Monday, March 6

Melodía Nocturna

No sé si fue el viento golpeándome la cara, pero me desperté repentinamente. Las ventanas abiertas de par en par, y el cortinaje moviéndose con la soltura que le provocaba la corriente de aire, que como un tropel entraba en el dormitorio. Eran las tres y cuarto, la hora bruja, esa hora mágica en la que los duende, o eso dicen, recorren las casas, los pasillos vacíos y los espacios mudos al amparo de las sombras que dibuja la luna.
Levantado, y enjuagado el rostro, apagué la luz del baño y caminé despacio por el pasillo guiándome, como si fuera un faro, por las brasas agonizantes de la chimenea. Escudriñé el silencio nocturno, buscanco a esos malditos duendes, que me esconden la cartera, que me abren los cajones y me derrumban las columnas salomónicas de libros que luchan contra la gravedad en la biblioteca. Pero no hubo suerte, y nuevamente se escaparon. Tal vez, alguno, osadamente, se quedó tras de mí, vigilante y sonriente.
Ya no pude dormir.
Tomé la valija que estaba preparada para salir al día siguiente, y la repasé mentalmente. Cada dirección, cada destino. Entre todo aquel correo, tu carta asomó bruscamente, como si la mano de un duende la empujara hacia mi. ¿Acaso debe releerla?
Abrí el sobre. Ese sobre que inmaculadamente había cerrado con mi saliva, la misma saliva que en otro tiempo compartía con la tuya, en aquellos besos sin final, donde no había retorno, donde las manos se fundían con tu cuerpo menudo y los abrazos nos encadenaban a la cama en una acelerada y apasionada velada.
Sé, que despedirse por carta está mal. Sé que es una necedad, pero me siento cobarde para enfrentarme a ti. Pero también sé que si te miro a los ojos, mi corazón me traicionará y mis labios buscarán la miel de tu boca, y no puedo seguir de esta manera. No puedo seguir tentando al diablo, destronando mi mente ante la sugerencia de tu cuerpo, destruyendo mi vida, cada vez que veo tus formas grabadas sobre mi lecho, yaciendo con los ojos cerrados y ese gesto sereno.
Esta vez, el duende se quedará con las ganas. Ya no romperé más cartas. Esta llegará al buzón, y algún inocente cartero, la introducirá por la ranura de tu puerta. Sólo me resta esperar. La madrugada se aventura próxima. Tomaré la carta, y mezclada con el resto de los sobres, la meteré en el agujero negro del buzón, ese agujero que se me antoja angosto y tenebroso, y también doloroso, pero que como todo en la vida pasa.

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