Thursday, December 3

Normal, sólo aparentemente normal.

Algunas veces pasa. Algunas veces, sin querer o sin saberlo, ocurren cosas como estas. No sé si me entienden, creo que no, porque todavía no les he dicho el qué.

Ayer, les comentaba de las proezas, aventuras y desventuras, del intrépido lanza zapatos, de cómo de un hecho pueril y puntual, se había magnificado, y vaticinaba, como si fuera un viejo oráculo, que algún día acabaría en la pequeña pantalla, en algún programa hemorroidal o un reality show.

Y, ahora, a estas horas, que son las mismas en todas partes, si no contamos o descontamos los desfases de husos horarios, aparece un nuevo caso de desvergüenza, de praxis sin praxis, y una nueva y revolucionaria metodología de la ética…. Pero permítanme ponerles en situación.

Serían las ocho de la mañana, las cinco en España, más o menos, y me encontraba lavándome la cara, las partes y las axilas, por parroquias, en un hotelucho de Mombasa, el Royal Hotel, para más señas. Una de estas mañanas, que inusualmente, el agua cae a cuentagotas. Les recomiendo que para lavarse los piños, usen agua embotellada.

Bajé a la cafetería, que se encuentra dividido en dos. Una parte en el interior, que descarto por la humedad y la falta de aire acondicionado. Y la otra, en el frontal del hotel. Esta tiene unos amplios arcos que conducen a la calle, donde autobuses, taxis piratas, carricoches y automóviles de toda clase, discurren atropelladamente por la arteria principal. Desde donde estoy situado, esperando un té, puedo ver el pórtico de colmillos de elefante que da el pistoletazo de salida y entrada a la frenética avenida. Un hombre alto y con la cabeza afeitada, portando un cetme, custodia el banco y casa de cambio que hay en la esquina que se enfrenta al hotel.

Sí, todo es normal, aparentemente normal. Tres chiquillos, eso son, pasean por no decir que se tambalean por delante del hotel, con unas pequeñas botellas de plástico; en algún momento contuvieron agua, ahora sólo pegamento o tal vez gasolina. Tienen la mirada ida, y uno de ellos, él más bajito me mira desafiante. Yo le sonrío, y creo que ha comprendido al momento mi arqueo de cejas, le van a propinar un varazo, en todo el lomo, mira hacia atrás y echa a correr. Siempre se lo digo al Maestro Armero, no hay nada como avisar para no parecer un traidor. Corren por la avenida, cruzando entre el amasijo de coches y se pierden por la izquierda donde la estación de autobuses barra estafeta de correos barra parada improvisada de taxis sin licencia, que son como microbuses infestado de gente y carricoches. Sí, todo parece normal, muy normal, hasta la humedad que me pega la camisa al cuerpo es todo lo normal e indeseable que uno desea.

El Maestro Armero se ausenta para pedirle a una señorita, la llamamos Rubí, la diosa de ébano, que le prepare el desayuno. El siempre ha sido de desayuno americano, panceta, huevos, patatas, y un café, aunque ahora descafeinado. Dicen que el truco para tomarse un café con leche es pedir un “White caffe”, pero no se lo traguen, lo mejor es pedirse un té, a secas, sin leche, porque la leche, la mala leche ya la pongo yo. Creo, también, que les mencioné que desde el casamiento de mi compadre, se me ha vuelto algo amanerado en las formas, y ahora en lugar de usar una tarjeta usa móvil, y en lugar de escribir extensas epístolas a sus novietas, ahora usa el Messenger. Pues eso, que he aprovechado la coyuntura y he abierto el portátil, he tomado las riendas del mismo, y he buscado la prensa.

Y ahí, es donde debió comenzar la historia, antes de tanto desayuno a la americana, aseo y visita virtual por una calle de Mombasa. Allí, en un artículo de El Mundo, firmado por Lucía González, su titular “Autorretrato dibujado de un condenado”, donde narra, la periodista con una increíble asepsia la vida de Andrés Rabadan, más conocido como el “asesino de la ballesta”. Hace quince años, yo ya tenía más de quince años, rememoré el caso. Contaba en su artículo la señorita Lucía, que el otrora “asesino de la ballesta”, cumplía condena de veinte años en el pabellón psiquiátrico de La Modelo; que para los que no sean nacionales les diré que es una Centro Penitenciario, ubicado en Barcelona. Relataba las pericias del susodicho joven que a temprana edad descarriló tres trenes, eso sí sin dejar heridos, y por último y cito textualmente: “mató a su padre con una ballesta”.

Pero el caso, señoras mías, mi debilidad (jajaja, doña Mayte, como me ha calado), no es en sí el caso, ni la repercusión mediática del acto en su día, ni las consecuencias, no, no, no, no quiero abordar eso, quiero abordar el efecto dominó. Ahora, publicará un comic, del cual les adelanto un retalillo extraído del mismo periódico, y será protagonista de una película. No sé quién encarnará su papel, pero en fin… lo anecdótico, por no decir, lo mierdático, es con que suma facilidad supina este tipo de historias triunfan. Ayer triunfaba un tipo que lanzaba zapatos, hoy, el comic de un crío que llevado según este artículo por una esquizofrenia delirante paranoide, se cargó al padre, y hace también unos días, el “Solitario” publicaba sus memorias.

Sí, que grandes para la sociedad. ¡Dios no lo quiera, que alguno los emule! Encontrando en cada uno de ellos un lado “endiosable”, donde uno encarne al justiciero global, al chico rebelde o al Robin de los Bosques moderno.

A mi, por lo que a mi respeta, si tuviera glándulas lacrimales, que no las tengo desde que me estalló una mina antipersona en los Balcanes, en este preciso instante me caería una lágrima espesa, pero no de tristeza sino de rabia.

Ya llega el Maestro Armero, acompañado de la diosa de ébano. ¡Cómo sonríe esta muchacha, con esos dientes tan blancos y esa piel tan oscura y brillante! Llega justo en el momento, que golpeo con el puntero la equis de la página de este blog.

- ¿Algo interesante, Corso?

- No, amigo, la misma mierda de siempre.

Y nos carcajeamos un rato, un rato largo, mientras una bandada de córvidos revolotea por encima de la calle estrecha y angosta donde los mercaderes keniatas venden máscaras, lanzas y dedales. Nos carcajeamos como dos viejos sin dientes, y Rubi, la diosa de ébano, que en verdad no se llama Rubi, pero es una santa, además de guapa, se nos queda mirando perpleja, y pensará para sus adentros, todos bonitos y perfectos: qué tipos más raros estos dos italian bussinesmen, que sólo toman cafés, güisqui y hacen fotos de las chatis en el Florida.

Publicado en El Mundo. Artículo de Lucía González

4 comments:

UnaCreativa said...

Oh Dios :p que cosas...nunca me ha pasado jaja
Nice...chequea lo q me gané :D

Corso said...

"Chequearé, señora mía, chequearé"

Amélia Ribeiro said...

Hola Corso!

Muchas gracias por tus oraciones.
Te lo agradezco de corazón!
Cuando el tiempo me permita vuelvo para leerte con la atención que mereces!

Un beso desde Portugal!

 Mayte said...

Podría escribir tantas cosas ahora mismo. Quizás triunfen de cierta forma esas historias porque el morbo ha ido creciendo en una sociedad decadente, pero al decir esto siento que repito un discurso que alguien ya ha escrito en alguna parte, en otro tiempo, somos la constante repetición de nuestros actos, hoy un nombre, hace siglos otro.

Un hombre sin lágrimas, hay que ver. Me ha sorprendido -aún no sé cómo- el gesto que ha tenido con el pequeño, las miradas a veces suelen ofrecer más que reproche.

En fin, un biko.

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