Tuesday, February 21

X, Y… Z.

Yo pertenezco a la generación X, y que la generación X se quedó estancada y conformista, y que en lugar de despejar la incógnita pasó del relevo generacional, es bien cierto, pues nos aburguesamos, y nos convertimos en intelectuales de diván, en viejos roqueros que nunca mueren y atorrijados bohemios o melindrosos añorantes de la década de los ochenta.

Pero igual de cierto que la generación X se estancó, y pasó del movimiento a la estática hierática total, donde el absolutismo de la comodidad se antepuso a nuestros ideales marchitos y caducos, de igual forma, continuo, la generación Y es una bendita mierda. Y digo bendita, porque el término maldito y miserable lo reservo para más adelante. Porque una cosa es ser joven, otra ser un rebelde, con o sin causa como James Dean, y otra muy diferente ser un capullo. Y desgraciadamente, la generación Y está llena, concurrida y rebosante de capullos bípedos.

Si esto lo dejara caer así, muy propio de mi, por otra parte, sentaría un poco mal, no sólo a los miembros generacionales de la Y, sino también a aquéllos, que perteneciendo a la X, todavía viven en un pasado achicado. Así pues, permítanme darles mi equívoca razón, déjenme demostrarles mi estúpida teoría donde el axioma irreverentemente principal es que la generación Y no vale lo que una mierda pinchada en un palo de gallinero.

Para empezar, les diré, que si la generación Y es una mierda, se lo debe a nuestra generación. Sí, a esa misma, a esa que los acostumbró desde embriones a tener en casa videoconsolas, y a la temprana edad de cuatro años a manejar un teléfono móvil y una calculadora científica, en lugar de contar con los dedos como si hizo toda la vida.

La generación Y es un producto, elaborado en un microondas, nuestro, de nuestra cosecha, y manufacturado a este perro mundo por nosotros mismos. Sí. Nosotros somos los que les regalamos un mundo mejor. Un mundo de comodidades, de virtualismo, de imaginativa tecnología en pro de un mayor y mejor desarrollo. Y lo que hemos hecho ha sido cagarla.

Me siento en el sofá, arropado por mi calefacción, y escucho las noticias en mi televisor de “la hostia de pulgadas”, con sonido envolvente y toda la gaita, y un color y unos detalles tan nítidos, que le ves la cerilla del oído a la presentadora del telediario, el verdín de un moco seco al mozalbete que anuncia detergente, y las caries a las señoritas que bailan como Dios las trajo al mundo en los programas de variedades, que frecuentemente ponen en la franja infantil. Y, como les decía, me acurruco como un cachorrillo tembloroso, y me hincho a pistoletazos de rayos catódicos a la sobremesa… después de haber comido espartanamente mi opípara dieta a base de carnes, pescados o legumbres frescas y variadas, con mi agua mineral, mi vino de cosecha o mi refresco light de moda, ahora embasado en botellín de cristal para lerdos auténticos que seguramente se las llevarán al campo un día de excursión y las dejarán, eso sí decorativamente, diseminadas por los prados, más de una fragmentada, hecha añicos, y que días más tarde un pobre desgraciado, buscando margaritas por el campo, o botones de oro, pisará y tendrán que coserlo con cinco puntos de sutura en la planta del pie. Y el muy jodido se conformará porque al fin y al cabo, una botella rota es como un cardo borriquero que brota tanto en las campiñas como en los arenales, y contra la madre naturaleza no se puede luchar. Y, seguro, cuando llegue el verano, y deseará que llegue el verano, le enseñará la planta del pie a todos sus amigos, a los vecinos de toalla, a las chicas de la piscina municipal, y a una pareja de la benemérita que lo ha parado por exceso de velocidad y conducción temeraria. Y claro, se jactará de su escueta cicatriz, pero en fin una cicatriz, que se hizo un día en el campo cazando mapaches salvajes de las rocosas o algo así, porque el tema de desflorar margaritas le sabe muy afeminado y una cosa es ser metrosexual y otra que le confundan el sexo.

Pero discúlpenme que me vaya por los cerros de donde sea, y permítanme que continúe. El asunto es que la generación Y es la leche. Sí, la creme de la creme (o como se diga en francés académico, ese que tan bien y tan sonoramente hablan y escriben ustedes). Son sin duda alguna el mayor exponente de nuestro más rotundo fracaso, aunque eso sí viven la era de la comunicación a tope.

Así, en lugar de asistir a manifestaciones pedorras, cuyo objetivo era que no cerraran un astillero, ahora se dedican a la masificación espontánea en los jardines y parques, donde no sólo se fomenta el diálogo sino que se aprende a convivir, donde se comparte la botella cutre de plástico relamida de veinte bocas, con una mezcla de refresco y vino barato. También, asumen su rol de estar a la cabeza de la tecnología, y anda con sus móviles todo el día acuestas. Los hay, intrépidos que incluso los personalizan, poniéndoles carátulas, o como se llamen, pintorescas, pegatinas, antichoques, y una serie de parafernalias muy dignas y digestivas, amén de politonos, real tonos y melodías que suenan como si estuviera el DJ de moda rascando el plato para ti, en directo, en vivo, y al oído. Sí, la comunicación se les da muy bien.

Y además, debemos celebrar su aportación al lenguaje, con expresiones como “me parto la caja”, “espencarse” y un largo etcétera, que están dejando en blanco a los pobres académicos de la Real Academia, que a sus quinientos años el más joven todavía habla por jarchas y rima por cuartetas.

Sí, la juventud es la repera. La juventud de hoy en día, si me permiten la tímida expresión, es una bomba. Una bomba de relojería que un día nos estalló en las manos, como esas bombas de palenque en una verbena y nos dejó lisiados. Como las tracas de Valencia pero a lo grande y a lo bestia, donde los fuegos de artificio suben al cielo envueltos en pastillitas de color rosa, azul o morado y que cuestan un ojo de la cara, pero eso sí, sólo se beben con agua mineral envasada que son muy sanos.

En los estudios hay de todo. Los hay que estudian y los hay que no estudian, los hay que aprueban y los que suspenden como toda la vida, pero eso sí, ya no llevan notas extremadamente preocupantes a casa, sino un aséptico y pedagógico NM (Necesita Mejorar) con lo cual lo padres, que se pasan el día trabajando, y de cenas de negocios con sus secretarias o de cafés con las amigas comentado el programilla de turno, o viceversa, que ahora la mujer está muy integrada, se quedan tranquilos. ¡Ah, necesita mejorar, cojones, no es lo mismo que un insuficiente! Porque seamos francos, aquello de insuficiente o muy deficiente sonaba mal, sonaba a tener un hijo tonto o anormal, y sino como poco oligofrénico, con todos mis respetos hacia aquellas personas que tenga la desgracia de padecer alguna de estas discapacidades, y claro, ahora, con esa nueva terminología todo queda más suavizado. Y mientras, pasan los años, y con ellos los cursos académicos, y no pasamos del Necesita Mejorar, pero no nos preocupa, porque a la Universidad irá igual, y tendrá un master en económica y acabará trabajando de administrativo para el Ayuntamiento, de pasante por cuatro euros en un bufete de abogados o de proctólogo sin licencia en una furgoneta de una ONG delante de un burdel. Y en la universidad, además, aprenderá el manejo con mayor pericia si cabe del uso de los ordenadores, de los teléfonos móviles, y de cómo cagarse como un piojo con las ofertas del supermercado a base de vino mezclado con horchata de chufa, o mezclando aspirinas convenientemente coloreadas para darle mayor ardor. Sí, estamos creando una gran generación.

Y muchos de ellos, que tienen cabecita y dos dedos de frente, un día se frenarán de repente, como aquella vieja reumática que al volante de su coche frenó bruscamente en la autopista, y se la llevó una autobús, que conducía un señor de Málaga, que está casado con una señora estupenda y tienen tres hijos en común, y otro natural que se llama Vicente, en la Bañeza, donde por cierto, él hace parada, fonda y forniqueo una vez a la semana, con una señora, también estupenda, aunque separada que se llama Manola, aunque debería llamarse Milagros por cómo hace que se le levante el miembro, o Virtudes por como sopla la flauta traversa. Y, seguramente, esos jóvenes se sentarán frente a frente con sus padres, que ávidos lectores de revistas del corazón y el periódico de marras, moverán la cabeza como esos perritos de coche que llevaba mi abuelo en su SEAT 127, y entonces, pensarán que sus padres son gilipollas y ellos más por hacerles caso.

Y saldrán a la calle, con lo puesto, eso sí de marca, y con lo indispensable, móvil y cargador, amén de un par de tarjetas de crédito, y verán el mundo con sus propios ojos, y verán que el mundo no es esa mierda virtual donde todos somos muy amigos y nos llamamos por nicks absurdos como Farlopa25, Rubita16 o CasadoCachondo, y también se dará cuenta de que la vida hasta el momento como la han vivido es una puta falacia, porque en la vida hay dolor, sufrimiento y mucho sudor. Y en la vida no sólo hay caras bonitas, peinados de diseño y posturitas de calendario. También hay sinvergüenzas, degenerados, depravados, y sobre todo trabajo, mucho trabajo con un contrato de mierda y un sueldo más mierda todavía, y un jefe, ¡encima!, que se “partirá la caja” porque no tiene estudios pero llegó antes que ellos a la empresa y ascendió comiendo miembro a golpe de lametazo y genuflexión contorsionista, y, seguro que mirarán hacia atrás y pensarán en aquellos tiempos de botellón, de bacalao o lo que carajo se baile ahora, de las chuchis, que borrachas o drogadas como cubas, se dejaban desvirgar por una buena recarga en el móvil, o estaban tan apampadas que ni se enteraban, y claro, fingían el orgasmo y fingían hasta el acto, porque dormían como ceporras, abiertas de piernas en un descampado, mientras un corrillo de niños chorras, algunos muertos ahora de sobredosis por éxtasis, vitoreaban al machito largaterano que la montaba…

En fin, que les debo una disculpa a la generación Y.

Yo pertenezco a la generación X, esa generación conformista y aburguesada, que perdió lo que tenía de nómada para volverse sedentario, que se arrimó en mala hora al fuego y se quedo tranquilamente sentado recolectando bayas, echando a perder el futuro y jodiendo la pascua. Sí. Yo pertenezco a la generación X, esa que en lugar de despejar la incógnita, despejó balones y a todo ser en la tierra, la misma que no vale ni el esputo de un tísico, y que como legado les deja a la “Y i a la Z” una mierda de futuro en una mierda de mundo.

3 comments:

Corso said...

Gracias, aunque no me interesan los halagos que me ponen colorado. Opine señora o señorita Ojos Claros, sobre el tema. Y a todos los que lo leis también, ¿o es que sólo tiene aplomo, por no decir cojones, esta señorita?

No me puedo creer que todo el mundo esté de acuerdo conmigo... en fin, Señorita Ojos Claros, gracias, por tener usted higadillo para leer, entender y discutirme las cosas cuando lo ha visto necesario.

Al resto... en fin... Q.O.D.P.C.

Corso said...

Me ha dado usted una idea muy buena, con eso de pisotear, gracias.

¿Resultará ser usted una musa? No sé, pero bueno.

El Corso

onlysnow said...

Bueno, todos hemos sigo jóvenes, digo yo...( algunos son viejos sin quererlo y otros aún en la senectud no presentan más que meses en ciernes, en fin). Que te decia que, que yo también me traspapelo. Jejeje. Te decia que yo lo veo como simple evolución, o involución desde tu punto de vista quizá, para mí es simplemente cambiar los medios, los recursos, no el fín. ¿ Ya no te acuerdas cuando querías ver los dos rombos, o empezabas a usar melena, o.... Vale. He dicho. Mi capacidad de sintexis creo que está mermando...

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