Friday, March 3

La actualidad abruma.

Que los jugadores del Real Madrid se les tacha de ser unos niñatos y pertenecer a un club de millonarios, o que Etoo se queje y proteste porque cierren un campo de fútbol, después de declarar en los albores de la liga que “trabajaría como un negro para vivir como un blanco” (SIC), es algo que me la refanfinfla, me la suda, me la trae floja y un largo etcétera.

A mí del panorama nacional me preocupan otras cosas. Pero hoy, destacaré las atrocidades que se ven y escuchan todos los días en los medios de comunicación. La violencia de género y las agresiones y abusos escolares.

La primera pregunta que me viene a la mente es si esto, ambos casos, han proliferado en la última década o si siempre han existido. Obviamente, la respuesta es sencilla. Siempre han existido. La segunda cuestión que entonces me atenaza es por qué ahora, en pleno siglo XXI, todavía siguen existiendo este tipo de canalladas. La respuesta ya no se me plantea tan sencilla.

El otro día hablaba de que la vida estaba loca, y sin duda, me he equivocado. La vida no está loca, somos nosotros los locos. Somos una pandilla de energúmenos salidos de una caverna, que parece que todavía no hallamos descubierto el fuego ni la rueda.

¿Cómo se le puede explicar a un hijo que halla ciertos tipejos que le metan una somanta a su mujer, día sí y día también, por el mero hecho de que son unos acomplejados de mierda? ¿Alguien acaso cree que son enfermos? Fisiológicamente hablado me niego a admitirlo. Psicológicamente, puede ser, no lo pongo en duda, pero hay es donde tiene que actuar la justicia. Poner freno a esta carrera continua de atropellos y tropelías donde al final por errores burocráticos o por sandeces varias, acaban en los tanatorios mujeres con magulladuras, reventadas, acuchilladas o quemadas, y sus hijos, pequeños, maltrechos y desvencijados, se apiñan en torno a un féretro de madera para llorar sin remisión la pérdida de la única persona que los sostenía. Mientras ellos, los hombres, hombres como yo, pero que en lugar de enfrentarse a sus problemas, prefieren propinarle una paliza a su señora, porque para ellos no vale nada, no vale ni el canto de un duro, y se han casado y es como si fuera un contrato de esclavitud para todo los restos, digo, en lugar de enfrentarse a sus miedos y complejos, prefieren romperle la cara a su señora delante de los críos, delante del vecindario o delante de la mismísima Virgen del Carmen.

Al maestro armero y a mi no nos gusta esa gente. Verdaderamente la aborrecemos, la odiamos más que a los meados de perro y los orines de gato. Las aborrecemos con todas nuestras fuerzas, de igual modo que aborrecemos a un pederasta o a un violador o a cualquier individuo que alcance un orgasmo viendo o haciendo actos violentos. Nos dan tanto asco que cada vez que vemos uno nos entran verdaderas arcadas, y nos hierve la sangre, y se nos recalienta la sesera y a buen seguro que si estuviera en nuestras manos, los colgaríamos por los cojones de un palo bien alto y los dejaríamos desangrar, y que los negros córvidos les comieran los ojos hasta el tuétano. En ocasiones, nos entra tanta rabia que armamos nuestras almas y nos ofuscamos como perros hambrientos a la caza y captura de alguno, y sabe Dios, que es muy sabio que jamás hemos topado uno en el camino, porque sino a estas horas, e ironías de la vida, les escribiría desde alguna cárcel de las Españas. Eso sí, con la testa bien alta y la frente bien clavada al cielo, la conciencia limpia y tranquila y con buenos sueños, como esos sueños cuando un balandro se mece en el mediterráneo o el mar negro un día de calma y calima, y nos acuna como a dos berberechos en la arena.

Basura. Son una maldita basura. Son cobardes, y como son cobardes se enfrentan a sus señoras e hijos, que desposeídos de dignidad, porque se la arrebatan a golpe de bofetada se dejan llevar por la senda del olvido y la vejación hasta que un día, en cualquier telediario, vemos que la palman. Y nosotros, que somos la repera, la reoca y la rehostia nos echamos las manos a la cabeza y decimos qué mal va este mundo y a dónde iremos a parar, mientras, tal vez por las noches escuchamos a un vecino pegar cuatro gritos en su casa y llamarle menos bonita de todo a su mujer… y callamos como putas porque no nos vamos a poner a mal con el vecindario y para eso está la policía. Y claro, para eso están los cuerpos de seguridad del estado, pero hay que avisarlos que no son adivinos, que luego les llamamos cuando todavía está el cadáver caliente y cosido a cuchillazos y les entra la agonía, y la ansiedad, porque los policías también son humanos y hombres y mujeres con dos pares, y se les estremece la sangre cuando ven tanta mierda y tanta miseria y observan como sus manos atadas no les sirven de mucho, porque sino algún juez impecable o algún jurista purista o alguna ONG, como Salvad al maltratador errante, se manifiestan delante de la comisaría o el cuartelillo pidiendo cabezas, y ellos, los policías, los maderos, los negros o los grises; hace treinta años; no se juegan la cabeza ni el puesto porque tienen mujer e hijos a quienes darle de comer, que bastante tienen con que un día al salir de casa, dos terrorista les metan una bomba en el culo, en los bajos del coche o una bala en la nuca delante de su hijo de cinco años, que para toda la vida recordará a su padre, que era un buen hombre y un buen profesional, en el suelo como una colilla con los sesos desparramados por la acera, o que un par de yonkis o de narcos o de mafiosos de poca monta o de mucha monta los aniquilen durante una redada improvisada en una discoteca de un balazo perdido porque se interpusieron en el camino de la bala. Sí, bastante tienen ellos con cubrirse el pellejo y el de la familia como para meterse en camisas de once varas y acabar delante de un togado dando explicaciones y escuchando como en la tele, el pringado de turno habla con absoluta indignación del abuso policial, y rememora las cargas de los antidisturbios en las manifestaciones de la reconversión industrial, que claro como eran jefes de sindicato las veían desde un balcón para no recibir pelotazos de goma, que para eso ya están los obreros, para currar, para dejarse la sangre por un mísero jornal y para recibir leches, que ellos, ¡pobrecitos!, bastante tienen con dialogar con la patronal y los empresarios… pero eso sí, cuando los años pasan y todo se perdona pero no se olvida, que conste, se dan golpes en el pecho como grandes subversivos que pusieron la mejilla y la cacha en las barricadas delante de los maderos. ¡Ja!, me parto de risa, Maria Luisa.

Y el asunto, es que los hijodelagranputacabrones de los borrachos e inconscientes siguen impunemente dando palizas indiscriminadas a sus señoras, porque son sus esclavillas de andar por casa, y cualquier excusa es buena y saludable para hostiarles. Motivos no les faltan, porque se han peinado diferente, porque sonríen, porque salen a hacer la compra sin el burka o como se diga, porque hacen reír a los niños, y los hijos las prefieren; y ellos, estos acomplejados enfermizos y asquerosos no soportan no tener el papel principal en la película y las parten en dos, y en febrero como las rebajas, también sacuden a sus hijos por si las moscas, y luego, si se pasan de la raya, si la cruzan y se calzan a su mujer a batazos, patadas o cuchilladas, se entregan en el cuartelillo cabizbajos y con ojos de cordero degollado, alegando que la culpa era de ellas y que no recuerdan nada, que habrá sido por la bebida o por las drogas y que son unos pobres enfermos que necesitan comprensión y ayuda. Y claro, el policía que les toma declaración se les saltan las lágrimas, porque seguro preferiría estar partiéndole la cara a ese cabrón que aguantar sus mentiras de mierda.

Y luego, nos quejamos de que hay mucha violencia en la tele, y que los dibujos animados del japonesito ese de moda, son un mal ejemplo para nuestros hijos porque es un contestatario y un exhibicionista que enseña las cachas en un parque infantil, en la guardería o el supermercado, porque francamente, somos unos grandes educadores y pedagogos, y conocemos perfectamente a nuestros hijos que son todos unos santos varones y la culpa es de los profesores, las consolas y las compañías, porque están hechos de buena pasta y si le pegan una paliza a un mendigo o a un compañero de clase porque es gordito, se lo habrán buscado que nadie les manda ser indigentes o tener sobrepeso, que para eso hay trabajo a espuertas y dietas de adelgazamiento.

Y si un maestro con dos cojones y hasta los mismos de aguantar chulerías y tonterías de cuatro gilipollas con acné le pone la mano encima, ya sea en defensa propia o ajena, le montan un pollo, le abren un expediente y lo largan a la calle a cajas destempladas, con una manifestación de la leche a las puertas del centro educativo de marras encabezada por algún pollasgili, palabra de moda, con afán de protagonismo, de llenar portadas de la prensa rosa, y esperanzado con que los llamen a los programas matinales donde las marujonas y los aburridos de la vida son indiscutibles forofos.

Pero por supuesto, en las portadas de los telediarios sacan al presidente de un club de fútbol indignado dimitiendo en directo porque no ha sabido gobernar a sus pupilos jóvenes y millonarios, porque la actualidad demanda, y las noticias de ostiones sin h indiscriminados no le interesan a nadie, y los colocan entre un anuncio de desodorantes y otro de ollas a presión.

1 comment:

coquinas said...

La enseñanza se ha convertido en un espectáculo más de esta gran mentira. La enseñanza es una estafa, una contradicción tan plamaria con respecto al sistema que parece increible que nadie se dé cuenta.
Suscribo todo.

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