Friday, March 10

Encabalgamientos.

La pena es una tristeza y también un apellido, es un sentimiento y también un cabo, que cerca de “Lume de bo”, allá donde se pierde la tierra, dos marineros, que no lo eran murieron intentando recoger percebes, de esos que siembra la mar, en los más afilados acantilados, para atraer a los incautos y también a los expertos, y partirles el alma, destrozarles el cuerpo y escupirlos a la arena. Pena, me dan muchas cosas, la hambruna, la miseria, la violencia, el sinsentido. Pena me da mirar a la gente, que rehuye la mirada cuando te los cruzas en la calle de madrugada, en esas madrugadas de niebla y frío, y lluvia que se anticipa a la tormenta. Pena me da la vida de quienes no pueden disfrutarla y se entierran por momentos en la negrura de sus hogares por miedo.

El miedo es una defensa, y también un sentimiento. Miedo es el nombre que lleva aquel amigo tuerto que vende coches en una esquina, y tabaco de mascar y cigarrillos de contrabando. Miedo es un reflejo que se ve a través de un cristal y plasmado en el espejo del alma de los que sin darse cuenta se esconden de su propia sombra. Miedo me da mirar hacia la sombra que se proyecta tras de mi. Miedo que se confunde con pánico en los estadios de fútbol, en las sesiones discotequeras y en las manifestaciones turbias. Miedo, el que se aprecia en la mirada de esos padres que esperan la llegada de sus hijos a media mañana. Miedo. Esa palabra que reverbera en las paredes de la existencia con tanta insistencia que da miedo. Ese eco que da vueltas cíclicas, y se retuerce en silencio como un cólico de agudo dolor.

El dolor es un acto reflejo, y también un sinsabor. Es algo que cuando pasa no se recuerda pero te queda ese amargo sabor en la boca, como ese pomelo pasado, como esa noticia escalofriante en un telediario. Los hay que se inflingen dolor y los hay que lo padecen. Hay enfermos que prefieren perder el miedo a la muerte y acabar con su dolor, y los hay, que no han pedido estar allí, en el umbral del pantalán donde la parca reposa, y luchan con todas sus fuerzas. Dolor se ve en los ojos crispados y enrojecidos de las viudas y los huérfanos, de aquéllos que un buen día perdieron una parte de sí mismos, una mañana soleada de primavera, o un mes de marzo en un andén de un tren de cercanías. Dolor que se convierte en lágrimas y también en rabia.

La rabia es frustración contenida que un día explota, y también es parte de la naturaleza humana. La rabia la siente los hombres que ven que su mundo se desbarata, que se deshoja como ese árbol de hoja caduca que en el otoño temprano, se fija desnudo y firme a la tierra fértil. Rabia que se convierte en cólera, cólera que se convierte en crispación, en manifestación espontánea y en repulsa. Rabia, cada vez que asomas a la ventana gris de la tierra y descubres en los contenedores de basura el cuerpo magullado de una niña, atada de pies y manos, comiendo sus vómitos. Rabia de no coger un hacha, una guadaña justiciera, y rebanarle el pescuezo a ese maldito tipejo que la somete. Rabia que se convierte en dolor donde la justicia del hombre no alcanza. Rabia es un sentimiento que da dolor, y el dolor se transparenta en lágrimas.

Lágrimas de agua salina sobre el rostro de una niña, sobre el rostro de mil madres que no pueden tener hijas, sobre las mejillas resbalando de mil hombres que no pueden ser padres, sobre la faz de todos aquellos que tienen corazón y saben usarlo. Hay muchas clases de lágrimas. Las hay que salen de la rabia contenida, del dolor, de la desesperación del miedo, las hay que simplemente brotan porque da pena, ver esta mierda de mundo.

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