Saturday, March 4

El estilo de vida americano.

(Mi subalterno y amigo Carlitos, el Charlie {gastador y pendenciero}, me ha dicho que ha colgado mi blog en el chat de filosofía, así pues, que si entra alguien, amén de Quentetar, al cual saludo desde aquí, como Universos, Lidi, Circe o quien sea un caluroso saludo desde San Diego, California).

Llevo un par de semanas en San Diego, y debo decir que estos norteamericanos me abruman y sorprenden. Siempre los había tenido por unos lerdos y un poco atontados, que gracias a sus dólares mantenían en pie su imperio de burger & coke, y otras garabatadas por el estilo… pero debo confesar que me he equivocado.

Imagino que esa impresión que tenía es tan tópica, como todos aquellos extranjeros que piensan que los españoles paseamos en traje de luces y nuestras españolas con traje de flamenca, un caracolillo en el pelo, delante, en la frente, a modo de matrícula, y pegando taconazos y palmas.

Vivo en una inmensa residencia para solteros. Aquí los españoles estemos o no casados, a todos los efectos somos solteros. Es una residencia acojonante, increíble y tiene hasta los más mínimos detalles.

A unos doscientos metros, el campo de golf, hum, maravilloso, y el clima, envidiable.

La ciudad no está mal, y te queda a un paso, de Los Ángeles (no los de San Rafael), de Disneylandia y de Tijuana (México), ese inmenso burdel urbano.

Sí, los americanos no son tan malos como los pintan, ni tampoco tan estúpidos, los hay cabezas cuadradas, pero visto lo visto y lo leído y lo escuchado que pasa en las Españas, pues mejor me callo, que las comparaciones son odiosas.

Hoy, he cambiado el camón y paso de meterme con nadie, ni hablar de nada pintoresco, prefiero resistirme un poco, porque me va a salir una úlcera con tanta mala leche contenida.

[…]

¡Mierda, no puedo!

Esta mañana no he jugado al golf. Me he dedicado a mariposear por las instalaciones y meterme en internet a disfrutar de una navegación cibernética y aséptica. He hablado con amigos y conocidos.

Todos me han preguntado por mi operación, si había salido bien, y si me encontraba recuperado. Yo, sinceramente, ahora me siento bien, aunque haya perdido más de 18 kilos, y no pueda degustar nunca más esas opíparas comidas que me metía entre pecho y espalda. Esos filetones de buey a la brasa, ese churrasco, ese botillo leonés, esos callos, esos cocidos de tan variopintas regiones, ese marmitaco, que también prepara mi amigo Iñaki, al que todos llamamos el “bilbo”, y en fin, todas esas comidas que son de sentarse, pensar y hacer respiros para poder degustar. Porque la buena mesa es algo que siempre me ha encantado. Me encanta comer, pero comer bien. Me gusta comer con pausa, con tranquilidad, y sobre todo con una buena conversación entre plato y plato. Degustar un vaso de buen vino, sólo uno, como los besos, que si no se me atraganta, y esperar a que se asiente la comida y se haga la digestión fumando un buen habano, un café cortado y un licor.

¡Ay, Virgen del amor hermoso! Todo eso llegó a su fin. Ahora, como si de mi abuela se tratara, Dios la tenga en su gloria, me tengo que conformar con jamón cocido sin sal y sin fosfatos, queso fresco sin sal, pan integral, y todas esas cosas que no saben a nada, que no alimentan y que no sirven para presentar en una mesa.

Envidio a todos aquellos que podéis comer con desmedida desproporcionalidad, y deleitaros con esas carnes rojas y esos pescados azules, y esas salsas que hacen que uno, como un dragón medieval, escupa fuego por la boca. Puta envidia cochina que os tengo. Y siento repulsa por todos aquellos que teniendo la opción de comer de esta guisa, se pasa el día en las hamburgueserías comiendo fast-food y mierdas por el estilo. ¡Idiotas!, aprovechad ahora, que nunca se sabe cuando os saldrá un zaratán en el vientre, y tendréis que cumplir cadena perpetua. Jodido como el corredor de la muerte, para el amante de la buena mesa, la palabra dieta.

Así que cerraré los ojos, y pensaré en aquellos jabalís con castañas que me zampaba con mi amigo, el maestro armero, el difunto JC, y la vil calaña de proa, en los lagos de Covadonga. Las churrascadas de Arteixo con el quinteto de la Baleares. El jamoncito picado con arte, su pan con aceite, sus aceitunitas en la Sevilla de mis entrañas con “er Currito, er Linares y er Pacheco”, y todas aquellas pitanzas, ¡benditas viandas!

Sí, ya sé, que me jodan…

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