Sunday, March 5

Camino de Tijuana.

mortificatus quidem carne, vivificatus autem Spiritu
EPISTULA I PETRI, 8, 18


Permítanme que el primer domingo de Cuaresma, comience esta pequeña carta en latín, y con un versículo de la primera carta del Apóstol Pedro, pero es que camino de Tijuana, ese gran burdel urbano que ya les he mencionado, esas palabras retumbaban en mi como una maza, eso es, como si una gran bola de demolición me golpeara la cabeza.

No es que sea lo que se dice muy reflexivo, tal vez, si lo fuera, no escribiría sobre tantas cosas y sin meditarlas con suficiente precaución, o quizás, sea demasiado reflexivo y muy inconsciente y me importe un carajo lo que piense nadie sobre mí. Sí, creo que va a ser eso último… Siempre he sido de la convicción de que el hombre, no como género, sino como especie tiene el poder ilimitado de la creación. Tiene la libertad para poder hacer a su antojo lo que desee y, también, la libertad para llevar a cabo lo deseado. Cuando uno realiza lo que desea con un buen fin, le llamamos responsable, y cuando lo hace con un objetivo negativo, lo tachamos de irresponsable, egoísta o criminal, porque atenta contra los intereses colectivos. Porque, seamos serios y severos, no nos queda otra que vivir en colectividad, y el que diga que puede sacarse las castañas solas del horno, es un mentiroso, un orgulloso y un charlatán, porque en esta época en la que nos ha tocado vivir, lo que más necesitamos precisamente es compañía, porque la compañía da conversación, y de esta se sacan los aprendizajes y de ellos experiencias y por último éstas nos hacen ser más o menos humanos. Y la cuestión es humanizarse, lo demás son milongas, patrañas y calandracas, como aquellas que comían en los barcos de vela y también ahora en vapores y turbinas los marineros para desayunar y coger fuerzas, pero que absorbidas lo único que queda es cagarlas.

Camino de Tijuana, mirando a través de la ventanilla, sentado en la parte de atrás, miraba el paisaje, si es que se le puede llamar paisaje a ese lugar desierto y polvoriento, a aquella carretera de película de terror y persecuciones, donde un tipo con cara de malo batía records de velocidad pisando el acelerador a todo gas, y los polis ponían controles, con coches cruzados y megáfono y remigton en mano para pararle los pies, el chasis y lo que se moviera. Y ahí, en esa autopista, que no iba al cielo, camino de los burdeles tijuaneros, me vino a la mente esa frase que el cura católico de la base sentenció en latín para los españolitos, por otro lado, imagino que una reminiscencia del pasado, de cuando ejercía su labor apostólica en aquel país que entronizaba a un señor de bigotillo, y en Palomares beach los aviones cagaban bombas atómicas y un ministro que ahora es senador se tuvo que bajar los pantalones y meter en el agua, aunque eso de que un político se baje los pantalones lo venimos haciendo desde Godoy, pobrecico, el afrancesado, que cargado de buenas intenciones abrió las puertas hacia Europa, y consiguió que además de corrientes de aire, entraran los húsares franceses, también la infantería en cuadro, los cañones y la caballería y el cuñado de Napoleón y después su hermano, y se pasearan por España como Perico por su casa, hasta que nosotros, mentecatos paletos como se nos llamaba, se nos inflaron los innombrables y ataviados con horquillas, guadañas y trabucos nos echamos al monte a pegar tiros, y despellejar gabachos hasta que el perro inglés, muy interesado, nos echó una mano y nos cortó las alas, para despedir a cajas destempladas a los gabachos imperialistas y laicos. Y como siempre hemos sido un pueblo que nunca se ha sentido como tal, y que nos amalgamamos a lo que nos echen, pues eso, que el Pater sentenció en latín, y nosotros sonreímos por no hacerle un feo, por ese maldito complejo de inferioridad que nos precede y nos marca y nos imprime carácter.

Pero, el asunto que me trae a escribir estas líneas no éste, que tal vez, lo será otro día, sino el hecho en sí, de esa frase lapidaria e incendiaria que este domingo de Cuaresma dijo un Pater marine de Kansas, o de Kentucky o de Alabama, que se convirtió al cristianismo aquella noche, cuando su padre un devoto de los encantadores de serpientes se murió de un shock anafiláctico en una celebración concurrida de beodos montañeros de la más profunda América. Esa frase, que para los que saben francés, sobre todo soplando gaitas y flautines, pero que en latín anden flojos viene a decir que “lo mataron porque era hombre, pero como tenía espíritu le devolvieron la vida”.

Y eso es lo que me lleva persiguiendo todo el día, como un zorro hambriento, siguiendo el rastro de un palomo cojo herido de muerte y con fiebre aviar, esa puñetera frase que puede tener muchos significados y muchas explicaciones, pero que a mí solo me arroja una, y es que estamos vacíos por dentro, que nuestro espíritu se lo vendimos a Satanás, a las financieras y a las tarjetas de crédito hace mucho tiempo. Que preferimos vestir bien y oler mejor, que vestir nuestra alma y espíritu, y que olvidamos que estando vacíos no valemos nada. Que ser hueco por dentro, como Pinocho, está bien para los cuentos de hadas, pero que en el mundo real, ese donde se mea y se caga y se respira y se pasea, con o sin perro, de la mano o no de alguna bella señorita, estar hueco es una mierda. Porque de nada sirve que vayamos impecables, y comamos estupendamente, y hablemos como verdaderos profesionales mediáticos y controladores de la palabra, si después todo lo que decimos cae en saco roto.

¿Soy un hipócrita? Puede ser. A lo mejor, también estoy hueco por dentro, a lo mejor escribo esta carta para que se corran de gusto las señoras pensando en mis arrugas, que son patas de gallo, en mis sienes blanquecinas y en mi potente voz. Para que se pongan hasta atrás de orgasmos recibiendo el aroma penetrante que rezumo de virilidad por los cuatro costados, y soñando que me tumbo en su cama y las hago gritar de placer, o pequeños grititos tipo conejo, cuando lo vas a sacrificar, dependiendo de lo discretas que sean. Y esto lo hago extensible a todos esos maricones, perdón, homosexuales, que aquí los habrá con estudios, que les pase lo mismo, y por Dios no me tachen de padecer una homofobia que suena a cáncer terminal, y que no es cierto, pues no lo soy, que me chupa un huevo y parte del otro, si a uno le gusta la carne o el pescado, pero yo, que estudié en un colegio de curas y me crié en las calles, me ha quedado impresa en el cerebelo esa palabra, maricones, que por otro lado es cantarina y simpática. Y siempre si les dices maricones te puede soltar aquello de Cómeme los cojones. Así que eso, excusado. O, quizás, escribo estas líneas porque me lo pide el alma, porque me lo pide el espíritu que ahora está de moda llamar conciencia pero que siempre ha existido, y me demanda que por lo menos un día en la vida, en esta perra vida que me ha tocado vivir, no tan perra como los favelistas en Brasil, ni mucho menos como los que pasan hambrunas en África, o las matanzas en “sabeDiosdonde”, porque siendo sinceros, nunca he tenido una vida tan perra, y siempre he tenido suerte, y esto de tanto lamentarme ya me suena a pecado y a toca pelotas, que hay por el mundo adelante gente que pasa hambre, a gente que empalizan y gente que por decir la mitad de las barrabasadas que digo yo, están encarcelados, muertos en vida y sepultados, ¡qué eucarístico!, siendo la novieta de algún mafioso de torso marcado, al que le falta un diente o varios, y lleva tatuado en un brazo “amor de madre”, y que sodomiza con amor y ternura desmedida en las duchas de la prisión estatal de turno. ¡Juas! Si es que sinceramente no me podría quejar, y debería de dejar de quejarme (Dios que mala expresión) de la vida que he llevado, y ¡mierda!, tal vez ya he caído en la trampa de mi conciencia, que era reconocer que hay quien lo pasa peor que yo y que me quejo de vicio, y tal vez mi espíritu, impetuoso y aventurero, era lo que necesitaba una puta lección de humildad, una de esas que le ponen a uno colorado la cara, el alma y los genitales, una lección que te da un buen maestro, un señor con dos dedos de frente sea o no homosexual o una señora con dos ovarios por banda, una lección que he aprendido, pero que seguro mañana olvido porque tengo un hueco jodido que me carcome como le carcome a usted, a su vecino, a su novia del pueblo y a su lechero.

Camino de Tijuana, en llegando a la frontera me eché una carcajada y mi amigo Sammuel, que es un negro, perdón afroamericano, muy cachondo me guiñó un ojo, porque además de marine es clarividente. Y al apearnos del auto, de esos americanos tan bastamente grandes, nos encontramos con Peter, un compañero que realiza un curso con nosotros, y que nos había invitado a cenar en esa Sodoma moderna, para presentarnos a su pareja que se llama Miguel, que es mexicano, ingeniero y homosexual hasta la médula y que se parte de risa cada vez que le llamo maricón, porque él me replica “chúpame un cojón” (que se lo enseñé yo como resabido poeta)… Anda, y una mierda… te como los huevos que te gusta… y nos reímos y cenamos, y también por un momento se sacian nuestros espíritus en esa conjunción donde ni el sexo ni la raza ni el credo pueden romper el círculo mágico de la humanidad.

1 comment:

Corso said...

Tanta palabra, señorita Ojos Claros, y no me dice nada, ¡dita sea!...

En fin, discrepe, discrepe...

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