Thursday, March 16

El señor topo, la puta de Estaca y otros retratos.

El señor topo, que se partió el espinazo y parte del colon, un día de borrachera, y murió solitario y triste en un burdel de la fraga de O Cebreiro, solía cantar viejas canciones prohibidas, en lupanares de categoría, cuando estaba bebido hasta las cejas, y ciego como un berberecho de tanto anís el mono. El señor topo, que había sido la gran estrella de un capítulo del Bosque Animado, se esforzó, hasta la muerte súbita, en demostrar que era un gran actor. No un actor de reparto, ni un figurista o extra, no. Un gran actor a lo Robert de Niro, a lo Antonio Quin y John Wayne. Pero la vida, que es muy perra incluso para un topo, no le dio la oportunidad de demostrar su talento y sus tablas sobre un escenario, donde seguramente, las niñas de bien, los señoritos de capital de provincias, y los ilustres académicos y demás elenco hubieran llorado con sus largos parlamentos shakesperianos y gongorianos y calderonianos, y se hubiera partido el mentón en su más ligera faceta cupletera.

Por eso la puta de Estaca, aquélla que le dejó mamar de sus pechos, que murió sobre sus brazos tatuados por un maestro chino, con unos pechos enormes y una boca también enorme y succionadora, se ha ido a entrevistar con el señor alcalde y todos los ediles, incluido el de cultura para pedir y solicitar un homenaje póstumo al señor Topo. Se habla incluso, lo dicen las malas lenguas, esas mismas lenguas que rezan el rosario a las siete antes de misa, y luego se la restriegan por las narices, soltando improperios impropios de tan dignas damas, en las salitas de té y chocolate, donde un cura, con sotana, y canana pistolera, se aposta extravagante delante de un buen vaso de aguardiente, y se muestra enfervorizado y más salido que un oso panda ante tanta hembra que lo idolatra y venera, y digo, restriegan sus lenguas viperinas e impregnadas de cicuta sobre cada palabra mal intencionada que por su boca negra escupen; y dicen las muy desfloradas que vendrán insignes personajes del medio de la farándula, el espectáculo y las letras, que hoy en día, ¡válgame la expresión!, es un circo italiano de ridículos artistas trasgresores y demócratas convencidos que se pajean delante del País o la Vanguardia, o se orinan en los artículos de la constitución a ritmo de blues nacionalista y patético.

La señora puta de Estaca, que es más señora que las del rosario, pero menos que mi madre que era una santa, pero más que aquella novia que tuve, cuando hacía la mili, que por no decir que no se encuadraba en toda cama que se le abriese, y es que era muy puta, y no soportaba, siempre según su versión que sirviera de regular en las Chafarinas, porque haciendo honor a la verdad, yo fui de los que hice la mili y juré bandera, y me pasé dos meses encerrado en un cuartel de instrucción con nueve brigadas y tres mil hombres de las Españas, y cien lecciones básicas de cómo tener ardor guerrero y amor por la patria… pues esa novia mía que me escribía con celeridad exquisita palabras que me subían el espíritu y el alma y todo aquello que el bromuro no asolaba, era una gran puta. Pero no una señora puta, como la puta de Estaca, que se puso al oficio con quince años y dos pesetas para alquilar una cama, en una pensión barata, cerca del muelle, donde los marineros melancólicos, los borrachos y los navajeros, además de los estibadores, los milicos y los arponeros de esos extintos balleneros del Japón, saciaban su apetito con esta buena señora, que cerraba los ojos, y fingían con un arte sin igual, que se podían escuchar sus orgasmos en toda la comarca, y que hubiera merecido un Goya de la Academia a la mejor interpretación femenina… Pues ella, que siempre me lío y nadie me para, ha invitado a la ceremonia de homenaje al Poste eléctrico, que malvive en un motel de carretera a base de vender pañuelos y botellines de agua, y pasa los días en el fondo de una botella de vino agrio y barato. Y también, ha pensado, que ella es puta pero piensa mucho y bien, que también invitará al gobernador civil o al delegado provincial, a la ministra de cultura, a la presidenta de la Academia cinematográfica y a las letras “T, O, P, O” mayúsculas y minúsculas de la Real Academia.

Porque el señor Topo se merece un homenaje, uno bueno. Uno de esos en los que hay música de una buena orquesta verbenera, y al final del acto un opíparo pincho con vinito de la tierra, tortilla de patata y cebolla, empanada de carne y pastelillos de merengue. Porque el señor Topo era un gran artista y mejor señor, de esos caballeros que quedan pocos, de esos que después de eyacular se bajaban al pilón y descoyuntaban la lengua en darle placer al clítoris de la señora puta, que es un pene atrofiado, pero que la vuelve loquita y un poco lasciva cuando se lo sintonizan. Sí, todo un caballero, que fumaba tabaco de liar aromático, y le dejaba propina además de los honorarios, y siempre iba aseado, y no hacía falta pasarle revista como a aquellos marineros de un destructor que escondía más allá del refajo de los huevos, o sea entre el escroto y el ano, en el periné un patatal, y sobre los rizados pelillos un rebaño de ladillas grandes como centollos.

Y el día del acto, que está programado para el siete de julio, y san Fermín, porque al señor topo le gustaban muchos los sanfermines y vestirse de blanco y pañoleta roja, y corretear con sus parcas piernezuelas delante de un astado, ella, la señora puta de Estaca se vestirá de largo, con ese vestido de escote de vértigo, y esos tacones que desafían la gravedad y los tobillos. Ese vestido de lentejuelas rojo y negro, con el que cautivó a Su Majestad el Rey de Madagascar en un cabaret de la carretera de Murcia hace muchos años, y que le regaló un ramo de rosas y una botella de champán francés, y le hizo el amor, como sólo los monarcas de Madagascar saben hacerlo, a golpe de tambor y salto tribal y pintado hasta los riñones con sangre de una cabra sacrificada. Y todo, se imagina saldrá excelente. Saldrá “optimo”, como dice la portuguesa, que es otra señora puta que trabaja vaciando orinales y haciendo camas desde que dejó la profesión.

Sí, al señor topo le harán un homenaje póstumo. Porque en este país de panderetas, toreros y tonadilleras, los mejores homenajes son los póstumos, y porque somos de la particular idea que todos los buenos se van, y quedamos los malos, los perdigueros y los alelados. Y Dios, que es así de ruin o caprichoso o egoísta, o eso pensamos, se lleva a los buenos, a los ganadores, a los altruistas y los campeones del arte, la música y la releche bendita. Y como se nos mueren, ¡pues qué coño!, homenaje al canto, con estatua o placa, con nombre de una plaza, calle o avenida. Con banda de música municipal y bando del señor alcalde, y un rendido minuto de silencio. Que no digo yo que eso esté mal, que está muy bien que no se pierda de la memoria a la buena gente, y también a la mala gente. A esa menos. Que es importante acordarse y más todavía recordar a esa panda de cabrones que también se los comen los gusanos y se entierran en tierra limpia y no en una fosa común, bañados en cal. Y reitero, no está mal, al contrario, siempre es bueno recordar y no sólo cuando nos sale de los cojones, o no tenemos una final de la copa de campeones o el último estadio de la vida, obra y milagros de algún concursante de algún ridículo, estúpido y absurdo reality show.

Por ese motivo, hoy mi corazón se agita, y si tuviera alma hasta botaría de albricias al saber que en la Biblioteca Nacional le celebran un homenaje a don Francisco Ayala y además, no está muerto.

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