Saturday, December 5

El día que me vendieron un bebé. (Primera parte)

Cuando aquel veranillo de San Miguel, cero ocho cero cero, un sargento instructor artillero, nos mandó correr por la “dolorosa” cargados con los macutos y los fusiles, y caladas las bayonetas; y el sudor nos recorría la frente, y la nuca, la espalda y hasta la rabadilla; y las botas, recién estrenadas, te cortaban impíamente los talones y podías notar la sangre deslizarse sobre el grueso calcetín hasta la planta del pie. Ese veranillo, como les decía, más de uno con grandes lagrimones en los enrojecidos ojos, con el cuerpo sin alimento y con muchas horas de falta de sueño, desfallecía. Cada zancada, que se “talonaba”, para hacer retumbar la asfaltada pendiente, zarandeaba el cuerpo, y el alma y los adentros. Y en cada zancada, un clavo acerado se clavaba en el pié tan adentro, que se estremecía el cuerpo, y se erizaban todos y cada uno de los vellos. Doscientos metros hacia arriba, doscientos metros hacia abajo, media vuelta y empezar, doscientos arriba, doscientos abajo, media vuelta y empezar. Él que tenía fuerzas, miraba el reloj entre jadeos. Las nueve y cuarto. […]

"El Bósforo es la mejor vista del mundo, quien lo niega insulta al Dios".
Edmondo de Amicis.

Que las señoras de bien, se fuman un winston de madrugada, en los balcones de sus casas palaciegas, que tienen vistas al gran canal de Venecia, es tan incierto como que los perros que se cruzan con ardillas son más preciados por los cazadores, por su talento natural a la hora de olfatear el rastro de una hormiga.

Lo único que es cierto, y doy fe, es que todos los días amanece, ya sea aquí, en Fortaleza (Brasil), en San Isidro (Frontera USA con México), en Alberta (que también es nombre de mujer), en Madrid, y en Estambul. Y también es cierto, o eso dicen los eruditos más eunucos y rutilantes, que anochece, aunque, ¡vive Dios!, que nadie sabe, si es al anochecer o de madrugada, cuando las señoritas de a pie, las más urbanitas, se abanican el pocete. De hecho, in fact, que dirían los pérfidos ingleses, nadie lo quiere constatar.

Puede que alguien, si es que alguien lee esto se pregunte, el por qué de esta introducción, y como mencioné hace algún tiempo, nada y todo tienen que ver. Y es que pensando en esas señoras tan estupendas que me avivan los colores, los músculos y los vasos sanguíneos recordé que una vez, hace mucho tiempo, paseaba por Estambul.

Si han estado en Estambul, no les diré nada que no sepan. No les diré que se adentren en la blue Mosquet o Aya Sofía, no les diré que se acerquen a Dolmabahçe o Topkapi, ni siquiera les diré que paseen por las orillas del Bósforo, ni se pierdan por el barrio de Taksim. Y por supuesto, no les hablaré en absoluto del Gran Bazar.

Y si no han estado nunca, tampoco les hablaré de todo lo que he mencionado antes, porque tendrán que descubrir ustedes mismas esta grandiosa ciudad, donde se entremezclan los olores del azafrán, el pescado fresco, el incienso aromatizado y el cordero del kebab. Eso, mis queridas señoras, tendrán que descubrirlo por si mismas. Y tendrán, por su cuenta y riesgo, que fornicar con un turco, de trabajo sus labores, y que se llamé Yaman, si desean recrear la pasión turca de Gala. Aunque, por supuesto, lo dejo a su elección, que el fornicio es muy íntimo y personal.



"End of story", 1976, Jan Saudek


 
(Si ahora me pudieran ver, verían que bajo mi mimeta, a la altura de la bragueta se ha izado el mástil; porque el fornicio es íntimo pero la imaginación inagotable, y me las imagino a ustedes, a horcajadas, sudorosas y trémulas, desnudas sobre el asiento abatido del autobús; sus pechos turgentes y desafiando el espacio que media entre mis manos. Puestos a imaginar, ahora en este tambaleante flotador, las veo apretando con fuerza, mientras soy yo, y no el turco, el que intenta romper el sitio numantino de su sexo desnudo).
   
No sé si les he mencionado alguna vez, que me gusta tomar café. Soy un cafetero social. Tomo café, mientras hago que leo el periódico, y observo. Y mientras observo, recuerdo; porque es mentira el mito de que un hombre sólo pueda hacer una cosa a la vez; recuerdo, les decía, que en cierta ocasión estando en Estambul, la de Turquía, paseaba por la orilla del Bosforo. De momento, les advierto, que olía a yarim ekmek recién hecho, a humedad mañanera y señora.
 
Nota.- La segunda parte se hará esperar, mañana regreso al hogar.

Thursday, December 3

Normal, sólo aparentemente normal.

Algunas veces pasa. Algunas veces, sin querer o sin saberlo, ocurren cosas como estas. No sé si me entienden, creo que no, porque todavía no les he dicho el qué.

Ayer, les comentaba de las proezas, aventuras y desventuras, del intrépido lanza zapatos, de cómo de un hecho pueril y puntual, se había magnificado, y vaticinaba, como si fuera un viejo oráculo, que algún día acabaría en la pequeña pantalla, en algún programa hemorroidal o un reality show.

Y, ahora, a estas horas, que son las mismas en todas partes, si no contamos o descontamos los desfases de husos horarios, aparece un nuevo caso de desvergüenza, de praxis sin praxis, y una nueva y revolucionaria metodología de la ética…. Pero permítanme ponerles en situación.

Serían las ocho de la mañana, las cinco en España, más o menos, y me encontraba lavándome la cara, las partes y las axilas, por parroquias, en un hotelucho de Mombasa, el Royal Hotel, para más señas. Una de estas mañanas, que inusualmente, el agua cae a cuentagotas. Les recomiendo que para lavarse los piños, usen agua embotellada.

Bajé a la cafetería, que se encuentra dividido en dos. Una parte en el interior, que descarto por la humedad y la falta de aire acondicionado. Y la otra, en el frontal del hotel. Esta tiene unos amplios arcos que conducen a la calle, donde autobuses, taxis piratas, carricoches y automóviles de toda clase, discurren atropelladamente por la arteria principal. Desde donde estoy situado, esperando un té, puedo ver el pórtico de colmillos de elefante que da el pistoletazo de salida y entrada a la frenética avenida. Un hombre alto y con la cabeza afeitada, portando un cetme, custodia el banco y casa de cambio que hay en la esquina que se enfrenta al hotel.

Sí, todo es normal, aparentemente normal. Tres chiquillos, eso son, pasean por no decir que se tambalean por delante del hotel, con unas pequeñas botellas de plástico; en algún momento contuvieron agua, ahora sólo pegamento o tal vez gasolina. Tienen la mirada ida, y uno de ellos, él más bajito me mira desafiante. Yo le sonrío, y creo que ha comprendido al momento mi arqueo de cejas, le van a propinar un varazo, en todo el lomo, mira hacia atrás y echa a correr. Siempre se lo digo al Maestro Armero, no hay nada como avisar para no parecer un traidor. Corren por la avenida, cruzando entre el amasijo de coches y se pierden por la izquierda donde la estación de autobuses barra estafeta de correos barra parada improvisada de taxis sin licencia, que son como microbuses infestado de gente y carricoches. Sí, todo parece normal, muy normal, hasta la humedad que me pega la camisa al cuerpo es todo lo normal e indeseable que uno desea.

El Maestro Armero se ausenta para pedirle a una señorita, la llamamos Rubí, la diosa de ébano, que le prepare el desayuno. El siempre ha sido de desayuno americano, panceta, huevos, patatas, y un café, aunque ahora descafeinado. Dicen que el truco para tomarse un café con leche es pedir un “White caffe”, pero no se lo traguen, lo mejor es pedirse un té, a secas, sin leche, porque la leche, la mala leche ya la pongo yo. Creo, también, que les mencioné que desde el casamiento de mi compadre, se me ha vuelto algo amanerado en las formas, y ahora en lugar de usar una tarjeta usa móvil, y en lugar de escribir extensas epístolas a sus novietas, ahora usa el Messenger. Pues eso, que he aprovechado la coyuntura y he abierto el portátil, he tomado las riendas del mismo, y he buscado la prensa.

Y ahí, es donde debió comenzar la historia, antes de tanto desayuno a la americana, aseo y visita virtual por una calle de Mombasa. Allí, en un artículo de El Mundo, firmado por Lucía González, su titular “Autorretrato dibujado de un condenado”, donde narra, la periodista con una increíble asepsia la vida de Andrés Rabadan, más conocido como el “asesino de la ballesta”. Hace quince años, yo ya tenía más de quince años, rememoré el caso. Contaba en su artículo la señorita Lucía, que el otrora “asesino de la ballesta”, cumplía condena de veinte años en el pabellón psiquiátrico de La Modelo; que para los que no sean nacionales les diré que es una Centro Penitenciario, ubicado en Barcelona. Relataba las pericias del susodicho joven que a temprana edad descarriló tres trenes, eso sí sin dejar heridos, y por último y cito textualmente: “mató a su padre con una ballesta”.

Pero el caso, señoras mías, mi debilidad (jajaja, doña Mayte, como me ha calado), no es en sí el caso, ni la repercusión mediática del acto en su día, ni las consecuencias, no, no, no, no quiero abordar eso, quiero abordar el efecto dominó. Ahora, publicará un comic, del cual les adelanto un retalillo extraído del mismo periódico, y será protagonista de una película. No sé quién encarnará su papel, pero en fin… lo anecdótico, por no decir, lo mierdático, es con que suma facilidad supina este tipo de historias triunfan. Ayer triunfaba un tipo que lanzaba zapatos, hoy, el comic de un crío que llevado según este artículo por una esquizofrenia delirante paranoide, se cargó al padre, y hace también unos días, el “Solitario” publicaba sus memorias.

Sí, que grandes para la sociedad. ¡Dios no lo quiera, que alguno los emule! Encontrando en cada uno de ellos un lado “endiosable”, donde uno encarne al justiciero global, al chico rebelde o al Robin de los Bosques moderno.

A mi, por lo que a mi respeta, si tuviera glándulas lacrimales, que no las tengo desde que me estalló una mina antipersona en los Balcanes, en este preciso instante me caería una lágrima espesa, pero no de tristeza sino de rabia.

Ya llega el Maestro Armero, acompañado de la diosa de ébano. ¡Cómo sonríe esta muchacha, con esos dientes tan blancos y esa piel tan oscura y brillante! Llega justo en el momento, que golpeo con el puntero la equis de la página de este blog.

- ¿Algo interesante, Corso?

- No, amigo, la misma mierda de siempre.

Y nos carcajeamos un rato, un rato largo, mientras una bandada de córvidos revolotea por encima de la calle estrecha y angosta donde los mercaderes keniatas venden máscaras, lanzas y dedales. Nos carcajeamos como dos viejos sin dientes, y Rubi, la diosa de ébano, que en verdad no se llama Rubi, pero es una santa, además de guapa, se nos queda mirando perpleja, y pensará para sus adentros, todos bonitos y perfectos: qué tipos más raros estos dos italian bussinesmen, que sólo toman cafés, güisqui y hacen fotos de las chatis en el Florida.

Publicado en El Mundo. Artículo de Lucía González

Wednesday, December 2

Expediente Al Zaidi o la historia del zapato.

Muchos de los presentes recordarán a este sin par y osado iraquí, que tuvo los santos cojones de lanzarle no uno, sino dos zapatos al mismísimo y todo poderoso George W. Bush, Presidente y Comandante en Jefe de los Estados Unidos de América. Dicen, las malas lenguas, que siempre las hay, y son muy desconsideradas, que tras su detención, le dieron de ostias hasta en el carné de identidad, o el similar y homologado que tengan los iraquís. Que fue acusado, y condenado por agresión a un Jefe de Estado extranjero y tuvo, en principio que pagar una pena de tres años de prisión, nada recomendable, si me lo permiten precisar, eso de cumplirlo en una prisión iraquí.


Algo así como el “Expreso de Media Noche”, pero con más calor y más ostias para el cuerpo.

El asunto es que el “Quijote” que nos ocupa, de visita en París, en las Francias de toda la vida, ha recibido de un compatriota, también iraquí, y refugiado en el país galo, un generoso zapatazo, el cual, al igual que en su día, el Presidente Tejano, esquivo por la mínima, rozando éste, el zapato, el larguero pero sin llegar a consumar el gol.

Se le quedó cara de empanado. ¿Acaso, pensaba que ahora que había abierto la veda del tiro libre con zapato, él quedaría invicto? Casi puede darle gracias a Ala, de que no le hayan metido entre ceja y ceja un tiro, con una bala de punta de goma, con la inscripción “In God Trust”, por parte de un “red neck” que pasara por las Galias de paseo turístico o con premeditación y alevosía patriótica a lo Jack Ruby.

Se le quedó cara de “apampado”, mirlado, acampanado, apirolado, anonadado, y casi todo aquello acabado en –ado y que suene a tonto del culo… porque muy iluso o inocente tiene que ser uno si se piensa que abriendo el cortijo de los zapatillesco en este perro mundo; donde cada uno, hijo de su mamá y su papá, culo veo culo quiero. Y se acabó eso de la titularidad, que para lazar zapatos y zapatillas no hay un copyright.

Tal vez, ahora esté indignado, y su familia dolida, y abochornada, por el hecho de recibir la misma moneda con la que él pagó. Pero es lo que tiene el cambio, que la vuelta, desde la entrada del euro, siempre es impredecible. Lo es en un café o una barra de pan, imagínense en un certero zapatazo.

Y, en fin… que como todos somos criaturitas, también cuentan, las mismas malas, que le han salido ofertas comerciales, de casamientos y bodorrios y televisivas. Así pues, les aviso, y el que avisa no es traidor, que no se extrañen ni escandalicen ni se les quede cara de haber recibido un zapatazo, si un día, no muy lejano, se lo encuentran en algún programa chorra de esos que dan por la caja mágica de los colorines, o sea la televisión. O, o, o, esperen que me emociono como un señor ardilla en celo de the Grand Canyon, o quien lo verá como concursante de intercambio en el Gran Hermano 12 o así,¿no?, en fin, están avisados.

Yo, que soy más clásico, me voy a limpiar mi fusil, que es un barrett, que a mi particularmente, me parece de mayor precisión, porque las cosas con son, soy un romántico.


La espada de Damocles

Tuesday, December 1

Linchamiento Pastrana



Suena (el epígrafe) como una de esas canciones protesta, de algún cantautor trasnochado y pasado de moda, ciudadano del mundo porque en su país está en busca y captura por rojo o comunista, o por todo lo contrario. Y, que en ocasiones, amén de sacarse para las habichuelas, clamaban verdades como puños, tan grandes como panes, como esas ostias como panes que, más de una vez, deberíamos repartirnos.


Todos somos culpables, o como se diría en el argot periodístico, que tan en boga está en estos días: todos somos “presuntamente” culpables.

Somos presuntamente culpables de imbuirnos en la masa, y la masa, se convierte en turba, en jauría, en una gran ola enfervorizada de personas que dejan de ser personas para convertirse en un solo y automático movimiento colectivo.

Es parte de nuestra naturaleza, agruparnos para recibir y para repartir.¡Cuán equivocado estaba Rousseau, al proclamar que el hombre es bueno por naturaleza!

No tenemos un ápice de bondad. La bondad representa la debilidad del hombre frente al hombre, y eso se convierte en un lujo que no nos queremos permitir. La bondad, la caridad, la solidaridad son artículos de alto diseño, rarezas de culto que pasan de boca en boca en las tertulias del café de la sobremesa, pero que no pasan de ahí.

También, existen verdaderos y distintos susurradores de masas, pero todos tienen un mismo nombre la mezquindad o el interés.

Mezquinos, como los medios de comunicación que se hacen eco de noticias sin contrastar. Mezquinos, como los que filtran información sin saber las repercusiones que sus palabras pueden tener.

Realmente es tan grave la falta como la abundancia de información.

Es como una adicción. Cuánta más dan, más queremos saber, aunque no la entendamos y aunque, en la gran mayoría de las veces esa información sea errónea o lleve a conclusiones erróneas.

Ya no nos conformamos con imaginar como es la muerte, sino que necesitamos verla en directo, y más tarde, para acallar nuestra conciencia individual nos volvemos a mezclar en la turba para solicitar justicia poética.

Mezquinos, también, somos nosotros, que dejamos apartado en el limbo nuestra razón, para tomar prestada la deformada razón colectiva.

Y qué mejor colofón, para acallar nuestras sucias conciencias que pedir a gritos un linchamiento sea éste, físico o moral. Sin duda, la mejor medicación para este cáncer que nos devora y que, al menos, hoy, no tiene cura.

Después, tranquilos, entonaremos un sutil “mea culpa”, y depuraremos responsabilidades, que en eso de depurar, o sea, señalar con el dedo o tirar la piedra y esconder la mano, nosotros somos doctores honoris causa.
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