesa, y su ama a gritos pidió auxilio. Maese Armero y yo bajamos por la escala de proa hacia la bodega y de ahí hacia el castillo de popa, donde pudimos contemplar y admirar el arte con el florete de la Duquesa, que asestó de dos golpes certeros, uno en el brazo y otro en el pecho al gabacho que la tenía acorralada.

- ¡Maeses, cuidad de mi ama!, que para matar franceses se basta mi espada.- Dijo mirándonos con los ojos crispados y brillantes, excitada por el fragor de la batalla.

Y así estuvimos dos horas más, mandoble por un lado, rajazo por el otro, cuellos cortados, brazos y piernas y algún perdigonazo en la testa, hasta que un artillero avispado, camuflado entre esas bestias, les voló la Santa Bárbara, haciendo saltar por los aires al navío.

Y fue así y no de otra manera, como Maese Corso y Maese Armero conocieron a la Duquesa de Lara, en aguas de Brasil, colonia portuguesa, a primeros de marzo camino de las Españas.
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