Tuesday, March 21

Mi amiga la del supermercado, su amiga pelirroja y la amiga de la amiga de la pelirroja.

¡Oiga, que uno no es de piedra!, y se le saltan las lágrimas cuando se pilla un dedo en una escotilla, llámesele puerta o ventana; pero lágrimas que caen por dentro, de esas que te muerdes el labio, de esas que interiorizas como la procesión para que nadie te vea llorar y te saque los colores, que no estamos en edad.

Hace unos días, cierta persona me dijo que estaba obsesionado con las señoras y señoritas que trabajan en los centros comerciales, y que además enfatizaba con mucho énfasis (y perdonen la quasi redundancia) la figura de la cajera. Pero es que a mí, que visto el uniforme más horas al día que Topete monta guardias, me ponen las señoritas de uniforme.

Me encanta pasearme por el Corte Inglés y verlas con esas blusiblas verdes y esas faldas rectas, tipo monástico, bien arregladitas y maquilladas, y las carnes bronceadas a golpe de rayos UVA, o esas otras, más modestas de los supermercados con sus atavíos anaranjados o rojos o verde oscuro, su mirada dicharachera y su sonrisa lisonjera. Sí, realmente me levantan la moral y lo que no es la moral y hacen que aflore en mí y de mí toda esa galantería que guardo para los domingos y las fiestas de guardar.

También, me recriminaban, imagino que con acierto, que trataba siempre muy mal a las mujeres en mis escritos, que siempre las llamaba putas y guarras, y toda la ristra choricera de improperios que uno se pueda imaginar. Pero lo cierto, señores y especialmente señoras mías es que no es así. Yo no trato mal a las mujeres, y a cada una la llamo por su nombre, y la trato como me tratan y como se merecen. Si a alguna la llamo puta, será porque es puta, o sea, una señora barra señorita que trabaja vendiendo su cuerpo para ganarse el pan, y además suelo tratarlas siempre de señoras, pues ese tratamiento así me parece más apropiado. Por supuesto, no soy misógino, al contrario, me gustan más las mujeres que a un tonto un pirulí, y de la Habana, pero esa es cuestión que ustedes ya habrán descubierto.

El asunto es que me encontraba haciendo la compra de la semana en un supermercado próximo a mi piso de soltero, ese especie de picadero, que no es tal, y que uso para guarecerme de la lluvia y las inclemencias de la climatología durante la semana. Allí, en el supermercado, conozco a una señora cajera, de grandes ubres, y digo ubres por aquel dicho exacto y rigurosamente científico, que dice que mano que teta no cubre no es teta sino ubre; embelesados labios rojos gruesos y húmedos y mirada de fuego. Esta señorita, que tan ardientemente describo, la conozco desde mi más tierna juventud, que enchufado a un grifo de cerveza y con Loquillo a toda mecha, en aquel inigualable trabajo de “A por ellos que son pocos y cobardes”, solíamos tontear los sábados por la tarde.

En esa jornada mercantil, me dijo.

- ¿Sabes quién es mi compañera fulanita?
- La pelirroja.- Le respondí. – Siempre me han gustado las pelirrojas.- Continué.
- Sí, esa. ¿Qué te parece?

Yo siempre he sido fiel a mi propia filosofía, esa que dice que es mejor decir la verdad porque se coge antes a un mentiroso que a un cojo, y más vale ponerse colorado una vez, que cien amarillo.

- Creo que es fea como un demonio. Es la típica pelirroja fea, fea con ganas.

Y es que, realmente, es cierto. Entre las pelirrojas no existe un término medio. O son guapas a rabiar, de esas que te cae la baba y el moco tonto, o es fea como un demonio, con ganas, de esas que crees y podrías asegurar que después de hacerla rompieron el molde, o que cuando se hacía el género humano al llegar a ella se quedaron si presupuesto.

Huelga decir, que mi amiga me miró con tanta indignación que si ésta, la indignación fuera físicamente contumaz, me hubiera partido la cara dos o tres veces.

- Eres un cerdo, Corso.

Y tiene razón. ¿Qué me habría costado ser más diplomático y haberle dicho aquello tan socorrido de: bueno, sí, ya sabes, es que yo últimamente…? Pero no, fiel a mi filosofía de a cada cual más borde, se lo solté todo en la cara, como el tipo aquel que después de agarrarse una moña a base de tintorro hace un viaje de dieciocho horas sobre la rueda de un autobús, que para más INRI va camino de una degustación de puros habanos, y se los fuman durante todo el trayecto. Pues eso, que se lo escupí en la cara, y me llamó cerdo, por no darme dos guantazos bien dados y dejarme sentado.

- ¿Cómo puedes ser así?
- No sé, pero tú eres muy guapa, ya lo sabes.

Ella en el fondo se rió, y soltó una leve pero picaruela sonrisa, iluminándosele los ojos. Ella sabía que yo sabía que en otro tiempo le hubiera hecho el amor en un descampado, y le hubiera pedido en matrimonio, y sé que ella sabe que hubiera dejado de trabajar y sería un amo de casa fantástico, de esos que planchan los domingos a la tarde, ven las telenovelas y a Maria Teresa Campos.

- Eres un granuja.

La cosa se iba suavizando. Y sino fuera por el carácter trasnochado y apocado que me caracteriza de no mezclar el trabajo con el placer, le hubiera plantado un señor beso en la boca entre los congelados y las mermeladas.

Sé que ahora pensarán aquello tan didáctico y ético, que en la literatura se entiende por clavar un clavo y colgar un cuadro, o sea, que he planteado algo pero que no lo doy finalizado, y esa es la cuestión, que sin duda, no me interesa finalizar lo que he empezado, entre otras cosas porque he perdido el hilo de la trama, porque estoy cansando y porque la pelirroja no me atraía nada. Así que, si se preguntan por la amiga de la pelirroja, me han pillado con las manos en la masa, porque la he puesto en el título porque me gustan los títulos largos, y no tengo ni idea de por donde continuar.

Y como no sé por donde continuar, y para darle en la cabeza a mi doctora en nutrición, les contaré lo que les pasó a la pelirroja y a su amiga, que un día en un parque dándole de comer a los buitres, porque aquí son así de grandes las palomas, que nosotros llamamos gaviotas, se les acercó un joven apuesto y comenzó a fotografiarlas. Una, dos, tres… enésimas veces las fotografió. Al finalizar, ellas, entre cohibidas y cautivadas, le preguntaron al fotógrafo para que eran esas fotos. Un anuncio, una postal de esas que pone recuerdo de…, para turismo rural, un book… En fin, para qué demonios había sacado tantas fotografías. El joven que era muy apuesto, y guapetón o así diría uno de mis ayudantes, que por cierto es gay, y no porque sea alegre, sino porque es homosexual, se quedó mirando para ellas y les dijo.

- Señoritas, les debo confesar, que embotello anís el mono, y me he quedado sin etiquetas.

Que sí, que es cruel… y pido perdón, doctora, y que en el fondo sabe usted que no soy así, que soy un pedacito de pan, un simple hombrecillo tímido que no sabe donde esconder la cabeza, y que dejo correr mi imaginación con la misma y certera suerte que mi lengua. Pero, por favor, le pido, que no me vuelva a inyectar otra de esas inyecciones de agua destilada.

No comments:

Mi Ping en TotalPing.com Creative Commons License
CARTAS ABIERTAS by www.diariodeprovincias.blogspot.com is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.