Thursday, February 23

Esta vida loooooca. (Primera parte)

A mi perra Lola, la encontré dentro de un saco de patatas, atada con una filástica, en la orilla del mar. Y no es una licencia poética que me quiera marcar, sino literalmente como lo cuento. Por aquel entonces, todavía sin destetar, tenía el cuerpo cubierto de sarna, golpetazos y pulgas. Ahora, con el paso del tiempo, se quedo raquítica, a duras penas alcanza los cuatro kilos, pero tiene unas ubres lecheras que le llegan al suelo y arrastra, porque la muy pelandrusca se fue de picos pardos con un yorksire enano, que la acarameló una noche fría durante el celo. Y ella, que es muy promiscua para lo poca cosa que es, se dejó llevar y se quedó preñada. Huelga decir que del yorksire poco hemos sabido y por supuesto no se hará cargo de la camada. Con lo cual me río yo de los ciento y un dálmatas de las narices, que formaban parejita perenne de por vida, fornicando entre ellos solos y cuidando humanamente de su prole. Porque seamos serios, ¿qué se puede esperar de un animal que lo primero que hace es olerle el culo a otro? Pues eso, un polvete rápido, un aquí te pillo aquí te mato, y hasta luego, si te he visto no me acuerdo.

Y mientras la perra de Lola se pasea fatigosamente por la casa, miles de españolitos de a pie y de a caballo celebramos los veinticinco años de aquella fracasada y malograda intentona de golpe de estado, aquel famoso 23-F, de nuestra historia moderna y post - dictatorial, intentona transitiva, por aquello de estar en la transición, que nos tuvo en vilo, en suspense y de rodillas, muchos de miedo por los tiempos que podían avecinarse, y otros (esperemos que los menos) para que el generalísimo resucitara y tomara de nuevo las riendas del nuevo y pecaminoso estado liberal y demócrata.

Y es que a decir verdad, nuestra democracia es la repera de buena, y lo digo sin ironías, es una democracia que ha sabido adaptarse sin derramamientos de sangre innecesarios y auparse a las posiciones que ocupan otras naciones europeas y transcontinentales. Sí, hemos y estamos viviendo en una buena democracia.

Y es una buena democracia porque cumple el principio básico para lo que fue concebida, “engaña al pueblo para que el pueblo te apoye”. Y de esta guisa, vamos tirando millas, y cohetes, y lentejas a ritmo de pasodoble desde hace ya unos cuantos años. Y no nos podemos quejar, porque hacemos lo que queremos, nos reímos de quien nos da la gana, y aun encima nos ampara la ley. Porque la ley, viéndola como justicia, está para defender los intereses de todos sin prejuicios ni milongas. Para que cumpla la pena de igual manera, un señor que roba una gallina en Córdoba, en un mercado, porque tiene quince hijos con más hambre que el perro de un ciego, o un etarra que mata a diez personas con una bomba de TNT a la puerta de un supermercado. Sí, todos somos iguales ante la ley, y la justicia nos ampara. Y ya sé que no es igual robar una gallina que matar a una persona, y por eso la justicia dosifica las penas según la gravedad del delito, o eso dice…

Pero además, tenemos libertad. ¡Qué gran palabra! Podemos salir a la calle y disfrutar de nuestra libertad, intercambiar ideas con otras personas, sin importarnos lo que piensen o sin preocuparnos de que un gris, porra en mano, y grillera próxima, nos esté esperando y vigilando para darnos dos bofetadas con la mano abierta, llamarnos rojos y meternos en la furgoneta a leche viene leche va. Sí, libertad, qué gran palabra.

Lola, que está a mi lado, me mira un tanto avergonzada, y yo que soy un amo moderno y liberal le acaricio detrás de las orejas, y le resto importancia. ¡Qué puñetas, a todos nos puede pasar!, eso de echarnos un “kiki” y que luego tengamos sorpresa. ¡Pues hala!, Lolita, tú tranquila que todo pasa.

Y mientras eso pasa, en este país nuestro de cada día, siguen pasando cosas también, porque triunfó el sentimiento de la razón y la lógica por encima del irracionalismo de la sinrazón y la locura. Sí. (Una frívola afirmación sarcástica).

Aunque claro, no siempre todo nos sale rodado, y la vida se vuelve una tómbola o una ruleta rusa, de esas que revolver en mano con cinco vacíos y una bala del treinta y ocho en la sexta, da vueltas y vueltas y al final nos descerraja un tiro. Porque sí, porque es así, porque la libertad (esa gran palabra) es palabra que no sirve de nada sino aprendemos a ejecutarla, si pensamos que la libertad es hacer lo que queramos y pegarnos un par de risas. Y la libertad implica compromiso y responsabilidad. De hecho, la libertad conlleva más obligaciones que derechos, porque la libertad es un compromiso social, pero también individual.

Y claro, lo fácil como siempre es cerrar los ojos, ponernos la venda en los mismos y pasar de todo, que pase el tren y salga el sol por Antequera y ya está, y el resto que lo arregle el boticario, el señor alcalde, un ministro, un presidente de gobierno o un señor de Ávila que pasaba por allí, que mientras nosotros haciendo uso de nuestro más fundamental derecho de la libertad, nos manifestaremos por mil chorradas como que no pisoteen los céspedes los viernes por la tarde, que no caguen los perros en la calle o que no se meen los niños bien, encurdados, cuando finalicen los exámenes, que hace muy feo y muy poco digno verle la pilila a un muchachillo de dieciocho años, y una parrochilla a una cría de la misma edad miccionando (que es el gerundio de expeler orina) en plena rambla, en un portal o levantando la patita en la Puerta del Sol.

Y a aquellos que se manifiestan por cosas serias, y probadamente oportunas se les tacha de radicales, de antiprogresistas o malos demócratas, y se les dice cualquier lindez a la cara, porque tenemos la facultad de poder cagarnos en la madre de cualquiera, y al que le guste bien y al que no también, porque así nos lo hemos montado.

Y mientras, la Lola se rasca el lomo, la educación en España va de culo y marcha atrás, porque ahora los afluentes del Ebro nos chupan un huevo y parte del otro, porque la formulación de la orgánica es para marisabidillas y el latín y el griego han pasado de ser dos lenguas muertas para convertirse en dos posturas que añadir al Kamasutra. Y, inconscientemente, pero no de iluso, sino de borrego, celebramos ligas, copas y mundiales, y olvidamos la historia, hasta tal punto, que volvemos a repetirla con o sin darnos cuenta, y volvemos al punto de partida donde la jodimos en el treinta y seis, en el ochenta y uno y en cada uno de los acontecimientos estúpidos que no nos da la gana de retener, porque qué jodido eso de tener una memoria selectiva sólo para recordar lo que nos place y para olvidar todo aquello que nos haga pensar, sentarnos un rato, tomar un respiro a la hora del almuerzo o en la sobremesa, que siempre ha sido más española, y recapacitar y darnos de bruces contra una pared, como una ciega sin bastón. Porque hace tiempo que hemos perdido el norte. Hace tiempo que navegamos sin rumbo, dando tumbos y al garete como un viejo cayuco que se le ha gripado el motor. Y nos rompemos la cabeza con un libraco de esos que nos da las instrucciones de los móviles, el mp3 o el dvd, y que siempre vienen en japonés, pero olvidamos leer con detenimiento el libro de instrucciones de nuestra propia existencia, y seguimos y seguimos, dando vueltas, vueltas que giran y giran como una gran espiral hasta que un día, tal vez mañana, tal vez otro día, nos descerrajemos ese puto último disparo que queda en la recámara de un revolver que huele a tabaco, whisky, pólvora y vómito.

Pero tú tranquila, Lola, que eres una perra, y no tienes porque pensar en esta vida loca.

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