Tuesday, June 13

La cena, memoria y los versos.

Mientras escribo estas líneas, todavía, mi cabeza retumba como el motor de explosión de dos tiempos de un viejo y roído tractor. Y es que ya no estoy para chanzas tan particulares y majestuosas como la cena de anoche, donde las viandas suculentas en conjunción con un mágico y soberbio líquido elemento nos transfiguró a los presentes.

Allí estábamos reunidos, lo más granado del pueblo. El barbero filósofo, el maestro, el cura párroco; de sotana impecable y canana pistolera; esa sotana dominguera que guarda sobre su hombro derecho el surco de la correa de su escopeta, el maestro armero y un elenco de personajes venidos de la capital para dar cuenta de la pitanza.

Y, como les decía, la conjunción de las carnes y los postres, de los vinos y los licores desataron nuestras lenguas comenzando una tertulia, de esas tertulias de café de abolengo, atmósfera de humo de puro habano, y un castrati entonando un miserere.

Hubo tiempo para hablar de batallas, de duelos dialécticos en defensa de la palabra y los argumentos, de disertación y discurso ebrio y socarrón y de memorar con la copa en la mano, años de amistad y trabajo juntos, y de oraciones también, cuando bajo una misma bandera, luchamos en nombre del Rey, como corsarios que fuimos, haciendo rodar cabezas entre mandoble y mandoble, arcabuz y algún que otro porrazo.

También hubo tiempo para el silencio, ese que rompe el alma, y atrae la tristeza, ese que desoye la cabeza y te hace rodar lágrimas, que caen con pesada levedad sobre las mejillas e intentas disimular, aunque no puedes, ni debes, ni sabes, ni quieres...

En un momento de la noche, el barbero filósofo se arrancó por soleares, y con paso firme y genuino, burló a la muerte, con su danza macabra, remoderando los tiempos, aquellos tiempos, en que acompañado de un mono ilustrado, sacaban monedas a los piadosos beatos a las puertas de las iglesias. Y bailó con los tacones, mientras los presentes dábamos palmas, y un nutrido grupo de estrellas iluminaban la estancia.

Hubo tiempo para la risa.

Pero la magia llegó cuando, el señor maestro, sacó de su cartera de piel, ajada por los años, y los mocos, y la lluvia traicionera del verano, y el orvallo del invierno, y las brumas, y el salitre; un librillo de poemas. Bebió un sorbo de su copa y entonó con precisa y glauca voz de flautista tenor su garganta para templarla. Y declamó a Machado con insospechada delicadeza y armonía, que si cerrabas los ojos, te parecía verlo, atravesar la frontera, ligero de equipaje, o en aquel patio andaluz, donde, tal vez, todavía, madure un limonero.

Fuere como fuere, mientras la voz timbrada del maestro castellano llenaba la estancia de versos sentidos, me alejé hacia la ventana por donde, en una rendija, una suave brisa que olía a marea baja me golpeó la cara.

Y la poesía y el aroma de la mar, me trajeron a la cabeza, los versos de una gran poetisa mexicana; ya les he comentado que la noche era mágica; que tengo el honor de conocer.

Sus versos están cargados de belleza y fuerza. Una fuerza que le sale de los adentros, de los hígados y los riñones y los pulmones. La fuerza de la palabra que sólo una mujer que es madre e hija y esposa y luchadora sabe transmitir y difundir. Versos que como un hierro al rojo fuego, se te clavan en la memoria y en el corazón, y cuando los tienes clavados, tan profundamente, no hay forma humana de extraerlos.

Y es que esta poetisa mexicana, lleva en la sangre la lucha y la ternura, allá en su tierra de Tapachula, Chiapas, con un mar de memoria, donde huele a viento y brea y mi ventana ya no se divisa, pero donde siempre le dejo una luz encendida para que vele mis sueños.

Porque el secreto de su magnificencia y su brillante certeza armonía poética, radica no en la palabra escrita, ni en las estructuras firmes, y ancladas. Radica en que cada palabra brota de su corazón e irradia bondad.

Sí, bondad. Cada poema que leo me acerca más a la bondad, y por ende a la filantropía y amor por el ser humano. Por que, ¿qué se puede esperar de una mujer que solamente es feliz masticando la felicidad de los demás? Ese amor altruista y desinteresado que le deja una áurea limpia, cristalina e inmaculada, que se refleja como la luz en un espejo, en una majestuosa obra.

Sé que muchos se preguntarán quién es, y sin duda alguna, debería por respeto a la humanidad y al mundo de las letras desvelar su nombre, pero ese ser egoísta que me atrapa, me dice que les niegue ese placer y me lo guarde para mí.

Y así lo haré, guardaré para mí, el nombre de esta mujer de corazón descarnado por el amor y la bondad, la ingenuidad y la fiereza, que un día me encandiló, sin necesidad de malas artes ni engaños; sólo con la fuerza de su palabra.
[...]
"Estoy contigo...
sin ropa, sin prejuicios
acariciándote lentamente
provocando tus sentidos
despertado tus institntos"
Fragmento del Poema "A solas", de la poetisa mexicana (amiga mía) Ana Guadalupe.


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