Sunday, June 11

El irlandés.

Era un grupo de once o doce jóvenes. Estaban sentados en un banco, con los pies sobre los apoya culos, y los culos sobre los reposa espaldas. Era un grupo heterogéneo y rondarían los catorce o quince años, aunque a esas edades los niños siguen siendo niños y las niñas se han convertido en muchachas. Su timbre de voz era alto, y se pasaban, como en aquellas comunas hippie de los sesenta la maría, una gran botella de dos litros con un oscuro brebaje.

Mi perro les observaba con atención y el rabo levantado. Los observó un rato y comenzó a mover el rabo. Él sabe mejor que nadie distinguir un niño de un hombre. Y al él le gustan los niños porque le dan juego y le hacen pegarse unas buenas carreras. Sí, este perro, emula a los perros policía, pero en lugar de identificar droga, localiza niños, su ingenuidad infantil y su deseo de jugar. Se acercó a ellos, y a una prudente distancia los olió, dejó de mover el rabo, y dio media vuelta. Ya no los consideraba unos niños en potencia ni acto para jugar.

Aquel príncipe sajón, que le sacó las castañas del fuego a Martín Lutero, solía comentar para sí en voz baja, aquello de que siendo niño los adultos le obligaron a hacerse adulto, y que siendo adulto ya no le dejaban volver a ser niño. Algo así, pero más drástico, traumático y caótico les está pasando a nuestros niños.

Los niños crecen y se convierten en adultos antes de tiempo. Se saltan la niñez más poética para centrarse en una pubertad acelerada e impulsiva que los condena hacia el camino de una madurez mal construida y cimentada.

Mi querido amigo, el profesor don Ignacio da Silva, me suele comentar en sus cartas, que sus hijos han perdido la infancia en un soplo de aire. Que han pasado de aprender a andar, a buscar la forma más acertada para pasar sus controles los sábados por la noche. Él se echa la culpa. Sí, se siente culpable, porque el sentimiento de culpabilidad de un padre o una madre radica en ver como se destruye su hijo sin poder evitarlo. ¿Qué pasa cuando pones todos los medios, la comunicación y el amor paternal sin recibir o conseguir nada? En ocasiones, en sus cartas, me comenta que se siente impotente y desolado.

Yo suelo leerlo con atención. No sólo porque sus epístolas sean verdaderas obras de arte, donde la literatura y las palabras y la realidad se combinan en una acertada y hermosa amalgama de sentimientos sino porque escribe verdades como puños que golpean mi indiferencia. Después de leerlas, siempre te queda ese regusto, como el de la perdiz confitada, en el paladar, que te acompaña hasta el café, y el muy jodido me obliga a pensar.

Que vivimos en una época anómala no le puede extrañar a nadie. Ningún alma de este mundo se sorprende. Pero lo cierto es que verdaderamente no vivimos, sobrevivimos. Sí, incluso aquéllos tipos y tipas que no tienen preocupaciones vitales porque tienen los bolsillos llenos o el corazón lleno. Sobrevivimos en una sociedad que viaja demasiado rápida, con un ritmo trepidante y vertiginoso, como un coche de alta cilindrada que se ciñe suicida a las curvas de un acantilado a gran velocidad.

Sobrevivimos en una sociedad que nos demanda seguir su paso. Un paso revolucionado. Los padres, corriendo en sus carreras “esprintantes” laborales, se ven obligados a abandonar a sus hijos, los cuales quedan en manos de las viles aves de rapiña. No hablo de esos padres que ganan seis mil euros al mes en sus cómodos despachos, sino de los que no llegan a los seiscientos y hacen diez o doce horas diarias para llevarles un plato de comida caliente.

Mi amigo el portugués, entonces, se pregunta si son los profesores quienes tienen que tomar el relevo de los padres. Pero después de unas aseveradas premisas, reconoce que los profesores también sobreviven en una carrera loca a la sociedad. Tal vez, los maestros y profesores sufren más, porque mientras intentan educar sin éxito a los hijos ajenos, deben dejar en manos de las aves de rapiña a sus propios hijos.

Y mientras tanto, en el parque, donde mi perro observa en silencio y cauto al grupo de jóvenes, que beben y ríen pensando que la vida es una panacea, y donde el maná crece en los árboles por obra y gracia de las bebidas espirituosas, yo también les contemplo.

Y contemplándolos, me pregunto que pensamientos les vendrá a la cabeza a la mañana siguiente, cuando con la lengua de trapo y el estómago perforado, se arremolinan de rodillas sobre la taza del retrete. Que les pasará por la mente a esas niñas, que se lavan en la ducha con firmeza para sacarse el olor a hombre, y a esos niños que se creen hombres por haber descubierto su sexualidad solos. Y pienso que me están gritando. Pienso que con su comportamiento acelerado nos están lanzando un mensaje de socorro, sin que en sí mismos se den cuenta.

Viendo esto, esta imagen desoladora producto de la sociedad en la que sobrevivimos pero que construimos, tenemos todavía la oportunidad de parar en seco su maquinaria relojera, tomar un respiro para meditar con calma y sopesar si merece la pena autodestruir el único bien que hemos creado desde el amor, aunque haya sido por un instante eyaculador, nuestra juventud.
Mi perro observa a los niños que huelen a hombres. Me mira con desdén y burla socarrona como buen irlandés. Él, que es ella, ha preferido en otras ocasiones pasar penurias y hambre y recibir varapalos de la vida y de los hombres antes que despegarse de su camada.

Y es entonces, cuando la palabra animal cobra un nuevo significado para mí pero eso es otra historia.

No comments:

Mi Ping en TotalPing.com Creative Commons License
CARTAS ABIERTAS by www.diariodeprovincias.blogspot.com is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.