Wednesday, March 29

Los cuchillos cebolleros, la primavera y otros desmadres.

Hoy, les escribo en uno de esos altos en el trabajo, deleitándome con el insulso sabor de un sándwich vegetal, de esos que odio tanto y la música inapropiada para el momento, de Mozart. Esa música que sirve para descansar, para dormir, y al mismo tiempo para alterarte el ánimo, y darte un punto fijo en el horizonte para no quedarte dormido.

Música que los niños bien no escuchan porque no se le pone tiesa y no les hace desvariar, pues el tema de soñar les sabe a poco, y se pajean como pollinos en los cementerios, amen de otras cuestiones escatológicas en las cuales prefiero no entrar.

Una mierda para todos los presentes que se pajean en los cementerios.

El asunto, es que descanso, sobre mi silla de cuatro patas, y frente a mi castrense ordenador personal, en mi nueva e ilustrada oficina de un buque de guerra. He finalizado, no con cierta pesadumbre, un informe sobre un accidente ocurrido a bordo, donde una pierna joven de un joven marinero se tropezó con un cuchillo cebollero, y le llegó al hueso, y le partió el músculo pero no le hizo sangrar, por lo menos más de lo pudorosamente necesario.

En ocasiones, me preguntan si la vida en el mar es bella. Yo siempre respondo que depende. Depende del día, de la mar, del ánimo y de una serie de factores que ahora no viene al caso enumerar, porque ni tengo ganas de enunciarlos ni ustedes de escucharlos, o debería decir leerlao? Las esencia es que navegar como todo en la vida, pasa por un montón de ciclos, de etapas, y cuando esas etapas se queman, no queda más que un vago recuerdo, más o menos grato, y un cierto regusto en la boca, como esos calambres post – coitales que le dan a uno en la entrepierna, que no joden pero atormentan después de una buena, regular o mala faena.

Pero la vida en un barco tiene más intríngulis que esas trasnochadas y románticas puestas de sol, que nosotros llamamos asépticamente ocasos, o esos lacónicos y fríos amaneceres, que nosotros llamamos ortos. Sí, la vida marinera es una vida de sacrificio, donde se duerme poco y mal, donde se come un rancho demasiado frío o demasiado caliente, y donde mires a donde mires solo ves mar. Sí, esa es la verdadera vida marinera. El resto, las aventuras, las puestas de sol en el Caribe de mis amores, y las señoritas de bien y alcurnia o las putas exuberantes de los mares del sur y norte, son solo leyendas urbanas y un tanto mitificadas por ajenos a la profesión.

¡Sí, lo sé! Estoy tirando por tierra, con la mayor gratuidad del mundo, todo aquello por lo que vivo y he vivido. Ese mundo mágico de piratas y corsarios, mercenarios de la mar, en busca de fortuna, honor y gloria. Pero es que hoy, ese puto y traicionero cuchillo cebollero no sólo sesgó el músculo pernil de un marinero, también me arrojó un jarro de agua fría sobre la cara, cuando dormía en mi plácido sueño, y por un momento, me ha hecho regresar a la realidad cruda e inevitable, y joder… como duele ver tanta mierda…

Mañana, o pasado mañana, o tal vez otro día, (y pongo comas y oes porque me sale de los huevos), me retracte abogando a sus sentimientos de niños peleones y culos aburguesados que se pajean en cementerios. Pero hoy, estoy tan cansado de todo, que no tengo argumentos ni para sostenerme a mi mismo. Así pues, me despido, les digo buenas noches, que descansen, que se lo pasen pipa, que vean la tele por mi, ya que a mi no me gusta, que duerman sobre sus camitas grandes y lustrosas y cenen sus opíparas cenas preparadas con artesanal amor por sus mamás, esposas o empresas de catering, que yo me voy a mi coy, del holandés kooi, a cagarme en la madre de alguno, en el cuchillo cebollero y todos esos desmadres que mi juventud perdió en pos del servicio renumerado a la patria. Y es que la primavera me altera…

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