Wednesday, October 22

Mi amiga la profe, y el que me jodió la historia.

Tengo una amiga, y cuando digo amiga es sólo amiga; que, aunque respeto de igual modo a las señoras que a las señoras putas, también es cierto que no me gusta tirarme flores cuando no son de recibo. Decía, que tengo una amiga, que es profesora de “conocimiento del medio” o sea las “sociales” de toda la vida, que me llamó el otro día por teléfono.

Sépase de ante mano, que rara vez, por no decir aquello de “nunca jamás” cojo el teléfono. Entre otras razones, todas poderosas como los pechos de la teutona señora puta de un lupanar berlinés que conocí en otro tiempo; porque cada vez que respondo es para indicarme el lugar al cual debo dirigirme para hacer mi trabajo.

¿Cuál es mi trabajo? Seguro que algún marisabidilla, pijotero y amariconado, se lo pregunta, mientras me pone verde, y verde le come la envidia que le corroe, delante de la pantalla de su ordenador, tal vez, maybe, una TFT, en su cutre y aburrido trabajo de oficinero. Aunque, qué Dios me perdone, hoy en día no se está para andar derrochando trabajos. Así pues, retiro eso de “cutre”.

El caso, les decía, que mi amiga me llamó por teléfono, y que yo contesté. Quedamos, un par de horas más tarde para tomar un café. Y aquí, también debo hacer un paréntesis, puesto que no sólo resulta extraño que coja el teléfono, sino que también resulta cuando menos anecdótico que me halle en la misma ciudad.

Tomamos un café, después de otro y otro, hasta que su tensión arterial y la mía se dispararon con tanta cafeína recordando aquellos tiempos mozos en que jugábamos a las canicas y a los médicos detrás del palco de la verbena en las fiestas del barrio. Y mientras sorbía con sutileza mi cortado, recordaba aquellas pequeñas y duras mandarinas que se apostaban tras su incipiente sujetador de hembra, que con los ojos cerrados, todavía sabía a goma de mascar mientras la besaba.

Y esos pensamientos, jaculatorios, y demás, debió ella de rememorar porque invadida por una ardiente faz me miró, y con cierto desdén engañoso, me llamó cochino. Luego, risas, risotas y un poco más de cafeína.

[Discúlpeme un momento, pero voy a entornar la cortina, pues desde la ventana de este piso franco de Lisboa, me enfrento a una plaza, y desde ella, la ventana, veo como un mameluco de tres al cuarto, deja que su perro se cague vivo en medio de ella, donde niños y ancianos, parejas de enamorados y encabritados bobalicones y bobaliconas pasean y juguetean y, como se dice hoy entre bastidores unionistas europeos, se sobetean a la francesa. Y seguro, porque pasa y siempre ha pasado, que es una puta ley física. Alguno de estos que he nombrado, pisará distraídamente la deposición del cánido y acabará de bruces contra el suelo adoquinado, o cuando menos y a lo mejor, con un zapato manchado de mierda. ]

Y en tanto la cafeína hacía su efecto adrenalínico, y los recuerdos sugerían mucha tontería de otros tiempos y otros entornos y otros ensueños….

En fin… todavía pienso en el maldito incívico y su perro. Mañana, les cuento.

2 comments:

Patrícia Cunegundes said...

Que bueno volver a leerte.

Corso said...

Que bueno saber de ti.

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